Samantha y Dante se quedaron mirándose perplejos porque ambos sabían de quién se trataba el otro, ambos tenían esos sueños recurrentes lo que desconocían era que también le pasaba al otro. Sam tomo una gran bocanada de aire y le habló.
- ¿Me buscaba? – preguntó intentando que no se le notara el nerviosismo.
- Si, pero no ahora que ví a la señorita de junto me olvidé a qué venía – Sam se sintió ofendida ¿Cómo era posible que solicitara verla si luego se iba a quedar coqueteando con su amiga?
- Hola ¿Cómo estás? – interviene Silvina sonriéndole ampliamente.
- Bien, no imaginé que te encontraría aquí. –
Samantha se sentía incómoda en medio de los dos que estaban coqueteándose descaradamente y por alguna extraña razón sentía celos. Celos de saber que su mejor amiga había probado al hombre que le robaba el aliento cada noche en sus sueños y de quién no tenía conocimiento.
- Discúlpenme, pero tengo mucho trabajo que hacer ¿Puede decirme a qué vino a mi restaurante? – el la miró y extendiéndole la mano fue que se disculpó y se presentó.
- Lamento el mal rato, mi nombre es Dante Montenegro, el dueño de "A Puro Sabor". Bueno, dueño lo que es dueño no, pero es parte de una cláusula de una herencia. –
Sam, no comprendía por qué él le estaba contando todo aquello que en realidad no le interesaba, de hecho tampoco le importaba saber que era la competencia porque lo único que le hacía ruido era el tener que verlo diariamente y que además se revuelque con su mejor amiga cuando en realidad, aunque en este momento tenga una ensalada de sentimientos, deseaba poder ser ella quien disfrute, despierta, de sus besos, de sus caricias, de de su miembro enterrándose en cada una de sus partes íntimas y prohibidas y se odiaba por sentir esto.
- La competencia. – dice tajante. Lo que menos quiere es que pueda notar todo aquello que ha generado en su cuerpo hasta antes de conocerlo.
- UMM... no me gusta esa palabra. Mejor digamos que somos vecinos. –
Samantha sentía que Dante le estaba tomando el pelo, por alguna extraña razón que no comprendía estaba disfrutando de lo que estaba generando, pero no le iba a permitir que se sienta imponente en su propio negocio.
- Discúlpenme, pero tengo trabajo ¿A qué vino? – hablo sería y tajante.
- Si, venía a presentarme pero justo la vi a ella y recordé que nos conocimos y muy bien. – está última frase estuvo cargada de picardía y hasta podía jurar que guardaba cierta complicidad por la noche que habían pasado juntos.
Todo aquello molesto a Sam, quien si había algo que le molestaba más que nada, era que le hicieran perder el tiempo y peor si esa persona no era más que el que le arrancaba gemidos de placer en sus sueños y que para su mala suerte, se había acostado con su mejor amiga y todo aparentaba a qué seguirían teniendo ese tipo de contacto.
- ¿Me permite hablar con la Srta.? – y para el colmo, pretendía que los deje solos.
Ella no dijo nada, solo puso sus ojos en blanco y se marchó hacia su oficina en el primer piso. Mientras subía las escaleras pensaba en la mala suerte que tenía y en el por qué, entre millones de personas justo Silvana viene a dar con él y ella misma pone su restaurante en frente del de él. ¿Qué más le podía pasar?. De repente, su amiga entra a la oficina y se deja caer en uno de los sillones blancos, parte de la decoración.
- Amiga . . .este hombre es . . . – mientras la escucha desinteresada, se sirve un vaso de agua y mientras lo bebé tranquila su amiga sigue expresándose – me ha invitado a cenar. – ella levanto los hombros y puso sus ojos en blanco – lo único malo es que le llevo doce años. –
Fue solo escucharla decir cuántos años le lleva que le provocó un ahogo ¡Doce años! Eso quiere decir que tiene veinte. Samantha no dejaba de toser asombrada por al edad del joven y por saber, como sospechaba, que tanto su amiga como el muchacho seguirían teniendo esos encuentros calientes y por primera vez en la vida, sintió celos. Celos de su mejor amiga que se comía el caramelito que ella, aunque ya lo había disfrutado en sueños, no había probado despierta.
- No me cae bien. – trato de que ella no notara los celos y al incomodidad en el tono de su voz. Sam no era de esas amigas que te echaban malas cada vez que "cupido" las sorprende con un nuevo amor. Si a ella un hombre no le gustaba, por algo era. – Silvana, es evidente que ese tipo es un Don Juan. Va a terminar lastimándote. –
Bueno, en algo tenía razón. Dante era todo un Don Juan y lo que menos le interesaba eran los sentimientos de las mujeres con las que se acostaba, pero ahora todo era diferente, porque se había dado cuenta que había algo en su comportamiento para con Silvina que no había caído bien por parte de Samantha y él realmente se aprovecharía de eso.
Por otra parte, Dante no podía creer la suerte que tenía y todo gracias a su difunta abuela. El haberse molestado por la cláusula del testamento que lo llevo a ir a ese pool y conocer a la mujer que resultó ser la mejor amiga de la mujer con la que sueña cada noche que le hace el sexo como a ninguna y que encima resulta ser la competencia ¿Qué más podía pedir? Lo que en un principio sería una tortura, ahora sería la gloria. Ir a trabajar cada mañana sería lo mejor que pudiera pasarle.
A la mañana siguiente, Silvina no fue sola hasta su trabajo, sino que él, Dante se había ofrecido a llevarla. Él no era del típico hombre que se enamora, claro que no, y siempre dejaba en claro en qué consistía sus relaciones y con Silvina había hecho exactamente eso. Solo tendrían sexo casual luego cada quien seguiría con sus vidas como hasta ahora.
