Capítulo 3 El engaño

Cada palabra de Rose era un veneno que se iba acumulando en su pecho. No tenía fuerzas para responder, ni siquiera para enfrentar a aquella mujer que estaba robándole lo que más había querido en el mundo. Sentía que algo se desgarraba dentro de ella, como si cada fibra de su ser estuviera rompiéndose en pedazos.

Con una mano temblorosa sobre el pecho, dio media vuelta, decidida a escapar de aquel lugar que antes llamaba su hogar. Solo quería desaparecer, dejar de sentir. Quería que el dolor se apagara de alguna forma, aunque solo fuera por un momento.

Pero al girar hacia la puerta, se detuvo de golpe. Allí, de pie en el umbral, estaba su suegra, observándola con una expresión que mezclaba sorpresa y desaprobación. La madre de Lucas, quien siempre había sido fría y reservada con ella, tenía ahora una mirada penetrante, como si supiera todo lo que acababa de suceder en esa habitación.

-Paola -dijo con voz seca-, ¿qué está pasando aquí?

Paola tragó saliva, sin poder decir una palabra. Sabía que cualquier intento de explicación sería inútil, que su suegra probablemente culparía a la "frialdad" que su hijo le había arrojado como si fuera una excusa para justificar su infidelidad. Sintió cómo el peso de todo aquello la aplastaba, como si la tierra misma quisiera tragarla entera.

Sin mirar atrás, Paola salió de la habitación, ignorando las miradas de Lucas y Rose, que aún parecían disfrutar su derrota. Caminó por el pasillo como si estuviera en un trance, como si su alma se hubiese quedado atrapada en ese cuarto.

Sin embargo, antes de llegar a las escaleras, sintió una mano firme en su brazo que la detuvo. Se giró lentamente, con los ojos empañados y la respiración temblorosa, y vio a Brenda, su suegra, que la miraba con una mezcla de desprecio y satisfacción.

Por un instante, Paola pensó que Brenda, la madre de Lucas, quien rara vez le había mostrado afecto, podría al menos tener un poco de empatía en ese momento. Pero la mirada de Brenda era dura, sin un atisbo de compasión. Paola intentó hablar, pedir una mínima comprensión, pero Brenda la interrumpió antes de que pudiera siquiera abrir la boca.

-Es lo menos que te mereces, Paola -dijo Brenda, con un tono cortante, casi venenoso-. Mi hijo no necesitaba una mujer como tú. ¿Qué clase de esposa no puede darle a su marido un heredero?

Paola sintió cómo las palabras de su suegra se clavaban en ella como puñales. La humillación que había experimentado hacía unos minutos en la habitación con Lucas y Rose ahora se multiplicaba. Sintió cómo sus defensas se desmoronaban, y aunque quería mantenerse fuerte, Brenda continuaba lanzándole reproches con frialdad.

-Eres la única responsable de esto. Lucas tuvo que buscar consuelo en otra mujer porque tú no fuiste suficiente, porque te empeñaste en hundirlo en la miseria de un matrimonio vacío, sin hijos, sin una familia de verdad. Una mujer que no puede cumplir con el deber de dar un heredero solo trae desgracia -continuó, cada palabra cargada de desprecio-. Y eso es lo que has hecho, Paola: arrastraste a mi hijo a tu propio fracaso.

Las palabras de Brenda se repetían en su mente como un eco, mientras Paola intentaba procesar la frialdad de cada acusación. Ella sabía que los problemas de fertilidad que habían tenido eran un tema delicado, un dolor silencioso que llevaba en el fondo de su alma y que Lucas siempre había tratado de ignorar o minimizar. Pero jamás pensó que aquel dolor se volvería un arma en su contra, en el momento en que más vulnerable se encontraba.

Por un instante, se sintió responsable, culpable de haber sido "insuficiente," de no haber cumplido con las expectativas de Brenda y Lucas. Durante años había sentido el peso de esa responsabilidad, y ahora, en medio de su dolor, comenzó a creerlo. Quizás era cierto, tal vez había sido ella quien había fallado, quien había arruinado todo desde el principio.

Brenda, viendo su silencio y la confusión en su rostro, esbozó una sonrisa cruel, como si el triunfo fuera suyo. Soltó su brazo, dejándola allí, destrozada y en completo silencio, sabiendo que había dejado una herida que sería difícil de sanar.

Paola apenas podía respirar. Con el corazón destrozado y la mente atormentada, salió de la casa sin mirar atrás. Sabía que había perdido todo: su matrimonio, su dignidad, y ahora, al parecer, hasta la certeza de quién era ella misma.

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Paola se estacionó frente a la mansión Hotman, su antigua casa, con el corazón latiendo con fuerza. Había pasado los últimos tres años allí, viviendo una vida que ahora parecía pertenecer a otra persona. Inspiró profundamente, preparándose para el enfrentamiento que sabía que tendría con Brenda. Desde el primer día, su suegra la había despreciado, y si bien había soportado muchas humillaciones en silencio, hoy no permitiría que Brenda la debilitara.

Al entrar en la mansión, encontró a Brenda en el salón, sentada con la misma postura altiva de siempre. Al verla, Brenda frunció el ceño, claramente confundida.

-¿Qué haces aquí? -preguntó con frialdad.

Paola no dudó. Abrió su bolso, sacó el documento de divorcio y se lo extendió a su suegra, su voz serena y firme.

-Solo vine a dejar esto. Es el acta de divorcio. Solo falta la firma de Lucas.

Brenda tomó el papel con una mirada de sorpresa, que pronto se transformó en una sonrisa de triunfo. Observó el documento y, sin ocultar su satisfacción, le dirigió una mirada despectiva.

-Al menos has entendido finalmente que no eres digna de mi hijo. Deberías haberte dado cuenta antes -dijo Brenda, con una sonrisa cruel-. Lucas merece una mujer que le dé lo que necesita, alguien que pueda cumplir con su papel.

Paola sintió un pinchazo de rabia, pero la contuvo. No había venido a defenderse ni a entrar en una discusión. Ya había tomado su decisión. Sin embargo, aún le quedaba algo pendiente antes de marcharse para siempre.

-Voy a subir por mis cosas -anunció, con un tono de calma que la sorprendió incluso a ella misma.

            
            

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