Las lágrimas caían silenciosamente sobre su almohada, cada gota un símbolo de su impotencia. ¿Cómo había llegado a esto? Una joven artista con sueños, atrapada en un mundo donde su libertad valía menos que un simple capricho de un poderoso hombre. Cuando finalmente el cansancio la venció, el sueño no fue un refugio, sino un tormento lleno de pesadillas.
La mañana llegó sin piedad. La luz entraba por las cortinas, iluminando la habitación de manera que resaltaba su opulencia, pero Claudia no podía apreciar la belleza. El horror de su situación la mantenía despierta. Se sentó en la cama, sintiendo el peso de la realidad aplastarla.
Un suave golpe en la puerta la sacó de sus pensamientos. Una mujer vestida de sirvienta entró, su rostro era inmutable, y su mirada evitaba en todo momento el contacto. Claudia la observó, notando que la mujer parecía conservadora, casi temerosa.
-Jonathan quiere que bajes a comer -dijo la sirvienta con una voz monótona, como si recitara una línea de un guion que había repetido muchas veces.
La simple mención de su nombre hizo que una oleada de ansiedad recorriera su cuerpo. No podía soportar la idea de sentarse a la mesa con el hombre que la había comprado como si fuera un objeto. Pero al mismo tiempo, sabía que negarse podría tener consecuencias terribles. Se encontraba entre la espada y la pared.
-¿Puedo... puedo quedarme aquí? -preguntó, la voz temblando.
La sirvienta la miró brevemente, pero su expresión no cambió. -No es una opción. Es un mandato.
Claudia sintió que la desesperación la invadía. Sin otra alternativa, se levantó y se preparó para enfrentar lo inevitable. Se vistió con un vestido que había encontrado en el armario, un diseño elegante pero que ahora se sentía como una segunda piel, un recordatorio de su cautiverio.
Bajó las escaleras, cada paso más pesado que el anterior. El sonido de sus pies resonaba en el silencio opresivo de la mansión. Al llegar al comedor, Jonathan ya estaba sentado a la mesa, su figura imponente contrastando con la delicadeza de la vajilla.
-Buenos días, Claudia -dijo, mirándola con una sonrisa que no alcanzó sus ojos. La forma en que pronunció su nombre le hizo sentir un escalofrío.
-Buenos días -respondió ella, tratando de mantener la voz firme a pesar de la tormenta en su interior.
Se sentó frente a él, el aire entre ellos cargado de tensión. Jonathan la observó mientras servía un café negro en su taza, sus ojos oscuros llenos de algo que no podía descifrar. Era como si estuviera evaluándola, buscando la debilidad que pudiera usar en su contra.
-Espero que hayas pasado una buena noche -dijo él, tomando un sorbo de su café.
Claudia no respondió. La idea de compartir una mesa con el hombre que la había reducido a un objeto la llenaba de repulsión. Pero sabía que debía mantener la calma.
-Te he traído aquí por una razón, Claudia -continuó Jonathan, su tono cambiando a uno más serio-. Quiero que entiendas que este es un nuevo comienzo para ti. Debes acostumbrarte a esta vida.
-No quiero esta vida -respondió ella, levantando la mirada y desafiante-. No soy un objeto a tu disposición.
Jonathan sonrió, pero no había humor en su expresión. -Eso es lo que crees. Pero te aseguro que no puedes cambiar tu situación.
Claudia sintió un nudo en el estómago. Su vida, su libertad, todo estaba en manos de este hombre.
-Si intentas escapar -continuó él, la voz más grave-, no me quedaré de brazos cruzados. He invertido mucho en ti, y no toleraré que me desprecies.
Las palabras de Jonathan resonaron en su mente: "he invertido mucho en ti". ¿Qué significaba eso realmente? Claudia quería gritar, quería hacerle mil preguntas sobre su pasado, sobre por qué la había elegido, sobre qué tipo de hombre era. Pero el miedo la mantenía cautiva, y no se atrevió a cuestionarlo.
-¿Qué... qué quieres de mí? -preguntó finalmente, su voz apenas un susurro.
Jonathan la miró fijamente, como si sopesara su respuesta. -Quiero que seas una parte de mi mundo, Claudia. La vida que llevas no es suficiente para alguien con tu talento. Y yo puedo ofrecerte más.
Claudia sintió un escalofrío recorrer su espalda. ¿Había algo más en sus palabras? La idea de que Jonathan pudiera tener motivos ocultos la inquietaba. Pero la verdad era que estaba atrapada, y cada segundo que pasaba en su presencia la acercaba más a una verdad inquietante.
-No estoy interesada en tu mundo -dijo, tratando de mantener su dignidad.
-Tienes razón. Pero no tienes opción. -Su tono se volvió más firme, y Claudia sintió una punzada de miedo en su corazón. -Por ahora, solo concéntrate en sobrevivir. Así será más fácil para ambos.
La comida continuó en un silencio tenso, con Claudia sintiéndose como una prisionera en un banquete. Sus pensamientos giraban en torno a su situación, a la lucha interna entre el miedo y la resistencia. ¿Podría encontrar una manera de escapar de este cautiverio? La respuesta seguía siendo incierta, pero una chispa de determinación se encendía en su interior, mientras su mirada se entrecerraba, enfrentando a su captor.
