Capítulo 4 04

Irene y Francisca se sumergen en las labores de la lavandería con una dedicación infatigable, dejando que el zumbido constante de las máquinas y el aroma a detergente llenaran sus sentidos. Cada prenda de ropa sucia que llegaba a sus manos era un recordatorio de la monotonía de la vida en prisión, pero también una oportunidad para encontrar consuelo en la rutina y la camaradería compartida con sus compañeras.

Con manos ágiles y precisas, Irene clasificaba la ropa por color y tipo de tejido, asegurándose de que cada carga fuera tratada con el cuidado y la atención que merecía. Las horas pasaban rápidamente mientras se sumergía en la tarea, encontrando un sentido de propósito y satisfacción en el trabajo bien hecho.

Entre la laboriosa tarea de lavar y doblar la ropa, Irene encontraba momentos de complicidad y camaradería con sus compañeras de prisión. Historias compartidas y risas compartidas se entrelazaban con el suave murmullo de las conversaciones, creando un vínculo de amistad y apoyo en medio de la dureza de la vida en prisión.

Luego de horas de trabajo arduo, Irene y sus compañeras finalmente terminaron sus labores en la lavandería. Con un suspiro de alivio y satisfacción, se miraron unas a otras con sonrisas de complicidad, compartiendo un momento de conexión y solidaridad en medio de las adversidades que enfrentaban.

Entonces, el sonido estridente de la campana resonó por los pasillos de la prisión, anunciando la hora del almuerzo. Como era costumbre, los guardias dieron el aviso para que las prisioneras salieran de sus celdas y se dirigieran al comedor en orden.

Con un gesto de despedida, Irene recogió sus cosas y se preparó para ir al comedor junto a Francisca.

Aunque el ambiente a su alrededor era opresivo y lleno de tensión, encontraban consuelo en la compañía mutua y en las conversaciones que compartían.

A medida que se acercaban al comedor, el murmullo de las conversaciones y el olor a comida caliente se volvía más fuerte, despertando el hambre en sus estómagos vacíos. Aunque el almuerzo en la prisión era una rutina monótona, encontrar un momento de camaradería y conexión con sus amigas hacía que el momento fuera un poco más llevadero.

Con una sonrisa en sus rostros y un sentido de unidad en sus corazones, Irene y sus amigas entraron en el comedor, listas para enfrentar otro día en la prisión con determinación y esperanza en sus corazones. Juntas, estaban preparadas para resistir y luchar por un futuro mejor, uno en el que la libertad y la justicia finalmente prevalecieran sobre la opresión y la adversidad.

Mantengo mi expresión imperturbable y tomo una bandeja antes de acercarme a la cocinera.

Con un gesto mecánico, ella me sirve mientras pronuncia un escueto:

-Disfrútalo.

-Gracias. -Le respondo con frialdad antes de dirigirme a una mesa donde se encuentran mis compañeras.

Cada paso está marcado por la calma aprendida en este oscuro confinamiento. Me siento junto a las otras mujeres, quiénes me reciben con una sonrisa.

Mis compañeras me rodean en el comedor, sus miradas curiosas se posan en mis marcas y cicatrices, pero sus preguntas son cálidas. En la mesa, mis compañeras rodean mi silencio con sus rostros preocupados. Carmen, de robusta figura y cabello rubio hasta los hombros, observa con ojos llenos de compasión. A su lado, Mariana, de piel oscura y cabello negro risado, muestra una expresión de preocupación genuina. Francisca, con su cabello castaño y tez intermedia, sostiene mi mirada con una mezcla de solidaridad y inquietud. Morena es un mujer de piel clara intermedia, alta y delgada, con pronunciados pómulos, completa el cuadro de diversidad en esta mesa compartida.

-¿Cómo estás, Irene?. -Me consulta Carmen con genuina preocupación.

Mi respuesta es breve, un simple:

-Bien.

Mientras la frialdad de mi tono intenta disfrazar la realidad de mis largos días de sufrimiento.

