"ves" exclamó el conde, "ella no puede hacer nada, ¿Crees que si se le ofreciera a alguien algo como eso lo desaprovecharía?" dijo mientras miraba a la anciana. " esta mujer no es más que una estafadora" reconoció. "como se topó con un problema real, no sabe como resolverlo, esta usando sus palabrería baratas. ¿No ves que desde el principio no dio ninguna esperanza? Al menos la iglesia hizo un esfuerzo pero esta charlatana... con todo el descaro del mundo no lo ha intentado". Era claro el enojo en sus palabras.
Richard era alguien frío y calculador, no se dejaba ver tan fácilmente. Sin embargo, cuando se trataba de su esposa, perdía los estribos.
La anciana lo miro con desdén, las palabras de él conde la habían enojado, así que, expresó. "no olvides que quise evitarles cierto sufrimiento, ¡oh conde Wright! Pero ya que duda de mis habilidades, le diré estas palabras".
El conde la miró con disgusto y respondió "déjeme decirle que no le daré el amuleto con mi sello... no hasta que mi esposa de a luz a otro bebé". Él quería irse, pero sabía que su esposa creía en estas estupideces.
"tu bebé no crece en tu vientre y es porque, debido a ciertas circunstancias..." guardó algo de silencio, no sabía como le explicaría. Pero de repente tuvo una idea. "fue víctima de una maldición".
"¡lo sabía!" reconocía Elizabeth, mientras Richard ponía sus ojos en blanco.
"la única manera de romper esa maldición es... una flor", cuando Menciono lo de la flor, Richard frunció el ceño, pero no dijo nada, solo la dejó hablar. "es una flor de caléndula, pero a diferencia de las demás, su color es blanco".
Richard hizo un movimiento incomodo en su silla, pero Elizabeth ignoró todo a su alrededor. "¿Dónde puedo conseguirlas?".
La anciana miró a Richard, y luego volvió su mirada a Elizabeth. 'la pobre no sabe en que se está metiendo, pero ayudaré en algo', pensó. "en la isla abandonada en el sureste del continente, en las ruinas de un antiguo palacio, encontrarás una maceta con el capullo de la flor de caléndula".
"¡No!" exclamó el conde, "no iremos allá a buscar nada, es imposible que una flor de caléndula sea blanca, ¿no ves que es un engaño?" trataba de convencer a su mujer, pero nada parecía hacerla entrar en razón.
La mujer ignoró a su marido y continuó prestando atención a la señora. "para encontrar la flor, deben de ir ambos, porque al se extraña la flor, si la sacan de su habitad, puede marchitarse y perder su efectividad". Aconsejó.
"la condesa no puede someterse a viajes largos" intervino Richard, sin embargo Elizabeth no estaba dispuesta a escuchar negativas.
La anciana viendo la renuncia de la mujer, buscó entre sus cajones y le pasó un frasco con un contenido amarillento. "Si tomas eso, podrás soportar el viaje" le entregó en sus manos. "una vez y encuentren la flor, deberán verter la en agua tibia, cada uno, verterá unas gotas de su sangre al agua. Luego, cuando la flor se abra, el líquido empezará a brillar, entonces ahí estará listo. Entonces lo beberás, hasta la última gota de el líquido", advirtió. "luego, te sentirás muy débil, y puede que hasta te desmayes, pero será una gran señal... entonces la maldición estará rota".
"¡oh... muchas gracias!" exclamó agradecida. Luego miró a Richard con alivio. Él, le devolvió una sonrisa fingida, no estaba convencido de que eso fuera bueno para ellos.
"solo le diré una cosa" llamó la atención de la pareja. "como su bebé... esta en una especie de maldición... puede que su aspecto sea... algo diferente" aclaró. "pero de algo estoy segura, es que este será tu último embarazo, así que cuida muy bien a tu bebé" dijo apasionadamente a la condesa.
La pareja salió de allí, con un contrato firmado con la adivina, cuando la condesa diera a luz, le sería entregado lo prometido.
El conde, tendría todo este tiempo para convencer a su esposa, que ese viaje era una mala idea.
Pasó una semana y por más que quiso explicarle a Elizabeth de los problemas que eso podría ocasionar, ella no oyó razones, obligando a Richard a delegar responsabilidades a sus subordinados, y dejar todo listo para el viaje.
Elizabeth estaba contenta, aunque el viaje parecía que había distanciado a Richard de ella, pensaba que cambiaría de parecer una vez y naciera el bebé.
El día de partir a la isla de Fantear, Elizabeth era la única emocionada. Richard solo estaba resignado, pensaba que el resultado de esta incursión, haría feliz a su mujer, y aunque la idea de tener un hijo de esta manera lo estaba enloqueciendo, prefirió que dejaría a su mujer vivir la experiencia, luego verá que hará.
• Final del relato...