ㅡNo te preocupes nana, sólo dame un momento para asearme y vestirme.
ㅡClaro, claro ㅡasintió.
Su semblante, por alguna razón que no entendí, estaba colmado de disgusto. Dudó un segundo y me pareció que se iba, pero en el último momento se volvió hacia mí.
ㅡVístete elegante, ¿sí? Hoy es un gran día.
Y se marchó, cerrando la puerta con delicadeza.
¿Por que era especial? Padre llegaba a tener cientas de visitas diarias pero nada era realmente importante para él. ¿Qué hacía que hoy si lo fuera?
Dejé caer un par de rosas rojas sobre la bañera, se veían resplandecientes y hacían que la idea de entrar a la tina fuera demasiado linda.
Eran de los rosales de mamá. Ella decía que las rosas aparte de hermosas eran fuertes. Marchitaban en invierno durante un tiempo, pero solo se preparaban para volver con más color y una fragancia más dulce. Por eso decía que el marchite de una rosa significaba un nuevo nacimiento.
Volví a admirar mi cuerpo. Me encontré a mi misma alzando la mano. El roce de los dedos entre la piel de mis senos me hacía experimentar algo extraño pero que para mi sorpresa, se sentía magnífico. Un cosquilleo eléctrico me recorrió hasta asentarse en mi entrepierna.
No entendí muy bien por qué, pero algo me llevó a dirigir mi mano hacia allá. El tacto se sentía demasiado... placentero. Esa sensación de éxtasis se extendió cuando empecé a hacer movimientos suaves con mi mano.
La magnificencia del momento me desconectó de la realidad y me dejé llevar por los impulsos que no sabía que tenía.
Cerré los ojos y continué más apresurada, ansiosa, aumentando el ritmo con la mano, mi respiración también se agitó hasta que no podía escuchar nada más allá de mis espontáneos gemidos.
Las piernas debajo me temblaban, deseosas. Exigían que fuera más veloz e intenté complacerme. Mi cuerpo aún estando en agua fría se sentía demasiado caliente. Sentí que el sudor comenzaba a emanar, pero no me importó.
Jadeos. Gemidos. Piel cálida, resbalosa, mojada. Desliz, una y otra vez. Más y más rápido hasta que sentí una pequeña explosión y todo acabó. Fue como si mi cuerpo se hubiera liberado.
ㅡ¡Señorita Mariella! ㅡoí a mi ladoㅡ. ¿Qué está haciendo?
Casi salté de la tina, salpicando agua en el suelo y cubriéndome con las manos el pecho, o lo intenté.
ㅡ¿Qué? ㅡchilléㅡ. No hacía nada.
Mi cara se coloreó, estaba avergonzada de que me haya encontrado de esa forma. Ni siquiera pude mirarla a los ojos del pudor que sentía.
ㅡYo sólo estaba teniendo un momento de... ㅡbusqué palabra para ello, pero no se me ocurrió nada que no me dejara mal paradaㅡ paz.
Me miró algo desconcertada pero no dijo nada. Dejó una toalla y salió del baño.
En cuanto volví a estar sola, dejé caer mi cabeza hacia atrás. Qué embarazoso.
No quise salir enseguida, estaba demasiado apenada pero tuve que hacerlo.
Frente a mi cama, en silencio, bajé la cabeza.
¿Cómo había sido capaz de hacer eso? Y enfrente de la nana.
Mamá pensaría que soy asquerosa...
Alguien se acercó a mí y me levantó el rostro. Nana acarició mi cabello y me tomó de la mano.
ㅡNo sientas vergüenza querida. En toco caso, yo te debo una disculpa. Lamento haber entrado sin tocar.
ㅡNana... ㅡintenté decir, pero ella no me dejó.
ㅡDéjalo ㅡinsistió y me regaló una sonrisaㅡ. Agradece que no entró tu padre.
Un sonido interrumpió nuestras risas bajas. Era él, ambas nos dimos cuenta. Nana suspiró al ver mi expresión.
