El recepcionista rompió mis pensamientos del perro al hablar:
-Señor Dickson, estaba intentando que se fuera, pero no me escuchaba.
El señor Dickson miró con el ceño fruncido al recepcionista:
-¿Por qué? Le dije que viniera aquí-. Se volvió hacia mí y al ver las lágrimas su rostro cambió inmediatamente a preocupación. -¿Qué pasa?-, soltó la correa y se acercó a mí. -¿Alguien te ha hecho daño?
Le miré a los ojos azules y luego me giré para mirar a la recepcionista que estaba demasiado ansiosa por escuchar mi respuesta. No quería que se enterara de mis asuntos.
-¿Podemos hablar en otro sitio, por favor?
Asintió:
-Claro-. Me cogió por los codos y tiró de mí en la dirección de la que venía. -Vamos chico; parece que esta noche no saldrás a pasear-, dijo mirando al perro.
El perro gimoteó, pero nos siguió.
Entramos en el ascensor en silencio y el señor Dickson pulsó un botón de la pared. No levanté la vista para ver cuál era porque me había quedado mirando a su perro.
-Se llama King.
Levanté la cabeza para encontrarme con sus ojos azules:
-¿Uf?
Bajó la mirada y señaló a su perro:
-Se llama King.
-Ohh. Es un nombre raro para un perro-. En mi pequeña ciudad, los perros se llamaban como las canciones y los coches. Nunca habían llamado a un título. Era nuevo para mí.
-Es un Cavalier King Charles Spaniel mezclado con Pastor Alemán.
Fruncí el ceño cuando lo dijo. ¿No eran los Cavalier King Charles Spaniel perros pequeños y los Pastor Alemán perros grandes?
Sonrió:
-Lo sé. Yo tuve la misma reacción cuando lo adopté. No sé cómo lo hicieron sus padres, y no me importa porque es increíble-. Esbocé una pequeña sonrisa ante sus palabras. Era evidente que quería a su perro.
A lo mejor, después de todo, era un hombre normal. Los asesinos en serie no tienen perros, ¿verdad?
Permanecimos en silencio durante el resto del trayecto. Cuando el ascensor se detuvo, mencionó que le siguiera detrás, así que lo hice en silencio. Detuvo su puerta y empezó a sacar las llaves del bolsillo. Introdujo la llave en el medallón y la hizo girar, y en unos segundos se abrió la puerta. La abrió de par en par y me hizo un gesto para que entrara.
Dudé unos segundos y entré en el apartamento. Era el momento. Decidí confiarle mi vida y la de mi hijo. Confiar en que no es un asesino en serie, un pedófilo o un ladrón de bebés.
Al entrar en el apartamento, observé su distribución. La habitación delataba su soltería. Las paredes estaban pintadas de azul grisáceo oscuro. Los muebles eran rústicos y oscuros, y el sofá estaba salpicado generosamente de vibrantes cojines burdeos y blancos. En la pared había algunos cuadros abstractos que contrastaban sus colores.
Oí cómo cerraba la puerta tras de sí y venía a ponerse a mi lado.
-Vamos, y no deberías estar tanto de pie-. Sin tocarme, me indicó el camino hacia el sofá y me indicó que me sentara, y cuando lo hice, King vino y se sentó justo a mis pies. Sonreí al simpático perro, pero levanté la cabeza al oír la voz de su amo.
-¿Tienes hambre? ¿Quieres comer algo?
Asentí con la cabeza. No había comido desde las seis de la tarde y caminar antes me había quitado toda la energía.
-Sí, por favor.
-¿Hay algo que no comas o que se suponga que no debes comer?-, pregunta con preocupación en la voz.
-Carnes y huevos crudos, queso, leche, alimentos de hojalata, pescado crudo. Creo que eso es todo.
Asintió y sonrió.
-Perfecto, espero que no te importen las sobras-. ¿Importarme las sobras? No tengo casa, por Dios; me encantan las sobras. Eran mejor que no tener nada que comer.
-Mi madre cocinó pollo al curry ayer, y trajo un poco para mí.- Se apartó y empezó a caminar en una dirección; mis ojos le siguieron hasta su cocina-. Todavía me trata como a un niño, así que me trae la cena al menos dos veces por semana. Tiene miedo de que me olvide de comer-, despotricó mientras sacaba el plato de la nevera. Compartió la comida en un recipiente más pequeño y luego se acercó, levantó la cabeza y me miró: -¿Está bien calentar la comida en el microondas?
Asiento con la cabeza:
-Creo que sí-. Llevaba seis meses comprando comida en restaurantes y no tenía ni idea de lo que hacían detrás de esos mostradores, pero no podía ser exigente porque no tenía elección. Así que comía lo que compraba en el restaurante y lo que las personas de la calle tenían la amabilidad de darme.
