Perversidades del destino
img img Perversidades del destino img Capítulo 5 Encuentro con la bailarina
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Capítulo 6 La bailarina y la imprecisión img
Capítulo 7 La bailarina simula desprecio img
Capítulo 8 La bailarina vence porfía img
Capítulo 9 Metabolismo en la personalidad de Carlos img
Capítulo 10 Encuentro de Carlos con Pedrito Cruz img
Capítulo 11 Carlos se enfrenta a drogadictos img
Capítulo 12 Contradicción entre Carlos, Malena y su hermano. img
Capítulo 13 Incidencia relacionada con Malena img
Capítulo 14 Final. Carlos es arrestado y encarcelado img
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Capítulo 5 Encuentro con la bailarina

Carlos estuvo esperando por la muchacha en la acera del frente, vio cuando cerca de una esquina un hombre cruzaba con rumbo norte, detrás lo hacia un sujeto, quien se reacomodaba con el antebrazo algo que llevaba en la cintura, debajo de la chaqueta, se caló el sombrero, el perseguido se filtró por entre la gente que discurría por los portales, el perseguidor logró situarse ante su ancha espalda. Lo puñaleó dos veces con un puñal, y éste quedó tendido sobre el asfalto, ensangrentado, sin vida. Permaneció inmóvil, solo lo vio a distancia.

A fin de cuentas no le interesaba saber nada, y mucho menos ser testigo. Pasado unos minutos llegó la policía sonando la sirena del carro, era algo así como si hubiese convocado a la gente a curiosear. Todo en el lugar fue de rutinas. Se llevaron el cadáver, y todo quedó como si no hubiese pasado nada. Esto puso a Carlos en sobre aviso, pues, quedó claro tan peligrosa que era la vida en la ciudad.

Lo sucedido lo favoreció, al instante el bar quedó vacío, y para suerte, la muchacha atinó a detenerse a su lado. Quiso hablarle, pero de repente apareció un nudo en su garganta. Fue un momento difícil, posiblemente uno de los tantos que había vivido a su corta edad.

Mientras buscaba germinal la conversación, se tomó todo el tiempo para contemplarla. Era trigueña, de cabello largo ondulado. Negro natural, aunque quizás favorecido con algunas cremas. Sus ojos de color más bien castaño y sus pestañas oscuras. Su expresión era dura, aunque durante bailaba era distinta, más bien afable. Debajo, fulgurante aún en los ojos y en las comisuras de los labios, se notaba como una confianza juvenil que osaba salir a la superficie, por la frecuencia con que había sido desairada.

Trataba ahora de reponerse.

Las mejillas eran delgadas, y en cada una de ellas había un hoyuelo; tenía parte del colorete apagado. Parecía algo asustada por la violencia que antepuso su salida del bar, aunque era tranquilizada.

Todo esto en un instante vistazo y Carlos algo más repuesto, comenzó su intencionado diálogo.

-¿Puedo hablar un segundo contigo?

Después de un examen prolijo. Ella le lanzó una pregunta.

-¿Quién eres tú?

-Soy Carlos Lomas.

-En este momento no podemos hablar.

-Óyeme. Si tienes tiempo déjame hablarte de algo.

-Es imposible hablar contigo. Por favor, entiéndelo.

-¿Te preocupa que te vean hablando conmigo?

-¿Qué pueden decir? Aquí todo el mundo me conoce y saben de lo que soy capaz de hacer. No tengo a menos hablar con un mendigo. Por favor, no me vayas hacer daño.

-No me siento ofendido. Es una realidad, es lo que demuestra mi vestimenta.

-No permito que ningún desconocido me moleste -señaló, ella-, y menos en esa facha.

-Estoy buscando un empleo para ayudar a mi madre.

-Es impresionante. Yo también vine a la ciudad a buscar un empleo para ayudar a mi madre, y mira donde estoy metida.

-Sobre eso quiero hablarte... -apuntó, él-, dime una cosa, ¿con cuántos hombres tienes que bailar en el día? Es sorprendente como lo haces.

