Capitulo 4 La última Noche buena
Flor atraviesa sus días en una mezcla constante de recuerdos y emociones que la dejan exhausta, con una tristeza tan profunda que a veces parece desbordarla. Cada rincón de su hogar, cada objeto en el que reposa su mirada, la remite a Manuel, como si él estuviera todavía presente, enredado en los hilos de su vida. Desde las tazas que compartían por las mañanas hasta el silencio de las noches, todo parece un eco de esos momentos que, aunque dolorosos, le brindan una paz inesperada.
La risa de Dylan, inocente y contagiosa, es la chispa de vida que la impulsa a continuar. En su hijo encuentra una fuerza que ni ella sabía que poseía; una fuerza para levantarse cada mañana y enfrentar la ausencia de Manuel, aunque esa herida nunca parezca cerrar.
A veces, cuando lo ve dormir, observa en él esos gestos que tanto la enamoraban de Manuel,la misma expresión de serenidad, esa paz inalterable que siempre le transmitía. Es en esos momentos cuando siente que Manuel, de algún modo, sigue allí, acompañándolos y protegiéndolos desde un lugar que escapa a su entendimiento.
Cada tanto, Dylan dice "pa pa " nombra con esa inocencia que desgarra y al mismo tiempo, consuela. Explicarle es doloroso, pero a la vez le brinda la oportunidad de compartir quién fue Manuel, ese hombre que lo amó desde antes de que naciera y cuya esencia perdura en el amor que ella le transmite a su hijo.
Hablar de Manuel la fortalece, aunque cada palabra se sienta como un recordatorio del vacío que ha quedado.
Ricardo y Julia, esos amigos que se han convertido en sus confidentes y en su familia, han estado presentes en cada momento de debilidad, sosteniéndola en silencio, dándole el espacio para llorar y para recordar. Ricardo, como un padre, la escucha sin juzgarla y Julia, con esa paciencia de madre, le ayuda con Dylan, aliviando su carga cuando se siente superada. Sabe que sin ellos no habría podido soportar el peso de esta pérdida y agradece en silencio cada gesto de apoyo, cada palabra de aliento que le brindan. Ellos entienden su dolor y más allá de querer que lo supere, le dan el tiempo y la compañía que necesita para encontrar paz en medio de la tormenta.
A medida que pasan los días, Flor se aferra a los recuerdos de Manuel como un refugio. Evocar sus risas, sus charlas nocturnas y esos abrazos que parecían eternos le da consuelo. En esas memorias, encuentra la fuerza para creer que, aunque Manuel no esté físicamente, su amor y su protección los seguirán acompañando siempre. Los recuerdos son su ancla en este mar de tristeza, su modo de sentir que Manuel nunca se ha ido realmente.
Cada noche, al acostarse, cierra los ojos y revive las palabras que Manuel le susurró en su última Navidad juntos: "Nunca los dejaré, ni a ti ni a Dylan". Flor se aferra a esa promesa como a un salvavidas, confiando en que, de algún modo, Manuel sigue cuidándolos. Aunque la ausencia sea un dolor constante, su amor es la fuerza que la impulsa, y Dylan, su razón para seguir adelante.