Es raro escribir tu vida en una hoja de papel, es raro tener que recordar aquello que hiciste y trasladarlo a este diario, pero mi psicólogo me ha aconsejado hacerlo como una especie de terapia, para deshacerme de todo aquello que me pesa y me preocupa. En teoría tengo que escribir todo aquello que me agobia como una especie de desfogue, sin embargo, ya que empecé a escribir, por qué debe ser sólo lo malo, creo que en este punto de mi vida necesito recordar y volver a vivir más las cosas buenas. Recordar es volver a vivir todo otra vez.
Eso es lo que dice Sebastián, y quiero eso vivir todo nuevamente, recordarlo a él, vivir por él.
Conocí a Sebastián cuando tenía 10 años, ese día en el instituto tuve una pelea con un niño un año mayor que yo, porque estaba molestando a uno de segundo año. Cuando los maestros llegaron sólo me vieron a mi encima del otro niño golpeándolo. En la rectoría al tratar de dar mi parte de los hechos, no me escucharon y sólo les importaba la nariz rota del otro niño. En fin llamaron a mi padre para ponerlo al tanto de la situación y decirle que me habían expulsado una semana.
Fue algo trágico para el respetable doctor que su hijo se meta en peleas y lo expulsen del instituto. En todo el camino no paró de compararme con mi hermano, quién es el hijo modelo y la perfección de hombre que mi padre esperaba, no me mal interpreten, adoro a mi hermano es sólo que a veces mi padre me hace odiarlo.
Como a mi padre lo habían llamado temprano en la mañana no tenía tiempo de llevarme a casa, pues al ser un respetable oncólogo pediatra, era muy solicitado y siempre estaba ocupado, por lo que tomó la decisión de llevarme a una de sus clínicas en donde tenía sus citas.
El trato era que yo me quedaría en su consultorio y esperaría a que él llegara. Al decir verdad yo no era el modelo de hijo obediente que esperaban mis padres y luego de cinco minutos de aburrimiento, decidí salir a explorar un poco. Si bien mi padre trataba una de las peores enfermedades, nunca nos hizo saber a mi hermano y a mi lo triste y doloroso que su trabajo podía llegar a ser en especial porque trabajaba con niños. Pero de vez en cuando lo escuchaba platicar con mi madre de los casos que más lo habían afectado en ese día. Eran historias desgarradoras que no debía escuchar y muchas veces malinterpretaba algún síntoma de gripe con cáncer, vivía en constante pánico cada que me enfermaba, esperando el fatal diagnóstico.
Aquel día, caminé por los pasillos y encontré una habitación abierta, dentro estaba un niño de la misma edad que yo, me impactó un poco su apariencia, estaba delgado, muy pálido casi podría decir que algo amarillo, no tenía cejas y llevaba una gorra pero se notaba que no tenía cabello, pero en algo que me fijé fueron sus ojos, eran de un azul cielo muy intenso y brillaban tanto. Me acerqué sin más y le pregunté si jugaba video juegos, era una pregunta tonta pero no supe con qué otra cosa empezar la conversación. Cuando Sebastián me miró sonrió, y no supe en ese momento qué era pero sentí como si lo conociera de toda la vida, ya sé, estoy exagerando un poco contando el hecho de que apenas tenía diez años y es una frase muy cursi, pero en retrospectiva cuando lo vi, fue como si hubiese llegado a mi casa, sabes, esa sensación de tranquilidad, de que ya estás en un lugar seguro. Conversamos un rato antes de que llegara mi padre y me viera ahí en lugar de en su consultorio donde se suponía de tenía que estar. Luego de una de sus miradas de "corre por tu vida" salí de la habitación, no sin antes quedar con Sebastián para jugar en su casa y pedirle a mi padre y a los suyos el permiso pertinente.
Fui muchas veces a su casa luego de aquel encuentro en especial para serciorarme de que se encontraba bien, por lo general no siempre lo estaba por las sesiones de quimioterapia, lo dejaban totalmente derrotado. Un día después de tanto rogar a su madre que me dejara estar con él, pude ver lo que el tratamiento le hacía. Vomitaba mucho, se quejaba de dolor, no quería comer, me costó muchísimo verlo en ese estado pero como pude ayudé a su madre a cuidarlo, a darle ánimos. Nadie debería pasar por algo así y mucho menos un niño.
Un tiempo después mi padre les dio la noticia de que su cáncer estaba en remisión. La mejor noticia que pudimos haber escuchado, luego de eso Sebastián pudo ir a la escuela y prácticamente a tener una vida normal.
Mi vida fue otra a partir de ahí, Sebastián se convirtió en una parte importante de ella. Hacíamos todo juntos, de hecho creo que casi no tuve amigos aparte de Sebastián, lo sé no es sano pero no se me daba muy bien eso de hacer amigos, en cambio Sebatián era distinto persona que lo conocía, persona que se hacía amigo de él, pero no vayan a pensar que yo era un bicho raro de esos que andan solo como hermitaño sin acercarse a nadie, es decir, tenía conocidos con los que hacía cosas, pero llamarlos amigos en todo el sentido de la palabra, pues no.
En secundaria como es normal comenzamos a salir con chicas, si lo admito cambié un poco físicamente en esos años, entré al equipo de fútbol y pues el entrenamiento había hechado sus frutos en mi cuerpo y al parecer no era nada desagradable de rostro, algo que me benefició mucho, pues me hice algo popular esos años, lo odiaba un poco saben, porque sentía como que todos me estaban juzgando, viendo qué hacía y qué no. Pero no me quejaba cuando de chicas se trataba, las tenía volando a mi alrededor, incluso Sebastián se benefició de ello, aunque con lo que me confesó tiempo después, no creo que haya sido algo buenonpara él.
Una noche después de una de nuestras citas dobles, porque sí como les dije hacíamos todo juntos, Sebastián me confesó que es gay, así sin anestecia, sin una conversación previa. No supe cómo reaccionar, ni qué decirle, lo dejé en su casa y me despedí, fue lo único que pude hacer. No me mal interpreten, no soy homofóbico, al menos no yo, fue solo que se me vino a la cabeza todo lo que mi padre me había dicho durante toda mi vida y pues junto con lo que me dijo Sebastián, no supe como lidiar con la sitiación.