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El sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo con tonos dorados y rosados, mientras Liliana y Valeria caminaban por una de las zonas más exclusivas de la ciudad. Las luces de los coches, las tiendas de lujo y la multitud elegante que pasaba a su alrededor formaban una imagen que Liliana, acostumbrada a vivir en California en un entorno de opulencia, conocía bien. Pero a pesar de la magnificencia de la ciudad, su mente seguía atrapada en el mismo lugar: la subasta a la que su padre la había obligado a asistir.
El peso de la obligación la tenía desbordada. No era la primera vez que sus padres imponían algo sobre ella, pero esta vez sentía que había algo diferente, algo que no lograba comprender. Su padre había sido tajante: "Es la reputación de la familia. No puedes faltar." Pero nunca explicó qué significaba esa subasta ni por qué Liliana debía estar allí. Esa falta de respuestas la mantenía inquieta, y aunque intentaba mantener una fachada tranquila, la ansiedad crecía con cada minuto que pasaba.
-¿Sabes qué tienda vamos a visitar primero? -preguntó Valeria, interrumpiendo sus pensamientos.
Liliana levantó la vista hacia su amiga, que caminaba relajada, sin la misma carga que ella llevaba. Valeria parecía inmune a las presiones que Liliana sentía tan intensamente. Tal vez porque sus padres, al igual que los de Liliana, también eran personas influyentes, pero Valeria parecía haber aprendido a manejar las expectativas de su familia con una gracia envidiable y aparte que su madre era un ángel con ella.
-No lo sé, Valeria -respondió Liliana, tratando de despejar la tensión en su voz-. Solo... no sé si me apetece comprar nada, la verdad. Hay demasiadas cosas en mi mente.
Valeria la miró, alzando una ceja, dándose cuenta de que algo no estaba bien. Pero, en lugar de insistir, decidió cambiar de tema y hacer algo para distraerla.
-Venga, déjalo, podemos ir a tomar un café y relajarnos un poco. Y luego vemos qué pasa, ¿vale?
Liliana asintió, agradecida por el cambio de enfoque. Aunque a veces sentía que Valeria no comprendía completamente lo que pasaba en su vida, era evidente que su amiga quería ayudarla. Quizá eso era lo que más le gustaba de ella: su capacidad de hacerla sentir un poco menos sola en medio de sus propios problemas.
-Gracias, Valeria. -Liliana sonrió ligeramente, aunque sus pensamientos seguían siendo turbios-. Es solo que... mis padres me obligaron a ir a esa subasta. No me dieron razón alguna, solo dijeron que "es necesario por la reputación familiar ". Y eso me hace sentir... atrapada.
Valeria la miró con comprensión, deteniéndose unos segundos mientras pensaba en lo que Liliana acababa de compartir.
-¿Tus padres te obligaron? -repitió, sorprendida. No era común que Liliana, una persona tan independiente, se sintiera forzada a hacer algo por otros-. ¿No puedes hablar con ellos? No parece justo que te impongan algo sin explicarte por qué es tan importante.
Liliana suspiró, mirando al frente mientras seguían caminando hacia un pequeño café. La ciudad se deslizaba a su alrededor, pero dentro de ella todo parecía estar en pausa.
-Lo he intentado, Valeria. Pero ellos... son así. Siempre dicen que lo hacen por el bien de la familia, que no entiendo la magnitud de las cosas. Y que debo "hacer lo que se espera de mí". -Liliana se detuvo un momento, sintiendo una punzada de frustración en el pecho-. Pero esta vez siento que hay algo más. Algo que no me han contado.
Valeria no respondió de inmediato, como si estuviera procesando las palabras de su amiga. Sabía lo difícil que podía ser vivir bajo la sombra de las expectativas familiares, pero también sabía que Liliana siempre había manejado esa carga con elegancia. Sin embargo, esta vez parecía diferente.
-A veces los padres no se dan cuenta de lo que realmente queremos, Liliana. Yo también he pasado por algo similar, aunque no de la misma manera. Pero lo importante es que no debes sentirte sola en esto. Tienes derecho a preguntar, a exigir respuestas.
Liliana se dio cuenta de que Valeria trataba de reconfortarla, pero aún así no podía evitar sentirse atrapada. ¿Por qué su familia la estaba empujando hacia esa subasta sin explicación? ¿Qué había detrás de todo eso? Esa era la pregunta que no podía sacarse de la cabeza, y cuanto más lo pensaba, más desesperada se sentía.
Decidieron sentarse en el café, y mientras Valeria pedía dos cafés, Liliana se quedó pensativa, mirando cómo la gente pasaba por la ventana. El bullicio de la ciudad parecía estar tan distante de ella como si todo estuviera sucediendo en otro lugar. A pesar de estar rodeada de lujo y elegancia, no podía dejar de pensar en la obligación que la asfixiaba: la subasta, las palabras de su padre, la sensación de que algo más estaba en juego.
Cuando el café llegó a la mesa, Valeria trató de animarla con una conversación más ligera. Hablaron sobre los eventos sociales a los que asistirían en las próximas semanas, sobre las fiestas de gala y las aperturas de tiendas que Valeria tenía en su agenda. Pero Liliana no podía concentrarse. Su mente seguía regodeándose en los mismos pensamientos oscuros, preguntándose por qué no podía ser libre de tomar sus propias decisiones.
El café pasó rápidamente, y sin darse cuenta, ya era tarde. Decidieron caminar un poco más, pero Liliana notaba que su mente seguía completamente atrapada en la imagen de la subasta. Esa idea, esa obligación, la mantenía prisionera de algo que ni siquiera entendía.
Cuando salieron del café, Valeria sugirió ir de compras a una de las tiendas más exclusivas de la ciudad, algo que siempre había sido una tradición para ellas. Pero esta vez, Liliana no tenía ganas de mirar ropa. No importaba cuán lujosa fuera, no importaba cuán perfecta fuera cada prenda. En ese momento, todo lo que quería era saber qué significaba realmente la subasta y por qué su padre insistía tanto en que estuviera allí.
Al llegar a la tienda, Valeria la guió hacia una sección de vestidos de noche que siempre le habían gustado. Pero Liliana apenas levantó la mirada. Se sentó en un banco cercano, mirando cómo Valeria disfrutaba del proceso de elegir vestidos y accesorios.
Se sentó allí, observando, pero en su interior solo había un torbellino de preguntas y emociones. La sensación de estar atrapada seguía creciendo, y aunque Valeria hablaba y reía, Liliana no podía dejar de pensar en lo que vendría después. La subasta, el por qué de todo esto, el sentimiento de estar perdiendo el control de su vida.