Capítulo 5 NEW GENERATION HIGH SCHOOL

Me encontraba sudando frío, y mi corazón latía desbocado. Ese sueño había sido tan vívido que aún me costaba tranquilizarme. La luz del sol, que se filtraba por la ventana, indicaba que ya era de mañana, pero apenas había dormido durante la noche. Mi mente seguía atrapada en las imágenes del sueño, como si la pesadilla estuviera decidida a no soltarme.

Mi cuerpo se sentía pesado y cansado; desde que llegamos a este mundo, habíamos experimentado las mismas sensaciones que los mortales. No era algo a lo que estuviera acostumbrada, pero ya no podía evitarlo. Aquí, éramos vulnerables, frágiles, y eso me perturbaba más de lo que me gustaría admitir.

Con esfuerzo, me levanté de la cama y caminé hacia donde Ethos dormía plácidamente, ajeno a mis inquietudes. Al verlo tan tranquilo, sentí un impulso incontrolable. Sin pensarlo dos veces, me abalancé sobre él, sacándolo bruscamente de su sueño.

-¡Tú, idiota! ¿Qué demonios te pasa? -gritó enojado, entrelazando las sábanas con torpeza mientras se incorporaba-. ¿Tus padres nunca te enseñaron que es de mala educación asustar a la gente de esa manera?

-Syg Nómi -me disculpé con una sonrisa traviesa, intentando calmar la situación. Sabía que no podía mantenerse enojado por mucho tiempo.

Ethos suspiró, pasándose una mano por el cabello despeinado.

-¿Por qué tienes que ser tan cariñosa al despertarme? -dijo con evidente sarcasmo, aunque había un toque de resignación en su voz.

-Tuve una pesadilla -admití, cruzándome de brazos, como si eso me ayudara a ocultar lo vulnerable que me sentía al confesarlo.

Él frunció el ceño, y su semblante se suavizó un poco.

-¿Quieres hablar de ello? -preguntó mientras se sentaba en la cama, bostezando.

-Quizás más tarde -respondí, restándole importancia.

En ese momento, Coraline abrió la puerta sin previo aviso, como si supiera exactamente cuándo intervenir.

-Ah, ya están despiertos -dijo sonriendo con su habitual energía matutina-. Las clases comienzan a las siete, así que prepárense y bajen a desayunar. -Luego cerró la puerta tan rápido como había entrado, dejándonos apenas tiempo para reaccionar.

Ethos y yo intercambiamos una mirada cargada de pereza. No queríamos levantarnos, pero sabíamos que no teníamos otra opción. Este nuevo mundo demandaba puntualidad y disciplina, algo que aún no dominábamos del todo.

-Sabes, espero que no hayas olvidado tu cepillo de dientes en el Olimpo, porque realmente apestas -bromeó Ethos, rompiendo el silencio con su tono siempre burlón.

-Bueno, no es como si tuvieras el mejor aliento del mundo -comenté irónicamente, alzando una ceja.

Salí del cuarto y me dirigí hacia el baño. Abrí la puerta con prisa y la cerré detrás de mí, pero al dar un paso, choqué con alguien.

-¡Ti sok! -exclamé, llevando instintivamente mi mano al pecho, aún alterada por la sorpresa. Frente a mí estaba Matthew, el hijo mayor de la familia.

Él ni siquiera me dirigió una palabra. Solo me lanzó una mirada fugaz antes de seguir cepillándose los dientes con una calma que me resultaba desconcertante. Era como si mi presencia no tuviera la menor importancia.

-Oh, lo siento, no sabía que el baño estaba ocupado -dije, torpemente, sintiéndome más avergonzada de lo que quería admitir.

Matthew no respondió. Terminó lo que estaba haciendo, y simplemente salió del baño sin decir una palabra más.

Dos minutos después, apareció de nuevo en el pasillo.

-La próxima vez, toca la puerta -comentó con una frialdad que solo acentuaba su indiferencia.

«Qué encanto tan peculiar», pensé con ironía mientras lo observaba alejarse. Tal y como Addy lo había descrito, Matthew tenía un carácter complicado. Rodé los ojos, resignada, y volví a entrar al baño. Me lavé los dientes, tomé una ducha y peiné mi cabello, tratando de despejar mi mente de aquel extraño encuentro.

Cuando Ethos y yo estuvimos listos, bajamos al comedor. Coraline ya estaba allí, esperándonos con una sonrisa cálida.