ㅡCreo que lo invocamos ㅡbromeó en un intento de romper la tensiónㅡ. Vístete, dijo que en cuanto llegara quería hablar contigo.
Sonrió y besó mi frente antes de salir.
Estando un poco más tranquila bajé. Mi padre estaba en su despacho así que me dirigí hacia allá.
Dí dos golpecitos a la puerta y entré. Estaba mirando por la ventana hacia el bosque, sus manos estaban cruzadas hacia atrás.
ㅡComenzaba a creer que nunca bajarías ㅡescupióㅡ. Tengo entendido que ustedes las mujeres son tardadas para el aseo, pero no sabía que podían demorar tanto. Tu madre no lo hacía ㅡcomo si hubiera cometido un error colosal, se corrigióㅡ: Bueno, sólo lo hizo una vez.
No supe como interpretar eso último así que no me molesté en analizarlo.
ㅡPerdón, no encontraba algo adecuado para ponerme.
Él no pareció convencido, así que tampoco prestó atención a mi pequeña disculpa.
ㅡPero aquí estoy, así que dime para qué me necesitabas.
ㅡ¿Para qué podría un padre necesitar a su hija? ㅡse volteó y me dedicó una mirada que no pude sostener.
Aún estaba un poco fuera de mi misma por lo que pasó en el baño.
ㅡSupongo que la necesita para estar seguro de que alguien va a estar con él, tal vez sirviéndole ㅡmurmuré.
Él soltó una carcajada y se levantó.
ㅡLa necesita para que sea su orgullo a falta de un hombre, y por qué no para algunos mandados.
Se dirigió hacia mí con pasos lentos mientras seguía:
ㅡDicho eso, tu tarea el día de hoy será ir con el sastre Gasper del centro de la ciudad y me traerme dos royos de tela. Quiero uno de muselina perlada y el otro de seda blanca ㅡsu mirada despectiva me escrutóㅡ. Creo que eres capaz de hacer esta pequeña tarea.
ㅡClaro ㅡmi respuesta fue automática. Ni siquiera presté demasiada atención.
Cuando lo noté, ya estaba junto a mi. Él quiso poner su mano sobre mi hombro, pero no lo dejé.
(...)
Padre hizo preparar el carruaje y le dijo a nuestro cochero familiar cuál sería mi destino. Yo sólo debía subir y disfrutar de la vista tan hermosa. Bueno, de eso no me quejaba, ver el bosque resultaba espléndido, era tan fresco, tan oloroso, tan tranquilo y lleno de vida...
Llegamos a la ciudad luego de al menos una hora, comenzamos a recorrer calles rumbo al centro y pude ver un pozo donde algunas personas de aspecto delgado y sucio tomaban agua. Muchos niños corrían y jugaban, descalzos y con suciedad hasta en sus rostros.
Sus cuerpos flacos y desnutridos me generaron un sentimiento de pena. Qué horror...
Cuando el cochero abrió la puerta, bajé y abrí la puerta de la tienda con mi mano cubierta por un guante.
ㅡ¿Se encuentra disponible el señor Gasper? ㅡsonreí.
El hombre me miró con alegría y me tomó del brazo para jalarme hacia el mostrador.
ㅡSeñorita Mariella, que gusto volver a verla, ¿qué la trae por aquí?
La campanilla en la puerta principal sonó, pero no reparamos en ella. Imaginé que sería el cochero.
ㅡMi padre me envió por unas telas. ㅡInforméㅡ: muselina perlada y seda blanca.
ㅡPor supuesto que sí. Deme un momento.
Cuando me giré noté que quien había ingresado no era quien yo imaginé. De todas formas, era más grato estar sin compañía.
Suspiré, mirando hacia la ventana que me dejaba ver el carruaje y al cochero a un lado de él, observándome. Me sentí incómoda, así que me distraje mirando la tienda.
Paseé la vista por todos lados, pensando. Y sin darme cuenta, volví a suspirar.
ㅡNo creo que pensar hasta el agobio sea muy bueno, ¿no cree?