Hay gente en el mundo que lo pasa mucho peor, así que ¿por qué voy a preocuparme y quejarme si me dan algo de comer?
Una cosa que he aprendido viviendo en la calle es a ser agradecido. Agradecido por la vida, agradecido por la familia y, lo que es más importante, agradecido por el amor, porque cuando pierdes esas tres cosas son demasiado difíciles de recuperar.
Le escuché mientras pulsaba algunos botones del microondas. Miró por encima de la mampara y luego volvió a mirarme:
-¿Qué te gusta beber?
Durante los últimos seis meses, cuando oía esa pregunta dirigida a mí, respondía -agua- porque no tenía suficiente dinero para comprar zumo.
-Tomaré cualquier cosa que tengas.
-No tengo refrescos porque creo que no son saludables, pero tengo zumo de arándanos, de uva, de manzana y de naranja. ¿Cuál prefieres?- No recordaba la última vez que había tenido tantas opciones en mi vida. Ah, sí, no puedo porque nunca las tuve. Mi madre solo me daba zumo de naranja, y normalmente era el que compraba en la cafetería.
-Uva-, respondí sin saber qué elegir. La uva era mi fruta favorita, así que quizá me gustara el zumo de uva.
Asintió y desapareció tras el tabique. Me tomé mi tiempo para echar un vistazo al apartamento. Era sencillo y agradable para un hombre soltero.
¿Hombre soltero? Miré en dirección a la cocina dándome cuenta de que nunca le había preguntado si estaba disponible o no. Eché un vistazo a la habitación, pero no vi ninguna foto suya, excepto unas en las que abrazaba a una mujer mayor, o ella le abrazaba a él. Supongo que la mujer de la foto era su madre. Parecía tan feliz y sus ojos azules brillaban de amor. Sonrío ante la imagen íntima, deseando tener a mi madre conmigo. Secándome las pequeñas lágrimas que se me estaban formando, sigo mirando las demás fotos. En una mesa junto a la ventana, había una foto de boda de su madre vestida de novia junto a él y un hombre mayor. Los tres sonreían y parecían felices. Sentí un tirón en el corazón. Ojalá tuviera una familia que me quisiera y cuidara como ellos. Unas lágrimas caen de mis ojos al recordar a mi madre y el amor que me demostró cuando crecía.
¿Cómo pude traicionarla haciendo lo único que ella no quería que hiciera?
¿Cómo pude quedarme embarazada en el instituto?
¿Cómo pude estar tan ciega para no ver que Will me estaba utilizando?
¿Cómo pude ser tan estúpida?
-Hey, no llores.- El Sr. Dickson salió corriendo de la cocina y vino a sentarse a mi lado. -Sé que lo que has pasado no es fácil, pero te lo ruego, por favor, no llores-. De repente me atrae hacia sus brazos para abrazarme. Al principio me pongo rígida ante el contacto, pero luego cedo y dejo que las lágrimas caigan con más fuerza. Mi madre fue la última persona en abrazarme y, cuando lo hizo, fue tan cálido que no quise soltarla. El señor Dickson me acarició la espalda y siguió susurrándome al oído palabras tranquilizadoras.
-Quienquiera que te haya hecho daño o lo que sea que te haya pasado fue horrible, lo entiendo, y no hay forma de que pueda entender el dolor emocional por el que estás pasando ahora mismo, pero ahora te digo que no pasa nada. Lo superarás, y un día mirarás atrás y sonreirás. ¿Sabiendo que conquistaste con éxito esa parte de tu vida?
-¿Eso es lo que haces?- pregunté entre lágrimas.
Sí, miro atrás, reflexiono sobre lo que nos pasó a mi madre y a mí y lo utilizo para mejorar. Intento no pensar mucho en el pasado porque es deprimente y triste y no quiero volver a eso. Quiero seguir adelante. Tú también deberías hacerlo. Vas a comer, a ducharte y a acostarte. Mañana, cuando te despiertes, serás una persona nueva. No una adolescente embarazada sin hogar que no tiene a nadie, serás Jaky, la adolescente embarazada que vive con el multimillonario Osbaldo Dickson. No dejaré que sufras y vuelvas a esa vida. Eso está por encima de ti ahora. Déjame oírte decirlo. Eso está por encima de mí ahora.
Respiré hondo y repetí sus palabras:
-Eso está por encima de mí ahora-. Mientras lo decía, había algo dentro de mí que quería creerlo. Pero, ¿cómo iba a hacerlo? Después de todo, sigo embarazada y sin hogar, y seguiré estándolo hasta que viva en un apartamento y pague mi propio alquiler.
Por ahora, sólo soy residente de paso para el multimillonario, pero por alguna loca razón impensable, no quería ser residente de paso, y no quería ser la sin techo embarazada. Quería ser alguien a quien él amara, porque entonces la bondad que ahora me muestra se multiplicaría.