NAHIBARU -Dios o mítologia
img img NAHIBARU -Dios o mítologia img Capítulo 4 capt 4 De cazadores a bandoleros
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Capítulo 6 capt 6 Una gran anaconda y la persecución de la bestia img
Capítulo 7 capt 7 Crimen y avaricia img
Capítulo 8 capt 8 Una reliquia codiciada img
Capítulo 9 capt 9 Desquite aborigen img
Capítulo 10 capt 10 Dos rituales diferentes img
Capítulo 11 capt 11 Pactos a escondidas img
Capítulo 12 capt 12 Entre expedicionarios y conspiradores img
Capítulo 13 capt 13 Los periplos de João img
Capítulo 14 capt 14 Entre dos bestias de La Amazonia img
Capítulo 15 capt 15 El reencuentro con João img
Capítulo 16 capt 16 Dos semanas de agitación img
Capítulo 17 capt 17 De regreso a la caverna de los muertos img
Capítulo 18 capt 18 Nuevos descubrimientos img
Capítulo 19 capt 19 Sospechas y acechos img
Capítulo 20 capt 20 Ataque sorpresivo y venganza consumada img
Capítulo 21 capt 21 Momentos de tensión img
Capítulo 22 capt 22 Atrapados y sometidos img
Capítulo 23 capt 23 Furia desatada img
Capítulo 24 capt 24 El cuaderno de Rossana Bond img
Capítulo 25 capt 25 La tumba del soldado inmolado img
Capítulo 26 capt 26 El ojo que llora sangre img
Capítulo 27 capt 27 Un templo bajo la montaña img
Capítulo 28 capt 28 Enigmas y pasado img
Capítulo 29 capt 29 Revelaciones increíbles img
Capítulo 30 capt 30 El extraordinario Alan -FIN img
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Capítulo 4 capt 4 De cazadores a bandoleros

Pero el ídolo les infunde temor a lo desconocido y patrimonial y vacilan, momento que es aprovechado astutamente.

- Cavero, mejor dejar ese ídolo en su altar, siempre vienen acompañados de maldiciones y conjuros para quienes lo profanen -le ataja Bardales, intentando infundirles más miedo del que ya están sintiendo; sin embargo, no lo hace por ese temor que sienten sus acompañantes, su oculto motivo es regresar después solo y tomarlo él...

Cavero, siempre fue un individuo ambicioso y egoísta y quienes lo conocen lo saben, por otra parte, no está muy convencido de las intenciones de Bardales y no muy convencido de lo escuchado, lo mira con el rabillo del ojo y posteriormente a de Souza quien parece compartir la opinión del otro, pero decidido les responde:

- Si vamos a saquear este lugar, lo haremos completamente ¿Qué dios ancestral puede reprochárnoslo?

de Souza se rasca la cabeza, pensativo e indeciso de a quién hacerle caso, por un lado, también quiere que su parte de ganancias sea mayor y por la otra siente pavor por las maldiciones, ya que conoce escuchó de algunas que cobraron la vida de quienes se atrevieron a desafiarlas. Nuevamente, el más astuto de ellos se aprovecha de la indecisa situación y toma partido:

- ¡Cavero, no seas estúpido! Runapuma enviará sus poderes y maleficios contra nosotros, debemos dejarlo y olvidarnos de él, créeme con lo demás, tendremos dinero suficiente y esa maldita estatuilla será nuestra perdición.

- Bardales, está diciendo la verdad. Tiempos atrás supe de unos cuantos que murieron por culpa de esas condenadas brujerías -argumenta de Souza retrocediendo.

Viendo que ninguno del grupo sigue sus órdenes y que los otros trabajadores también vacilan, entonces les advierte:

- Si tanto pánico le tienen a los hechizos, déjenme a mí afrontarlos, pero sepan que lo que obtenga por esto será solo mío, ya que renegaron ayudarme.

Es entonces qué, envalentonado, camina hacia la imagen, la rodea con sus brazos y comienza a levantarla con evidente dificultad, justo en el momento que la despega del pedestal un atronador ruido y varios silbidos se escuchan al unísono. Horrorizados los que lo acompañaban le ven caer de rodillas con tres cortos venablos clavados en su espalda, otro de los presentes también yace contra las paredes con dos más sobresaliendo de su pecho, pero lo que más les aterra es que la entrada por donde llegaron ahora está sellada por una pesada roca. El testarudo Cavero con su avaricia activó un mecanismo bien construido por aquellos antepasados de la selva para poner a resguardo de otras tribus enemigas y vandálicas a su venerado Dios. Entre gritos y exclamaciones, de Souza logra calmarlos y tras tomar lo que ya habían acumulado, junto con Bardales, les incita a abandonar el lugar, por la otra salida...