Al compartir la mesa, las conversaciones fluyen, y descubro que el mundo exterior ha cambiado mientras yo permanecía prisionera. Las leyes evolucionaron, pero mi presencia parece ser un secreto celosamente guardado. Mis compañeras comentan en susurros cómo los oficiales intentan borrar mi existencia, como si yo fuera un espectro que deben ocultar.

Las historias de cambios en el mundo exterior chocan con mi realidad estática en la celda. Cada palabra es un recordatorio de mi aislamiento y la oscura verdad que se oculta tras estos muros.

Irene, Morena y Francisca intercambiaban chistes y anécdotas mientras avanzaban por los pasillos, tratando de encontrar un momento de ligereza en medio de la pesadez de la vida en prisión. A pesar de las dificultades que enfrentaban a diario, su amistad era un rayo de luz en la oscuridad, una fuente de apoyo y fortaleza en momentos de necesidad.

-No sé cómo lo hacen, pero la comida cada vez sabe peor. -Carmen comentó con desagrado.

Mariana, con un tono sarcástico, bromeó:

-Pues es mejor que la cara de las que trabajan en la cocina.

Las risas estallaron entre el grupo, rompiendo momentáneamente la monotonía y la tensión del ambiente carcelario.

-A pesar de eso, hoy es un día especial. -Morena intervino con una sonrisa.

-Eso es verdad. -Dijo Irene.

Todas se voltearon hacia Mariana, quien se sorprendió ante la atención repentina.

-¿A qué se refieren? -Consto Mariana

Irene y las demás comenzaron a cantar la canción de "Feliz Cumpleaños", llenando el comedor con sus voces y celebrando el cumpleaños de Mariana. A pesar de las circunstancias difíciles en las que se encontraban, el momento de alegría compartida les recordaba la importancia de mantenerse unidas y encontrar momentos de felicidad incluso en los momentos más oscuros.

Mariana, rodeada de sus amigas, se sintió abrazada por el cálido amor de su círculo más íntimo. Cada una de ellas envolvió a Mariana con sus brazos, expresando sus deseos de felicidad en su día especial. La emoción brillaba en los ojos de Mariana mientras recibía los abrazos con gratitud, sintiendo la conexión profunda que compartían.

Carmen, su pareja, se acercó con una sonrisa amorosa y le plantó un beso suave en los labios, sellando su deseo de felicidad. La ternura del gesto resonó en el corazón de Mariana, quien devolvió el beso con un destello de amor en sus ojos.

Francisca, siempre llena de sorpresas, anunció con entusiasmo una revelación especial. Las miradas curiosas de Mariana y sus amigas se volvieron hacia ella, ansiosas por descubrir la sorpresa que les aguardaba. La emoción se palpaba en el aire, cargada de anticipación y expectativas.

-Chicas, tengo una sorpresa para ustedes en sus celdas. -Anunció Francisca con un brillo travieso en los ojos, desatando la intriga en el grupo.

Mariana, sorprendida por la noticia, dejó escapar una risita nerviosa. Sus ojos brillaban con anticipación, emocionada por descubrir el misterio que les aguardaba.

Sus amigas asintieron con complicidad, compartiendo el entusiasmo de Mariana mientras se dirigían juntas hacia sus celdas, envueltas en un aura de camaradería y celebración.

Irene, Francisca, Carmen, Mariana y Morena terminaron de cenar en el comedor, dejando las bandejas en su lugar antes de dirigirse hacia sus celdas. La atmósfera era tranquila, con el eco de risas y conversaciones ligeras flotando en el aire mientras caminaban.

Con determinación en su corazón y una sonrisa en su rostro, Irene se despidió del comedor, lista para enfrentar los desafíos que el nuevo día traería consigo. Juntas, ella y sus compañeras estaban preparadas para resistir y luchar por un futuro mejor, uno en el que la esperanza y la libertad finalmente prevalecieran sobre la oscuridad de la prisión.

El reloj marcaba las 22:36 pm, y el silencio descendía sobre la prisión mientras los guardias finalizaban sus rondas nocturnas. En su celda, Carmen se sentó junto a Mariana, trenzando hábilmente su cabello en su ritual nocturno.

