Capítulo 2 El Rey

Habían sido días largos y difíciles; realmente necesitaba un momento para sí misma, para relajarse y desconectar. Por eso, cuando vio a Asher sentado en una de las mesas alejado de todos, no dudo en llenar dos copas de vino y se acercó a él. Era un hombre alto, de un metro ochenta, con una presencia imponente. Su cabello pelirrojo resplandecía bajo la luz de las velas, y sus ojos almendra parecían arder con un fuego interno. Sus manos, fuertes y trabajadas, eran un testimonio de su fuerza, mientras que su espalda ancha y sus rasgos definidos acentuaban su figura atlética y robusta.

Una barba incipiente adornaba su rostro, dándole un aire de elegancia descuidada. Vestía pulcramente como un noble, con ropas de fina hechura que destacaban su porte distinguido. Su sonrisa encantadora revelaba unos hoyuelos que suavizaban su aspecto, añadiendo un toque de calidez a su expresión.

―¿Hace mucho que frecuenta este lugar? ―preguntó ella con una sonrisa coqueta.

―No, ¿quisiera mostrarme la buena atención del lugar? ―le respondió él. Su voz, profunda y seductora, resonó con una gravedad que podría haber cautivado a quienes lo escucharan, haciendo que cada palabra pareciera una promesa susurrada al oído. Agarró la mano de ella para darle un beso delicado en su palma. Ya no necesitaban decirse más nada.

Ya estaba amaneciendo y el burdel se encontraba cerrando, algunas habitaciones aún estaban ocupadas por clientes, pero los que solo habían ido a beber, ya se estaban retirando. Sonya aprovechó ese momento para subir a una de las habitaciones vacías con su amante. Cuando llegaron a la escalera, él le soltó la mano y permitió que ella subiera primero para poder apreciar el movimiento de sus caderas y sin poder resistirse, la agarró de la cintura y puso su cara en sus glúteos, y aprovechó a morderle suavemente sobre la delgada tela. Ella se río tentada y luego terminaron de subir los últimos escalones que les quedaba y entraron en la habitación. Como en el lugar no encontraba nadie que pudiera importarle, no le preocupó la demostración de afecto en público.

El lugar estaba iluminado apenas por unas cuantas velas que permitían apreciar un poco el lugar y a los amantes que ocupasen el lugar. La habitación era modesta, elegante, la cama muy grande y cómoda.

Sonya se dio vuelta, poniéndose frente a él. El hombre la atrajo a él y la besó. A ella le encaban sus besos, cuando la besaba, ella sentía como si Asher la fuera a devorar.

―Quiero que me beses en otro lugar ―le dijo, apartándolo suavemente.

Retrocedió sin dejar de mirarlo a los ojos, se sentó en la cama y abrió sus piernas, aunque su sexo seguía cubierto por la tela del vestido, Asher casi se volvió loco de excitación. Se lamió los labios y sin dudarlo, se acercó a ella y se arrodilló. Comenzó dando pequeños besos en sus piernas, turnándose entre una y otra, hasta llegar a sus muslos y a su parte interna. Apartó con delicadeza dejando al descubierto el paraíso para el hombre. Tenía vello, aunque no en abundancia, se notaba que era una mujer limpia que le gustaba tener todo emprolijado, y ese pequeño monte lo excitó aún más. Con firmeza, agarró las piernas de Sonya y la atrajo un poco más al borde de la cama, lo cual hizo que ella se inclinara un poco hacia atrás. Colocó las piernas en sus hombros y como hombre hambriento, procedió a besar su monte de venus, y luego a pasar su lengua justo por donde debía.

― Oh... ―gimió ella al sentir su lengua pasar por su clítoris y luego gritó de placer cuando él pasó de lamer a succionar. ― Si, así... ―dijo ella, poniendo su mano en la cabeza de él.

Asher dejó de succionar y pasó a bajar lentamente su lengua hasta llegar a su entrada, en donde lamió a su alrededor, y luego metió su lengua en su cavidad, mientras que, con una de sus manos, acariciaba suavemente su clítoris. Ella se encontraba temblando de placer, y más fue su goce cuando él iba de arriba a abajo, y la hacía desear más y más... Estaba tan estimulada y llena de placer, que el orgasmo no tardó en llegar. El grito salió desde lo más profundo de su ser e inundó la habitación. Sus piernas temblaron y se terminó de recostar en la cama. Él se levantó y la observo. Se veía bellísima y tan sensual, y extasiada. Le encantaba verla.

Sonya se volvió a incorporar se puso de rodillas en la cama, y se desnudó para él. Quitó el vestido, y lo dejó a un lado, comenzó a acariciarse, pasando sus manos con delicadeza por su cuerpo, deteniéndose en sus pechos. Los apretó, para luego seguir subiendo sus manos hasta su cabeza, se quitó sus palillos y dejó su larga cabellera suelta.

