Capítulo 2 El desconocido

Luego de desnudarse, el hombre comenzó a besar su cuello y su pecho, saboreando cada centímetro de la piel de Paola. Le chupó y mordisqueó los pezones, haciéndola gemir de placer. Ella se arqueó contra él, suplicándole más.

Luego, el desconocido bajó su mano hacia su entrepierna y comenzó a acariciar suavemente su clítoris. Paola gimió y se retorció de placer. Estaba mojada y lista para él.

La penetró lentamente, sintiendo su calor y su humedad alrededor de su pene. Ella gritó de placer y comenzaron a moverse juntos. Sus cuerpos se unieron en un ritmo perfecto, cada embestida más fuerte y más rápida que la anterior.

-Sí, así, así -gemía ella-. Más profundo, más rápido.

Se besaron apasionadamente mientras Paola cabalgaba sobre el hombre. Sus cuerpos estaban cubiertos de sudor y los gemidos llenaban la habitación.

-Voy a venirme. -Paola dijo y apretó sus músculos alrededor del desconocido y sintió cómo el orgasmo de él también se acercaba.

-Sí, ven dentro de mí -susurró en el oído del desconocido-. Lléname, por favor.

Eso fue todo lo que necesitó el hombre para perder el control. Explosionó dentro de ella, sintiendo su cuerpo temblar de placer al mismo tiempo. Se quedaron acostados juntos, jadeando y sudorosos, disfrutando del momento hasta quedar profundamente dormidos.

El sol de la mañana se filtraba por la ventana, iluminando la habitación con un brillo suave. Paola despertó lentamente, sintiendo el calor de un cuerpo a su lado y el recuerdo de una noche llena de pasión y olvido. Al volverse, observó al hombre durmiendo plácidamente, con una expresión tranquila y serena que contrastaba con la intensidad de la noche que habían compartido.

Paola suspiró, sintiendo una mezcla de gratitud y nostalgia. Él había sido todo lo que necesitaba en ese momento, y aunque no sabía nada de él, lo poco que había compartido le había devuelto un poco de la fuerza que Lucas le había arrebatado.

Aquella noche le había demostrado que no era ella quien estaba rota, que aún tenía mucho por vivir y que había vida más allá de su matrimonio fallido. Sin embargo, sabía que esa conexión debía quedarse en ese instante, en esa noche que ambos compartieron como desconocidos.

Con delicadeza, se deslizó fuera de la cama, tratando de no despertarlo. Tomó sus cosas, sus zapatos y su bolso, y salió de la habitación con pasos ligeros, dejando atrás al hombre sin mirar atrás.

Al salir del hotel, el aire fresco de la mañana le dio la bienvenida, llenándola de una sensación renovadora. La noche anterior había sido un catalizador, el empujón que necesitaba para tomar una decisión que ya venía rondando en su mente desde que estuvo en el Bar. En ese instante, supo con certeza lo que debía hacer: divorciarse de Lucas y alejarse de todo lo que la había lastimado.

Con el corazón decidido y la mente más clara que nunca, sacó su teléfono y marcó el número de su abogado mientras sus memorias regresaban al engaño de Lucas.

Paola Fischer había llegado temprano a casa aquel día, algo que no era habitual. Era una tarde cálida, de esas en las que el sol se filtraba por las ventanas y daba al ambiente un toque dorado, casi mágico. Aquel brillo especial hacía que la casa pareciera más tranquila, más segura. Como si nada pudiera romper la paz de ese hogar, un espacio que ella y Lucas habían construido juntos durante los últimos tres años.

Subió las escaleras con una ligera sonrisa en el rostro, imaginando que sorprendería a Lucas trabajando en su despacho o preparándose para alguna reunión de última hora. Paola amaba esos pequeños momentos de complicidad y sorpresas entre ellos. Sin embargo, mientras se acercaba a la habitación, una extraña sensación comenzó a instalarse en su pecho, como un leve presagio que no lograba identificar del todo.

Al abrir la puerta, aquella sensación se transformó en algo que jamás había sentido. El aire en la habitación estaba cargado, y lo primero que vio fue a Lucas, quien la miró desde la cama al escuchar el ruido de la puerta abrirse, paralizado, con el rostro lleno de sorpresa. A su lado, enredada entre las sábanas, estaba Rose Evans, su secretaria, cuya mirada reflejaba burla y desafío.

Paola sintió que el mundo se desmoronaba bajo sus pies. Aquel lugar, que había sido su refugio, ahora se volvía en su contra, transformándose en una prisión que le recordaba la peor traición. No había gritos ni palabras; el silencio era desgarrador, más ruidoso que cualquier reclamo que pudiera hacer.

Paola sentía un frío inexplicable en su cuerpo mientras miraba a Lucas y a Rose, todavía enredados entre las sábanas de la cama matrimonial. El silencio de la habitación era denso, tanto que le pesaba en el pecho. Durante largos segundos, no encontró palabras, pero finalmente, con una voz que intentaba no quebrarse, soltó la pregunta que martillaba su mente.

-Lucas... ¿por qué?

Lucas suspiró y giró los ojos, casi como si la respuesta fuera evidente, como si su pregunta le pareciera una molestia. Se enderezó lentamente, lanzándole una mirada cargada de desdén.

-¿Por qué? -repitió con tono burlón, como si fuera una broma-. Estoy cansado de ti, Paola. Eres tan... tan frígida. Hasta tener relaciones contigo es aburrido, un esfuerzo inútil.

Las palabras cayeron sobre Paola como una bofetada, un golpe que jamás había anticipado recibir. Sentía su rostro arder, pero no era de ira, sino de humillación. Era como si Lucas se hubiera propuesto destruirla palabra por palabra. Lo miró, incrédula, intentando encontrar algo en sus ojos que desmintiera lo que acababa de escuchar, pero solo halló frialdad y desprecio.

Paola apenas podía sostenerse en pie. Nunca en su vida se había sentido tan indefensa, tan expuesta. Entonces miró a Rose, que seguía recostada en la cama, bajo las sábanas de su matrimonio, observándola con una sonrisa cargada de suficiencia. Paola notó el brillo de triunfo en su mirada; se estaba divirtiendo con su humillación.

-Creo que ya es hora de que aceptes la realidad, Paola -dijo Rose, acomodándose entre las sábanas, sin siquiera disimular la satisfacción que sentía-. He sido su amante por mucho tiempo, pero ya no quiero seguir escondiéndome. Tú solo eras un estorbo en su vida, una carga... y bueno, ya no lo eres.

            
            

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