Capítulo 3 03

Irene se dirigió hacia las duchas con determinación, sintiendo el peso del día en sus hombros mientras se preparaba para el pequeño acto de autocompasión que le aguardaba. Con manos temblorosas, comenzó a desabrochar los botones de su uniforme, liberando su cuerpo de las restricciones que la prisión imponía sobre ella.

El agua tibia que caía sobre su piel era un bálsamo para su alma, una pequeña mejora en comparación con los balazos de agua fría que había soportado en el reformatorio. Aunque las condiciones de las duchas eran precarias y el calor del agua era un lujo efímero, Irene se aferró a la sensación de alivio que la inundaba, sabiendo que en ese momento, tenía algo de control sobre su propia vida.

Cerrando los ojos, Irene permitió que el agua la envolviera, lavando el cansancio y la desesperación que la habían consumido desde su llegada a prisión. A pesar de las dificultades que enfrentaba a diario, encontrar consuelo en las pequeñas cosas era una habilidad que había aprendido a valorar, una pequeña chispa de esperanza en medio de la oscuridad.

Con el uniforme descansando en el suelo, Irene se sumergió en el momento, saboreando la libertad momentánea que la ducha le ofrecía. Aunque el mundo fuera un lugar cruel y despiadado, en ese instante, ella era libre, libre para sentir, libre para respirar, libre para ser simplemente Irene. Y en ese pequeño rincón de la prisión, eso era suficiente para mantener viva la llama de su espíritu.

Después de terminar de ducharse, Irene se envolvió en un uniforme limpio, sintiendo la frescura del tejido contra su piel recién lavada. Con paso firme, llevó su uniforme sucio al Sesto destinado a la lavandería, sabiendo que pronto sería reemplazado por otro igual de desgastado.

La rutina de formar fila para regresar a sus celdas era una molestia constante, un recordatorio constante de la falta de libertad que definía sus días en prisión. Sin embargo, Irene se mantuvo erguida y decidida mientras esperaba su turno, sabiendo que cada paso la acercaba un poco más a la seguridad de su celda.

Una vez de vuelta en su celda, Irene guardó cuidadosamente su jabón y su toalla junto a sus otras posesiones, cada una de ellas un regalo preciado de sus compañeras de prisión. Aunque eran objetos simples, cada uno llevaba consigo el peso de la amistad y la solidaridad, una pequeña muestra de humanidad en un mundo que a menudo parecía carecer de ella.

Aunque las paredes de su celda seguían siendo una prisión, en ese momento, se sentía un poco más cerca de la libertad, gracias al amor y la generosidad de sus compañeras de prisión.

El guardia aguardaba en la puerta de la reja, su figura imponente recortada contra el sombrío telón de la prisión. Sabía que de vez en cuando Irene trabajaba como voluntaria en la lavandería junto a Francisca, una oportunidad que había ganado por su buena conducta. Con un gesto de reconocimiento, Irene se acercó a la puerta, consciente de que cada paso hacia la lavandería era un pequeño triunfo en su lucha por la redención.

Con un suspiro de resignación, Irene cruzó el umbral de la puerta y salió al patio, donde el sol brillaba con una luz fría y distante. A pesar de la aparente normalidad del día, el peso de la prisión seguía presente, pesando sobre sus hombros como una losa.

Con paso firme, Irene se encaminó hacia la lavandería, su mente llena de pensamientos tumultuosos mientras se preparaba para enfrentar otro día de trabajo. Aunque la tarea era tediosa y monótona, sabía que era su única oportunidad de escapar, aunque fuera por un breve momento, de las paredes que la aprisionaban.

Al llegar a la lavandería, Irene se unió a Francisca, quien la recibió con una sonrisa cálida y un gesto de complicidad.

-¡Hola, Irene! Qué bueno verte por aquí. -Exclamó Francisca, extendiendo una mano amigable hacia su compañera de prisión.

-Lo mismo digo. -Le contesta Irene.