―Te ves tan perfecta ―le dijo él, sintiendo aún más deseo.

Ella se acercó a él, puso sus manos en su cuello y luego lo volvió a besar. Otro beso apasionado, cargado de deseo. Sonya fue bajando de a poco sus manos, hasta llevar a su abultada erección. Lo apareció por encima de la tela, para luego desaprobar su cinturón. Dejó caer la prenda al suelo. Se separó un momento de él, lo miró a los ojos, y se llevó los dedos a la boca, los lamió y seguidamente, agarró su pene. Él gimió ante el cálido tacto, cerró los ojos, y comenzó a disfrutar de las caricias que ella le estaba dando. Sonya se puso al nivel de la cintura de él y se llevó el miembro viril a la boca, jugó con su lengua por un momento, para luego introducirlo en su boca. Él tembló de placer. En un momento, Asher la agarró del cabello y guio los movimientos que desea, hasta que no aguantó más. La empujó con delicadeza a la cama, y se puso encima de ella. Se terminó de quitar la prenda que le quedaba y la observo. Su cabello oscuro estaba desparramado en la cama, sus muslos estaban a cada lado de su cadera. Él empezó a recorrer su cuerpo con sus manos, esos senos se veían perfectos, los apretó con suavidad, pero firme. Procedió a lamerlos, a morderlos con delicadeza y Sonya no podía evitar gemir.

Él humedeció sus dedos, para luego pasarlos nuevamente por el sexo de ella. Ya era el momento, agarró su pene, y lo colocó en la entrada de su vagina, jugó un momento, haciéndola desear aún más. Volvieron a mirarse a los ojos, y él por fin se introdujo dentro de ella. Sonya perdió el aliento por un segundo, el placer era inmenso. Lo sentía tan duro y caliente dentro, tan adentro, y estaba nuevamente tan estimulada, que otro orgasmo la invadió. Él seguía observándola, verla era un deleite.

El tiempo pasó, ninguno de los dos sabía cuánto. Era tan increíble la conexión que había entre ambos, que cuando él acabo, ella lo hizo al mismo tiempo. Cansados, pero extasiados, se acostaron en la cama. Él la abrazó y comenzó a acariciarle la cabeza, mientras ella se relajaba en sus brazos. Y así se quedaron dormidos.

A la mañana, ella fue la primera en despertarse. Miró al hombre que tenía al lado y también lo despertó con delicadeza.

―Buen día, corazón ―la saludó él.

―Buen día, hay que levantarse ―le dijo ella, dándole un beso en los labios.

Sin esperar más, ella salió de la cama y se dirigió en donde había dos fuentes con agua. Ella empleó una para asearse mientras él la observaba.

―Me vas a ojear de tanto verme ―le dijo ella, mientras se reía.

Él se levantó de un salto y la abrazo por detrás.

―Veo que tienes un nuevo tatuaje ―le susurró él, comenzando a acariciar las curvas de su cadera hasta sus pechos.

Ella volvió a reír a causa de las cosquillas. Aunque en seguida, las cosas fueron poniéndose aún más ardientes para ambos. Apoyó sus manos en la pequeña mesa y dejó que él fuera repartiendo besos aquí y allá. Empezó a gemir cuando él, con sus dedos húmedos, comenzó a acariciar su sexo justo como a ella le gustaba. Cuando la sintió húmeda y lista, él se posicionó mejor detrás de ella, y la penetró con avidez. Sus movimientos empiezan siendo suaves, él quería seguir disfrutando de su calidez, sabía que en cuanto comenzara a aumentar la velocidad de su movimientos, no tardaría en acabar, así que quería atrasar ese momento todo lo que pudiera. Pero de pronto, perdió la cordura antes sus gemidos y el gran placer que estaba sintiendo, que se terminó dejando llevar por todo. Amaba de alguna forma a esa mujer y todo lo que lo hacía sentir.

Exactamente no sabe cuánto duró aquel despertar, pero al salir de la habitación, Sonya se encontró con su tío. Thomas la observó por un instante y luego le preguntó si quería beber algo. Su tío sabía que ella muchas veces usaba alguna de las habitaciones vacías con alguno de sus "amigos", después de todo, él siempre estaba atento a todo lo que sucedía en el lugar. Sin embargo, jamás decía nada, ni un solo comentario; sabía que la vida de ella era solo de ella y él jamás se entrometería en sus asuntos. Por ese motivo, al verla salir de la habitación, solo la invitó a desayunar.

―Vamos por un buen té ―le dijo ella, rodeando el brazo de él con el suyo.

Sonya jamás hablaba de sus asuntos íntimos, y tampoco quería que Asher y su tío se cruzaran.

