Fui mantenida en el internado por la benevolencia de los padres de algunas niñas que también vivían allí; se compadecieron al descubrir la triste historia de la niña cruelmente abandonada sin ninguna posibilidad de sobrevivir si no fuera acogida en el internado. Eso era lo que las tías del colegio les decían para que sintieran pena y pagaran mis estudios.
Tuve una educación de extrema calidad con profesores excelentes y puedo decir que mi facilidad para aprender cosas nuevas ayudó mucho, tanto que por ese motivo me fue tan bien en los estudios y las actividades extracurriculares.
Conforme fui creciendo, mis compañeros se encargaban de dejar clara la caridad que sus padres hacían por mí. Me sentía avergonzada al tener que apelar a la pena de las personas; ninguna de ellas tenía el deber de ayudarme pagando mi estadía en el internado, al fin y al cabo no tenía ningún parentesco con ellos, pero sabía que necesitaba su ayuda financiera para mantenerme en un ambiente que sería mil veces mejor que un orfanato.
Tenía que tragarme mi orgullo por pura supervivencia. Me enteré por una compañera que había sido adoptada lo malos que son los orfanatos; los niños y adolescentes mantenidos allí eran muchas veces descuidados y, lamentablemente, muchos de ellos maltratados.
Siento escalofríos solo de imaginarlo.
Si me preguntaran si extraño a mis padres, yo respondería preguntando cómo es posible extrañar algo que nunca tuve. Incluso si en gran parte de mi infancia tuve la ilusión de que mis padres entrarían por la puerta del colegio, me mirarían, me abrazarían y me dirían que todo iba a estar bien, que había sido un malentendido o que simplemente se arrepentían.
Al fin y al cabo, en la mente de un niño pedir disculpas ya sería suficiente, siempre que no tuviera que estar solo de nuevo. Pero ahora es diferente, no tengo toda esa ingenuidad y no serviría de nada que aparecieran después de tanto tiempo diciendo que se arrepienten; nada cambiaría la falta que sentí de tener una presencia materna y paterna en mi vida.
No puedo ser hipócrita y decir que no tuve amor, porque lo tuve y mucho; todas las tías eran muy amorosas y protectoras, principalmente la tía María, una señora desbocada y algo loca que era sin duda la mejor cocinera del internado.
Incluso fue ella quien eligió mi nombre, además de haberme ayudado mucho cuando tuve que elegir un apellido entre tantos otros. Me gustaba cómo sonaba Williams, por lo que no lo pensé dos veces al elegirlo.
Tenía diecinueve años cuando me transformé en loba por primera vez. Me quedé completamente desesperada al constatar lo que realmente era, además de no tener la menor idea de cómo lidiar con eso, al fin y al cabo, no es como si tuviera un manual de cómo ser un hombre lobo.
Pasaron días hasta que me adapté. Al principio era extremadamente difícil controlar la transformación, así que me encerraba en mi habitación con cualquier excusa de indisposición. Tuve que aprender sola a lidiar con esto y hoy puedo garantizar que logré superar todo con la mayor madurez posible; mientras otros se volverían locos, yo no, simplemente acepté que ese era mi destino y tal vez más adelante descubriría por qué.
Mi loba se llama Luna y afirmo que es increíblemente hermosa, con pelo blanco como la nieve y ojos tan azules como el cielo, sin contar el temperamento que cambia repentinamente. La única que sabe sobre mi secreto es la tía María, que tuvo un pequeño susto al principio, pero que incluso se adaptó bien a mi loba. Recuerdo hasta hoy sus preguntas después de que ya estaba más tranquila.
- ¿No vas a salir a aullar a la luna, verdad? ¿O comer carne cruda y sangrienta? - hace una mueca al pronunciar la última palabra - cielos, ¿entrarás en celo? - su mueca se transforma en desesperación, para luego comenzar a planear mis "escapaditas", palabras suyas.
Una de las cosas que nunca salió de mi mente fue un sueño que tuve año tras año desde que tengo uso de razón, donde un hombre hermoso me miraba, una mirada que me transmitía paz y tranquilidad, era firme y al mismo tiempo amable. Me miraba como si yo fuera algo espléndido, como si realmente fuera importante para él, y eso me conmovía de una manera inexplicable.
Intenté durante años convencerme de que eso era solo un sueño y que un hombre como él nunca me miraría de esa manera, que nunca siquiera lo conocería. Pero aunque el tiempo pasara y nunca lo hubiera visto, lo cual era obvio ya que él no existía, no podía dejar de pensar en lo bueno que era tener sus ojos sobre mí.