-¿Estás lista para ponerte manos a la obra? -Le consulta Francisca.

-Sí, estoy lista. Gracias por dejarme acompañarte hoy. -Irene asintió con una sonrisa agradecida, sintiendo un peso levantarse de sus hombros ante la presencia reconfortante de Francisca.

Juntas, se sumergieron en la tarea de lavar la ropa, compartiendo anécdotas y risas mientras trabajaban lado a lado. A medida que el agua jabonosa se agitaba y el sonido de las máquinas llenaba la habitación, una sensación de camaradería silenciosa se apoderó de ellas, encontrando consuelo en la rutina familiar que compartían.

Con el pasar de las horas, Irene se aferraba a la esperanza de que algún día encontraría la redención que tanto anhelaba. Aunque el camino hacia la libertad era largo y tortuoso, sabía que no estaba sola en su lucha.

Juntas, Irene y Francisca enfrentarían los desafíos que les esperaban, con la esperanza de un futuro mejor brillando como una estrella fugaz en el oscuro cielo de la prisión. Con cada carga de ropa lavada y cada conversación compartida, se acercaban un poco más a la redención que tanto anhelaban.

Irene y Francisca comenzaron su labor en la lavandería con determinación, cada una tomando su lugar asignado y preparándose para la tarea que tenían por delante. El aire estaba impregnado con el olor a detergente y suavizante, y el zumbido constante de las máquinas llenaba la habitación con un murmullo constante.

Irene tomó un montón de ropa sucia y lo colocó en la lavadora, meticulosamente separando las prendas por color y tipo de tela. Con manos expertas, ajustó los controles de la máquina y la puso en marcha, observando cómo el agua jabonosa comenzaba a girar y la ropa se removía con suavidad.

Mientras tanto, Francisca se ocupaba de clasificar la ropa limpia, doblando cada prenda con cuidado y colocándola en pilas ordenadas. Con movimientos rápidos y precisos, pasaba de una tarea a otra, asegurándose de que cada prenda quedara perfectamente presentable para su devolución a los demás reclusos.

Entre las idas y venidas de la tarea, Francisca se volvió hacia Irene con una expresión de determinación en su rostro.

-Sabes, Irene. -Comenzó Francisca, su voz llena de anhelo, -Lo que más quiero en este mundo es que me reduzcan la condena y poder salir otra vez.

Irene asintió con empatía, comprendiendo perfectamente los deseos de su compañera.

-Lo entiendo, Francisca, pero mientras estemos aquí no creo que debamos mantener la esperanza. -Le dijo Irene.

Con un suspiro de resignación, Francisca asintió, sabiendo que la lucha por la libertad era una batalla ardua y sin garantías. Pero entre el zumbido de las máquinas y el aroma fresco de la ropa recién lavada, encontraba consuelo en la compañía de Irene y la promesa de un futuro mejor que aún brillaba en el horizonte.

Repentinamente comenzaron a escuchar ruidos, aunque ambas lo intentaron ignorar se dieron cuenta que eran voces conocidas.

Irene y Francisca, intrigadas por los ruidos que escuchaban, se acercaron sigilosamente a la puerta de la lavandería. A través de la rendija, observaron a Morena, una de sus compañeras, en medio de una conversación tensa con la guardia Sánchez.

La guardia Sánchez, con una mirada fría y desconfiada, se acercó a Morena y le preguntó con voz autoritaria:

-¿Qué haces fuera de tu celda?

Morena, manteniendo la calma a pesar de la intimidación, aunque no era una tarea fácil.

-Tengo permiso para ir a la enfermería, guardia. Necesito mi medicación. -Le respondió con voz firme.

La guardia Sánchez se acercó aún más, su expresión endureciéndose mientras miraba fijamente a Morena.

-Hay más formas de conseguir lo que quieres, Logue. -Murmuró en tono amenazante, sus ojos brillando con malicia.

Morena apretó los puños con determinación, negándose a ceder ante la intimidación.