Asher era un médico real, alguna de las cosas que ella sabía, lo había aprendido de él. Aunque claro, ella jamás le contó que, en sus momentos libres, ejercía medicina, siempre que le preguntaba lo hacía como una simple duda de campesina. Realmente a su manera, ella lo ama. Y estaba segura de que él a la suya, también. Ya hacía cinco años que tenían sus encuentros, y aunque se habían conocido de alguna forma romántica, realmente no existía tanto amor. Tenían momentos en los que no se veían durante meses, y a ninguno de los dos les afectaba; pero al verse, toda aquella pasión que parecía que habían retenido, afloraba y se volvían a devorar. ¿Cuánto tiempo durarían así? Era algo que siempre se preguntaba. No se imaginaba saliendo del brazo con él.

―¿Pudiste averiguar algo sobre la supuesta guerra en progreso? ―le preguntó a su tío, mientras ella servía el té.

―No mucho, aún son solo rumores. Hablan sobre la inestabilidad que hay aún con el nuevo rey, y sobre la falta de un sucesor, como el rey no tuvo hijos, si llega a morir de alguna forma, no hay sucesor ―le respondió Thomás, agarrando su taza y haciendo una mueca luego de beberlo sin fijarse lo caliente que estaba.

―Es té, tío. No una cerveza como para que le andes dando un trago profundo ―dijo Sonya, riéndose ―. De todas formas, me supongo que es así, ¿qué mejor momento tendrían? El rey sigue siendo una incógnita incluso para nosotros. Aunque se hable de que estuvo en la guerra pasada, también se afirma que es solo un rumor. ¿Ya cambiaron al consejo?

―Sí, hace dos días. Aunque sé de buena fuente que muchos están en desacuerdo. Eligió un nuevo rico, que, aunque tiene minas de carbón, es un inútil en temas de política. Le está dando poder a un inepto, dicen. Si es así, no solo le puede jugar en contra las personas que están enojadas, también el inepto lo puede derribar.

―¿Qué piensas del rey? Lo viste cuando fue coronado, ¿qué te pareció? ―quiso saber Sonya, empezando a prender las velas, el día estaba gris, así que no había mucha luz natural.

Ella no había podido asistir a la coronación, ya que había tenido que ir a atender a una paciente. La mayoría que requería de ser atendida, habían aprovechado que sus familias estarían ausentes, y podían hacer lo que quisieran con tranquilidad.

―Es un niño para el puesto que le tocó, debe de tener unos treinta y pico de años. Me perdí en los detalles insignificantes, pero como todo aquel que asume a un cargo de esa índole, siempre será un niño inexperto. Pronto madurara. ¿Cuándo? Es la gran incógnita.

* * * *

El viaje había sido largo. Estaba agotado. En relación a otros viajes, ese no tenía un punto de comparación, incluso su vestimenta era corriente, no iba vestido con la armadura de hierro que siempre cargaba cuando iba a la guerra... y, aun así, su cuerpo estaba fatigado. Era el pueblo más próximo al reino, estaba muy cerca. Era posible llegar en medio día a caballo, sin interrupciones, pero ellos tardaron un día y medio, iban en carruaje y deteniéndose de vez en cuando para que William pudiera toser o tomar aire. Los guardias que habían ido con él, eran los más leales, así que se hacían los sordos y ciegos, no expresaban comentarios y jamás dirían nada de lo que llegase a suceder. Mario les había dado aviso de a dónde irían, pero jamás dio detalles de ningún tipo, y ellos no preguntaron nada.

Al fin habían llegado, y William se sentía esperanzado de que eso realmente lo ayudase. Bajaron del carruaje modesto y comenzaron a caminar por el pequeño sendero que los guiaría hacia el lago. Mario había realizado las averiguaciones pertinentes para no sentirse perdidos.

―Quédense acá ―dijo Mario a los guardias ―. Detengan a cualquiera que se quiera acercar. Inventen cualquier excusa, que hay un animal suelto, o algo por el estilo.

Los hombres asintieron y se quedaron detrás de ellos. El William sentía un dolor en su pecho, sus pulmones le dolían. Y mucho. Al llegar al lugar, vio que se encontraba escondido en un valle rodeado de frondosos bosques y majestuosas montañas. Pronto se sumergieron en la profundidad del bosque, y a lo lejos ya podía escuchar cómo las aguas cristalinas emitían un suave vapor, creando un ambiente de misterio y serenidad. El calor natural del lago provenía de corrientes subterráneas, y la temperatura agradable invitaba a sumergirse y quedarse ahí el resto de su vida.

En uno de los extremos del lago, una imponente cascada se desplomaba desde un acantilado rocoso. El agua caía en un torrente poderoso, creando un espectáculo de fuerza y belleza. La bruma de la cascada se mezclaba con el vapor del lago, difuminando los contornos y envolviendo el entorno en un aura etérea.

