- ¡Capataz! ¡Sr. Caetano!... los trabajadores no mentían. La hemos visto, le disparamos, pero esa condenada bestia es astuta, escurridiza y es tan veloz como un jaguar, la vimos alejarse por los senderos que llevan al lejano afluente, y temimos aventurarnos en esos lodazales.
Caetano, ya en pie, coge y se vierte en el rostro agua de un porrón y tras sacudir la cabeza y pasarse la mano por la cara, les pregunta:
- ¿Están seguros de que no era alguna especie de tapir o capibara?
Los empleados se miran entre sí, indecisos y temerosos de ser objetos de burla, el mismo de antes, fuertemente convencido, le responde:
- No, señor, lo que avistamos no es un animal conocido, ni nativo alguno - de repente enmudecen esperando a que su líder digiera bien lo que acaban de decirle.
A pesar del barullo, Caetano se mantiene silencioso, pues denota pánico en el semblante de cada trabajador que tiene delante, y da una rápida ojeada a su capataz, quien con la mirada le afirma no haber estado delirando.
Los trabajadores se aglomeran ante el jefe, como si este pudiese brindarle protección ante lo enigmático, uno de ellos da un paso con el semblante lívido, echa un vistazo a su alrededor y rompe el silencio:
- ¡La muerte ha regresado...! Créanlo o no, ya su mensajero camina otra vez entre nosotros como lo hacía con nuestros antepasados.
Un silencio sepulcral y generalizado los domina y va colmándolos de más pánico e incertidumbre, puesto que muchos tienen conocimiento de las antiguas leyendas y a qué se refiere el compañero y este para rematar lo antes dicho exclama, lo que ninguno se atreve a reconocer:
- ¡El Nahibarú, ha vuelto para apoderarse de las mujeres y devorar a los recién nacidos!
- ¡Me regresaré a mi aldea...! ¡Alguien tiene que cuidar por mi familia! -exclamó otro, seguido de un incontrolable griterío.
- ¡Si la bestia a la que llaman Nahibarú merodea por el campamento, es porque busca nuevas víctimas para llevarlas a su cubil, y devorarlas lentamente! -se escuchó otra voz asustada.
- ¡Los guerreros ancestrales nunca lograron abatirla!... ¡Prefiero verme ante los colmillos de un jaguar o arrastrado al río por un gran caimán! -exclamó Coutinho, extendiendo más el latente horror a su alrededor.
Por su parte, el líder, viendo la indecisión y pavor que se extendía como pólvora entre sus empleados, golpeó fuertemente la mesa con el canto de un machete.
- ¡Hagan silencio, parecen mujeres aterradas y no rudos trabajadores! -brama Caetano enfurecido.
- Porque sabemos de qué hablamos, señor, lo sabemos, ya que apenas minutos atrás lo vimos,
Entonces, levantando los brazos para aplacar aquel desborde de miedo que se ha impregnado en los moradores del campamento, ya más calmados, vuelve a dirigirse a ellos.
- Cuéntenme sobre esa criatura que tanto pavor les causa. Descríbanmela, pero que hable quien verdaderamente la logró ver.
Uno de los más ancianos levanta las manos y el resto enmudece... Dando unos pasos se separa del resto.
- Patrón, sabemos que usted fue criado en Norteamérica y por eso desconoce de su existencia, pero su temible nombre era murmurado por los ancestros. Se dice que es un emisario del dios Yacuruna. Más nunca se supo de donde vino... Los antepasados narraban historias sobre ella... Decían que era una bestia oscura con forma humana.
- ¡Eso fue lo que vimos rondando las tiendas! -gritan desde el grupo.
- ¿Díganme que hombre o bestia logra sobrevivir tantos siglos sin ser atrapada y continuar merodeando? -no fue lo que pedí y no creo en tales patrañas.
- Créalo patrón, es una bestia que de solo tocar tu cuerpo puede ponerte la carne como si hubiese sido alcanzada por un rayo. Una con el poder de los dioses diabólicos -gruñó João mirando a los demás.
- ¿Tú la viste João? -lo interroga con el rostro endurecido - descríbeme exactamente lo que presenciaste.
-Mire, patrón. Ese bicho espantoso pasó muy cerca del pozo de agua y se detuvo junto a él, cómo olfateando su interior, en ese momento yo atraído por los gritos salí de la cabaña con este farol que todavía llevo y pude verlo muy clarito. Esa bestia espantosa al sentirme se volteó me miró por un instante y desapareció en dirección al río. Le juro por mí, madrecita que la sangre se me heló.
A los escandalosos y alterados, se le han sumado otros que continuaban durmiendo bajo los efectos del alcohol, pero despertados por la algarabía decidieron investigar qué pasaba. El jefe y su capataz desalojan la cabaña reuniéndolos en la pequeña explanada. Muchos aún continúan alumbrando con sus teas y faroles a los oscuros límites de la selva, temiendo que la criatura irrumpa nuevamente.
Después de un corto tiempo de debates y reflexiones, ambos líderes en el centro del grupo ya se ponen de acuerdo y Caetano dice la última palabra:
- Enviaré un emisario a las oficinas de la compañía en Manaos, dándole conocimiento de lo sucedido, al amanecer nos dividiremos en partidas para rastrear a la bestia... La cazaremos para que los trabajadores pierdan el miedo y podamos continuar con la faena. El tiempo apremia y debemos cumplir contratos firmados.
