Los ojos fríos y el trato brusco que recibió de su hermano resonaban en su mente; las palabras duras eran como golpes dolorosos. Evelyn caminaba sin rumbo, sin saber a dónde ir. Al ver un restaurante abierto, entró. Todos volvieron la cabeza al oír el sonido de la puerta abriéndose; no había indicios de empatía en esas miradas condenatorias.
- ¿Puedo ayudarte, señorita? - preguntó el camarero cuando ella se tiró de la silla para sentarse.
- El menú, por favor - sus labios temblaban mientras hablaba.
- Lo siento, pero la señorita no puede quedarse aquí - dijo la joven camarera mirando el suelo mojado.
Evelyn sintió la frialdad de los demás clientes; todos dejaban claro que no era bienvenida en ese lugar.
- Puedo comer en la cocina y lavar los platos si es necesario.
- Lo siento mucho. El restaurante está lleno y no tenemos espacio.
Tiritando de frío y con un hambre insaciable, se puso de pie. Al caminar hacia la salida, vislumbró la triste realidad que se desarrollaba ante sus ojos. Estaba desamparada, naufragando en su propia vida. Un enorme riesgo iluminó la oscuridad de la noche en el momento en que tomó coraje para salir y enfrentar la lluvia. Ya estaba perdiendo fuerzas, caminaba lentamente cuando vio la elegante silueta de una anciana acercándose con pasos firmes.
Genevieve, una mujer amable de cabellos blancos, dio unos pasos vacilantes más. El corazón se compadeció de esa chica que temblaba bajo la lluvia. Evelyn bajó la cabeza para evitar la mirada compasiva, pero Genevieve se acercó y preguntó amablemente:
- ¿Está todo bien, chérie? - preguntó mientras ofrecía refugio bajo sus paraguas negros.
En los primeros treinta segundos, Evelyn no dijo nada. Solo se fijó en las manchas seniles en la mano de la mujer que sostenía el mango de madera; en la punta había una cabeza de león dorada. La superficie del paraguas estaba hecha de telas resistentes. Ni siquiera ese día tormentoso arruinó el sentido de la moda de esa mujer.
- ¿Qué haces bajo esta lluvia? - insistió la voz serena de Genevieve.
Con la voz temblorosa, Evelyn respondió:
- No tengo a dónde ir, madame. Llegué a Cassis hoy, pero estoy perdida y no puedo encontrar trabajo.
Los ojos de Genevieve se llenaron de una mezcla de compasión y determinación. Puso la mano en el hombro derecho de Evelyn.
- Disculpe, madame - pidió la voz temblorosa. - Tengo que encontrar un refugio donde pueda pasar la noche.
- ¡Oh, no! Ven conmigo, no te dejaré en la calle en esta situación.
La anciana llevó a Evelyn a una pequeña posada cercana. Al llegar, Genevieve insistió en que se sentara junto a la chimenea, calentando su cuerpo empapado. Luego, desapareció por unos momentos y regresó con ropa seca. Con delicadeza, la amable señora le entregó toallas y llevó a Evelyn a una de las habitaciones donde cambió su ropa mojada.
Media hora después, golpecitos suaves y la voz serena de la amable mujer surgieron antes de que Evelyn abriera la puerta. Después de colocar la bandeja en la mesa, la elegante madame explicó:
- Mi nombre es Genevieve, vivo en esta aldea desde hace muchos años.
- No tengo cómo pagar por todo esto en este momento, madame -tragó saliva.
- ¡Esta posada es mía! Hoy hay algunas habitaciones disponibles, podemos hablar de eso después.
Evelyn soltó un suspiro aliviado y miró a Genevieve con gratitud en sus ojos llorosos.
- Ahora, come un poco. Te preparé una sopa caliente para calentarte mientras comes.
El aroma reconfortante llenaba la habitación. Evelyn, hambrienta y embarazada, sentía un alivio que no experimentaba desde hacía mucho tiempo.
Mientras saboreaba la comida preparada con tanto cuidado, supo en ese momento que Genevieve había sido una bendición en su vida.
Aunque fuera extraño, Evelyn se sintió acogida y apoyada por esa amable señora. Una nueva esperanza comenzó a florecer en su corazón. Ya no estaba sola en ese viaje incierto, lucharía por la felicidad de su hijo y por una oportunidad de empezar de nuevo. Mientras saboreaba la sopa caliente, sonreía a Genevieve. Aún existía bondad y esperanza, incluso en las tormentas más violentas de la vida.
Cuando la joven terminó de comer, la señora de cabellos blancos le dirigió una mirada afectuosa.
- ¡Descansa un poco! Hay mantas y almohadas en ese armario - señaló hacia el mueble de madera provenzal blanco al otro lado de la habitación.
- Me iré temprano. Prometo no alargar mi estadía.
- Mañana, después del desayuno, las dos hablaremos de eso.
Genevieve tomó la bandeja y salió después de desearle buenas noches.
En el momento en que la amable señora cerró la puerta, Evelyn fue al armario, tomó dos mantas y las extendió sobre ella al acostarse en la cama. Los párpados estaban casi cerrándose cuando observó la lluvia afuera. De alguna manera, había encontrado una luz en medio de las tinieblas que permeaban su vida.