Lyria, que había estado mirando al frente, se detuvo y lo miró fijamente. Había un destello de incertidumbre en sus ojos, pero también una determinación que, para Aiden, no pasaba desapercibida.
-Yo tampoco lo sé. Pero no tenemos muchas opciones. Sabemos que Magnus no aceptará nada menos que nuestra total rendición. -Su tono era grave, aunque en su interior luchaba por mantener la calma. La luna les había mostrado el camino, pero aún quedaba mucho por recorrer.
Aiden la miró intensamente, acercándose a ella con una determinación que solo un alfa podía tener.
-Rendirme... -musitó. Sus palabras colgaron en el aire, pesadas, como una amenaza. No solo para él, sino para toda su manada. En su mente, la rendición nunca había sido una opción. La dignidad de los Sangreluna no estaba en juego; era su legado, el de sus antepasados. Pero la vida de Lyria, y la suya, estaba por encima de todo eso.
Lyria tocó su rostro con suavidad, como si quisiera borrar las dudas de su mente.
-Si quieres que esto funcione, Aiden, tenemos que ser inteligentes. Magnus quiere ver que estás dispuesto a sacrificar algo. Si te resistes, si te niegas a ceder en lo más mínimo... no habrá futuro para nosotros.
Aiden cerró los ojos, sintiendo el peso de sus palabras. ¿Estaba dispuesto a hacer lo que Magnus pedía? ¿Rendir a su manada para que él aceptara la relación con Lyria? Los Sangreluna habían luchado durante años, décadas, por su independencia, por su honor. ¿Qué quedaría de ellos si se entregaba?
Pero cuando miró los ojos de Lyria, esos ojos llenos de esperanza, supo que la respuesta no era tan sencilla como la guerra o la paz.
-No lo haré por mí, ni siquiera por la manada. Lo haré por nosotros -dijo finalmente, con la voz firme. Era una promesa que se había hecho a sí mismo en ese instante. No solo iba a ser el alfa de los Sangreluna, sino también el hombre que lucharía por su amor.
***
El siguiente día, Aiden y Lyria se dirigieron al campamento Sombraviento una vez más, esta vez para una reunión definitiva. La tensión estaba en el aire, más palpable que nunca. El sol ya comenzaba a esconderse cuando llegaron, y la oscuridad solo parecía aumentar la gravedad de la situación.
Magnus los esperaba en el centro del campamento, su mirada fija, llena de desconfianza y desafío. Aiden no dejó de observar al viejo alfa, reconociendo en sus ojos la misma dureza con la que había enfrentado toda su vida. En sus años como líder de los Sangreluna, Aiden había aprendido que los alfa de la vieja guardia no aceptaban fácilmente los cambios. Magnus era uno de esos alfa, acostumbrado a un mundo en el que solo la fuerza determinaba el curso de las cosas.
-Así que, decidieron venir. -La voz de Magnus rompió el silencio, grave y desafiante. -Ya sabía que no renunciarían a esta locura.
Aiden no titubeó. Se acercó un paso más, dejando claro que no tenía miedo.
-Estamos dispuestos a hacer lo que sea necesario para que nuestras manadas puedan vivir en paz -dijo, con firmeza.
Magnus lo observó por un momento antes de hablar de nuevo.
-¿Y qué es lo que estás dispuesto a hacer, Aiden? -dijo, sus ojos fríos como el acero-. Porque si realmente quieres que mi hija esté a salvo de todo este conflicto, tendrás que demostrarlo.
-¿Qué quieres de mí? -preguntó Aiden, su voz bajo, aunque su cuerpo estaba tenso, listo para cualquier sorpresa.
Magnus lo miró durante un largo rato, como si estuviera evaluando cada palabra que Aiden iba a decir.
-Quiero que te rindas -respondió con calma, pero sus palabras eran como una daga afilada. -Quiero que tu manada se rinda ante los Sombraviento. Si tu manada está dispuesta a humillarse y aceptar mi dominio, entonces y solo entonces, aceptaré que este vínculo entre ustedes dos continúe.
Aiden sintió cómo su corazón se hundía al escuchar esas palabras. Rendir su manada. ¿Aceptar que los Sangreluna se sometieran al poder de los Sombraviento? Era un precio demasiado alto. Pero entonces vio a Lyria a su lado, su rostro preocupado pero lleno de valentía.
-Sabes lo que esto significa, Magnus -dijo Aiden, su tono controlado, aunque en su interior la rabia hervía-. Mi gente nunca se rendirá ante ti. No lo haré. Y mucho menos, aceptaré que mi gente pierda su libertad.
Magnus lo miró fijamente, su rostro una máscara de dureza.
-Entonces, ¿estás dispuesto a dejar a tu mate, a Lyria, por tu orgullo? Porque no hay otra forma de que esto funcione. Si no te rindes, no puedo permitir que continúes con ella.
Lyria dio un paso hacia adelante, sus ojos llenos de dolor y frustración.
-Padre, por favor -dijo con voz temblorosa-. No quiero que esto nos destruya. Aiden y yo estamos dispuestos a hacer sacrificios, pero esto no puede ser lo único que nos separe. ¿No ves que si continuamos así, ambos perderemos? ¡Las manadas, nuestro pueblo, todos seremos arrastrados a la guerra!
Magnus la miró en silencio, sus ojos duros. No dijo nada por un largo rato, como si estuviera evaluando todo lo que había sucedido hasta ese momento. Finalmente, habló, su voz grave.
-Este es el precio de la paz, Lyria. Tú y Aiden no podrán tener lo que desean si no están dispuestos a ceder. La luna nos ha mostrado lo que puede ser, pero no todos los sacrificios pueden ser suaves. Si lo que tienes con él es tan fuerte, entonces deberías estar dispuesta a pagar el precio.
Aiden se acercó a Lyria, tomándola de la mano con suavidad. En ese momento, todo lo que sentía por ella se reflejaba en su mirada. No iba a dejar que su amor se convirtiera en una guerra sin fin. No iba a ser el hombre que destruyera todo lo que había sido construido. Sin embargo, tampoco podía permitir que su manada se sometiera a los Sombraviento.
-Entonces, ¿esto es lo que pides? -dijo Aiden, su voz baja y firme. -¿Que el precio de mi amor sea la libertad de los Sangreluna?
Magnus asintió.
-Sí, eso es lo que quiero. Si puedes lograr que tu manada se rinda, si puedes convencerlos de que esta es la única forma de evitar la destrucción, entonces y solo entonces, aceptaré que tu amor continúe.
Aiden miró a Lyria, sus ojos buscando una respuesta en los suyos. Sabía que lo que estaban pidiendo era impensable. La rendición significaba perder la independencia que tanto habían defendido. Pero también entendía lo que ella sentía: ella no quería perderlo a él.
-Lo haré, Magnus -dijo Aiden finalmente, su voz seria y llena de resolución. -Haré lo que sea necesario para que podamos vivir en paz.
Lyria lo miró, sorprendida, pero también agradecida. Había una chispa de esperanza en sus ojos, aunque sabía que el sacrificio que estaban a punto de hacer cambiaría todo para siempre.
-Entonces, que así sea -respondió Magnus, con una leve sonrisa de triunfo. -Este es el camino hacia la paz. Que la luna decida si es el correcto.
Mientras Aiden y Lyria se alejaban del campamento, sus corazones estaban llenos de incertidumbre. Sabían que la verdadera batalla recién comenzaba. La rendición de los Sangreluna podría ser el último paso hacia una nueva era, o el principio de una destrucción total. Solo el tiempo lo diría.