Los bares cerrados por el miedo de que el temporal arruine sus negocios y más de un millón de personas encerrados en sus moradas tratando de que el mal tiempo no les arrebate por lo menos, el deseo de divertirse mirando una buena película comiendo palomitas acompañados de una bebida, ya sea jugo, gaseosa o un rico chocolate caliente, o bien buscando la manera de calentar los cuerpos en esta noche de frío helado.
En el séptimo piso, de uno de los departamentos más caros del barrio porteño de Palermo, dos cuerpos arden al calor de la hoguera, del deseo. Dos almas extrañas por alguna razón se han encontrado en ese espacio, en esas cuatro paredes, sobre la suave y fría tela de seda roja que viste la cama y han dejado fluir la sed de sexo que un cuerpo siente por el otro.
Ella, clava sus uñas en la espalda de él mientras "canta" una hermosa melodía de gemidos en su oído, haciendo que sus notas se aferren con fuerza a su cabeza, a sus recuerdos. Su miembro se encaja en el suyo como si Dios los hubiese creado para ser uno solo, para completarse porque en sus vidas habían sentido que sus genitales encajan perfectamente en los del otro.
Sus besos tatúan cada espacio de la piel, mojando de deseo incentivando sus propias ganas, sus más íntimos deseos de ponerse el uno al otro, de sentirse tan profundo, de tocarse, de amarse. Los machos de cabello de ella caen sobre el rostro de él que se encuentra tendido en la cama mientras se deja llevar por el vaivén del cuerpo de la desconocida meciéndose sobre su miedo, saltando una y otra vez, haciéndole tocar el cielo con las manos.
Su piel se siente suave al tacto de sus manos que aprietan su carne provocando que ella grite, besando uno a uno sus gemidos. Sus piernas se entrecruzan en la espalda de él mientras que cruza sus manos por detrás de la cabeza haciendo que sus cuerpo se peguen el uno a otro, sintiendo los latidos del corazón en el pecho.
- Te deseo tanto. –
Le escucha decir mientras se pierde dentro de ella, de su estrecha vagina, mientras se escucha en el ambiente el ruido de sus fluidos mezclándose, esa exquisita melodía que endulza sus oídos. Él también la desea, él también la necesita en su cuerpo, en sus manos.
- Yo también te deseo Sam. – Cómo sabía su nombre, quién se lo dijo, se conocían. – Sam, Sam. -
Su cuerpo comienza a removerse de un lado al otro y puede sentir como alguien sacude su cuerpo y al abrir los ojos ve frente suyo como todo se desvanece, como el extraño. Se pierde bajo sus manos, bajo su abrazo y la voz de su prometido se empieza a escuchar cada vez más cerca.
- ¿Estás bien Sam? – le dice Bruno, su prometido.
- Si, si. – le contesta Samantha aún aturdida por el sueño que acababa de tener, un sueño con aquel hombre que tenía de forma recurrente.
- Bueno amor, voy a bañarme, tengo que entrar temprano hoy volveré tarde a casa, tengo reunión con los Italianos. – y luego de darle un beso se perdió de su vista.
Samantha era la fundadora de la cadena de restaurantes "Sabores Primavera", cuyas franquicias en Estados Unidos, Italia, México y España le habían hecho ganar más de doscientos cincuenta mil millones de dólares.
A Bruno Navarro lo había conocido en uno de sus viajes de negocios, hace siete años atrás y desde entonces no sé han separado de hecho estaban comprometidos y la boda sería exactamente en un mes. Él era un reconocido abogado penalista que no solo atendía casos de grandes figuras nacionales, sino que también llevaba casos de grandes artistas internacionales por lo que su trabajo le permitió conocer varios países del mundo y en uno de sus viajes a España la conoció a ella, al amor de su vida. El flechazo fue instantáneo y aunque demoro meses en enamorarla y años en que le dé el sí, sabía perfectamente que no podría ser feliz con nadie más, porque había nacido para amarla.
Por su parte Samantha, trabajaba en una de sus sucursales, la que se ubicaba en Barrancas de Belgrano y la que más disfrutaba dado que amaba el paisaje y la gente de ese barrio. Con ella trabajaba Silvina, una mujer alta de cuerpo de infarto con cabellos por la cintura color chocolate, ojos de color verde y un lunar en el pómulo derecho que la hacían hermosa y única. Ella no solo era su compañera de trabajo, era su mejor amiga, su mano derecha y quién sabía todo de ella, especialmente lo de aquel hombre de sus sueños.
Samantha se sentía avergonzada e incómoda el tener ese tipo de sueños húmedos con un hombre que no era su prometido, su futuro marido y lo pero de todo es que cada mañana amanecía con su respiración entrecortada, el cuerpo caliente y toda mojada. Algo de la situación le intrigaba, ese muchacho le llamaba la atención y todo lo que en sus sueños le hacía porque hasta la manera bruta y salvaje de hacerle el amor le provocaba que por las mañanas sintiera haber participado de una batalla y cada espacio de su cuerpo le dolía.
