Ella alzó la cabeza para mirarlo, y sus ojos brillaban con una mezcla de gratitud y confusión.
-¿Por qué? Apenas me conoces.
-Te conozco más de lo que crees -respondió Caleb, con una intensidad en su voz que la dejó sin aliento.
Lucía no supo qué decir. Sus ojos se encontraron, y por un momento, el tiempo pareció detenerse. Pero antes de que pudiera hablar, Caleb se apartó suavemente.
-Tenemos que movernos. Klaus puede haber cedido esta vez, pero no confiará en mi decisión por mucho tiempo.
Lucía asintió, aunque una parte de ella deseaba quedarse allí, en la seguridad de sus brazos, por el resto de la noche.
***
Caminaron en silencio por el bosque, con Caleb liderando el camino. Aunque sus sentidos estaban en alerta, no podía evitar lanzar miradas ocasionales hacia Lucía, que seguía de cerca sus pasos. Su valentía lo impresionaba; cualquier otra persona habría huido después de todo lo que había pasado, pero ella estaba allí, enfrentando lo desconocido sin dudar.
-¿Qué sucede? -preguntó Lucía, notando su mirada.
-Nada. Es solo... -Caleb se detuvo, buscando las palabras adecuadas. -No entiendo cómo puedes confiar tanto en mí después de todo esto.
Lucía se cruzó de brazos, mirándolo con una leve sonrisa.
-Es curioso que digas eso. Yo podría preguntarte lo mismo.
Caleb soltó una risa breve, un sonido bajo y ronco que la hizo sonreír aún más.
-Supongo que ambos somos un poco irracionales.
-O tal vez simplemente vemos algo en el otro que vale la pena arriesgarse -dijo Lucía, con un tono más suave.
Caleb sintió que su corazón se aceleraba ante sus palabras, pero antes de que pudiera responder, llegaron a un pequeño claro.
-Aquí estaremos seguros por ahora -dijo, cambiando el tema.
El claro estaba rodeado por árboles altos que formaban una especie de barrera natural. En el centro había un pequeño círculo de piedras, como si alguien lo hubiera usado para encender una fogata en el pasado. Caleb comenzó a recoger ramas y hojas secas mientras Lucía observaba.
-¿Quieres que te ayude? -preguntó ella.
-No, siéntate. Debes estar agotada.
Lucía obedeció, aunque no podía quitarle los ojos de encima mientras él trabajaba. Había algo hipnótico en la manera en que se movía, con una fuerza contenida y una precisión que revelaban años de experiencia sobreviviendo en el bosque.
Cuando el fuego finalmente comenzó a arder, Lucía se acercó para calentarse las manos.
-Esto me recuerda a las historias que mi abuela me contaba cuando era niña -dijo, rompiendo el silencio.
-¿Historias?
-Sí. Solía decirme que el bosque tenía guardianes, espíritus que protegían la naturaleza y castigaban a quienes la dañaban.
Caleb se sentó junto a ella, mirando las llamas.
-Tal vez tu abuela no estaba tan equivocada.
Lucía lo miró, sorprendida.
-¿Eso es lo que eres? ¿Un guardián del bosque?
-Algo así -respondió Caleb, encogiéndose de hombros. -Pero no siempre fue por elección.
El tono de su voz era sombrío, y Lucía sintió una punzada de tristeza por él.
-Debe ser solitario -murmuró.
Caleb giró la cabeza hacia ella, sus ojos reflejando el resplandor del fuego.
-Lo era. Hasta ahora.
Lucía sintió que sus mejillas se sonrojaban ante la intensidad de su mirada.
-¿Por qué ahora?
-Porque tú estás aquí.
El silencio que siguió estuvo cargado de emociones que ninguno de los dos se atrevía a expresar por completo. Finalmente, fue Lucía quien rompió el momento, buscando desviar la atención.
-¿Siempre has vivido aquí?
Caleb asintió, agradeciendo el cambio de tema.
-Desde que fui transformado, este bosque se convirtió en mi hogar. Antes vivía en un pequeño pueblo no muy lejos de aquí.
-¿No extrañas tu vida anterior?
-A veces. Pero al mismo tiempo, siento que esto es parte de quien soy ahora.
Lucía lo miró con curiosidad.
-¿Y qué pasa con la manada? ¿Siempre estás en conflicto con ellos?
Caleb suspiró, pasándose una mano por el cabello.
-No siempre fue así. Antes, había más equilibrio. Pero con los años, la relación entre los lobos y los humanos se ha vuelto más tensa. Muchos en la manada creen que los humanos solo traen destrucción.
-¿Y tú?
-Yo creo que hay personas como tú, que ven el valor de este lugar y quieren protegerlo.
Lucía sonrió levemente, sintiendo que su corazón se ablandaba ante sus palabras.
-No todos los humanos son malos, Caleb.
-Lo sé. Por eso estoy aquí contigo.
***
La noche avanzó, y el cansancio finalmente los alcanzó. Caleb se recostó contra un tronco, observando las estrellas que se asomaban entre las copas de los árboles. Lucía se acomodó junto al fuego, pero sus pensamientos no la dejaban descansar.
-Caleb... -llamó, rompiendo el silencio.
-¿Sí?
-¿Qué pasará ahora?
Él tardó en responder, como si estuviera pensando cuidadosamente en sus palabras.
-No lo sé. Pero no voy a dejar que te hagan daño.
-Eso ya lo sé. Pero me refiero a nosotros.
Caleb la miró, sorprendido por su franqueza.
-Nosotros...
-Sé que nuestras vidas son completamente diferentes, y que probablemente no deberíamos estar en esta situación. Pero no puedo ignorar lo que siento cuando estoy contigo.
Las palabras de Lucía lo desarmaron. No estaba acostumbrado a que alguien fuera tan honesto con él, especialmente en un tema tan delicado.
-Yo tampoco puedo ignorarlo -confesó finalmente.
Lucía se acercó un poco más, sus ojos fijos en los de él.
-Entonces, ¿qué hacemos con esto?
Caleb esbozó una leve sonrisa, aunque había una tristeza subyacente en ella.
-No tengo todas las respuestas, Lucía. Pero sé que mientras estés a salvo, estoy dispuesto a descubrirlas contigo.
Lucía sintió que su corazón se llenaba de una calidez que no había experimentado antes.
-Eso es suficiente para mí.
Se quedaron en silencio nuevamente, pero esta vez no había incomodidad. El fuego seguía ardiendo, y las estrellas parecían brillar más intensamente sobre ellos.
Sin embargo, Caleb sabía que la calma no duraría para siempre. Y mientras miraba a Lucía, tan vulnerable y valiente al mismo tiempo, juró que haría todo lo posible para protegerla, incluso si eso significaba enfrentarse a su propia manada otra vez.
La noche continuó, y aunque las sombras del bosque seguían acechando, en ese momento, bajo el cielo estrellado, encontraron un pequeño oasis de paz. Una tregua en medio del caos. Una promesa de que, juntos, podían enfrentar cualquier cosa.