Alrededor del lago, la vegetación era exuberante. Helechos gigantes, flores silvestres y árboles centenarios crecían en abundancia, formando un tapiz natural de verdes intensos y colores vibrantes. El sonido del agua corriendo y el canto de los pájaros creaban una sinfonía natural que completaba la atmósfera de paz y armonía.

Solo al respirar el vapor del lago, William comenzó a sentir cómo sus pulmones se expandían y relajaban. Comenzó a quitarse la ropa para poder meterse dentro, pero pronto quedó paralizado en el momento en que vio cómo una mujer emergió del agua.

De espaldas a la entrada, su cabello largo, empapado y oscuro, caía en cascada hasta la mitad de su espalda, enmarcando sus delicadas curvas. Las gotas de agua se deslizaban lentamente por su piel, añadiendo un brillo resplandeciente que acentuaba cada contorno de su figura. Su postura serena y segura irradiaba una elegancia innata, creando una imagen que parecía sacada de un sueño, una visión fugaz de belleza y misterio en la tranquilidad del lago. William quedó embelesado. Vio como ella se agarraba el cabello, dejando al descubierto su espalda, en donde las gotas de agua caían con suavidad acariciando un tatuaje.

La tos eligió el peor momento para él. William tuvo otro ataque y eso alertó a la mujer, quien, sin mirar para atrás, se volvió a sumergir. El rey se apresuró al lago, pero por el dolor cayó al suelo de rodillas, tosiendo sangre y mareado. Mario solo se centró en él, y cuando volvieron a levantar la vista, ella ya no estaba más. No sabían si seguía sumergida o si se había ido... o había sido una ilusión óptica. Aunque pronto, se olvidaron de ella.

William se quitó la ropa lo más rápido que pudo y se metió dentro del agua. Estaba muy caliente, pero no lo suficiente como para hacerle daño. Pronto sintió como sus pulmones se relajaban, como si se abrieran aún más para favorecer su respiración. La tos cesó, al igual que la sangre. El agua se sentía muy bien. Quería quedarse ahí por mucho tiempo, y lo hizo todo lo que pudo.

Cuando se sintió listo para marcharse y dormir tranquilo en una cama, salió del agua y volvió a vestirse. Se sentía relajado y medio adormilado. Era lo que necesitaba. En los últimos días, no había podido conciliar el sueño, pero ahora se encontraba listo para una buena siesta. A penas era medio día.

Todos se dirigieron al pueblo, en donde se quedarían por ese día y al siguiente, volverían al reino. La reunión para los nuevos miembros del consejo estaba apenas unos días, debía organizarla así que no podían tardar mucho en llegar. Mientras iban a una posada, William iba pensando alguna forma de construir su propio lago, aunque obviamente, jamás podía reemplazar al original ya que no sería natural. Pero podría enviar a alguien de ciencias a investigar el lugar.

―Ya que estamos aquí, deberíamos aprovechar y divertirnos con libertad, no sabemos cuándo volveremos a sentirnos sin presiones ―dijo William, mientras iban observando el pueblo y a sus habitantes.

Nunca habían estado ahí, y eso que estaba relativamente cerca del reino. Podían ver que los habitantes se mezclaban con los comerciantes extranjeros. Veía que vendían toda clase de telas, joyas, especias y comida. Él les dio a los hombres unas bolsas con monedas, y éstos compraron todo aquello que nunca habían probado, como unas croquetas de pescado, carne de buey y hasta un juego de color ámbar que era amargo. Los hombres, atentos a su rey en todo momento, realmente se estaban sintiendo felices por la recompensa. Sin embargo, William comenzó a sentirse mal, peor que cuando llegó. No sabía tos, pero su nariz comenzó a sangrar, se sintió más débil y su corazón bombeaba con fuerza. El mareo y dolor de cabeza era más fuerte. No supo qué pasó, de hecho, ni siquiera se dio cuenta que se desmayó.

* * * *

Sonya se sentó afortunada de conocer muy bien su pueblo, había podido salir sin problemas del lago por el sentido contrario, esos hombres la sorprendieron. Caminó con tranquilidad hacia el burdel, aún con el pelo mojado, pero relajada. Estuvo el tiempo justo y necesario, el que necesitaba, esas aguas eran buenas, pero si uno pasaba más tiempo del debido, solo perjudicaría la salud de quien estuviera sumergido. Cuando estaba a nada de llegar, vio como alguien caía al suelo, y unos hombres los cubrían rápidamente.

―Nuestro amigo está ebrio, se pasó de copas y mujeres ―escuchó que decía uno de los hombres, el de una cicatriz en su majilla.

