-¿Estás loco?- ¿Por qué si no iba a pedirle a un desconocido que se fuera a vivir con él? -¿Trabajas con trabajadores sociales, con la policía o simplemente con alguien que quiere un bebé? Porque si estás pensando en darme un hogar y luego quitarme a mi bebé, no va a funcionar. Estoy bien. Puedo vivir en la calle-. Por muy duro que fuera, podía sobrevivir si tenía a mi bebé conmigo. Podía sobrevivir si seguía dibujando. Podía sobrevivir. He hablado con otras personas sin hogar que han vivido en la calle durante más de diez años. Sobrevivieron.
Pero no tenían un bebé.
Sacudió la cabeza:
-No trabajo con nadie. No quiero su bebé. Si quisiera un bebé, me lo habría buscado yo. Lo único que quiero es ayudar a una adolescente que está embarazada y vive en la calle.
-¿Por qué? ¿Por qué quieres ayudarme?- tuve que preguntar. Todo el mundo tiene una razón para hacer las cosas. Él debe tener una razón válida para querer ayudar a alguien que acaba de conocer, alguien que podría estar mintiéndole, alguien que sabía que le estaba mintiendo.
-Sé lo que es estar en esta posición.
Le miré a los ojos, y vi algunas emociones durante unos segundos, pero desaparecieron rápidamente.
-Eso no es suficiente información-. No parecía alguien que fuera un sin techo o que lo hubiera sido alguna vez. Parecía alguien que había nacido rico. En una gran mansión con gente sirviendo a sus pies. -Dime cómo sabes lo que es estar en esta posición.
-Es personal.
Me reí.
-¿Y pedirme que me mude contigo, un extraño, no es personal? Por lo que sé, podrías ser un asesino. Necesito saberlo.
-¿Cambiaría algo en tu decisión?-. Puse los ojos en blanco ante su ridícula pregunta.
-Por supuesto. No pareces alguien que sepa lo que implica esta vida.
-Las apariencias engañan.
Alcé las cejas ante su afirmación.
-Efectivamente y por eso necesito conocer tu historia.
Permaneció en silencio unos minutos, por lo que pensé que no me la iba a contar, pero empezó a hablar.
-Mi madre estaba en tu misma situación cuando se quedó embarazada de mí. Tenía dieciséis años y sus padres eran muy religiosos. Era la hija del pastor y pecó. Tenían que mantener su estatus en la iglesia, así que le dijeron que se fuera. La persona que la dejó embarazada no pertenecía a la iglesia; era motero, así que no quería un bebé-, hizo una pausa y miró por la ventana, luego continuó. -Ella no tenía a nadie que la ayudara; luchaba por mantenerme. Alguien la violó mientras estaba embarazada de mí-. Podía oír las emociones en su voz.
Respiró hondo y continuó:
-Viví en la calle hasta los tres años. No sé cómo se las arreglaba para huir de la ley. Nunca nos quedábamos mucho tiempo en un sitio, dos días como mucho. Tenía tres años cuando mi madre pudo alquilar un apartamento de una habitación en Harlem. Trabajó de camarera hasta que yo cumplí veintitrés años. Le ha costado mucho cuidar de mí, y por eso quiero ayudar a alguien que parece estar en la misma situación que mi madre conmigo. No quiero otra cosa, ayudar.
Al escuchar su historia, me recorrieron escalofríos, ¿acabaría yo en la misma situación que su madre? No quería trabajar en una cafetería el resto de mi vida. No quería que mi hijo sufriera el acoso que yo sentí de mayor. No quería que la gente me llamara prostituta por quedarme embarazada. Quería una vida mejor, y este hombre me ofrecía precisamente eso. Pero cómo confiar en alguien que no conozco, alguien a quien sólo he visto dos veces. No tenía mucho sentido.