Bueno, dejando de lado a ese hombre, algo que realmente es difícil, una gran pasión de mi vida son los coches. Comencé a amarlos desde el momento en que la madre de una amiga nos llevó a dar un paseo en uno de ellos. Fue en ese momento que me di cuenta de que necesitaba aprender a conducir tan pronto como tuviera la edad suficiente para hacerlo.
Eso fue exactamente lo que hice dos años después, cuando ya tenía la edad adecuada. Me escapaba del internado para recibir clases de una mujer llena de piercings y tatuajes, a quien conocí cuando estaba admirando a lo lejos algunos coches que participaban en carreras callejeras, que más adelante descubrí que eran ilegales, y que se ofreció a enseñarme.
Claro que al principio no acepté, ya que era una completa desconocida. Sin embargo, conforme pasaban los días y volvía a ver las carreras, aunque de lejos, fui dándome cuenta de que ella era una de las mejores corredoras y eso, mezclado con mi entusiasmo, me hizo aceptar su propuesta.
No fue tan fácil como parecía, pero después de que adquirí práctica, sentía que podía conducir hasta con los ojos cerrados. Cuando estaba corriendo, me sentía finalmente libre y por eso participé en mi primera carrera. Usé el coche de Clarissa, la tatuada, que era un Mustang GT extremadamente potente. Fue mi primera de muchas victorias y cuán grande fue mi sorpresa al saber que podía ganar dinero con eso. Vi allí la oportunidad de empezar a caminar con mis propias piernas.
Y aquí estoy, recién cumplidos veintiún años y con un buen dinero en la cuenta que utilizaré para estabilizarme en una ciudad llamada Black. Sí, un nombre extraño para una ciudad, pero soy una loba, ¿y qué es más extraño que eso?
Elegí esta ciudad por un motivo inexplicable. Estaba viendo el mapa cuando mis ojos se posaron sobre ella. Sentí como si ese lugar me estuviera llamando, como si finalmente hubiera encontrado mi hogar. Por eso, mañana mismo partiré hacia allí.
Que esta ciudad me espere.
Día siguiente:
Me despierto con el despertador sonando y enseguida me giro para apagarlo, pretendiendo volver a dormir. Me siento cansada y probablemente no había dormido casi nada. Cierro los ojos y empiezo a contar ovejas, pero pronto me sobresalto al recordar que hoy me voy a la nueva ciudad.
Salto de la cama de un brinco, pero como la perfecta desastrada que soy, choco con una cómoda que estaba en el camino y grito en voz alta cuando esta deja caer el despertador justo sobre mi pie.
- ¿Dónde está el ladrón? Por el amor de Dios, por favor no la lastime, iré en su lugar, soy vieja pero pura, nunca tocada por ningún hombre, tengo todo bien conservado, además de que sé bailar pole dance - imaginen a una señora de casi sesenta años vestida con un camisón, con rulos en el pelo y una escoba en la mano, gritando en mi habitación por un supuesto ladrón, y por supuesto que no iba a ver, olvidó sus gafas en el cuarto o en cualquier otro lugar. No resistí y empecé a reírme a carcajadas hasta tener que doblarme por las punzadas en el estómago que sentí.
- Nunca imaginé que un malhechor tuviera una risa tan escandalosa - dejé de reírme al instante, ¿qué estaba insinuando esa señora?
- ¿Cómo que mi risa es escandalosa, doña María? - dije enfurruñada mientras iba a encender la luz al ver su desesperación por todavía intentar golpear al ladrón con la escoba, probablemente no había entendido que el malhechor de la risa escandalosa era yo.
- ¿Scarlet? Me asustaste, niña - dijo, intentando golpearme con la dichosa escoba mientras yo trataba de esquivarme.
- No fue mi intención, tía, solo tropecé con la cama, el despertador cayó y el resto ya lo sabe - agradezco mentalmente cuando ella pone la escoba a un lado y me mira con los ojos entrecerrados.
Qué torpe eres, niña, ahora ve a arreglarte mientras hago algo para que comas, no sé cómo vas a sobrevivir sin mí - intenta sonar enojada, pero noto que su voz se vuelve llorosa y triste, algo que automáticamente me hace abrazarla prometiéndole que en cuanto me estabilice vendré a buscarla.
Esta mujer es mi familia.
Nos separamos después de que ella me diera un beso en la frente y me enviara al baño donde hago mi higiene personal y pronto estoy lista con un vestidito azul que resalta bastante mis ojos, algo que no me gusta porque son muy claros, así que opto por ponerme lentes de contacto marrones para no llamar más la atención de lo debido.
Tomé un café rápido y pronto me despedí de todos los que eran importantes para mí, nunca olvidaría lo que hicieron por mí y cuán agradecida estoy con todos. Despedirme de la tía María fue lo más difícil de todo, con lágrimas en los ojos y el corazón apretado partí en busca de mi destino.