-¿Te estoy jalando el cabello? -Le pregunta Carmen a Mariana mientras le está trenzado el cabello.

-No, vas bien. -Le responde Mariana.

Mientras tanto, en otra celda, Francisca se encontraba junto a Morena, su compañera de celda de confianza. Con un gesto serio, Francisca rompió el silencio.

-Creo que ya es hora. -Dice Francisca mirando a Morena

-Si, ya es hora. -Le contesta Morena asintiendo con determinación.

Con una complicidad silenciosa, las dos mujeres se prepararon para lo que estaba por venir, conscientes de la importancia de su próximo paso en la noche tranquila de la prisión.

Francisca se acercó a los barrotes de su celda y con un susurro apenas audible, llamó a su amiga:

-Irene, acércate.

Irene se levanta de su cama y se acerca a los barrotes de su celda al escuchar la llamada de Francisca

-¿Qué pasa? -Le consulta.

-Revisa debajo de tu cama, Irene. -Le dice Francisca. -Hay algo para ti.

Mientras tanto, en la celda contigua, Carmen y Mariana también compartían el espacio, igual que Morena e Irene.

Desde su celda, Francisca les indicó a sus compañeras que revisaran debajo de sus camas. La emoción creció cuando cada una de ellas encontró el mismo tesoro oculto: tres rebanadas de pastel sobre un plato, acompañadas de cubiertos y una lata de refresco, todo cuidadosamente guardado en un tupper.

-¡Hay pastel y refresco! -Exclama Carmen.

Irene recoge el plato con cuidado, sorprendida por el gesto.

-¡Qué detalle tan dulce! ¡Gracias, Francis! -Le agradece Mariana desde su celda.

-No es nada. -Le contesta Francisca. -Disfruta tu regalo de cumpleaños.

Las risas y los agradecimientos llenaron el espacio entre las celdas, uniendo a las amigas en un momento de alegría y camaradería.

Irene, con una cuchara plástica en mano, disfrutó de un bocado del pastel de fresa, dejándose llevar por su dulce sabor. Una sonrisa iluminó su rostro mientras suspiraba de alegría por el delicioso postre.

-Este pastel está increíble. -exclama con una sonrisa.

Sus compañeras asintieron con entusiasmo, compartiendo la alegría de aquel momento de dulce indulgencia. Entre risas y chistes, la conversación fluyó, tejiendo un vínculo más profundo entre ellas.

-¿Se imaginaron alguna vez que terminaríamos siendo amigas? -Pregunta Mariana de repente, rompiendo el flujo de la conversación.

Francisca, siempre lista para una broma, no pudo contenerse:

-Al principio, pensé que eran un poco extrañas, para ser honesta.

Morena, con un codazo juguetón, le respondió con complicidad.

-¡Oye, ten cuidado con lo que dices! -Le reclama Morena en tono juguetón.

Carmen, uniéndose a la conversación, asintió con una sonrisa:

-Yo pensaba lo mismo, pero aquí estamos, compartiendo pastel y risas en medio de esta locura.

Francisca, con una expresión seria en su rostro, cambió el tono de la conversación, dejando en claro la lección que había aprendido a lo largo de sus experiencia:

-Chicas, la personalidad y las acciones de las personas dicen mucho sobre quiénes son realmente. Mi tiempo aquí me ha enseñado que estar en este lugar no necesariamente hace que alguien sea malo.

-Nunca nos dijiste por qué estás aquí. -Le dijo Mariana intrigada por la revelación.

Francisca suspiró, revelando un pasado lleno de decepción y traición.

-Trabajaba para una empresa, o al menos eso pensaba. Creí que finalmente todo estaba saliendo bien, pero resulta que estaban estafando a los inversores. -Les dijo con dolor. -Querían un chivo expiatorio para cargar con la culpa cuando ellos escaparan, y esa persona resultó ser yo.

Un silencio pesado se apoderó de la celda, mientras las amigas procesaban la revelación de Francisca. La camaradería se fortaleció aún más, unidas por la comprensión y la empatía en medio de las adversidades.