¿Y si decidía vivir con él y empezaba a insinuarse? ¿Y si cambia de opinión sobre quitarme a mi bebé? ¿Y si está mintiendo? ¿Y si es un asesino en serie? ¿Y si es un traficante de personas? ¿Y si está intentando ayudar? Tenía que pensar en muchos -y si...-. Los buenos y los malos.
No parecía un asesino en serie, pero los hay de todas las formas, tamaños y razas. No parecía que fuera a hacer daño a nadie, pero la gente cambia con el tiempo.
Sacudí la cabeza. Por muy tentadora que fuera la oferta.
No podía arriesgarme.
Este bebé es todo lo que me queda y no podía arriesgarme a perderlo.
-Señor Dickson, siento lo que os ha pasado a su madre y a usted, pero eso no significa que nos vaya a pasar a mi bebé y a mí. Sobreviviremos. Hemos sobrevivido tanto tiempo; podemos continuar.
Rápidamente puso sus manos sobre las mías. Me recorrió un escalofrío al contacto:
-Antes de irte. Toma mi información de contacto, por si cambias de opinión. Mi oferta seguirá en pie-. Sacó una tarjeta de visita de su cartera y me la puso en las manos. -Vivo en el 150 de Main Street North, apartamento número 1029-, me soltó las manos y me ofreció una pequeña sonrisa desdentada. -Cuídate y cuida a tu bebé.
Miré sus hermosos ojos encantadores y sonreí:
-Gracias-. Me levanté de la silla, cogí mi bolso y me dirigí a la puerta del restaurante sin mirar atrás.
Quizá algún día me arrepentiría de no haber aceptado su oferta, pero por hoy seguiría con mi decisión. Agarré con fuerza mi bolso y caminé por la concurrida calle de Nueva York. Sobreviviré, no he venido hasta aquí para no hacerlo.
Levanté la vista en dirección al sol. Era poco después del mediodía y no había conseguido cincuenta dólares. No podía volver a donde estaba antes, no después de lo que acababa de pasar. No quería que pasara y me viera. Me echaría las miradas que me echaban los demás, y no quería ver eso en sus preciosos ojos.
*
Saqué la caja de la basura y abrí las esquinas. La levanté a la luz y sonreí. Era lo bastante grande como para que pudiera dormir en ella. Me metí el cartón bajo los brazos y salí del fondo del supermercado. Lo siguiente que tenía que hacer era encontrar un lugar donde pasar la noche, ya que mañana tomaría un autobús a Washington DC. Washington tenía un alto índice de personas sin hogar, por lo que era fácil no ser visto ya que éramos muchos.
Había un parque infantil cerca. Estaba limpio y era tranquilo. Por las noches estaba un poco oscuro, pero era mejor que los callejones oscuros o el banco del parque. Agarrando con fuerza el cartón y mi bolsa, empecé a caminar en dirección al parque.
Sonreí al ver los columpios y los toboganes. Era tranquilo y silencioso, y nadie llevaba a sus hijos al parque por la noche, así que nadie me molestaría mientras dormía. Me acerqué al banco y apoyé mi mochila en él, luego coloqué mi cartón al lado. Saqué mi manta demasiado usada y la coloqué sobre el cartón. Saqué el bote casi vacío de repelente de mosquitos y me lo rocié por el cuerpo. Tenía que asegurarme de usarlo todas las noches o, de lo contrario, los mosquitos me atormentarían toda la noche y me dejarían horribles manchas rojas por todo el cuerpo.
Coloqué el repelente junto al cartón y luego me agaché lentamente para tumbarme en mi cama improvisada. Me tapé con la manta y cerré los ojos. Mañana iba a ser un día largo y necesitaba descansar todo lo que pudiera.
-Buenas noches, pequeña-. Apoyé las manos en el vientre y sonreí.
Sentí una patadita en respuesta. Sonreí; no era un error ni algo de lo que me arrepintiera. Hubiera lamentado no sentir este amor consumiéndome.
-Yo también te quiero.