Capítulo 4 Charlatana

La anciana les indicó tomar asiento, mientras ella se sentaba del otro lado de la mesa.

Inmediatamente, Elizabeth se sentó donde se le indicaba y Richard al lado de ella con mucha desconfianza.

La condesa iba a decirle a que había venido, pero Richard la detuvo. En esta situación, pareciera que lo iban a estafar, "no le digas nada, si de verdad es una adivina y es como se dice de ella, puede saber a que hemos venido".

Elizabeth quería refutar lo que él había dicho, pero realmente tenía sentidos sus palabras, así que solo miro a la señora con cara de culpa y resignación.

La señora sonrió con algo de malicia. Por su puesto que ya sabia quienes eran y porque habían venido, desde que atravesaron la puerta de su negocio, los espíritus menores se lo habían dicho. Sin embargo, solo le dijeron quienes eran y cual era su problema no la solución, aunque eso era un inicio.

"no tiene que desconfiar de mis habilidades, conde Wright" dijo la anciana con mucha confianza. "fue usted que vino a mi a buscar respuestas por el problema con el embarazo" espetó, sorprendiendo a la pareja. "así que, deje la desconfianza, si es la voluntad de los dioses el que yo le ayude, me darán la solución, sino, entonces es solo voluntad de las deidades". Concluyó la señora.

Esas palabras angustiaron a Elizabeth, ella más que ;nadie sabe en la situación en la que se encuentra. Ha perdido dos embarazo y este embarazo no va por un buen camino. Además, la gente de la iglesia fueron a su casa a bendecirla, y no tuvieron ninguna visión ni profecía acerca de su situación.

Por el contrario, Richard estaba sorprendido por las palabras de la señora, y la osadía y confianza que mostró. Pero también le pareció divertida la forma en la que ella trataba de engañarlos... pensaba. La madre de Elizabeth le pudo haber dicho a la señora de su visita, y al parecer, la anciana conoce muy bien su temperamento, pues no se ha comprometido a resolver el problema, sino que le dejó la culpa a los dioses. ' que tontería' pensó...

La señora instó a la pareja a tomarse de la mano y concentrarse en ese asunto. Dijo que preferiría que cerrarán los ojos, pero conociendo al conde, dejo la opción abierta.

Luego de unos minutos de cánticos y conjuros, la señora por fin abrió los ojos.

Primero miro al conde con asombro, al parecer lo que había visto la dejó impactada. Luego miró a la condesa, y su mirada paso de ser de asombro a una de lastima, lo que había visto, la hizo sentir pena por la muchacha.

Así que, en una forma de ayudar a la muchacha en esta difícil situación le comento. "mi niña" dijo con voz cariñosa mientras tomaba sus manos. "se lo mucho que desea tener otro bebé". Bajó la cabeza con mucha tristeza y luego volvió a mirar, aquellos anhelantes ojos grises. "pero en esta vida, no podrás dar a luz otra vez, confórmate con tu pequeño Iván y dale a él todo el amor que tienes para dar".

La condesa empezó a sollozar dolorosamente, las palabras de la anciana, habían calado su alma. "por favor...." Lloró la mujer, "debe... de haber al... alguna manera". Parecía desconsolada.

Richard, al verla de esa manera, le consoló. Luego miró a la anciana sin poder resistir las ganas de gritarle. "¡es una charlatana!" espetó," mi esposa es una mujer joven, ¿Cómo puede decirle que no tendrá más hijos? ¿Acaso busca su muerte?".

La señora, temía de las palabras del conde, pero ya los dioses le habían hablado. Incluso le mostraron el futuro... solo pudo ver los próximos 10 años, y fueron muy desgarrador. Nadie quisiera vivir ese tipo de vida, menos siendo noble, así que, es mejor si ese niño en el vientre de la condesa, no nazca. Llegó a esa conclusión.

Sin embargo, viendo a ese hombre imponente frente a ella, a usándola de ser una farsante, le daba mucha impotencia. "conde Wright" llamó la anciana. "se que ama a su esposa, y que ahora está alterado, por eso pasaré por alto sus palabras", declaró. "pero sepa, que lo que estoy diciendo es por el bien de su matrimonio, para que sus vidas continúen siendo pacifica, es necesario que la condesa no tenga más hijos" concluyó mirándolo a los ojos.

"¿Cómo puede... saber eso?" intervino Elizabeth enojada. "Richard ha sido un excelente padre... y nuestro matrimonio esta en sus mejores tiempos".

La anciana miró a la condesa con tristeza, "mi niña, escucha a esta anciana" aconsejó la señora. "es mejor así, este nuevo bebé es demasiada responsabilidad, no es bueno que venga al mundo... no en esta vida" volvió a repetir, mirando de reojo al conde.

Las palabras 'en esta vida' hicieron que Richard se estremeciera en su asiento, pero lo disimuló muy bien, manteniendo su cara estoica.

Elizabeth, volvió a llorar, ahora con más sinceridad. "por favor... ayúdeme".

Richard, al ver a su esposa descomponerse por un bebé qué todavía no nace, se sintió conmovido y desolado. Aunque continuaba creyendo que la anciana era una charlatana, algo en sus palabras, lo hacían sentir inquietud. "vamos Liz, no hagas caso a sus palabras".

Elizabeth negó con la cabeza mientras sollozaba, tenía la seguridad que esa mujer tenía la respuesta. Sentía que ella no le estaba contando algo, Sentía que ella tenía la respuesta. "¡vamos!" exclamó nuevamente. Tomándola de los hombros para que ella se levantara.

Richard, tiro dos monedas de oro, a la señora y casi obligó a su esposa a levantarse de esa silla. Sin embargo, ella no quiso escuchar. " por favor señora" tomo sus manos con determinación y le propuso. "le daré todo lo que pida, incluso un amuleto con el sello de los Wright, así le será más fácil incorporarte a este imperio, pero por favor... ayúdeme". Rogó nuevamente.

"Liz, ¿de que estas hablando?" intervino el conde, "no puedes ofrecer cosas así y menos a una extraña. ¿Sabes lo valiosa que es eso?". Y no estaba equivocado, aunque fuera un plebeyo, si llevara ese amuleto, podría ser tratado como noble, pues ese amuleto de notaba que eras amigo cercano de la familia. Y la familia Wright, era una de la más poderosa, porque en el imperio, eran pocas las familias que tuvieran el poder de ellos.

La anciana, pensó lo que le estaban ofreciendo, y se mordió los labios por la tentación, pero no quería dar su brazo a torcer.

            
            

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