Era un hombre de cabello largo y negro, que caían en mechones desordenados alrededor de su rostro. Sus ojos marrones, profundos y oscuros, transmitían una dureza que resulta intimidante. En su mejilla izquierda, una cicatriz prominente añadía un toque de misterio y peligro a su semblante. Su expresión parecía permanentemente marcada por el enojo, lo que refuerza su apariencia imponente. Es alto y fuerte, con una presencia física que impone respeto, por eso a Sonya no le sorprendió cuando él solo levantó al desmayado, casi sin esfuerzo, aunque sabía que era un peso muerto.

―Perdón, ¿buscan un lugar en donde quedarse? ―les preguntó Sonya, quien se acercó a ellos demasiado rápido ―. A un par de casas de acá, hay un burdel discreto.

Ella no era tonta. Sabía perfectamente diferenciar entre un hombre ebrio a uno que tenía una respiración errática por enfermedad, había visto a demasiados como para no saberlo. Y aún más, el asunto era sospechoso por cómo actuaban los hombres que cargaban al presunto borracho.

―Si me acompañan, yo los guiaré ―les sugirió, sin dejar de ver al hombre inconsciente. Las personas alrededor, no les hicieron más caso al escuchar que estaba ebrio.

El grupo de hombres solo vieron al de la cicatriz, éste asintió, y Sonya los guio. Como aún era temprano, no había nadie en el lugar cuando entraron. Ella dio una rápida explicación de que era de su tío, así que, como tal, su trabajo era de ser mesera y hospedar a los clientes y no debieron esperar que nadie los atendiera, Sonya los llevó a la parte superior y vio como los hombres que cargaban al desmayado, lo dejaban con mucho cuidado arriba de la cama.

―Muchas gracias ―dijo el de la cicatriz, dándole un puñado de monedas ―. Nosotros nos haremos cargo.

―Hay más habitaciones si desean ―les ofreció, sin dejar de mirar al hombre tendido.

―Por ahora, estamos bien ―rechazó el mismo, parecía que los otros no sabían hablar ―. Vayan por comida y usted puede irse.

Sonya no se movió. No podía dejarlo así. Esquivando al de la cicatriz, se acercó a la cama y agarró la muñeca del hombre y tomó su pulso. Estaba errático, ese hombre se estaba muriendo a causa de su corazón. El de la cicatriz la apartó de golpe.

―¿Qué hace? ―le preguntó con brusquedad.

―Se está muriendo ―dijo ella con rapidez ―. Si no lo trato, morirá.

El de la cicatriz la soltó y ella volvió a tratar al hombre. Sonya le sacó las pocas prendas que tenía y apoyó su oído en el pecho; sí, sus pulsaciones estaban demasiadas altas, no eran normales.

―En seguida vuelvo.

Salió de la habitación y fue a la suya. Agarró su caja de medicamentos, puso agua a calentarse y comenzó a preparar la medicina que lo podría ayudar. Preparó el té y fue de nuevo a la habitación, los demás hombres aún no habían llegado, solo seguía el de la cicatriz, parado en el mismo lugar. Le levantó la cabeza con delicadeza y ella trató de que el hombre aún inconsciente bebiera.

―Este té lo ayudará a bajar su presión ―empezó a explicarle, colocando de apoco el líquido en su boca, lo necesario para que trague sin escupirlo.

Sonya lo dejó recostado en la cama. Lo miró por un momento, era un hombre hermoso, con rasgos delicados. Su cabello rubio, ondulado, se veía suave. Una mandíbula definida y unos labios gruesos. Era un ángel. Se sentó a su lado, y comenzó a revisarlo. Su cuerpo tenía cicatrices, supuso que estuvo en la guerra. Pero no eran de su interés en ese momento, quería saber el estado de sus órganos, por qué se había descontrolado. Acercó su oído a su pecho y cerró los ojos. Con los años, aprendió a escuchar con mucha atención, por eso descubrió que su pulmones de por sí, no estaban funcionando como debían. Con sus manos recorrió su pecho, y sintió las irregularidades que se producían con cada inhalación y exhalación.

―¿En algún momento presentó tos, agitación, sangrando o algo por el estilo? ―preguntó, palpando el lado izquierdo del pecho, por debajo del corazón.

―¿Por qué? ―preguntó desconfiado el hombre.

―Solo responda, ¿sí o no?

―Es probable ―respondió el hombre después de unos segundos. Sonya se estaba sintiendo molesta.

―Necesito que sea honesto. Puedo ver que sus pulmones no se encuentran saludables, necesito descartar que sea una infección o enfermedad crónica. ¿Desde cuándo presenta esos síntomas?

―¿En qué lo podría ayudar usted?

―Por ser mujer, no significa que no tenga conocimientos. Seguramente, sin duda, sé más que usted. Así que, si quiere que él se recupere, dígame la verdad.

Mario procedió a explicarle, no con mucho detalles, que él había estado mal hacía meses y le dijo algún que otro síntoma.

