Destinos entrelazados
img img Destinos entrelazados img Capítulo 1 El rancho era todo para ella
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Capítulo 6 Ella tenía intuición para los negocios img
Capítulo 7 Había pasado un año desde la última vez que la vio. img
Capítulo 8 Verla de nuevo img
Capítulo 9 Era una pasión que no podía explicarse con palabras img
Capítulo 10 Volveré img
Capítulo 11 Estaba sola img
Capítulo 12 La vida no podía ser más injusta img
Capítulo 13 Adiós Montenegro img
Capítulo 14 La Capital img
Capítulo 15 Ella se había ido img
Capítulo 16 Lo que se hablaba de ella img
Capítulo 17 Ella era la heredera img
Capítulo 18 Emilia img
Capítulo 19 La llamada img
Capítulo 20 Encuentro img
Capítulo 21 En cuerpo y alma img
Capítulo 22 Huye corderito img
Capítulo 23 Las intenciones de Ignacio Sandoval img
Capítulo 24 La venganza img
Capítulo 25 Corazón en duda img
Capítulo 26 No, madre... img
Capítulo 27 En las garras del enemigo img
Capítulo 28 No tenía otra opción img
Capítulo 29 Ya no sería aquella inocente Christa de antes img
Capítulo 30 Era ella la prometida de mi tío img
Capítulo 31 La traición img
Capítulo 32 Se alegraba de su desgracia img
Capítulo 33 Decidida a continuar con su vida img
Capítulo 34 Destinos separados img
Capítulo 35 Ya lo sabía img
Capítulo 36 Quería saber la verdad img
Capítulo 37 Traición con traición se paga img
Capítulo 38 Bajo su amenaza img
Capítulo 39 Yo me opongo img
Capítulo 40 Fue un accidente img
Capítulo 41 Tu familia o ella img
Capítulo 42 Tienes que tomar una decisión img
Capítulo 43 Un paseo a caballo img
Capítulo 44 Contigo img
Capítulo 45 Juntos para siempre img
Capítulo 46 Epílogo. Primer aniversario img
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Destinos entrelazados

Nancy Rdz
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Capítulo 1 El rancho era todo para ella

Era una hermosa mañana. Cabalgaba junto a mi querido amigo Rayo, el caballo que mi padre me regaló cuando cumplí apenas siete años. De pronto, me detuve a admirar la quietud del amanecer. El sol emergía lentamente detrás de la gran sierra de Montenegro, cuyas montañas colindaban con los límites del rancho de mi padre. Extendí los dedos hacia el cielo; me encantaba hacerlo, como si algún día pudiera llegar a tocarlo. De niña solía mirar al cielo y formar figuras divertidas con las nubes. Aquí era realmente feliz. No había otro lugar en el que quisiera estar.

Cerré los ojos, dejando que la brisa fresca de la mañana acariciara mi rostro. Escuché el suave murmullo de las hojas de los árboles, que se mecían en armonía con el viento.

Bajé del caballo y le di unas palmaditas de agradecimiento por el viaje. Lo dejé comer del pasto verde y húmedo del suelo, mientras el ganado pastaba en libertad. Como cada día, observé las más de doscientas hectáreas de fértiles tierras que formaban el rancho de mi padre, "Los Nogales". Mi bisabuelo le dio ese nombre hace más de cincuenta años, cuando llegó desde Alemania con su pequeña familia en busca de una vida mejor tras la guerra nazi. Tuvieron la suerte de comprar estas tierras vírgenes a bajo precio. Aquí cultivamos maíz, nueces, sorgo y avena, además de criar ganado, cabras y cerdos. La hacienda era muy rentable, según decía mi padre, aunque yo no entendía mucho de esos asuntos. Para mí, él era mi felicidad.

Amaba despertarme temprano, ver salir el sol entre las montañas, cabalgar con Rayo, molestar a mis hermanos Fred y Greta, cuidar el ganado, alimentar a las gallinas... Pero lo que más me hacía feliz era el riachuelo que cruzaba los límites del rancho.

