-¿Te parece bien el que una persona viva su vida tranquilamente sin haber pagado por sus acciones? -cuestionó él con ironía y todo su rostro empezó a acalorarse-. Merina vivió por años las secuelas de tus maltratos y humillaciones, ¡por tu culpa el colegio se convirtió en un infierno y deseaba morirse! -gritó-. Y, aunque ella te suplicaba que pararas, nunca lo hiciste. Hasta en la universidad te empeñaste en hacerle la vida imposible y casi deserta porque no soportaba tu maltrato. ¿Entonces por qué debería tratarte bien si tú no eres capaz de sentir compasión por los demás?
Valentina apretó los papeles con fuerza, hasta que sus manos comenzaron a temblar.
-¿Alguna vez... usted cuestionó la veracidad de las palabras de su esposa? -preguntó-. ¿O simplemente le creyó porque se trataba de su esposa?
Marko soltó una sonrisa socarrona.
-Claro, una persona como tú jamás pensará en que hizo mal -soltó él con amargura-, mucho menos sentiría arrepentimiento por sus acciones. Tú jamás pedirías perdón.
-¿Por qué debería arrepentirme por algo que nunca hice? -cuestionó Valentina-. ¡¿Por qué debería arrepentirme y pedirle perdón a la que desde niña me ha maltratado?! -preguntó con amargura-. Ojalá nunca se deba arrepentir por todo el daño que usted me ha hecho. Ojalá y cuando se entere de la verdad de quién es realmente la mujer con la que se casó el cargo de conciencia no lo mate.
Valentina aventó los papeles al suelo con fuerza.
-Y ojalá usted nunca deba pedirme perdón por todo el daño que me ha ocasionado, porque yo nunca lo voy a perdonar -finalizó.
Valentina salió a toda prisa de la oficina. Era de noche y la mayoría de los empleados ya se habían marchado, así que la joven caminó con premura por los cubículos vacíos. Escuchaba al fondo a su jefe y esto la hacía temblar del miedo.
Tomó el bolso de su cubículo y avanzó casi corriendo hacia el ascensor, cuando abrió sus puertas y ella logró entrar, vio al fondo del corredor al hombre avanzar con decisión. Valentina oprimió el botón de cerrar con rapidez y Marko no logró alcanzarla.
Valentina temblaba mientras esperaba que el ascensor ascendiera, respirando pesadamente, sin saber que le faltaban pocos minutos de vida.
Cuando las puertas del ascensor se abrieron y ella avanzó hacia la entrada del edificio presintió que algo muy malo iba a suceder. ¿Por qué su jefe la estaba persiguiendo? ¿Acaso iba a hacerle daño?
Caminó con paso afanoso por la larga acera, maldiciendo al ver que todo estaba tan solitario, como si la muerte rondara la acera, persiguiéndola.
Empezó a correr por la larga calle, intentando alejarse todo lo posible del edificio. Iba a cruzar la carretera para poder acercarse a la avenida cuando escuchó el motor de un auto y volteó para ver.
Marko iba a toda velocidad, le hervía la sangre. Entre más se acercaba a Valentina, más aumentaba la velocidad.
Valentina a mitad de la carretera apenas si logró ver el auto que se avecinaba y no tuvo tiempo de reaccionar.
Marko la arroyó. Hizo que su cuerpo volara por los aires y cayera bruscamente a varios metros de distancia. El caucho de las llantas rechinó al quemarse con el pavimento.
Se detuvo en seco después de arroyar el cuerpo, fue tan repentino que su frente chocó con el volante, golpeándolo con fuerza en la frente. Dentro del vehículo nada más podía escucharse su respiración agitada, clavaba su mirada en el volante y obligaba a sus manos a no temblar.
De un impulso bajó del auto y corrió hasta donde se encontraba el cuerpo tendido de Valentina. Le salía sangre de la cabeza, era tanta que todo su torso comenzaba a ser rodeado por ésta; tenía los ojos abiertos y parecía casi verlo a la distancia.
Marko sintió la sangre caliente correr por su frente.
Por un momento le pareció que Valentina se había movido, así que se apresuró a agacharse, pero al notar que no respiraba, entonces lo entendió. De un susto cayó hacia atrás, jadeando, superado por la situación.
Sintió que algo comenzaba a humedecer sus manos y soltó un grito al ver que la sangre de Valentina lo estaba ensuciando.
De un salto se reincorporó y trastabilló hacia atrás. Observó su mano manchada de sangre.
Volteó a ver nuevamente a la mujer tendida en el suelo rodeada por su sangre.
Se había convertido en un asesino.
Valentina arrugó los ojos al sentir su mirada ser maltratada por la mucha luz. Cuando abrió los ojos logró verse en una habitación. ¿Estaba en un hospital? ¿No había muerto?
Se sentó en la cama y quedó sumamente extrañada cuando se vio en la antigua habitación de la casa de sus padres. Ahí estaba su viejo escritorio blanco de madera; la ventana que daba hacia el parque y hasta lograba escucharse a los niños jugar; el olor a comida que subía desde la cocina; y hasta la voz de sus padres al conversar alegremente.
Tal vez y así se sentía la muerte, te hacía recordar momentos bonitos de tu pasado.
Valentina bajó de la cama y notó que llevaba puesta una de sus batas rosadas de tiras blancas. Salió de la habitación y al caminar por el pasillo logró ver su reflejo en un espejo grande: se veía sumamente joven, como de diecisiete años.
Llevó una mano a su rostro y palpó la suavidad de su piel, bajó la mano hasta su cuello y notó que aún no estaba la cicatriz. A los diecisiete años aún no ganaba una cicatriz que Merina le hizo al agredirla.
-¿Esto es real? -balbuceó.