Capítulo 2 Mi día

>> Narra Sally

El sol candente y furioso finalizando el verano se asoma a través de la cortina casi transparente en mi ventana. Ya siento el malestar que me abraza cada mañana, arrastrando mis pies rígidos me dirijo al baño para comenzar el día. Siempre he pensado que soy alérgica al sol. Paso todos los veranos enferma como estoy ahora, sufro de fiebre, ansiedad, insomnio y muchas cosas más. Ahora solo me queda esperar el atardecer para tomar mis baños medicinales que prepara mi dulce abuela.

Pienso en todo esto mientras miro mis ojeras en el espejo. Ya me veo pálida y con ojeras enormes y manchas naranjas en mi piel. Mis ojos han cambiado de color lentamente, ahora parecen más amarillentos; en invierno parecen ser de un color azul platinado, al igual que mi cabello oscurece. Los doctores dicen que es muy normal para una chica tan pálida como yo. Estoy muy cansada y agotada por no poder descansar en las noches. El verano es muy agotador para mí y parece eterno esta vez. Aunque casi terminamos esta corta temporada del año con mucho éxito, aún sigo viva y eso es un gran logro para mí.

Ya vestida y arreglada, me dispongo a bajar las escaleras del pasillo fuera de mi habitación. Para esta temporada del año suelo utilizar un vestido largo a la altura de las rodillas con un pantalón corto debajo y unos zapatos sencillos y frescos. Veo a mi abuela Noema junto a mi tía Selenia preparando el desayuno y ese olor tan exquisito hace que mis tripas me griten con apuro. Hoy prepararon avena con pan, una delicia hecha por los mismos dioses. Mi abuela prepara la avena muy dulce y bien acanelada, y el café bien fuerte y dulce. Con café negro en una mano y una cuchara bien llena de avena en la otra, mirando a mi abuela cantar mientras se va sentando justo a mi lado, solo me hace pensar que soy la mujer más dichosa de este planeta.

- Abuela, cada día mejoras el café. - Digo mientras pruebo la avena hecha por mi dulce abuela.

- Deberías aprender, ya estás grande para cocinar. - Responde mi abuela de la forma más sarcástica posible.

- No abuela, tú lo haces muy bien. Eres la mejor en la cocina. Yo solo sé oler, probar y comer. Ah, y ser feliz cuando tengo el estómago lleno.

- Debes aprender ya, niña tonta. También deberías casarte ya. Te vas a poner anciana y no me darás nietos mientras este viva. ¿Qué le cocinarás a tu esposo cuando tenga hambre? ¿Qué le darás de comer a tus hijos cuando tengan hambre? Dirá que Seli y yo no te educamos bien y eso no es bueno.

- Está bien, abuela, debes dejar de preocuparte. Cuando me case, viviremos aquí y tú nos alimentarás a nosotros y a nuestros hijos, y a los hijos de sus hijos. - Digo esto comiendo un pedazo de pan y sonriendo sarcásticamente. No creo casarme, no creo poder dejar a mis viejas solas en el bosque y nadie querrá vivir en medio de la nada con dos ancianas y una chica enferma como yo.

- Sí, y también me casaré con tu marido y tendré los hijos más hermosos del planeta. - Mi abuela me tiró una mirada fulminante, puso sus ojos en blanco y cambió su rostro de dirección para no cruzar su mirada con la mía.

Terminé de devorar la deliciosa comida preparada por las dulces manos de mi abuela, me despedí rápidamente y me fui de la casa hacia la universidad antes de que me volviera loca con los maridos de nuevo. Bueno, no tan rápido porque mi bicicleta hoy no quiere funcionar como debería. Está en perfectas condiciones, pero hay días en que la rueda trasera no quiere rodar para llevarme a la universidad. Me estrellé contra el suelo varias veces hoy, causando la risa burlona de varias personas que transitaban por el camino.

En la panadería más cercana a la universidad, que es muy popular en el pueblo y cuyo dueño es un anciano muy humilde, me detuve para guardar mi bicicleta en una esquina y poder continuar mi camino a pie hasta la universidad. Por eso llegué tarde a la clase de la mañana, a la clase de historia que es mi favorita entre las demás aburridas clases. Caminé lentamente por el patio hasta el salón, observando los interiores de la universidad.

Mi abuela tiene razón, ya estoy grande, ya soy adulta. Ya estoy en la Universidad del pueblo, donde todos los jóvenes y no tan jóvenes solo vienen a socializar y divertirse, excepto yo, que no tengo amigos ni conocidos aquí. Siento que soy esa hormiga rara que es difícil de entender. Soy esa chica nueva, extraña, poco sociable, nada popular, esa que es fácil y divertido molestar.

Al principio, mi tía Seli me traía en la camioneta, pero luego me compró una bicicleta que me ha sido de mucha ayuda para ir a la universidad y al trabajo. Sí, trabajo, cuido a un anciano que, desde que tengo memoria, sigue siendo anciano. Las clases empezaron hace poco y aún no me he acostumbrado a esta universidad. El patio de la universidad es enorme, tiene muchos árboles y mesas de madera donde se puede disfrutar de la brisa y la hermosa vista. El aire es caliente, se siente como si quemara los pulmones, aunque la luz del sol no toque la piel. El verano aún no ha terminado y el calor es exagerado en esta época.

Los pasillos de esta universidad son muy extensos, con barrotes en los lados que le dan un aspecto de ruinas antiguas. Me gusta mucho el estilo. Y, para añadir a mis gustos raros, me gusta que uno de los salones donde tengo clases queda al final del pasillo principal, muy lejos de la entrada. Tardo mucho en llegar al salón, lo que me permite disfrutar de la hermosa vista de los edificios principales. Pasé el patio caminando lentamente para disfrutar de la vista, pero ya al final del pasillo tuve que correr mirando el reloj, desesperada por llegar al salón. Abrí la puerta de golpe, saludé al maestro, tomé asiento lo más silenciosamente posible y la clase continuó. El día pasó muy lento, terminaron las clases del día.

De nuevo a piernas cortas y pasos lentos. Anduve con una cartera grande a mi costado que contenía las dos libretas para las clases de hoy. Sólo dos libretas en esta bolsa pesan tanto como rocas a esta hora del día. Pasé por la panadería donde había dejado mi bicicleta, con la cual estuve peleando todo el camino. Llegué a la casa del anciano siempre anciano y su hija se despidió, se veía triste pero aun así se dispuso a marcharse.

El anciano siempre anciano le gusta bañarse por las mañanas y por las tardes para refrescarse. Lo primero que hacemos es buscar su ropa y peinarlo antes de entrar en la bañera, yo salgo a esperarlo y él continúa con su tarea. Esperando a que Don José se bañe, fui a la cocina a preparar los platos y la mesa para su merienda de la tarde. Escuché un estruendo proveniente del baño y cuando fui a ver qué sucedía, encontré a Don José tirado en el suelo de la bañera con una herida en la cabeza que sangraba. Me dispuse a levantarlo y luego llamé a su hija sin obtener respuesta. Buscando ayuda, llamé a una ambulancia y prometieron llegar en poco tiempo. Si, me asusté, pero no es la primera vez que esto sucede. La primera vez casi me vuelvo loca buscando que hacer para ayudar al pobre anciano.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022