El sarcasmo en su voz me hizo regresar al momento.
ㅡ¿Disculpe? ㅡfue lo único que logré articular.
Sus ojos negros se pasearon sobre mí, me hizo sentir paralizada.
ㅡ¿Le molesta si le hablo?
No pude concentrarme bien en lo que decía, estaba hundida en sus ojos intensos y oscuros que destellaban algo peculiar que no sabía cómo etiquetar, era algo... interesante. Él esperó una respuesta y yo sólo pude parpadear como una boba y tener el atrevimiento de detallar su imágen completa.
Su piel era blanca y parecía porcelana, sus labios rosados y brillosos. Vestía elegante: pantalones negros, camisa doblada hasta los codos, de color blanca y un chaleco negro con un bolsillo pequeño en el pecho de donde colgaba un pequeño pero aparentemente costoso reloj.
Su perfume embriagador inundó mis fosas nasales en cuanto se acercó. Olía demasiado bien.
ㅡ¿Estás bien? ㅡinquirió.
Por segunda vez, me sorprendió. Creí que se marcharía al no recibir respuesta anteriormente. Pero no lo hizo, así que respondí:
ㅡClaro, sólo no pensé hablar con un desconocido el día de hoy.
Me sonrió. El gesto fue dulce y tímido a la vez.
ㅡEntonces, permíteme presentarme. Soy Bastian, mucho gusto.
Tomó mi mano para besarla y por alguna razón eso me hizo sentir nerviosa, tanto que no pude hablar al instante. Él esperó pacientemente a que yo encontrara mi voz.
ㅡMariella Collins ㅡtartamudeé como pude.
Sus ojos se agrandaron un poco al oír mi apellido. Lucía sorprendido.
ㅡUna de las grandes Collins, ya veo.
Sonreí, sin saber muy bien que decir. Hacía mucho que no surgía naturalmente, sin necesidad fingir y creo que Bastian lo notó.
ㅡSe ve que llevas días malos, aunque espero equivocarme.
Suspiré.
ㅡPara mi desgracia, no estás en un error. Pero sólo fueron uno o dos días sin dormir, así que está bien.
Él no dijo nada, yo tampoco. Nos quedamos mirándonos sin volver a meditar palabra. Cuando dió otro paso fuí consciente de que estaba muy cerca.
Puso su mano arriba de la mía y mi respiración se volvió un desastre. Sentí el corazón en mi garganta cuando ví que estaba a punto de hablar.
Entonces el señor Gasper volvió. Automáticamente corté aquel contacto.
ㅡSeñorita Mariella, aquí estan sus telas.
Avancé hacia él, más porque quería alejarme y que Bastian no viera el rubor en mis mejillas.
ㅡMuchas gracias, señor Gasper. Que tenga buen día.
Salí casi corriendo de la tienda sin mirar atrás pero lo sentía en cada parte de mi ser.
Me subí al carruaje y ví a Bastian saliendo de la tienda, estaba mordiendo su labio inferior mientras miraba su reloj.
Los nervios me superaron, pero a pesar de ello, fue lindo haberlo conocido. Comencé a reirme de mi propia torpeza y sonreí ante el recuerdo de su sonrisa. Así pasé casi todo el camino a casa.
Por primera vez después de mucho tiempo, sentía algo de tranquilidad.
No me sentía así desde hace mucho tiempo, cuando mi madre aun vivía, ella me daba esa tranquilidad de no ser regañadas por mi papá, cada que hiciéramos algo, si nos manchabamos los vestidos, si jugabamos en las hijas secas de otoño y sobre todo si nos comíamos el postre antes de la cena.
Ella nos cuidadaba en todo sentido y éramos muy felices hasta el día en que ella murió.
Por otro lado Bastian parecía ser un buen hombre, cautivadora, atento, simpático me ponía muy nerviosa, si me miraba mi cuerpo temblaba y mi corazón se agitaba, por un momento mi mente desaparecía todo lo malo que pensaba y solo me lo mostraba a él.