Dios qué imagen de mujer... cuanta belleza podía existir en una obra de arte, ¿o era una foto antigua y desgastada que le daba ese efecto?
Con la oscuridad de la noche, el vórtice de las preocupaciones por Karina y la luz de la linterna le era imposible buscar las diferencias entre las opciones que se había planteado. Si era una pintura, era la perfección a nivel artístico y si se trataba de una foto...
Sus pupilas se dilataron al ver la definición detallada de las ondas de su cabello que casi sentía tan sedosas al imaginario tacto. Y qué decir de la textura que denotaba esa satinada piel blanca y esas finas cejas que adornaban los profundos orbes grandes de pestañas espesas y volteadas. La nariz era fina y respingada y al bajar un poco más estaban sus labios rosados como dos sedosos pétalos de flor primaveral.
Su mirada intentó ir más debajo de su delgado cuello para detallar todo de la joven, pero con la misma sacudió un poco su cabeza para alejar pensamientos de los que podría arrepentirse después, porque sonaría como un loco que se encantaba con las imágenes femeninas no reales. Sin embargo, las interrogantes que no pudo sacar de su mente eran variadas.
¿Qué significaba su presencia allí? ¿Y por qué sentía que algo siniestro se escondía tras su belleza inquietante? Su corazón se aceleró de una extraña manera.
«De seguro yo lo colgué allí, con lo mucho que me gustó», se dijo y con el corazón latiendo con fuerza en el pecho, Abel se acercó con paso lento, después de todo tenía todo el tiempo del mundo esa torturante noche.
Con sus temblorosas y heladas manos por el frío de la noche, tomó el cuadro entre sus manos y de manera repentina la bombilla comenzó a titilar y se quedó encendida, lo que envió en Abel un escalofrío por toda su espina dorsal y él sabía que no era el temor de quedarse a oscuras... sino que él no había encendido la luz, era su linterna la que iluminaba el lugar ¡Qué fenómeno más loco!
Abel apagó la luz del ático con frustración y estaba muy decidido a bajar las escaleras, regañándose a sí mismo por subir allí.Dejó el enigmático cuadro encima de los demás, esta vez se dispuso a recordar exactamente el lugar donde lo dejó y así mientras bajaba de ese lugar, se puso a pensar que posiblemente podría existir una fuerza sobrenatural en todo el ático, pero ese pensamiento era absurdo ante sus mismas creencias.
«No voy a creer en fantasmas, esas cosas son puro cuento», pensó mientras comenzaba a caminar por el pasillo para elegir un cuarto donde dormir.
A su paso, Abel encendía las luces, para comprobar si la casa no estaba padeciendo algún mal funcionamiento eléctrico y en efecto ninguna titiló como la del ático. Tomándose su tiempo se detuvo a mirar la antigua habitación de sus padres, esa que le traía tantos recuerdos que apuñalaban su corazón uno tras otro.
Aun recordaba como él de niño le tenía pavor a las tormentas eléctricas y sus padres siempre, sin regaños o reproches, le hacían un lugar en medio de los dos.
-Ven aquí -musitaba su madre y lo acunaba entre sus brazos.
Abel recordó como de pronto sentía la protección que lo cubría, hasta que la carrasposa voz de su padre aparecía en la escena.
-Mujer, no lo vayas a consentir mucho -Esa era la frase que más recordaba de él, siempre preocupado porque su pequeño fuera un hombre hecho y derecho.
El recuerdo desapareció cuando cerró la puerta de modo apresurado, no deseaba derramar una lágrima más, ya había sido suficiente para él. En su lugar La indecisión carcomía sus pensamientos, no deseaba tocar el recinto que fue de sus padres y mucho menos quería estar cerca del ático, lo que estaba ocurriendo estaba fuera de su alcance lógico en ese momento, así que decidió acomodarse en el cuarto de huéspedes del primer nivel, así lo haría.
«Este será mi lugar de dormir. Creo que aquí estaré mucho más tranquilo», se dijo esperanzado por poder conciliar el sueño al menos unas horas antes del amanecer, pero había aun un pequeño inconveniente...
Al estar todo lleno de polvo, Abel sabía que aquello afectaría su salud física, así que se sumergió en la tarea de preparar aquella habitación para pasar la noche. Con sus ya expertas manos por el trabajo hecho en ese par de días con su prometida, buscó algunas sábanas las cuales aun se conservaban limpias y las extendió con cuidado sobre la cama.
«Karina... me has mostrado la faceta del orden y la limpieza que nunca quise ver antes, porque mi madre solía hacer casi todo -Abel sonrió ante ese pensamiento mientras terminaba de extender el edredón floreado-. Mi amor, gracias».
Luego de ese momento de extrañar a Karina, se dirigió al baño, siempre del primer nivel, y se intentó poner cómodo con un pijama que perteneció a su padre, pero desafortunadamente le quedó un poco chico debido a su fornida, musculosa y firme anatomía.
Intentó no renegar por ese detalle y en su lugar aprovechó para apagar todas las luces de nuevo y ya estaba preparado. Al dirigirse de nuevo al cuarto de huéspedes, se metió a la cama sin meditarlo demasiado.
El aroma familiar de la casa estaba impregnado en las telas y todo le seguía recordando con insistencia a la fragancia del pasado y de alguna manera aquello en lugar de la tristeza que siempre le atacaba, le brindó cierto consuelo en medio de todo el dolor y se sintió refrescante, diferente.
Pasaron los minutos y a pesar de que Abel batalló para dormirse, el cansancio físico pronto lo venció. Cerró sus cansados ojos y comenzó a sumirse en un profundo sueño que esperaba fuera reparador, pero algo captó su total atención... pronto él comenzó a escuchar en la lejanía y en la oscuridad de sus ojos cerrados, la voz de... ¿Karina?