Aunque no hemos tenido tiempo para conocernos mejor, lo poco que me ha mostrado ha sido bueno. Se nota mucho la intención de enamorarme, aunque una parte de mí cree que todo se trata de una mala broma.
-Buenos días, Srta. Cora, ¿le sirvo su desayuno? - saludó la Sra. Hilda, la ama de llaves del Sr. Bardot, el padre de Jacob, mi supuesto prometido.
-¡Buenos días! - me senté en el taburete de la cocina con una sonrisa de oreja a oreja-. Por supuesto, pero espera a que Jacob nos haga compañía.
-El joven Bardot salió a tempranas horas de la mañana - la sonrisa que traía en el rostro se borró al instante-. Le dejó una nota.
-Oh, bueno, en ese caso, no me sirvas nada. Hoy saldré a caminar y comeré algo por ahí.
-Srta. Cora, sabe bien que no debe saltar sus comidas.
-Te prometo que voy a comer - me levanté de la silla, pero antes de salir corriendo del apartamento, tomé la nota que Jacob había dejado-. Gracias. ¡Ten un lindo día, Sra. Hilda!
-Tenga mucho cuidado, señorita. Recuerde que el chófer la llevará a dónde quiera ir.
-Lo tendré, no te preocupes tanto por mí.
Salí de ese inmenso apartamento más rápido que ligero. Bajé por las escaleras en lugar de tomar el ascensor mientras leía la nota que Jacob había escrito para mí sin prestar atención a nada a mi alrededor. Mis pasos eran lentos y torpes, incluso choqué con la baranda de la escalera debido al nerviosismo que ese hombre me provocó con tan solo un par de palabras:
«Estaré fuera de casa por unos días, me surgió un inconveniente de último minuto que debía atender personalmente y no podía esperar. Prometo que al regresar dedicaré más tiempo para nosotros dos. Piénsame mucho como yo siempre te tengo presente en mi mente, calabacita».
-No hace falta que me digas que te piense, si es imposible no tener en mente a un hombre tan sexi como tú - le hablé a la nota, llegando al final de las escaleras.
En lugar de pedirle al chófer que me llevara a conocer la ciudad, decidí caminar sola por las hermosas calles de Venecia hasta llegar a la estación de trenes. Una vez allí, subí en un pequeño medio de transporte que navega por los canales de la laguna veneciana, dándome cuenta de la belleza de esta ciudad. Aunque mi padre era un hombre con dinero y que le gustaba viajar seguidamente, nunca habíamos estado en esta parte de Italia. Venecia, sin duda alguna, es lo más hermoso que he podido apreciar. Sus calles bonitas, el hecho de navegar entre casas y observar aquellos castillos, torres y monumentos que son parte de la historia, no se puede comparar con algún otro lugar del mundo. El clima caluroso me gustó en demasía. Pensaba que ese hombre que parecía ser distante, frío y arrogante vivía en una mansión lujosa, pero realmente vive en un lugar tranquilo y apartado. Desde el último piso de aquellos apartamentos lujosos, se apreciaban unas vistas bellísimas de todo Venecia. No hacía falta salir a recorrer las calles, pero estando en aquel apartamento durante dos días seguidos, me sentí asfixiada de repente.
No sabía qué estaba haciendo con mi vida, si lo estaba haciendo bien o mal, si en realidad estaba cometiendo un error al haberme quedado junto a un hombre que no conocía de nada y rezaba una buena intención conmigo. Mientras navegaba por aquel canal en completa compañía de desconocidos, no dejaba de cuestionarme a mí misma. En el fondo, pensaba que lo había hecho mal. Después de todo, ¿qué tan confiable podría ser un hombre que no conocía en lo absoluto? No sabía a ciencia cierta si lo que decía de mi padre era verdadero o falso, pues así mismo como acepté venir con él, salimos de California y no tuve tiempo de regresar a casa y encarar a mis padres. Además, no sabía qué tan cierto era su gusto por mí. Aunque me tratara bien y me dijera palabras bonitas, había algo que me hacía dudar muy en el fondo.
Pero una parte de mí, esa a la que le hacía falta amor y atención de este tipo, creía que podría ser verdad y no una mentira o una broma.
Me recosté en un pequeño tronco que sobresalía del barco y suspiré profundamente. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué me dejé convencer tan pronto si mi decisión ya estaba tomada? Me sentía arrepentida de la decisión que había tomado a la ligera y sin meditarlo bien, porque, aunque no lo pensaba, sabía que nada bueno podría salir de toda esta situación.
«A ti lo que te hace falta es un hombre que te ame por encima de todo, que esté dispuesto a brindarte todo sin pensar en que lo puedan llegar a juzgar y que se juegue hasta la vida misma por ti. Aunque lo niegues una y mil veces, quieres que te amen de la misma forma en la que tus padres y los míos se aman. Todos merecemos y ansiamos ser amados con locura, pasión y sinceridad», recordé las palabras de Arabella, como si se tratara de una respuesta de mi subconsciente.
¿Acaso acepté el supuesto amor de un desconocido para darme cuenta que en el mundo podría haber alguien que se fijara en mí? ¿Así de necesitada me veía? Los chicos siempre estuvieron en un segundo plano en mi vida. Jamás me había enamorado o me había hecho una ilusión con alguno, quizás por el miedo de salir herida o porque no se me había presentado tal oportunidad de enamorarme.
¿Y si descubre que no soy lo suficiente? Me pregunté a mí misma, sintiendo una marea de dudas e inseguridades plantarse en el centro de mi pecho. Del gusto al disgusto existe un paso, ¿no? Quizás él está confundido y al igual que yo, no se le ha presentado la oportunidad de amar a una mujer como se supone debería ser. Porque, ¿qué gusto y amor puede sentir por una chica que solo vio una sola vez en su vida? Ahora que lo pensaba mejor y me detenía a pensar con claridad y objetividad, ¡era imposible que se enamorara de mí!
Ahora tenía claro mi propósito al haber accedido a su petición, y este era hacerle ver con claridad y lucidez que su supuesto amor por mí no existía, que solo se trataba de una mala jugada de su subconsciente.