Ella lo miró ansiosamente. Carlos era tan un observador indiferente, que ni la favorecía ni la perjudicaba, tan solo buscaba un empleo. La muchacha no atinó a decirle la cifra: tan honda era su abstracción. Fijóse entonces en el bar. Era allí, en aquel salón donde realmente estaba su respuesta. Instintivamente salió caminando y Carlos lo hizo detrás de ella para no caer en pasividad, que es una decisión retardada, o algo así como rechazo incondicional. El silencio se hizo casi absoluto mientras caminaban uno al lado del otro. Los ojos de la joven volvérnosle indiferentes hacia arriba y quedaron fijos, solo podía ver una larga hilera de ventanas hacia la derecha, pero las tres últimas eran de alguna utilidad, las otras estaban bloqueadas por los altos edificios inmediatos. Estaban abiertas de par en par, a fin de dar ventilación a la sala y publicidad a la orquesta estrepitosa entre la gente de abajo, podíase atraer, así, a algún desorientado como Carlos. Desde aquel lugar un tipo la atisbaba mal intencionado, desde su alto sitial, rodeado a veces de mujeres, que los besuqueaban en su espalda. ¿De qué servía toda aquella fanfarronada? ¿Había algo que valiera nada? ¿De qué valía ser arrogante?

Se encontraba a gran distancia, pero ella tenía al parecer buena vista. Según la joven era un amigo, que noche tras noche esperaba que pasara por allí, para solo avistarla. Curioso amigo para una muchacha hermosa; pero él establecía el contraste entre la paciencia y la desesperación.

A la muchacha le pareció notar que el sujeto estaba en el salón, y la observaba fijamente, como tratando de separarla de Carlos. Ella no dejaba de hacerlo, y lo escrutaba con el rabillo del ojo, quien seguía mirando hacia él, que no le quitaba la vista de encima, era un momento intrigante. ¿Por qué escrutarle el rostro para conocer la razón de su conducta? No era allí donde encontraría la respuesta. ¿Por qué no entrar en el tema que lo ocupaba, donde la necesidad perduraba aún en su modo de vida? O que debía perdurar por siempre: ¿por qué no entrarle directamente antes de que el sujeto la rapte y todas sus esperanzas se desmoronen, por ser incapaz al extremo de no apresurarse a expresar su sentir hacia la muchacha?

La respuesta estaba en ella, pero no en su timidez. ¿Por qué entonces no romper esa barrera para obtenerla sin tardanza?

Él hizo otro intento.

-Esta es la primera vez que vengo aquí. La muchacha no desvió los ojos del individuo. -No creas, lo extrañaba.

-Me imagino que estás cansada de bailar. Supongo que estás deseosa por llegar a la casa y tomarte un descanso -trataba de encontrar una justificación para sacarla, en su amor propio de aquel lugar y acabar con las insinuaciones de aquel provocador.

Esta vez no desvió los ojos, lo miró fijamente, agresiva.

-¡Oh, no! Nunca me canso; bailo apenas la mitad de lo que quisiera. Por las noches, cuando me retiro a mi cuarto, hago práctica de gimnasia.

Bajó la vista momentáneamente, herido por lo irónico de su respuesta, más volvió a alzarlos, luego.

-Estás tú apenadas por ese sujeto, no hay duda -expuso, Carlos haciendo la observación no como una pregunta, sino como un descubrimiento.

-Justo. Por mi misma.

Él volvió a insistir, sin embargo. ¿Acaso no entendería las indirectas ni aunque se la hiciera tragar?

-¿No te gusta este lugar? -le preguntó ella-. Entonces, habría una gran diferencia insuperable entre los dos.

Aquella era la más irritante de las observaciones que había hecho en su afán por preguntarle. Un poco de furia se removió en su pecho. Una respuesta explosiva se habría producido. Por suerte, la necesidad de contestar desapareció.

Al fin, el animador puso punto final a tan desesperante festejo. La joven salió y tras de ella lo hizo Carlos, ya en la calle ella le apuntó.

-Bien; no me vuelvas hacer preguntas tontas, y así no te llevarás un chasco.

Carlos se quedó absorto, y se dedicó a observar la calle. Nada en él denotaba la impaciencia del que aguarda para encontrar un empleo. Denotaba más bien la incertidumbre del que no sabe adónde ir, que el desasosiego de quien espera algo importante. Así lo reveló, como reconociendo sin duda a la adusta joven, que le demostró tanto interés.

                         

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