Perversidades del destino
img img Perversidades del destino img Capítulo 4 Vivencia en el tiempo
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Capítulo 6 La bailarina y la imprecisión img
Capítulo 7 La bailarina simula desprecio img
Capítulo 8 La bailarina vence porfía img
Capítulo 9 Metabolismo en la personalidad de Carlos img
Capítulo 10 Encuentro de Carlos con Pedrito Cruz img
Capítulo 11 Carlos se enfrenta a drogadictos img
Capítulo 12 Contradicción entre Carlos, Malena y su hermano. img
Capítulo 13 Incidencia relacionada con Malena img
Capítulo 14 Final. Carlos es arrestado y encarcelado img
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Capítulo 4 Vivencia en el tiempo

Se dirigió a un bar, donde un traganíquel amenizaba el lugar, el cantinero estaba acodado en el mostrador, sus mandíbulas descansaban en las palmas de sus manos. A lo largo del salón había varias personas sentadas en las diferentes mesas, y en un rincón una muchacha de unos veinte tres años, bailaba al compás de la música, su pareja era un tipo que estaba ebrio.

Ella echó un par de respiro a gusto, sin sentirse ceñida por el brazo de aquel hombre, los pies que perseguían a los suyos durante bailaban, terminada la música, un billete, otro par de pies que nuevamente la acosaban por todo el salón, otro billete que a su antojo la llevaba de aquí para allá, y así recorrían todo el salón.

Esto es lo que todo significaba para ella. Le gustaba bailar, al menos eso fue lo que le demostró a Carlos Lomas. Las horas pasaban. El rostro de ella repentinamente sufrió un cambio brusco, se reflejaba el cansancio aparecido inesperadamente, los pies dejaron de moverse al compás de la música. Siempre se hallaba, minuto por minuto importunada por los hombres. Carlos en su mente trataba de darle aliento. "¡Ánimo, muchacha!" "¡Solo tiene que bailar para ganarte el dinero!" "¡Duro sin brecha, belleza!" "¡Unos minutos tan solo...!"; y finalmente: "¡ Una vuelta más alrededor del salón, y tú habrás triunfado. Una vez más tú puedes hacerlo, no vas a flaquear ahora¡" Nunca dejó que la venciera el desánimo.

Se encontraba a gran distancia, pero ella tenía buena resistencia, aún cuando se mostraba pasivamente; lo único que tenía era un gigantesco corazón. No había que ser tan buen observador para saber que ella en esos momentos lo hacia por propia voluntad. No tenía precio soportar el vaho de los hombres que iban a ese bar a complacer sus vicios. Carlos podía juntarse con ella, correr su misma suerte. A fin de cuentas, ¿para qué formarse ilusiones? No conseguiría nada. Así y todo, reflexionaba: nada se pierde con eso. Él decidió esperar a que ella terminara para hablarle. Quizás lo comprendería, y así, no regresaría al solar. Sería para él y su familia una deshonra que haya ido tan lejos a pedir limosna, o a convertirse en un ladrón profesional. Tal vez, el individuo que le hizo la propuesta de prestarle un cuarto estuviera en lo cierto, pero no podía dar un paso ignoto.

En esta espera lo cogió la noche, y su estómago no estaba presto a dilatar más la demora de ingerir alimento, eso fue imposible ya que no tenía un centavo en los bolsillos. Logró entrar al salón y sentarse en una mesa que estaba vacía. El cantinero no tardó mucho en ir hasta donde estaba, su mirada era de un toro furioso, lo miró de arriba abajo, su añejada camisa remendada, el pantalón desteñido y sucio, los zapatos que tenían un alto grado de deterioro, en un instante miró su cara en el momento en que había caído en un estado de desaliento, que daba la impresión de ser un verdadero limosnero.

Con voz ronca, más bien híspida le preguntó.

-¿Qué buscas? Has entrado al lugar equivocado. Aquí no se viene a pedir limosna... fuera, fuera, fuera de aquí.

La voz de Carlos apenas tembló al decirle.

-No soy ningún limosnero -satirizó-. Solamente entré para ver la joven bailar, que lo hace muy bien, suficiente para ganarse el dinero que necesita.

Después de unos segundos de vacilación apareció una nueva pregunta.

-¿Cómo sabes tú eso?

-Ella es valiente, y está presta a enfrentarse a esos viciosos.

-Voy a llamar a la policía. Yo te conozco. Tú estás esperando el menor chance para robarle a una de esta gente.

-Te juro por Dios que estoy aquí mirando a la muchacha bailar.

-Eso no es cierto -dijo el cantinero-. Eres un vagabundo, un ladrón.

-A mí lo que más me molesta de ti es que me estás estrujando en la cara tu arrogancia.

-Por favor, lárgate de aquí. Mira que no quiero perder la paciencia.

-Mira. Si tú no te relajas -fijó, Carlos-. Yo no puedo relajarme. Mejor ocupaste de organizar el salón. Eso te puede traer problema con el dueño del bar.

-Es cierto. Debí haber sido más inteligente... Entretanto, el cerebro de Carlos no parecía servirle para deducir qué se proponía el cantinero. Al fin, de una neurona inestrenada, sacó dos deducciones: irá el cantinero a proponerme un empleo, aunque sea de limpia piso, o está tramando algo con fines evidentemente perversos. Precisamente todavía persistía aquella pesadilla donde cometió un importuno robo. Un par de minutos después, el cantinero perdió la paciencia y lo tomó por una mano y lo sacó del salón, sin antes darle un empujón y amenazarlo con golpearlo.

            
            

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