Conociendo a el Sr Zambrano
img img Conociendo a el Sr Zambrano img Capítulo 4 No puedo Olvidarte
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Capítulo 6 El contrato img
Capítulo 7 Decisiones que tomar img
Capítulo 8 El principio img
Capítulo 9 El encuentro img
Capítulo 10 Bajo el Agua img
Capítulo 11 No puedo soltarlo img
Capítulo 12 Obsesión silenciosa img
Capítulo 13 Jugando con el Olvido img
Capítulo 14 Lo inevitable img
Capítulo 15 ¡No quiero ir! img
Capítulo 16 Un juego que quiero jugar img
Capítulo 17 Dominarme img
Capítulo 18 Ordenes img
Capítulo 19 Todo se derrumbo img
Capítulo 20 Sufrimiento img
Capítulo 21 No verlo mas img
Capítulo 22 Volver a Empezar img
Capítulo 23 Inesperado img
Capítulo 24 ¿Cobardia img
Capítulo 25 Sentir img
Capítulo 26 No tengo miedo img
Capítulo 27 Deseo img
Capítulo 28 Soledad img
Capítulo 29 Mi salvador img
Capítulo 30 ¿Quien eres img
Capítulo 31 Devolver el favor img
Capítulo 32 Gustosa img
Capítulo 33 El comienzo img
Capítulo 34 Nervios img
Capítulo 35 Mexico img
Capítulo 36 Hermoso img
Capítulo 37 Un perro img
Capítulo 38 Frustración img
Capítulo 39 Marcas img
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Capítulo 4 No puedo Olvidarte

La noche parecía más oscura de lo habitual. Las luces parpadeantes del hospital se quedaban atrás mientras caminaba con pasos rápidos hacia mi pequeño piso. No podía dejar de pensar en él, en su mirada, en el beso que había encendido algo en mí que no entendía del todo.

El viento helado rozaba mi rostro, pero mi mente estaba en llamas. Cada recuerdo de su presencia hacía que mi corazón latiera desbocado. Sacudí la cabeza, intentando recuperar el control.

"Concéntrate, Mary. Esto no significa nada," me repetí, aunque no podía convencerme del todo.

Cuando estaba a pocas calles de llegar, un auto negro se detuvo junto a la acera, arrancándome de mis pensamientos. Me detuve en seco, el pecho subiendo y bajando con fuerza. Las puertas se abrieron, y varios hombres salieron de él.

-¿Quiénes son? -pregunté, mi voz temblando, mientras retrocedía un paso.

Uno de ellos, alto y de traje impecable, me miró con seriedad.

-Nuestro jefe desea hablar con usted.

-¿Quién es su jefe? ¿Qué quieren de mí?

Él no respondió. En cambio, se acercó y abrió la puerta trasera del auto. El aire a mi alrededor pareció congelarse cuando vi quién estaba sentado allí.

Era él.

Su figura era tan imponente como siempre, y sus ojos oscuros se clavaron en los míos con una intensidad que me hizo sentir desnuda. Mi respiración se detuvo por un segundo, y el calor subió a mis mejillas mientras los recuerdos del beso regresaban con fuerza.

No sé si fue valentía, estupidez, o simplemente una atracción irracional, pero antes de darme cuenta, mis pies ya se movían hacia el auto. Subí sin decir palabra, y la puerta se cerró tras de mí con un suave clic que resonó como un martillo en mi pecho.

El vehículo comenzó a moverse, el silencio en su interior era casi insoportable. Podía sentir su mirada fija en mí, pero no me atrevía a devolverla. Finalmente, rompió el silencio.

-Intenté mantenerme alejado de ti.

Su voz era baja, grave, y envuelta en una nota de frustración que parecía dirigir más hacia sí mismo que hacia mí.

-¿De qué está hablando? -pregunté, obligándome a levantar la vista y enfrentarlo.

Él se inclinó ligeramente hacia adelante, sus codos descansando en las rodillas mientras sus ojos no se apartaban de los míos.

-No puedo olvidarte, Mary. Desde el momento en que te vi en el hospital, te convertiste en algo que no puedo ignorar.

Su confesión me dejó sin palabras. Mi respiración se aceleró mientras intentaba procesar lo que acababa de decir.

-Esto no tiene sentido -murmuré, sacudiendo la cabeza.

-Tiene más sentido del que te imaginas.

-¿Por qué yo? -solté, sin poder evitarlo.

Él sonrió, una sonrisa peligrosa, pero increíblemente atractiva. Se inclinó hacia mí, su rostro cada vez más cerca.

-Porque eres diferente. Porque cuando te miro, todo lo demás desaparece.

Mi corazón estaba a punto de salir de mi pecho. Quería decir algo, cualquier cosa, pero las palabras no salían.

-Quiero tenerte, Mary. Poseerte. Quiero que seas mía, pero bajo mis condiciones.

Sus palabras eran directas, brutales. La honestidad cruda en su tono me dejó atónita.

-Yo no soy ese tipo de mujer -respondí con voz temblorosa, intentando recuperar el control.

Él sonrió de nuevo, pero esta vez había algo de ternura en sus ojos.

-Lo sé. Por eso estoy aquí. Porque tú no eres como las demás.

El auto siguió avanzando en silencio por unos segundos que se sintieron eternos. Él se acercó un poco más, su rostro a centímetros del mío.

-Piénsalo, Mary. Esto no tiene que ser complicado.

Mi mente era un caos. Quería gritarle, decirle que estaba loco, pero lo único que podía hacer era mirarlo. Su cercanía, su olor, su presencia... Todo me envolvía y me hacía sentir cosas que nunca antes había sentido.

-Y si digo que no, ¿qué harás? -pregunté, intentando mantener la firmeza en mi voz.

Sus ojos brillaron con algo oscuro, algo que me hizo estremecer.

-Entonces me veré obligado a olvidarte. Pero déjame decirte algo, Mary: no quiero olvidarte.

Antes de que pudiera responder, él cerró la distancia entre nosotros. Sus labios encontraron los míos con una urgencia que me dejó sin aliento. Este beso era diferente al de la azotea. Era más intenso, más demandante, como si quisiera grabar su presencia en cada fibra de mi ser.

Mis manos se aferraron a su camisa sin darme cuenta, intentando encontrar algo a lo que sostenerme mientras el mundo parecía desmoronarse a mi alrededor.

Cuando se separó, su respiración era pesada, sus ojos oscuros y llenos de una pasión que me quemaba.

-Mantente alejada de mí si no puedes manejar esto -susurró, su voz ronca, antes de apoyarse en el asiento y llamar al conductor.

El auto se detuvo frente a mi edificio. Me quedé inmóvil, sin saber qué hacer o decir. Él se inclinó una última vez hacia mí, su rostro tan cerca que podía sentir su aliento en mi piel.

-Piénsalo, Mary. Porque no suelo dar segundas oportunidades.

Con eso, abrió la puerta y me ayudó a bajar. Me quedé en la acera, viendo cómo el auto negro desaparecía en la noche.

Mi mente era un torbellino de emociones. Sabía que debería olvidarlo, alejarme de todo esto, pero había algo en él, algo en mí, que no podía ignorar.

Mientras subía las escaleras hacia mi pequeño piso, una sola pregunta resonaba en mi mente: ¿Qué voy a hacer ahora?

            
            

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