Intenté sacudir la sensación, pero mi cuerpo parecía traicionarme; un calor incómodo se asentaba en mi vientre, como una llamarada que se negaba a extinguirse.
El amanecer llegó demasiado pronto. Apenas dormí unas horas, pero debía levantarme para asistir a la universidad. La rutina era lo único que podía distraerme, o al menos eso pensé mientras me preparaba.
En el campus
El sol brillaba con fuerza cuando salí de clases, los pasillos del campus estaban llenos de estudiantes charlando, riendo, viviendo su día a día. Intenté integrarme en ese ambiente, caminar con rapidez hacia la salida, pero todo cambió en un instante.
Lo vi.
De pie junto a un auto negro, vestido impecablemente, irradiando una mezcla de autoridad y peligro. Mis pasos vacilaron al verlo. Parecía fuera de lugar, como si el tiempo se hubiese detenido a su alrededor.
Me acerqué, y antes de que pudiera decir algo, él abrió la puerta del auto para mí, sin decir palabra.
-¿Otra vez aquí? -dije, intentando sonar desafiante, pero mi voz traicionó un leve temblor.
Él no respondió. Sólo me miró con una ligera inclinación de la cabeza, como si estuviera evaluando mi resistencia. Algo en mí se rebeló. Subí al auto sin pensarlo dos veces, dejando que el portazo hablara por mí.
No pasó mucho tiempo antes de que él también subiera. El auto arrancó, y la tensión en el aire era tan densa que podía cortarse con un cuchillo.
-¿A dónde vamos? -pregunté finalmente, cruzando los brazos.
Él giró el rostro hacia mí, su expresión inmutable, pero sus ojos... sus ojos decían tantas cosas a la vez que no podía descifrarlas.
-A mi casa.
Esas tres palabras cayeron como una bomba en mi pecho. Mi respiración se aceleró, y sin darme cuenta, apreté las piernas. Un calor extraño se instaló en mi vientre, y mi mente luchaba entre el pánico y una curiosa excitación que no lograba controlar.
-¿Y por qué iría yo contigo? -pregunté, intentando recuperar algo de terreno.
-Porque lo harás -respondió con calma, como si mi resistencia no tuviera ningún peso.
Decidí no contestar. Sabía que discutir con él era inútil. Sus razones eran un enigma, pero había algo en su presencia que me empujaba a seguirle, como si estuviera atrapada en su órbita.
El trayecto fue corto, pero cada segundo se sintió eterno. Cuando llegamos, él salió del auto y rodeó el vehículo para abrir mi puerta.
-Vamos -dijo, ofreciéndome la mano.
Vacilé por un momento, pero al final acepté. Sus dedos eran firmes, cálidos, y una corriente eléctrica recorrió mi brazo al tocarlo.
Me llevó a través de un camino empedrado que conducía a una enorme mansión. La estructura era majestuosa, imponente, pero lo que más me sorprendió fue el silencio. A pesar de la cantidad de personas que había a su alrededor, todos parecían invisibles, moviéndose con eficiencia y sin prestarnos atención. Nadie me miró, nadie dijo una sola palabra.
-¿Por qué no me miran? -pregunté, intentando calmar mi incomodidad.
-Porque saben su lugar -respondió, tirando suavemente de mi mano mientras me conducía a una habitación que parecía un despacho.
El espacio era amplio y elegante, decorado con muebles oscuros y una enorme ventana que dejaba entrar la luz del sol. Sobre el escritorio había una carpeta que él tomó y extendió hacia mí.
-¿Qué es esto? -pregunté, mirando el documento.
-Un acuerdo -respondió, su tono frío y calculador-. Y un contrato de confidencialidad.
-¿Un acuerdo para qué?
-Para ti y para mí.
Mis ojos se fijaron en los suyos, intentando encontrar alguna señal de broma, pero su rostro permanecía imperturbable.
-¿De qué estás hablando? -insistí, sintiendo cómo mi paciencia comenzaba a agotarse.
-Quiero estar contigo, Mary. Pero hay reglas.
-¿Reglas? ¿Qué clase de reglas? -Mi tono subió ligeramente, pero él no pareció inmutarse.
-Quiero que seas mía. Solo mía. Pero esto debe hacerse de una manera que funcione para ambos.
Mi mente se llenó de preguntas, y mi cuerpo respondió con un cosquilleo incómodo que no lograba controlar.
-¿Y si digo que no? -pregunté, cruzándome de brazos.
Él dio un paso hacia mí, acortando la distancia entre nosotros. La intensidad de su mirada era abrumadora, y mi respiración se aceleró sin que pudiera evitarlo.
-Entonces no volveré a molestarte -dijo, su voz más baja ahora, casi un susurro-. Pero no puedo prometer que lo haré sin arrepentirme cada segundo de mi vida.
El silencio se hizo más pesado. No sabía qué decir ni qué hacer. Finalmente, decidí preguntar:
-¿Por qué yo?
Sus ojos buscaron los míos, y por un momento, juré ver algo más allá de su fachada fría: vulnerabilidad.
-Porque contigo todo es diferente.
No pude responder. Sus palabras me dejaron sin aliento, y antes de que pudiera reaccionar, él tomó mi rostro entre sus manos y me besó.
El beso era todo lo que había temido y más. Su boca reclamaba la mía con una mezcla de pasión y necesidad que me hacía temblar. Mis dedos se aferraron a su camisa, intentando encontrar algo a lo que sostenerme mientras el mundo parecía desmoronarse a mi alrededor.
Cuando finalmente se apartó, su respiración era pesada, al igual que la mía.
-Lee el contrato -dijo, su voz ronca-. Y piensa en lo que realmente quieres, Mary.
Con esas palabras, se apartó de mí, dejándome sola en el despacho con la carpeta en mis manos.