***
Claudia regresó a su habitación, el eco de la cena aún resonando en su mente. Las palabras de Jonathan la perseguían como sombras, y cada paso que daba parecía más pesado que el anterior. Se sentó en el borde de la cama, sintiendo el suave tejido de las sábanas contra su piel, pero no había consuelo en ese lujo. Su mente estaba en un torbellino, atrapada entre la confusión y el miedo.
Tomó una ducha, el agua caliente cayendo sobre su piel como un intento de lavar la angustia que la consumía. Pero incluso el agua no podía borrar la sensación de desesperación que la envolvía. Mientras se enjuagaba el cabello, las lágrimas se mezclaban con el agua, cada una un recordatorio de sus sueños perdidos, de la vida que había dejado atrás. Quería ser una artista reconocida, una pintora cuyas obras hablasen por sí solas, pero ahora se encontraba atrapada en un mundo donde su libertad había sido comprada.
Después de vestirse, se acercó a la puerta, pero al intentar abrirla, se dio cuenta de que estaba cerrada con llave. La impotencia la invadió. Jonathan había tomado medidas para asegurarse de que no pudiera escapar. Se sintió dolida, como si cada intento de recuperar su libertad fuera un golpe más en su ya herido espíritu.
Se dejó caer en la cama, el llanto brotando de su pecho. Las emociones reprimidas salían a flote, y no podía detenerlas. Pensó en sus amigos, en las risas compartidas, en las noches de inspiración en su estudio. Todo eso parecía tan lejano ahora, como un sueño que se desvanecía al despertar.
La tarde se deslizó lentamente, y la soledad se convirtió en su única compañía. Cada hora que pasaba era un recordatorio de su cautiverio. Cuando la sirvienta volvió a llamarla para la cena, Claudia sintió que su corazón se hundía. No quería enfrentarse a Jonathan de nuevo, pero sabía que no tenía opción.
Bajó las escaleras, cada paso un acto de resistencia. Al entrar al comedor, Jonathan ya estaba sentado, su figura dominante ocupando el centro de la mesa. La luz de las velas parpadeaba, creando sombras que danzaban en las paredes, como si el ambiente mismo estuviera consciente de la tensión que llenaba el aire.
-Buenas noches, Claudia -dijo Jonathan, su voz suave pero cargada de un poder inquietante.
-Buenas noches -respondió ella, tratando de mantener la mirada firme, aunque su corazón latía con fuerza.
La cena comenzó en un silencio tenso, con Claudia sintiendo que cada bocado era un recordatorio de su situación. Jonathan la observaba, sus ojos oscuros fijos en ella, como si estuviera analizando cada uno de sus movimientos.
Finalmente, rompió el silencio. -Quiero que sepas por qué te elegí, Claudia. Su tono era serio, y Claudia sintió que su estómago se retorcía.
-¿Por qué? -preguntó, aunque su voz temblaba. La curiosidad y el miedo se entrelazaban en su mente.
-Te conocí antes de la subasta. Las palabras de Jonathan la golpearon como un puñetazo en el estómago. -Te vi en una exposición hace meses. Tu arte me impactó. Desde entonces, no he podido sacarte de mi cabeza.
Claudia sintió que el aire se le escapaba. ¿Cómo podía ser eso posible? La idea de que Jonathan la había estado observando, que había estado al tanto de su vida, la llenaba de incomodidad. Era una revelación enfermiza, una obsesión que la hacía temblar.
-Eso es... perturbador -logró decir, su voz apenas un susurro.
-Lo sé -respondió él, su mirada intensa-. Pero no se trata solo de tu arte. Hay algo en ti que me atrajo, algo que no puedo explicar. Y cuando te vi en la subasta, supe que tenía que tenerte.
Claudia sintió que el miedo la envolvía. ¿Qué significaba eso? ¿Era ella una musa para él, o simplemente un objeto de deseo? La idea de ser vista como una posesión la llenaba de horror.
-No soy un objeto, Jonathan. Sus palabras salieron con más fuerza de lo que se sentía. -No estoy aquí para satisfacer tus caprichos.
Jonathan la miró fijamente, y por un momento, Claudia vio un destello de algo más en sus ojos, algo que parecía humano. Pero rápidamente se desvaneció, dejando solo la intensidad de su mirada posesiva.
-No lo entiendes, Claudia. Su voz se volvió más suave, casi persuasiva-. No estoy aquí para hacerte daño. Quiero que seas parte de mi mundo, que uses tu talento para crear algo grande. Pero debes entender que hay reglas.
Claudia sintió que su corazón se hundía. ¿Qué tipo de mundo era ese? ¿Un mundo donde su libertad estaba condicionada a su obediencia?
-No quiero ser parte de tu mundo -replicó, su voz temblando pero decidida.
-Eso es lo que no comprendes. No tienes elección. La firmeza en su voz era inquebrantable, y Claudia sintió que su espíritu se quebraba un poco más.
La cena continuó en un silencio tenso, cada bocado un recordatorio de su impotencia. Claudia se sentía atrapada en una red de emociones contradictorias. ¿Era posible que, en medio de esta locura, pudiera encontrar una forma de liberarse? La respuesta seguía siendo incierta, pero una chispa de determinación se encendía en su interior.
Mientras Jonathan hablaba de sus planes, de su visión, Claudia se dio cuenta de que no podía dejar que su vida se convirtiera en una sombra de lo que había sido. Tenía que encontrar una manera de luchar, de resistir. La batalla apenas comenzaba, y aunque estaba atrapada, su espíritu seguía siendo libre.
¿Podría encontrar la fuerza para escapar de las garras de un hombre que la veía como parte de su propiedad?