―Es muy probable que haya agarrado alguna infección en la guerra. Le prepararé otro té para eso, para ir mejorando la salud de sus pulmones.

Cuando Sonya se levantó de la cama, algo llamó su atención, el colla que tenía alrededor de su cuello. Una insignia real. La había visto en uno de los cuadros de una paciente que había atendido hace rato, la misma se jactó de ser de la familia, le dijo esa insignia solo la tenían los reyes: una reliquia pasada de rey a rey. Pero Sonya no dijo nada sobre eso, aunque no supo si su sorpresa se reflejó en su rostro. Salió lo más rápido que pudo, en busca de más hiervas para otro té. Dejaría todo listo, y se iría ni bien terminase, no quería encontrarse con el hombre inconsciente una vez despertase.

* * * *

Al despertar, William se sentía confundido. No recordaba qué había pasado, pero sí sentía que algo cambió dentro de él, al menos, ahora podía respirar con normalidad, su pecho no dolía.

―Despertaste al fin ―le dijo Mario, mostrándose aliviado.

―¿Dónde estamos? ―preguntó, sintiendo un mal sabor en la boca.

―Es obvio que volviste a desmayarte, a sentirte mal. Estabas muy mal... pero una mujer te ayudó, nos trajo a un... este... burdel ―intentó explicarle de la mejor manera.

―¿Cómo?

―Sí, no sé bien el tema. Pero el caso es que ella te ayudó... podría decirse que te trató como si fuera un médico curandero... o algo así ―prosiguió Mario.

William se sentó en la cama, comprobando su estado de salud y la verdad es que, por primera vez en muchísimo tiempo, realmente se sentía sano. Respiró hondo y dejó salir el aire, no había toz.

―¿Quién es la mujer? ―quiso saber.

―La verdad, no le he preguntado su nombre; estuve más atento a todo lo que hacía, no me interesé mucho por su persona. Vino varias veces a darte una especie de té, en una de esas, le pedí que escribiera los ingredientes y con qué motivo lo estabas consumiendo ―le informó, mostrándole una hoja.

William se levantó de la cama. Esperaba estar mareado o algo por el estilo, pero no era así. Estaba estable.

―¿Nuestros hombres? ―preguntó, mientras buscaba su ropa.

―Se encuentran abajo... están disfrutando de la velada que están ofreciendo.

―Me encuentro bien, deberíamos aprovechar para volver al castillo, presiento que mi ausencia no es buena, algo grave puede ocurrir ―dijo William, buscando su ropa.

―Iré por nuestros hombre ―le dijo Mario, haciendo un movimiento de cabeza en señal de respeto.

―Busca a la mujer y dile que venga a verme.

Mario salió de la habitación, mientras William se quedó observando el lugar. Una habitación obviamente muchísimo más pequeña que cualquier lugar del reino. Estaba decorada de manera sencilla, aunque peculiar. Parecía una habitación de amantes... aunque sabiendo que era un burdel, sin duda debía serlo. La verdad, a él le sorprendía todo eso. Era la primera vez que estaba en un lugar así, y realmente estaba muy curioso de saber cómo es que empleaban muchos objetos que se veían por aquí y por allá. Él se había mantenido tanto tiempo fuera de la sociedad, que todo eso le resultaba ajeno. Cuando Mario entró, lo vio muy interesado en un pedazo de madera con forma peculiar... y hasta conocida.

―Deberías soltar eso... ―le dijo, tratando de disimular la risa.

―¿Por qué? ―preguntó William, dejándolo al lado de los otros similares, pero de diferentes tamaños ―. ¿Es... lo que creo que es? ―preguntó un tanto asqueado.

Mario comenzó a reírse sin poder contenerse.

―Perdón, pero no pude encontrar a la mujer ―empezó a decirle una vez que dejó de reír al ver la cara del rey ―. La busqué por todo el burdel, pero nadie me dijo nada. Ni siquiera el dueño soltó palabra. Es como si la mujer, nunca hubiera existido.

―Bueno, no importa. Debemos volver ―volvió a decir, de repente, tenía un mal presentimiento, y debía volver cuanto antes, luego se encargaría de la mujer.

*

Extrañamente el viaje le había resultado corto a diferencia de la ida. Mario le comentó que quizás fue por la sencilla razón de que se estaría encontrando muy mal desde ese momento. Desde que salió del pueblo tuvo el temor de volver a sentirse mal, pero la realidad era diferente, él ya no estaba mal, al contrario, se sentía mejor que nunca. Tenía incluso ganas de entrenar, salir a correr y luchar cuerpo a cuerpo para demostrar que estaba bien.