Sin remordimientos y si aterrados, dejaron el cuerpo del otro empleado y el de Cavero abrazado a la efigie del dios labrado, en el mismo lugar en que fue alcanzado por unas lanzas que habían estado aguardando dormidas en el tiempo, nadie se atrevió a quitarlo de la grotesca posición, los muertos poco les importaba ya; sin embargo, no dejaron atrás aquellas reliquias ancestrales añorando que les traería en un futuro buenas sumas de dinero que repartirían entre todos y entonces comenzaron a atravesar túneles y cámaras buscando una vía de escape que los sacara del maldito sitio, pues nuevamente volvían a recordar al Nahibarú y se suponía que estaban en sus dominios y eso representaba más peligro que lo sucedido momentos atrás y sin detener la caminata, Bardales consulta:

- de Souza ¿Cuánto crees que hemos recorrido ya dentro de estas grutas?

- No podría afirmarlo, pero debemos haber andado cerca de trescientos metros... ¡Maldigo al testarudo de Cavero!... No debió poner sus manos sobre la imagen del Runapuma.

- Se lo advertí, pero el muy terco y ambicioso no escuchó. Ahora que se quede allí abrazado a lo que pretendía profanar - argumenta su interlocutor.

- ¡Mira!... por allá se divisa la luz del sol... Ustedes apúrense, ya llegamos a las salidas de la gruta -chilló de Souza contento y esperanzado de salir ileso.

Un centenar de metros después, el último emerge para reunirse con el grupo. Bardales ha estado mirando a su alrededor y no logra reconocer el lugar, la fronda es exuberante y desde la maleza se escucha el sonido del agua correr por el cauce de algún remanso. Tras reagruparse, los dos, quienes hasta el momento han llevado la iniciativa y voz cantante, distribuyen equitativamente la carga sustraída y solo los que están armados con armas de fuego se libran de ella, pues los necesitan listos para repeler cualquier eventualidad.

Intentando reconocer el sitio de Souza lo escudriña por un buen rato y desorientado, no tiene más remedio que aconsejar:

- Esta maldita zona es un infierno y está llena de peligros ocultos, estamos en territorios salvajes. Busquemos algún sendero hecho por los nativos, que nos devuelva al campamento, pero antes busquemos esa fresca agua que corre, la sed me quema la garganta.

- de Souza tiene razón, el agua nos llevará al gran río y de ahí al campamento. Mauro, tú y Gilberto vayan abriendo el paso -ordena a su vez Bardales, quien ya comienza a sentir recelo con de Souza.

Media hora después beben de la cristalina corriente líquida y ya más frescos y descansados comienzan a bordear el lecho, pero a unos cuatrocientos metros se detienen, pues este desemboca en un pequeño lago y en él, avistan a una pequeña tribu nómada, de esas que deambulan por la gran selva y que parece haberse asentado en el lugar. Rápidamente, Bardales da la orden de ocultarse y ya al amparo de la vegetación, Mauro desconcertado pregunta en voz baja:

- ¿Por qué no escondemos? Esos indígenas son nuestra salvación, ellos se conocen cada camino de la selva y pueden orientarnos a salir de aquí.

- ¡Estúpido! -le suelta Bardales- si descubren la carga que sustrajimos de esa cueva y la reconocen. Dime qué piensas que hagan con nosotros.

Entonces Mauro se acurruca más de lo que está para no ser detectado por los lugareños y pasado un instante, sin embargo, de Souza no se siente muy convencido del criterio de su acompañante y le pregunta a Bardales:

- No sé si tengas razón, a lo mejor ni ellos conocen de su existencia. ¿Salimos a su encuentro o los evitamos? Pero piensa que de seguir solos, tal vez nos adentremos más en la jungla.

Tal explicación hizo dudar a Bardales, pues no estaba falta de lógica y una vez más siente recelos de de Souza, pues le está quitando protagonismo ante el resto y acepta su consejo, ya que aún tiene intenciones de regresar por el ídolo, por lo que le responde:

- Esos indígenas se conocen esta jungla como las palmas de sus manos, podemos intentar que nos indiquen qué camino seguir. Es cierto que a ellos no les gusta ver a desconocidos en sus territorios, es muy posible que lo hagan para que salgamos de sus dominios, pero debemos estar listos para cualquier percance... Esa maldita caverna nos desorientó.

- Entonces salgamos y dejémonos ver, pero todos estén preparados, no sabemos cómo nos recibirán -son las palabras de de Souza al resto.

