Romeo EL  CEO
img img Romeo EL CEO img Capítulo 5 italianos
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Capítulo 6 propiedad img
Capítulo 7 decepcionada img
Capítulo 8 Sostuvo img
Capítulo 9 sintiendo la resistencia img
Capítulo 10 su propia defensa img
Capítulo 11 Sou virgen img
Capítulo 12 estaba paralizada img
Capítulo 13 y caía img
Capítulo 14 El brucutu salió img
Capítulo 15 entrecerrando los ojos img
Capítulo 16 Evaluó el gran espacio img
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Capítulo 5 italianos

personas allí eran descendientes de personas que vinieron de Italia hace muchos años. - Es mi nombre artístico, soy cantante y toco música country en Devils Beer, ¿lo conoces? - No, soy una maldita outsider, como dice la gente - Bromeó. - Entonces vayan a verlo, es el punto de peonada - dijo riendo - Lo cual es genial, porque llenan la barra y el dueño me da más noches para actuar. ¿Cual es tu nombre? -Mariano. - ¿Ya te registraste en tu alojamiento? - Sí, Geraldo me mostró la habitación. - No pudo evitar hacer una mueca.

- Sé lo que estás pensando, que el jefe es sólo otro hijo de puta que esclaviza el trabajo de los trabajadores - Se ajustó su sombrero de vaquero en la cabeza, miró a su alrededor y luego se volvió hacia ella - El señor Grassi es de origen humilde y no lo olvidé. -Grassi. - pronunció absorbiendo la melodía del apellido. -Sí, Romeo Grassi. Es hijo de padres italianos, sus padres fallecieron. De hecho, todos los miembros de su familia murieron, incluida su esposa. - Bajó la voz casi de forma cómplice - Para ganar buen dinero basta con agachar la cabeza y trabajar. Y, por supuesto, de fiesta cuando vamos al centro de la ciudad. - Esto dificulta el ahorro de dinero. - dijo con buen humor, gustándole los modales desenfadados del vaquero. - Pero la vida no se trata sólo de trabajo, amiga - Saludó a alguien detrás de ella - El viernes sales con nosotros. - Oh, pero no sucederá, estoy arruinado. - El pago aquí es semanal. - No recibiré el pago. - ¿Como no? - Me equivoqué y estoy tratando de arreglarlo - Sonrió, avergonzado - Entré en uno de los graneros para refugiarme de la lluvia y casi me matan dos perros. Jack se rió a carcajadas. - ¡Chico loco! - Le dio un amistoso golpe en el hombro, y Mariana casi pierde el equilibrio y cae de culo - Así que cuando recibas tu primer sueldo nos acompañarás al Santuario de las Vírgenes. - Le dedicó una sonrisita traviesa. - ¿Actúas allí también? - Lamentablemente no, y ni siquiera cobraría nada - Parecía divertirse con su cara - Allá en el Santuario hay vírgenes del corazón, las más calientes de la ciudad. Está bien, se estaba burlando de ella, pensó, considerando que acababa de meterse en problemas. - Bueno, tengo que buscar al señor Geraldo y ver por dónde puedo empezar. - dijo evitando continuar con esa conversación sobre encontrar vírgenes de corazón. - Así es, ve tras el viejo, Mariano. - Fue un placer conocerte, Jack. Él le dirigió una mirada burlona, ​​pero luego se echó a reír. - ¡Chico loco! - dijo, por encima del hombro, todavía riendo, balanceando las caderas mientras se alejaba. ¿Tal vez fue un placer conocerte y eso sonó como una frase para ligar?, consideró, mordiéndose el labio inferior, sin estar segura de si estaba entendiendo o no fingir ser un chico. Capítulo 8 Mariana se enfrentó a una tarea que nunca antes había hecho: limpiar el establo de un caballo. Nunca había tenido contacto con animales grandes, pero ahora estaba allí, sosteniendo una pala y una carretilla, listo para partir. El calor abrasador la hizo sudar muchísimo. La ropa se pegó a la piel. Gotas de sudor goteaban de su cuero cabelludo envuelto en una gorra. Seu Geraldo le había encargado que se ocupara de los establos de los caballos. Ella no prestó mucha atención a lo que dijo a continuación, tal vez le preguntó si sabía limpiar un cubículo o algo así. En ese momento Mariana estaba concentrada en sus propios pensamientos, lo que le provocó cierta sordera. Pensó, por ejemplo, en preguntar de qué raza eran los caballos que criaban en la