Corrí tan rápido como mis piernas me lo permitieron, esquivando rocas y ramas en mi camino. Mi padre decía que tenía piernas largas y esbeltas como las de una potranca salvaje, y en realidad así me sentía: libre y feliz. Una sonrisa enorme se dibujó en mi rostro al llegar a la laguna. Era como un oasis rodeado de sabinos, nogales y huizaches. Me senté sobre una roca, arremangué mis pantalones hasta las rodillas y sumergí los pies, dejando que el agua fría acariciara mi piel. Empecé a cantar una de mis canciones favoritas de la radio. Me encantaba hacerlo en las mañanas solitarias, sintiéndome viva, como si solo la naturaleza y Dios fueran testigos de mi melodía.

Después de cantar, miré a mi alrededor. Esta parte del rancho era solitaria; los peones nunca venían por aquí. Recordé las advertencias de mi madre: decía que no debía acercarme a ellos, que no perderían oportunidad de meterse con una niña como yo. Sin embargo, mi hermana Greta estaba a punto de casarse con Marcelo Ramírez, el capataz, que no estaba mucho por encima de los peones. Nunca entendí qué veía en él. Marcelo no era como papá: cariñoso y atento. Una vez escuché a un peón decir que frecuentaba cantinas y salía con otras mujeres. Cuando se lo conté a Greta, lo único que gané fue una bofetada. Pero, en fin, era su decisión.

Me quité la ropa y la dejé en la orilla. Consciente de que nadie me veía, nadé un buen rato. Me sentí como una joven Venus emergiendo de las aguas de mi pequeño oasis. No sé cuánto tiempo estuve allí hasta que un grito lejano ahuyentó a las aves de las ramas. Salí del agua apresurada, me vestí y corrí de nuevo hacia Rayo. Emprendí el regreso a casa. Era la voz de mi madre, y no sonaba nada contenta. Seguro me necesitaban en la cocina; hoy era el día en que Greta se casaba con el cavernícola de Marcelo.

-¡Vamos, amigo, más rápido! -grité entre risas.

Amarré a Rayo en una ventana trasera de la casa. Mi madre me buscaba por la entrada principal, pero yo siempre encontraba la forma de entrar por la puerta de la cocina. Apenas puse un pie dentro, me encontré con la mirada severa de mi abuela.

-¿Dónde te has metido, niña?

Abrí los ojos de par en par, me encogí de hombros y sonreí nerviosa.

-Estaba nadando, abuelita.

Ella llevaba el vestido negro con delantal blanco que usaba para cosas importantes en la cocina.

-¡Pero mírate! Estás toda empapada. Se te trasluce la blusa. Ya no eres una niña, Christa, casi tienes dieciséis años. Si uno de los peones te viera...

-Abuela, ¿por qué siempre me dicen eso? No lo entiendo -pregunté con inocencia.

-¿Es que no te has mirado en el espejo?

Fruncí el ceño y negué. Mi abuela puso los ojos en blanco.

-Ve a cambiarte. Tu madre está furiosa.

Asentí y corrí escaleras arriba hasta mi habitación. Al entrar, el gruñido de Fred casi me mata del susto.

-¡Idiota, casi me da un infarto! -le grité, buscando la ropa para la boda. Mi padre me había comprado un vestido y unos zapatos nuevos en el pueblo. Decían que Montenegro estaba creciendo mucho y ya casi parecía una pequeña ciudad. Para mí, seguía siendo un pueblo enorme.

Fred me dio una nalgada, sacándome de mis pensamientos. Me abalancé sobre él, tirándolo al suelo.

-¿Quieres jugar? -pregunté, clavando mi mirada en la suya. Su sonrisa burlona me enfureció.

-Tranquila. Mamá me envió a buscarte. Está furiosa. ¿Dónde estabas?

-Fui a nadar a la laguna.

-Te escapas muy seguido. ¿Tienes algún noviecito por ahí? -preguntó, sorprendiéndome.

-¡Claro que no! Soy una niña.

Fred se carcajeó.

-Muchas chicas de tu edad ya tienen novio.

-Pero yo no. No me interesan los chicos.

Fred me analizó un momento y, al darse cuenta de que decía la verdad, se relajó.

-Ten cuidado, hermanita. Si andas con un peón, le pegaré un tiro en la nuca -bromeó.

Lo fulminé con la mirada.

-¡Eres un idiota!

Con agilidad, me quité una bota y se la arrojé, pero golpeó la puerta porque Fred huyó justo a tiempo, cerrándola tras de sí. Desde el pasillo, escuché sus carcajadas.

            
            

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