Ya faltaba poco para poder llegar al reino, y esa extraña sensación de que algo no iba bien, aún no lo había abandonado. ¿Qué era? Ya lo sabría, por ahí incluso era una sensación fantasma, de aquellas que solo estaban en su imaginación. Por las dudas, había enviado a dos de los hombres a caballo, para que volvieran en seguida si algo no andaba como correspondía.

De golpe, el carruaje se detuvo. William asomó la cabeza por una de las ventanillas y vio como uno de los guardias que había enviado, bajó en seguida del caballo y se acercó a él.

―¡Mi señor! Llegó una carta del puerto, tres de nuestros barcos pesqueros han sido hundidos en alta mar a propósito. Dejaron que uno de los hombres llegara al puerto para que le diera un mensaje. Debe volver de inmediato, fue un atentado ―explicó de manera apresurada.

William no lo pensó dos veces, dejó el protocolo aún lado, y se montó en uno de los caballos que estaban con ellos y partió con prisa al reino, confirmando así que realmente no era algo que él se estaba imaginando.

*

Ni bien llegó al castillo, bajo enseguida del caballo y le ordenó a uno de sus guardias que convocara a los miembros del consejo. Subió a su habitación y se cambió de ropa a algo más apropiado. Luego se dirigió a la sala de junta, en donde ya se encontraban algunos de los miembros. Ellos se levantaron y saludaron en respeto. Todo se había organizado tan deprisa, que ni él mismo sabía a ciencias cierta qué ocurría.

Ni bien tomó su lugar, alguien le trajo la carca sellada. Él la agarró y en seguida la abrió.

―¡¿Qué idioma es este?! ―preguntó sin entender absolutamente nada de lo que decía, jamás se había sentido tan ignorante como en ese momento. Tenía que saber qué decía la carta antes de que todos llegaran, pero ahí estaba, siendo un completo ignorante.

―¿Señor? ―lo llamó el secretario que le dio la carta. Este se acercó a él, y agarró la carta que le extendió William ―. No... no sé, señor ―le dijo al fin, aunque él sabía muchos idiomas, ese jamás lo había visto.

William cerró los ojos con fuerza y se pasó la mano por la cara con cierta frustración.

―Su majestad, ¿quiere que la veamos? ―preguntó Sebastián Sanderson, levantándose de su lugar.

El hombre la agarró y la evaluó por un largo rato.

―Es el idioma que emplean los piratas, señor, es un idioma moderno, recién se está empezando a expandir. Mi padre es comerciante, así que lo aprendimos en una de sus incursiones ―empezó a explicar Sebastián ―. Puedo traducirla para usted.

―Bien, adelante ―lo permitió, expectante.

Pronto todos los miembros estuvieron presentes, esperando que Sebastián terminara de traducir y transcribir en un papel el mensaje. No lo leyó en voz alta, ni siquiera dio ningún comentario, cuando terminó de hacerlo, automáticamente se lo dio al rey y volvió a su lugar.

William primero observó la impecable caligrafía que tenía Sebastián, lo prolijo y claro que era al escribir. No pudo evitar compararla con la suya, él sentía que su letra era un desastre. Sacudió la cabeza casi imperceptiblemente y volvió a lo que debía.

―Exigen un tributo, un pago mensual. Si no llevamos a cabo nuestra paga, se dedicarán a seguir robando y hundiendo nuestros barcos ―dijo William después de leer todo.

Los presentes estuvieron en silencio por un largo rato, analizando la situación.

―¿Qué piensan? ―quiso saber William.

―Es claro que no podemos aceptar sus amenazas. Son piratas, un día piden un par de monedas, pero al otro día, pedirán dos arcas completas. Si dejamos que se salgan con la suya, hasta nos podemos ver débiles ―dijo Sebastián.

―Opino lo mismo. Deberíamos ir a verlos, hablar con ellos y... ―empezó a decir Alonso Newman, pero fue interrumpido por un molesto Frederick Grinpot.

―¿Hablar? Son piratas, ellos no hablan, directamente sacan los cuchillos y te los clavan en los ojos.

En eso estaba de acuerdo William. Jamás se había enfrentado a ningún pirata, pero había escuchado cientos de historias como para darse alguna idea. Pero ahora como rey, debía pensar de manera diplomática... no podía ir a la guerra sin primero intentar apaciguar las aguas.

―¿Cuántos hombres han muerto? ―quiso saber William.

―En cada barco, había cincuenta hombres. Y hacían distintos trabajos ―le informó el secretario, alcanzándole unos papeles con los nombres de los ciento cincuenta tripulantes.

―Seguramente eran el sostén de su familia. Quiero que a cada una de las familias se los ayude económicamente, no quiero que les falte nada ―empezó diciendo William ―. En cuanto a los piratas, no podemos ir a las armas directamente. No debemos ir a una guerra aún, debemos minimizar las bajas, nadie debe morir. Por el momento, que ningún barco salga. Podemos abastecer al pueblo de otros productos mientras tanto. Enviaré una respuesta en los próximos días a quien firmó la carta. Debajo informa que, dentro de tres días, un mensajero se acercará al puerto a recibir la respuesta.