Él desconocía que Samantha, al igual que él, tenía sueños recurrentes dónde le hacía el amor y solo le importaba el poder lograr seducirla para probarla, para poder sentirse dentro de ella. Deseaba hacerla gemir su nombre al llegar al éxtasis y eso iría a ser. Se la llevaría a la cama así sea lo último que haga en su vida.
Ni bien llegaron a "Sabores Primavera" Silvina lo invitó a tomar algo en la cocina ya que al llegar temprano y notar que Samantha no había llegado aún, prefirió que pudieran estar solos para hablar y disfrutar un trago juntos. Aunque su idea no iba por esos lados.
- Te, toma.. solo no vayas a embriagarte. – le entrega la copa sonriendo coqueta.
- ¿A qué le temes? – le sigue su juego.
Si había algo que a Silvina le encendía era el jugueteo y el saber que él seguía su juego no hacía más que excitarla. Ella era de esas mujeres que no le importaba dónde, si deseaba follar lo iría hacer en el lugar que sea y Dante era igual.
Mientras bebía su copa, el la desnudaba con la mirada y pocos segundos bastaron para que se dejara llevar por el deseo.
- Si me sigues provocando no me haré responsable de lo que suceda.- suelta sonriendo de costado.
- ¿A, sí? – ella a esas alturas solo quería que la hiciera suya salvajemente.
- No me provoques. – Dante no era de darle vueltas al asunto, ni le gustaba mucho el histeriqueo por lo que si se le ocurría arrancarle la ropa y follarla ahí mismo lo haría sin culpas ni importancia.
- ¿O si no qué? – indaga curiosa y excitada en tanto se acercaba a él.
Santo dejo la copa en el lavatorio y sin decir le nada la tomó del brazo y la arrojó sobre una de las mesas donde se cortaban los alimentos. Le subió la falda y en tanto corría su fina ropa interior hacia el costados, el liberaba su miembro duro y sedoso de entrar en ella, no sin antes ponerse un condón.
Separa sus piernas con uno de sus pies y antes de introducir su miembro en su hendija utiliza sus dedos para saber cuán húmeda tenía su intimidad.
- Oh dios, que lista estás para mí. – dijo mientras escuchaba y sentía la humedad de su cuerpo.
No le dio tiempo a que ella pudiera asimilar la sensación de tener sus dedos dentro de ella, que segundos más tarde estaba gritando de placer ante cada embestida.
Cuando Sam llegó al restaurante vio que en el sector de perchero había dos abrigos, uno reconocía como el de Silvina, pero el otro no.
Cuando se dispuso a colgar el propio allí, se dio cuenta de unos ruidos que venían de la cocina. Ella se acercó con miedo pensando de que puede que hubiera algún ladrón, lo que menos se le pasaría por la cabeza de que su mejor amiga y socia estaría follando con la competencia en la cocina.
A medida que se iba acercando los ruidos se hacían cada vez más claros, pero no quería pensar lo que ya era más que obvio.
Ni bien se acercó a la puerta de la cocina y abrió un poco la misma se encontró con una imagen que la dejó en shock. Era Silvina teniendo sexo con Dante.
Sus movimientos eran tan rápidos y los gemidos de ella calaban tan hondo su cuerpo que sintió la humedad en medio de sus piernas y un deseo inmenso de tocarse.
Ella gemía de tal manera que le provocaba envidia y por alguna razón que iba más allá de si misma deseaba estar en su lugar.
De un momento a otro él levanta su mirada y la encuentra observándolos, por suerte Silvina estaba tan concentrada disfrutando que no notó que su amiga los estaba mirando. Sin embargo Dante sí lo hizo y el saber que aún seguía parada ahí le provocaba más placer.
Él clavó sus ojos en ella en tanto se movía rápidamente dentro y fuera de su mejor amiga. Sam no podía evitar sentir el calor quemar su cuerpo y sus pezones ya se enmarcaban en la blusa. Odiaba el haberse puesto un sostén de tela ese día. Ella sabía que él tenía sus ojos puestos en ella mientras follaba a Silvina, pero el poder de mantenerla allí era tan fuerte que no le funcionaban si quiera los pies.
- Te gusta. – Indaga mientras sigue mirándola.
- Ay, si.. continúa no pares. – pero no era Sam quien le respondía.
- Te gustaría que te folle así de fuerte. – e iba aumentando la intensidad. Silvina no se había percatado de lo que dijo, estaba en la cima del placer y lo que mas le importaba era disfrutar de su propia excitación.
Sam seguía allí, cautivada por los movimientos de él al mismo tiempo que él se sentía más caliente que de costumbre al estar follando a una mujer. Por alguna razón eso de que le estén viendo en la intimidad lo hacían poner más duro.
De repente, él comenzar a sentir que su cuerpo va resolviendo el orgasmo al mismo tiempo que ve como Sam se muerde el labio inferior y posa su mano en su vientre apretando y arrugando su ropa. Deseaba tocarse, deseaba hacerlo allí frente a él. Cuando Dante recibe el orgasmo y deja escapar un grito desgarrador desde lo más profundo de su garganta, lo sigue ella que comienza a sentir que pierde estabilidad de sus miembros inferiores y comienzan a temblarle como si se tratase de un trozo de papel, por lo liviano y frágil.
Cuando Sam se dio cuenta de lo que acababa de hacer todo su rostro se puso rojo. Había estado excitándose mirando a su mejor amiga follando con el hombre de sus sueños y ahora sabría que no dejaría de pensar y desear que de esa misma forma de entierre en ella.