-No estoy interesada en tus juegos. -Le responde. -Solo quiero volver a mi celda.

La guardia Sánchez soltó una risa siniestra, su voz llena de burla mientras se inclinaba hacia Morena.

-Recuerda que estás aquí por mucho tiempo. -Le recuerda con una sonrisa. -Te convendría hacer que tu estadía sea agradable.

Morena, visiblemente incómoda, intentaba alejarse de la guardia, quien la acosaba sin piedad. La expresión de Morena estaba tensa, sus ojos reflejaban el miedo y la indignación mientras intentaba mantenerse firme frente a la intimidación de la guardia.

-¡Ya te dije que no me interesan las mujeres! -Exclamó Morena, su voz temblorosa pero firme.

Esa guardia persistía en su acoso, y repentinamente levantó su mano, mostrando una llave a Morena y agitándola con gestos insinuantes. Morena observó la llave con confusión, sin entender completamente lo que la guardia intentaba insinuar.

La guardia, con una sonrisa maliciosa en el rostro, se acercó a Morena. Ella retrocedió instintivamente, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda ante las insinuaciones desagradables de la guardia. Sabía que detrás de esas palabras amables se escondía una trampa mortal, llena de peligro y consecuencias devastadoras.

-Estas son las llaves de la enfermería. -Le explicó en un tono suave pero desagradable. -Con ellas, puedo conseguirte medicamentos que pueden hacerte volar. ¿No te gustaría sentirte libre, flotando en las nubes, lejos de todo esto?

Morena frunció el ceño con desprecio, rechazando la oferta con determinación:

-No me interesa lo que tengas para ofrecer. Déjame en paz.

Morena notó la presencia de Irene y Francisca observándolas desde la puerta de la lavandería. Sus miradas preocupadas y comprensivas se encontraron con las de Morena, transmitiendo un sentido de solidaridad y apoyo en medio de la situación incómoda en la que se encontraba.

La guardia Sánchez, al percatarse del gesto de Morena hacia la puerta, giró bruscamente para ver qué estaba captando su atención.

-¿Qué miras, Morena?. -Le pregunta con curiosidad.

La guardia Sánchez, al notar a Irene y Francisca observándolas desde la distancia, frunció el ceño con frustración y disgusto.

-¿Qué hacen ustedes aquí? -Les pregunta con enojo. -¡Deberían estar trabajando!"

-Lo siento, guardia. -Se disculpa Francisca.

-¡Vuelvan al trabajo, ahora mismo!. -Les instó la guardia con urgencia.

Irene y Francisca intercambiaron miradas preocupadas antes de regresar a sus quehaceres, dejando a Morena a solas con la guardia. Aunque se sentían impotentes ante la injusticia que presenciaban, sabían que no podían intervenir sin arriesgar represalias contra ellas mismas.

Con un nudo en el estómago, continuaron trabajando en silencio, esperando en secreto que Morena pudiera salir ilesa de la situación comprometedora en la que se encontraba.

La guardia, decidiendo evitar un escándalo mayor, se retiró del lugar, dejando a Morena con una advertencia sombría que resonaba en el aire. Morena observó su partida con alivio, sintiendo el peso de la amenaza alejarse lentamente. Aunque había rechazado la oferta tentadora de la guardia, sabía que debía permanecer vigilante y alerta ante futuros intentos de manipulación y abuso.

Con un suspiro de alivio, Morena se volvió hacia Irene y Francisca, quienes la observaban con preocupación desde la distancia. Aunque el peligro seguía acechando en las sombras, sabía que no estaba sola en su lucha. Con el apoyo de sus compañeras de prisión, estaba determinada a resistir y enfrentar los desafíos que se interponían en su camino hacia la libertad y la justicia.

Ella sintió un escalofrío recorrer su espalda mientras recordaba un incidente similar que había ocurrido meses atrás.

En aquel entonces, Morena había tenido el coraje de denunciar a la misma guardia por sus abusos, solo para encontrarse con represalias violentas en su propia celda.