granja. Pero no preguntó, manteniendo la cabeza gacha y los ojos fijos en el suelo. Respiró hondo y se encaró hacia la cama, que era donde dormía el caballo, en este caso hecha de paja, considerando comenzar por allí. La estructura era simple, pero estaba bastante sucia, con heno y heces de caballo esparcidos por el suelo. Se armó de valor y comenzó a barrer el piso de cemento cubierto de aserrín, juntando todo el material en un montón. Metió la pala en la carretilla, que crujió cuando la sacaron del establo. Vació el carro en un hoyo cavado especialmente para recibir excrementos animales. Se secó la frente con el dorso de la mano, sintiéndose satisfecha de haber realizado la primera parte de la tarea. Sin perder tiempo, mojó un paño en un balde con agua cercano y comenzó a limpiar las paredes del cubículo, quitando toda la suciedad acumulada. El fuerte olor que había en la habitación la molestaba un poco, pero pronto se acostumbró. Cuando terminó de limpiar todo, se sentó en una silla vieja al lado del cubículo. Respiró hondo, jadeando. En cierto modo, se sentía orgullosa de haber completado la tarea. Se miró las manos, llenas de callos y ampollas, y trató de no pensar en el dolor de su cuerpo. Por Dios, estaba al borde del agotamiento físico. La satisfacción por el trabajo realizado duró poco. El momento de las cosas buenas. Pronto se encontró inmersa en la tristeza. Pero fue una inmersión rápida, no se hundió en el barro, se quedó en la superficie. El sol del mediodía lamía los ladrillos, haciendo que el lugar fuera sofocante. La música que salía de una radio no muy lejos era melancólica. Mariana lo reconoció como And I Love Her, de los Beatles. Los Beatles tocaron en una granja en el fin del mundo, en una frontera conocida por su violencia y, aun así, ella había hecho autostop con desconocidos en el camino. Alguien susurraría que tenía intenciones suicidas. Cuando huiste de tu propia vida, ¿no fuiste suicida? ¿O fue cuando la valoraste demasiado? Intentó desviar la atención de sus pensamientos, al menos de los más oscuros, aquellos que se infiltraban furtivamente como amebas comiéndose el cerebro. Se quitó la gorra y se abanicó con ella. Luego lo volvió a colocar, ajustándolo a su cabeza y bajando la solapa hasta el nivel de los ojos. La canción entró en el ambiente húmedo y, ahora, oliendo a desinfectante floral mezclado con el olor acre de la paja, las virutas de madera, el cuero de los equipos de montar y el pelo humedecido en sudor de los caballos. Salvaje, primitivo y vigorizante. Todo parecía más vivo a su alrededor. Lo curioso fue que se sentía casi muerta. Había una vida dentro de nosotros y otra fuera, pensó, una lucha por el poder que provocaba un estrés tremendo. Para liberarse de la batalla interna, Mariana se escapó, bebiendo hasta caer rendido. Sin dinero, la cosa era salir con amigos y beber vodka ajeno. El problema fue que la tristeza no terminó. La bebida sólo la adormeció durante unas horas. No podía dejar caer la pelota. Veintinueve puestos más esperaban una buena limpieza. Capítulo 9 Eran alrededor de las 6 de la tarde cuando Mariana empujó la carretilla hasta el agujero de las heces por última vez. Sin embargo, ni siquiera había limpiado la mitad de los puestos del segundo establo. Según sus cálculos, tendría que pasar toda la mañana trasteando con él hasta poder completar la tarea. Pero sabía que el trabajo en la finca terminaría en unos minutos y no se reanudaría hasta las seis de la mañana. Bueno, tuvo que admitir que había fracasado. No podía hacer el trabajo, su cuerpo era simplemente un desastre, apenas podía caminar sin gemir. Había dolor en todas partes, en los brazos, en la columna lumbar, detrás de las rodillas y en las manos, lastimadas por los mangos de madera de la pala y la escoba. Antes de regresar al trabajo vio a una mujer con un vestido gris, largo hasta las rodillas y el pelo recogido en un moño. Parecía tener poco más de treinta años y sostenía a un bebé en su regazo

                         

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