Sentía que cosas peores estaban por llegar, así que era mejor que incluso, aprendiera nuevos idiomas. Después de la reunión, sin duda le pediría que Sebastián Sanderson le enseñara ese idioma. Al final sí que había sido una muy buena elección tenerlo en el consejo.

* * * *

Sonya respiró con tranquilidad ni bien le dijeron que el hombre que había estado atendiendo ya no estaba. Se había estado ocultando en el ático, a la espera de que nadie la buscara ahí, cuando lo creyó prudente, bajó.

―¿Quién era? Dejó incluso muy buena propina, a tu nombre ―le dijo su prima, entregándole la paga.

―No sé, pero sin duda, era alguien con el que no nos conviene tratar ―dijo, mientras agarraba el pago y lo guardaba en su bolso ―. Tengo que ir a hablar con nuestro tío.

Caminó con rapidez hasta la habitación de Thomás y luego de golpear entró. El hombre se encontraba sentado enfrente de su escritorio, leyendo unos mensajes que le habían enviado.

―Tío, cuando saliste traje a un hombre...

―Sí, me lo contaron, ¿qué sucedió con él?

―No sé bien, solo que está muy enfermo... y... es el rey ―se sinceró Sonya.

Su tío levantó la vista de golpe y la miró sorprendida.

―¿Cómo lo sabes? ―preguntó.

―Su collar, tiene la insignia real ―respondió Sonya, recordando cómo era el collar real del rey.

Estaba hecho de oro puro, aunque su cadena era delgada, trabajada con una delicadeza que dejaba ver intrincados grabados de motivos florales y geométricos en sus uniones, era una pieza imponente que reflejaba la grandeza de su portador... en el centro, colgaba un medallón deslumbrante, incrustado con una multitud de gemas preciosas: rubíes, esmeraldas, zafiros y diamantes, que formaban un mosaico de colores vibrantes y brillantes. Cada piedra estaba engarzada con precisión, resplandeciendo bajo cualquier luz y proyectando un aura de riqueza y poder. Alrededor del medallón, pequeños colgantes en forma de leones y dragones, símbolos de fuerza y protección, se balanceaban suavemente, añadiendo un toque de majestad y misterio a esta joya incomparable.

―No sé bien qué pasa, pero si está enfermo, parece que nadie lo sabe. Los hombres que vivieron con él, fueron sacados de la habitación, excepto uno, quien también me dijo que no dijera nada. Supongo que la paga que me dieron, fue para comprar mi silencio, aunque jamás me revelaron quiénes eran. Obviamente no le voy a decir a nadir más que a ti, porque tienes que saberlo por cualquier cosa ―concluyó Sonya, mientras se sentaba al frente de su tío y sacaba las monedas que le habían dejado y las observó. Eran de oro, se notaban que estaban recién hechas, sobre todo porque ahora tenían el perfil del nuevo rey ―. Tiene un buen perfil. Además, es muy lindo. Aunque se nota que está muy enfermo. Tiene bajo peso y está muy pálido, espero que lo entiendan bien, o temo que muera en poco tiempo. Escupió sangre varias veces y sé que sus pulmones están atrofiados, supongo que agarró alguna infección en la guerra y no fue tratado como debía, así que ahora está empeorando ―continuó, entregándole las monedas a su tío ―. Quiero que las tengas tú, ve intercambiándolas de apoco, aún estas monedas no están repartidas en la sociedad, no quiero que hagan preguntas si ven que las entregamos de golpe.

―Buena idea. Lo haré con los comerciantes, seguramente ellos ya tengas varias en su poder. Son los primeros que siempre están al día con las nuevas monedas ―le dijo Thomas, guardándolas en un cajón.

―¿Qué harás si llegan a buscarte? ―preguntó preocupado su tío.

―No estoy segura, aunque dudo que pase eso, si quieren mantener todo en secreto.

Sonya se levantó y agarró el bolso que había dejado en el suelo y saludando su tío salió. Esa noche debía atender a otra paciente. No quería seguir pensando en el rey. Aunque estaba segura de que, en algún momento, la vendrían a buscar. La razón principal por la cual debía decirle todo a su tío.

En el momento en que ella había comenzado a ejercer la medicina, aunque con un inicio torpe, fue honesta con su tío. Él nunca le pidió que no tuviera su propias decisiones, su propio camino, y la apoyó en todo momento; aunque jamás ocultó su temor de que algo malo le ocurriera. Siempre estaría ahí para ella, y Sonya era muy agradecida, amaba a su familia y ella también estaría ahí para ellos

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