-Buenos días -dijimos al unísono, intentando adoptar algo de su buen humor matutino.

-Buenos días -respondió ella, con la misma energía contagiosa-. ¿Qué les gustaría comer? -preguntó, apoyándose en la barra de la cocina mientras nos observaba con ternura.

-Lo que tú nos ofrezcas está bien para mí -dijo Ethos, dejándose caer en una silla, como si ya no tuviera energía para decidir.

Yo asentí en señal de aprobación.

-¿Entonces, tostadas y jugo de naranja?

-Delicioso -le dediqué una sonrisa, tratando de ser un poco más participativa. A fin de cuentas, Coraline era muy amable con nosotros.

Justo en ese momento, Matthew apareció bajando las escaleras. Coraline lo vio y, con la misma dulzura de siempre, lo saludó:

-Matt, cariño, ¿vas a desayunar?

-No, la verdad es que no tengo hambre -respondió él sin detenerse.

-Al menos come una tostada -insistió Coraline, sin perder su sonrisa.

Matthew, algo resignado, sonrió también.

-No te detendrás hasta que coma, ¿verdad?

-Ya me conoces -dijo Coraline con una sonrisa cómplice. Luego, cambiando de tema, añadió-: Oh, Matt, ¿ya conoces a Axelia y a Ethos? Ayer subiste directamente a tu habitación y no pude presentarlos.

-Sí, los chicos de intercambio -respondió de manera tajante, casi con indiferencia.

-¡Matthew! -lo reprendió Coraline con un leve tono de molestia. Él solo encogió los hombros. Coraline bufó, claramente frustrada-. Bueno, olvídalo -dijo, cambiando de tema rápidamente-. Quiero que los acompañes al colegio y, si es necesario, les muestres los horarios y los alrededores.

-Pero mamá, no soy un guía turístico -se quejó Matthew-. Además, hoy tengo práctica con el equipo...

No pudo terminar la frase, porque Coraline lo interrumpió.

-Sin peros -dijo con firmeza.

Matthew, bufando con resignación, cogió una tostada, su bolso y las llaves del auto.

-Apúrense o los dejo -dijo mientras salía de la casa con una expresión hastiada.

Coraline se disculpó por su hijo con una sonrisa compasiva.

-Disculpen a mi hijo y su horrible carácter matutino. Ya se llevarán mejor cuando lo conozcan -dijo, tratando de suavizar la tensión.

El viaje en auto estuvo envuelto en un incómodo silencio. Matthew no dijo una palabra durante los veinte minutos que duró el trayecto. Finalmente, llegamos al instituto, donde estacionó frente al edificio. Antes de salir del auto, se miró en el espejo retrovisor para arreglarse el cabello, un gesto que me pareció innecesario, ya que su apariencia estaba impecable desde el principio.

Cuando bajamos del auto, notamos que muchas personas, especialmente chicas, se agolpaban a nuestro alrededor. Parecía que Matthew era bastante popular entre los estudiantes.

Una chica alta, de cabello rojo y ojos marrones, se acercó a Matthew, y las demás le cedieron espacio.

-Hola, guapo -dijo, rodeando su cuello con sus brazos en un abrazo coqueto. Matthew la miró con indiferencia y la apartó sin ceremonias.

-Ya sabes que no me gusta que me toques, ni que me llames "guapo".

La chica se sonrojó, visiblemente avergonzada.

-Oh, Matt -dijo, recuperando su compostura y sonriendo de nuevo-. ¿Quiénes son tus amigos? -Esta vez, su mirada se dirigió hacia Ethos. No la culpaba; la presencia de Ethos tenía un efecto innegable en los humanos.

Matthew fijó su mirada en nosotros con una mezcla de hastío y obligación.

-Ellos no son mis amigos -aclaró sin rodeos-, son los nuevos chicos de intercambio que acogieron mis padres.

Ignorando a Matthew, decidí presentarme.

-Soy Axelia, pero puedes llamarme Lía -sonreí amistosamente, extendiendo mi mano. La chica me miró con desdén, ignorando mi gesto.

-Mi nombre es Stency -dijo, acercándose a Ethos con una sonrisa insinuante-, pero puedes llamarme Stens. ¿Y tú cómo te llamas?

Ethos me miró brevemente antes de responderle.

-Ethos.

-Mucho gusto, Ethos. Espero que nos llevemos bien -respondió Stency, sin apartar los ojos de él.

                         

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