- ¡Señor! -le grita uno levantando el brazo- las armas que tenemos son escasas. Esa bestia caminó en el pasado durante siglos por todas las selvas sudamericanas... ¿Cómo la detendremos? Si antiguos guerreros no pudieron hacerlo.
El capataz avanza unos metros y los aplaca:
- Contamos con una decena de rifles, varios revólveres y abundante munición... Cada partida llevará dos y todas las armas blancas con las que contamos. Si al anochecer no hemos dado con ella, volveremos a nuestras labores y por las noches reforzaremos la vigilancia.
- Dispongan de tres voluntarios que vayan a la aldea más cercana y si no los matan y arrojan al río, intenten negociar con su líder para contratar a sus más diestros cazadores, rastreadores y sus perros-exclamó Caetano.
Uno del grupo se adelanta un poco y emite por encima de las demás voces que se atropellan en gargantas asustadas.
- Patrón, el poblado más cercano, es enemigo declarado de lo que hacemos, esos indígenas desprecian a las compañías petroleras y de gas, a los leñadores y mineros que irrumpen en sus ancestrales territorios... Nos llaman los devoradores de sus árboles, animales y recursos que ellos utilizan únicamente para subsistir.
A pesar de lo que escuchan, varios se ofrecen para lo solicitado y el jefe les ordena:
- Tomen un Jeep y partan ahora mismo. Ofrézcanles telas, baratijas a sus mujeres y niños, alimentos y ron a sus líderes, si son rechazados, busquen en otra comunidad hasta convencerlos de su ayuda... Que los aldeanos y sus animales le sigan el rastro a los que saldrán de cacería.
Con las primeras luces del amanecer, cuatro catervas parten del campamento en dirección a los pantanos, dejando atrás, menos de la mitad de los trabajadores que quedaron cuidando el lugar...
La dirigida por Cabral, se interna en los senderos del oeste, un guía abre la marcha escudriñando cada charca, lodo o matorral que pueda revelarle el paso de la criatura por ellos. Al mediodía se detienen extenuados por el calor y se agrupan bajo unos frondosos árboles... Tras beber agua y llevarse exiguos alimentos al estómago, reanudan una búsqueda que se extiende casi hasta el atardecer, cuando arriban a unos lodazales cubiertos de verdes juncos.
El capataz se detiene y con un paño húmedo en la mano, se frota el rostro, con la otra abanica el sombrero de anchas alas, y entrecierra los ojos, intentando divisar más allá de las plantas, cuando escucha un grito:
- ¡Miren a la derecha de los tallos que se mueven!
Las armas de fuego apuntan al lugar, las blancas son empuñadas con temor y sus portadores se mantienen expectantes. En efectivo, las plantas oscilan ligeramente y lo hacen en dirección contraria al escaso viento que llega desde el río negro... Cabral levanta el fusil y apunta al lugar, pero segundos después una familia de pecaríes emerge para alejarse al avistar a los humanos.
El momento de tensión pasa entre respiraciones fuertes y rezos, Cabral miró al empleado Eduardo que a unos pasos de él, baja el otro rifle con que cuenta el grupo.
- La tarde empieza a palidecer, creo que es hora de que regresemos al campamento... Mañana les espera una dura jornada.
- El capataz tiene razón, la bestia ha decidido marcharse a otros territorios -repuso Bardales, uno de los ingenieros forestales contratados por la Compañía.
Pero a unos tres kilómetros de ellos, en dirección a otros pantanos, la partida de Caetano había encontrado huellas frescas de la criatura...
- Sr. llevamos horas siguiendo su rastro y cada vez se interna más en las ciénagas, creo que debemos dejar la persecución para otro día y regresar con más hombres, aquí los caimanes y las anacondas acechan en cada charca.
- Américo. Si desistimos ahora, mañana trabajarán con el miedo de ser atacados y tal vez ni duerman pensando en eso... Las lluvias amenazan con caer, de hacerlo perderíamos el rastro -le objeta el jefe decidido a no abandonar la persecución.
- Patrón, los trabajadores están extenuados y desean regresar.
Lo contempla enfurecido y le contesta a gritos, buscando con ello ser escuchado por el resto:
- ¡Ninguno dejará la batida...! Ya hemos perdido un día de trabajo y eso cuesta cientos de miles de dólares... ¡Dólares que ganaremos si logramos capturar a la bestia que llaman Nahibarú! -voltea la cabeza mirando a su alrededor la compostura de los que le rodean y termina ordenando mientras señala a uno de ellos- Bastidas, parte ahora mismo en busca de los rastreadores y sus perros, que el resto de los grupos te sigan hasta aquí, trae suficientes víveres para una extensa cacería porque no desistiré.
Los demás ven al nombrado Bastidas, alejarse a toda prisa por los mismos senderos recorridos anteriormente, mientras cumplen las disposiciones del jefe. Unos se dedican a cortar largas ramas a las que le dejan en un extremo dos ramificaciones cortas en forma de V. Otros levantan el campamento creando un perímetro que será custodiado mientras llegan los refuerzos.