- ¿Y esa cara? – le pregunta su amiga preocupada por el aspecto demacrado de Sam. - ¿Otra vez esos sueños.? – bastó con solo mirarla a los ojos para saber la respuesta. – ay amiga, no más quisiera yo un hombre que me folle así de rico. – concluyó dejando escapar un gemido de sus labios.
- Silvana, pro favor no digas locuras. Yo estoy felizmente comprometida. – le responde ofendida a su amiga aunque la realidad era que ya no sabía si realmente era la "feliz futura esposa de Navarro" .
- Bueno, en fin. Hoy tenemos la cena con los chinos. –
- ¿Qué? ¿No era mañana? – pregunta confundida.
- No, ¿A caso no estuviste organizando todo estas últimas semanas para hoy? ¿Ya lo olvidaste? –
Sam se agarraba la cabeza ¿Cómo era posible que se le haya pasado la cena con los chinos? Estaba a punto de cerrar un negocio importante, un proyecto que llevaría a unir dos cadenas de restaurante que la llevaría a ganar mucho dinero y lo había olvidado.
- Lo olvidé. –
- Tranquila, previniendo tu olvido es que yo misma me encargué de los últimos detalles. – dice Silvana ultimando horarios en su tablet.
- ¿Qué haría sin vos? –
- Nada amiga, no harías nada. – y luego de darse un fuerte y sentido abrazo ambas comenzaron a trabajar.
Mientras tanto, en otro extremo de la Ciudad de Buenos Aires un muchacho de unos veinte años se despierta sudado y duro luego de haber, nuevamente, soñado con esa mujer.
Dante llevaba meses soñando con esa hermosa mujer de cabellera negra que podría su cuerpo como ninguna. Si bien no perdía oportunidad de llevarse a quien quisiera a su cama últimamente se había obsesionado con esa morena que se le aparecía cada noche en sus sueños y que ya había probado cada parte íntima de su cuerpo.
Con solo veinte años de edad y habiendo terminado la secundaria hace dos años, Dante se la pasaba perdiendo el tiempo en fiestas y con mujeres, gastando el dinero de su abuela en vez de estudiar una carrera o trabajar en algo. Dante había crecido con sus abuelos y una hermana diez años mayor que él, ella estaba casada y tenía dos pequeños mellizos de cinco años.
Él jamás se había tomado nada enserio por eso no tenía novia ni planes de casamiento, ni nada. A él solo le interesaba hacerse d ella herencia de su mamá, como le decía para poder irse de mochilero por todo el mundo. Sabía que era cuestión de semanas o de días para hacerse del dinero que le correspondía y no es que no amara a su abuela, claro que sí pero entendía que la pobre vieja ya no quería vivir luego de la muerte de su marido, el estar sola la estaba consumiendo en vida y realmente no tenía nada que hacer en esta tierra.
- ¡Dale infeliz, ¿Cuánto más vas a dormir?! – le grita su hermana luego de tirarle una cubeta de agua.
- ¡Ey, Lucía ¿Por qué? Haces eso? – reclama enojado al verse y ver toda su cama mojada. - ¿Por qué lloras? – al darse cuenta de la expresión en su rostro es que preocupado le pregunta qué sucede. – llamaron de la clínica, la abuela murió. –
El escucharla decir aquellas palabras le hizo sentir un frío correr por todo su cuerpo, ahora había quedado completamente huérfano. Con solo tres años de edad, se había quedado huérfano de padres y a la edad de dieciocho un infarto se llevó la vida de su abuelo.
Con mucho dolor y conteniendo a su hermana es que fueron a reconocer el cuerpo y a realizar los trámites necesarios para el sepelio. Ella antes de morir les había hecho prometer que no la velarán y que la enterrarían justo al lado de su marido y ese deseo se lo iban a cumplir.
- Hasta el día para morir eligió la Nana. – dijo afligido Dante.
- Si, ella siempre decía que el mejor día para morir tenía que ser uno con mucho frío y lluvia. Creía que era romántico. – recordaba con una sonrisa Silvana. - ¿Crees que está con el abuelo en el cielo? – y no pudo contener las lágrimas.
Dante y su hermana siempre tuvieron un vinculo basado en el respeto y el compañerismo por eso tenían una relación casi de amistad, porque a él le generaba mucha confianza su hermana y pese a que tenía amigos en quién confiar, nadie podría entenderlo como Silvana.
- Sr y Sra. Montenegro, lamento mucho el fallecimiento de su abuela, pero necesito que mañana a primera hora se hagan presente en mi despacho para hacer la lectura del testamento, dado que el que ustedes conocen ha sufrido algunas modificaciones a pedido de la Sra. Candia de Montenegro una semana antes de morir. –
Los hermanos lo miraron confundidos ¿Cómo es que su abuela hace cambios en el testamento y ellos son los últimos en enterarse? Pero todo tenía una explicación y no debían esperar mucho para saberlo. En la vida de Dante las cosas van a cambiar y él no puede siquiera imaginar cómo.