Los recuerdos de aquel fatídico día seguían atormentando a Morena, como sombras que se negaban a desaparecer. Había sido un momento de valentía, de enfrentarse a la injusticia y al abuso, pero las consecuencias habían sido devastadoras.

La imagen de la guardia, con su mirada fría y sus manos crueles aferradas al bastón, se había grabado en la mente de Morena como una cicatriz imborrable. Aquel día, después de haber denunciado los abusos que había sufrido a manos de la misma guardia, había sido un momento de liberación y empoderamiento.

Pero la libertad había sido efímera, y la violencia había llegado de nuevo a su vida con una ferocidad que la dejó sin aliento. La guardia, furiosa por haber sido expuesta, irrumpió en su celda con una furia descontrolada, golpeándola sin piedad con su bastón hasta dejarla gravemente herida y ensangrentada en el suelo.

Los golpes habían llovido sobre ella como un diluvio de dolor y desesperación, cada uno dejando su marca en su cuerpo maltratado. El sonido sordo de los golpes resonaba en sus oídos, mezclado con sus propios gritos de dolor y el rugido de la guardia, una tormenta de violencia que parecía no tener fin.

Finalmente, el silencio cayó sobre la celda, roto solo por el gemido agonizante de Morena mientras yacía en el suelo, herida y vulnerable. El bastón de la guardia yacía abandonado a su lado, una macabra reliquia de la violencia que había sufrido.

Horas más tarde, Morena había sido encontrada por otros reclusos y llevada de urgencia al hospital, donde había pasado días luchando por su vida. Las heridas físicas sanaron con el tiempo, pero las cicatrices emocionales seguían ardiendo en su interior, recordándole constantemente el precio que había pagado por su valentía.

Ahora, mientras recordaba aquellos momentos oscuros, Morena se aferraba a la esperanza de que algún día encontraría la redención que tanto anhelaba. A pesar del dolor y la angustia que la habían marcado, sabía que no estaba sola en su lucha. Con el apoyo de Irene, Francisca y otros compañeros de prisión, estaba determinada a enfrentar los demonios del pasado y construir un futuro mejor, uno en el que la justicia y la libertad finalmente prevalecieran.

El recuerdo del dolor y la humillación que había sufrido aquella vez se agolpó en la mente de Morena, reavivando el miedo y la angustia que había sentido entonces.

Mientras tanto, Irene y Francisca, preocupadas por su amiga, llamaron a Morena para asegurarse de que estaba bien. Con un gesto de dolor y cautela, Morena se acercó a ellas, sintiendo el peso de su experiencia pasada pesar sobre sus hombros.

-¿Cómo estás, Morena?. -Le preguntó Irene con voz suave, su mirada llena de preocupación.

Morena suspiró profundamente, intentando mantener la compostura a pesar del miedo que la embargaba.

Francisca se acercó a Morena con preocupación en su mirada.

-¿Estás bien? -Le consulta.

-No estoy bien, Francisca. -Le responde con frustración. -Estoy harta de este lugar y de todo lo que está pasando aquí.

Irene colocó una mano reconfortante en el hombro de Morena.

-No les des el gusto de verte triste, Morena. -Le dijo con decisión.

Morena miró a Irene con determinación en sus ojos.

-Tienes razón, Irene. -Le contestó Mirena. -No dejaré que le hagan.

Francisca se unió al grupo, transmitiendo su apoyo con palabras de aliento.

-Tenemos que ser fuertes y apoyarnos mutuamente. -Dijo Francisca. -Mientras estemos juntas, no podrán quebrarnos.

Morena asintió con gratitud, sintiendo un destello de esperanza brillar en medio de la oscuridad que la rodeaba. A pesar del peligro que enfrentaba, sabía que no estaba sola en su lucha. Con Irene y Francisca a su lado, estaba determinada a enfrentar los desafíos que se interponían en su camino hacia la libertad y la justicia.

            
            

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