-A mí también me arrestaron una vez. Intentaron asaltarme en mi barrio, que era muy peligroso. Me defendí como pude, con un bolígrafo que tenía a mano. -Les comenta Mariana. -Lo malo es que se le clavó en el ojo al tipo. Él me denunció, argumentando que yo lo había atacado a él, y me arrestaron sin mayores averiguaciones.

El relato de Mariana llenó la celda con un silencio tenso, mientras sus amigas absorbían la gravedad de sus palabras. Las miradas de compasión se cruzaron entre ellas, conscientes de la injusticia que Mariana había enfrentado.

-Qué horrible situación, Mariana. -Exclama Morena. -Debe haber sido aterrador.

-Es indignante cómo el sistema puede fallar de esa manera. -Dice Francisca.

-Morena, ¿cuál es tu historia? -Le pregunta Carmen con curiosidad.

Morena, con la mirada baja y un peso evidente en sus palabras, respondió con resignación.

Morena suspira mientras baja la mirada.

-Todo es por uno de los oficiales aquí. -Les dijo Morena.

Francisca, escuchando en silencio, sintió una punzada de tristeza al escuchar las palabras de Morena, aunque ya conocía su historia.

-¿A qué te refieres, Morena? -Le consulto Carmen frunciendo el ceño.

Morena levantó la mirada, sus ojos brillando con indignación y dolor.

-Un oficial me tendió una trampa. -Le conteto. -Me plantó drogas para arrestarme.

Carmen, sorprendida por la revelación, compartió su propia experiencia con una expresión de incredulidad.

-¡Lo mismo me sucedió a mí! -Aseguro Carmen. -Me detuvieron supuestamente por averiguaciones y me plantaron pruebas para arrestarme.

En el silencio cargado de la celda, Francisca decidió cambiar el tono de la conversación para levantar el ánimo de sus compañeras, su voz resonó con determinación, cortando la atmósfera tensa que había predominado.

-Chicas, cambiemos esas caras. Estamos celebrando un cumpleaños, no es momento de ponerse tristes. -Dijo Francisca con una sonrisa forzada, sus ojos reflejando un atisbo de esperanza en medio de la adversidad.

Carmen, agradecida por el cambio de enfoque, asintió con entusiasmo, sus ojos brillaban con gratitud mientras consideraba las palabras de Francisca.

-¡Tienes razón, Fran! Este es un momento especial. -Le respondió Carmen con una sonrisa, buscando formas de elevar el ánimo de sus amigas.

Tomando el espejo con cuidado, Carmen se acercó a Mariana, quien observaba su reflejo con una mezcla de expectativa y anhelo. La débil luz del pasillo iluminaba la expresión expectante de Mariana mientras Carmen giraba el espejo para mostrar las trenzas recién hechas, esperando ansiosa su reacción.

Mariana, al contemplar su reflejo, dejó escapar un suspiro de alivio al ver el resultado. Sus ojos brillaron con gratitud mientras asentía con una sonrisa, reconociendo el esfuerzo de Carmen por hacerla sentir especial en su día.

En la calma de la celda, las prisioneras compartieron un momento de intimidad, entre risas y confesiones.

-¿Se imaginan una buena pizza ahora mismo? -Les pregunta Carmen.

-¡Oh, sí! Con extra queso y pepperoni. -Dice Morena.

-Y una buena porción de helado de chocolate de postre, ¿no creen? -Comenta Francisca uniendose a la conversación.

Las mujeres compartieron sus antojos y preferencias culinarias, recordando con nostalgia los sabores de la libertad perdida.

-Extraño esos momentos en los que podía cocinar lo que quisiera, sin restricciones. -Agrega Mariana con un suspiro.

-Sí, la comida casera siempre es la mejor. -Asiente Carmen.

Entre risas y suspiros de nostalgia, el tiempo pasó rápido, y pronto llegó el momento de descansar. Con una sensación de conexión y calidez en sus corazones, las prisioneras se acomodaron en sus camas, dejando que el sueño las envolviera en la oscuridad de la noche, esperando con la esperanza de un nuevo amanecer.

                         

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