Nada más brotan de la fronda los nativos se percatan de su presencia y aunque la mayoría muestra desinterés por ellos, los más ancianos y los jóvenes guerreros y cazadores se mantienen expectantes y recelosos, aguardando porque se les acerquen y mientras lo van haciendo va reconociendo a un grupo de unos cuarenta indígenas "yanomami" muy raros de ver por aquellas latitudes y todos muestran con orgullo sus vistosos dibujos de diferentes colores donde predominan el negro y el rojo, los collares, las fibras vegetales entretejidas, las plumas y el algodón, en cambio, los críos que corretean desnudos por el lugar, muestran evidente emoción y curiosidad... Con cautela se acercan a ellos y les saludan tratando de no aparentar nerviosismo. Bardales les habla, pero sus palabras se estrellan contra una barrera impuesta por la diferencia cultural -al menos de momento- y tras largos minutos de lenguajes incomprendidos, de entre el grupo de aborígenes que atraídos por la curiosidad ya han ido rodeando a los extraños recién llegados, surge la figura de un indígena que sobrepasa los sesenta años y sí parece comprender el idioma. Se detiene ante ellos y levanta los brazos. Los demás se apartan y le dejan hablar:

- ¿Qué buscan los exterminadores de vida en tierras vírgenes?

Por sus palabras, los leñadores comprenden al momento que son despreciados por su trabajo, pues los nativos suelen llamar así a todos los que de un modo u otro dañan a la madre tierra que les proporciona todo lo necesario para sobrevivir. Armas de fuego en manos inescrupulosas y nerviosas, son aferradas con intención de usarse, pero de Souza da unos pasos hacia él.

- No pretendemos arrebatarles vuestros sagrados lugares, ni quebrantar la quietud de sus vidas, somos un grupo extraviado que se alejará con rapidez si nos indican cómo alcanzar las vías donde se mueven las grandes bestias de hierro.

Sin dejar de observarlos y examinar con la mirada los fardos que tratan de ocultar, responde:

- Hablan del lejano campamento que desnuda a la selva de sus árboles, obligando a las aves y animales buscar otros resguardos... ¿Qué les alejó de él, para ahora no encontrarlo?

- Las órdenes de un patrón y la avaricia y muerte de otro que nos acompañaba, pero solo puedo decirles que una criatura aterradora y antigua invadió las tierras donde trabajamos y es la culpable de nuestra situación.

Los aborígenes se ojean entre sí, algunos murmuran y otros hacen movimientos con los brazos, pero quien les ha estado hablando con un gesto de la mano les hace callar y les indica:

- Su campamento está a muchas horas de recorrido por donde la selva es intransitable para los que no la conocen y pronto el sol perderá su fuerza... Hemos estado viajando por muchas tierras y regresamos a nuestra aldea, acepten pasar la noche junto al lago y nos contarán de esa criatura ancestral a la que temen.

Los empleados de Caetano se miran y comprenden que por mucho que insistan no lograrán saber el camino a seguir si no acceden a la petición de aquel nativo que les habla en su misma lengua y en contra de la voluntad de muchos que aún están recelosos, terminan por quedarse en el lugar...

Al caer la noche, las llamas de las hogueras envían sus luces como advertencia a los animales nocturnos de que el hombre está pernoctando en aquel lugar. Sentados en círculos, la minoría de los aborígenes que continúan despiertos, aguardan por la llegada del chamán que hasta ahora se había mantenido alejado de los forasteros, cuando aparece todos le reverencian y tras sentarse sobre un pequeño tronco elaborado y esculpido que cargan en sus incansables viajes, escuchan nuevamente la pregunta que aún no ha sido respondida.

- Ustedes parecen guiar al resto de sus hombres ¿Cuál de los dos me hablará de esa criatura misteriosa que los aterró y que creen haber avistado?

Bardales da una ojeada a de Souza cediéndole la palabra y el otro, tras carraspear la garganta por el dulce trago de bebida fermentada que les han dado a beber los nativos, le responde:

- En el campamento algunos que escucharon de ella la llamaron "El Nahibarú" los que la vieron dicen que tiene la piel oscura, brillante y resbalosa como una serpiente y que sus ojos destellan fuego.

Mientras el único que le entiende traduce sus palabras al hechicero y los que le rodean, Bardales, sin poder contener más aquella curiosidad que le corroe, le pregunta:

- ¿Quién eres que hablas nuestro idioma? Tus gestos no son los de un nacido en las profundas selvas, pero hablas la antigua lengua arawak quienes como lo hacen los que te acompañan.

El individuo ladea la cabeza y sonríe con tristeza, tras unos segundos de evocar recuerdos le contesta:

- Cuando tenía apenas nueve años de edad mi familia decidió emigrar de Madeira a otro estado, los senderos eran inhóspitos y peligrosos, en dicho trayecto una desconocida enfermedad y fiebre alta se apoderó de sus cuerpos y poco a poco los fui perdiendo en el camino, los yanomamis, me encontraron casi sin vida en la selva y me salvaron, desde entonces se convirtieron en mi familia y yo uno más de ellos...

            
            

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