Capítulo 3 3

Alexa.

Mierda, mierda, mierda ¿De dónde demonios saco una candidata? Tuve que mandar a eliminar el anuncio. Eran demasiadas solicitudes, y encima seguramente se filtrará a los medios y ahí si, sería nuestro fin.

Brianna, se detuvo para observarme con una ceja levantada.

- ¿Estás embarazada? –soltó y la miré.

-¿Qué? Imposible –espeté mientras revisaba algunas candidatas, pero no sabía bien a quien decirle.

-Entonces... ¿qué te pasa? –quiso saber curiosa –se te retrasó la regla ¿verdad? –preguntó curiosa, mientras acomodaba sus bucles y quitaba mis gafas para observarla con dos rendijas de ojos.

-¡No! –medio grité. –Aún... soy virgen... -susurré avergonzada y Brianna asintiendo.

-¿Qué ocurre? Lo peor que podría pasarnos es... alguna salga embarazada –respondió pensativa y la miré mal.

-Bueno, no es mi caso. Y dudo que en algún momento tenga ese problema –respondí burlona, ​​​​con un dejo de tristeza en el trasfondo. Sabía que moriría rodeada de gatos.

-Amiga, eres preciosa. Solamente... te hace falta unos arreglitos ¡Tengo una idea! –gritó y la miré mal.

-¿Cuál? –pregunté, mientras me ponía de pie y tras dar un suspiro, cerraba la computadora.

-Vamos a arreglarte y saldremos a bailar –contestó y me tomó de la mano para menear las caderas, estallé en carcajadas. Brianna era todo lo contrario a mí, pero así la amaba. De pronto, apareció papá nos observando curioso con una ceja levantada.

-¿Hay baile? –quiso saber divertido, mientras me robaba mi taza de té y se la bebía.

-¡Sí papá! –contestó Brianna, mientras giraba y tomaba a mi padre de la mano. Brianna no era mi hermana, pero parecía una. Éramos amigos desde pequeñas, y siempre, pero siempre estuvimos juntas. Incluso ahora que papá vive con nosotras.

-¡Papá! –protesté mientras dejaba la taza en la mesa. Brianna, me arrastró a la habitación y me obligó a sentarme frente al espejo. Hice una mueca, en cuanto desató mi cabello siempre amarrado a un firme rodete, mis bucles llenos de friz salieron a dar a luz. Parecía un escobillón con ojos.

-Bueno... ¡Te haré un tratamiento de queratina! –siseó. Brianna, estaba haciendo uno de esos tantos cursos. Ella trabajaba de cualquier cosa, y le encantaba aprender. Me gustaría ser ella, lejos de preocupaciones. Pero aquí estaba, intentando no perder el curro, mierda.

-Tengo miedo –me sinceré y ella rodó los ojos mientras peinaba mi cabello. Luego, colocó la cosa rara y después pasó la plancha.

Me quedé perpleja, mi cabello se sentía sedoso y además, me había maquillado. Incluso tenía lentes de color, donde podía ver bien -¿Y esto? –quise saber sin comprender.

-Un regalo, fui al oculista, un chico con el que salgo, y me los recetó ¡Te vez preciosa!

-Siempre quise...

-¡Ojos azules! –espetó con alegría y me reí. –De nada.

Entonces, cómo si los ángeles hubieran cantado en mi oído ¡Encontré la solución para mis problemas!

-¡Gracias Brianna! –grité mientras le daba un abrazo, y salía de la habitación para tomar mi teléfono:

"Señor, ya tengo a la candidata perfecta".

Sabía que mi jefe, nunca me había mirado fijamente. No sabía la forma de mi rostro, era malísimo para los rostros. Incluso cuando nos hemos cruzado en el centro comercial, no me reconoce. Al principio pensaba que era por creerse mejor que nadie, sin embargo, supe que era una persona muy pero muy distraída.

Y decir que era mi prima, sería perfecto. Tendría cuarenta mil dólares, y además era solamente por contrato ¿Qué salir podría mal?Narrador.

Lionel, se encontró llegando al hotel citado por su asistente. Se sentía aburrido, esperaba que fuera bonita solamente para tener sexo y nada más. Nunca se había sentido involucrado por nadie, menos por una mujer. Y que fuera su esposa, tampoco afectaría algo en él.

Atravezó sin mirar a nadie, con las manos en el bolsillo de la sala. Llegó a un ascensor y esperó hasta su destino. Las puertas fueron abiertas, y el hombre envuelto en un impecable traje de color azul, avanzó. Sus ojos azules, observados todo con aburrimiento. Hasta estar frente a la puerta número 132. Estiró la mano, para dar un golpeteo.

Y la puerta estaba abierta. Del otro lado, apareció una mujer. Verdaderamente hermosa, con ojos azules más claros que él, y un cuerpo precioso. Aunque algo delgado para su gusto. Pero sus ojos se clavaron en sus pechos, blancos y perfectos.

"¿Sus pezones serán rosados ​​como su boca?" Pensó sin disimular sus ojos sobre la "escultura", respondió su miembro enseguida. Y antes que "Eliana", pudiera decir una palabra, él saltó su boca.

Alexa, se quedó estática. Nunca había sido besada de esa manera. Sí, había tenido novios, pero siempre los frenaba. Sentir la boca de su jefe, era aún, más raro. Lionel, colocó su pierna derecha entre los glúteos de Alexa. Ella gimió al sentir su vagina contraerse de un placer extraño. Su botón rozó la pierna musculosa.

Cerró los ojos con aprensión, y sin verlo venir por ella misma, le dio una cachetada a Lionel.

El eco de la palma chocando contra la mejilla, resonó por toda la superficie. Lionel, la vigilancia con los ojos llenos de furia. Sin pestañear, la empujó contra la pared, y su mano tomó su trasero presionándolo contra su bulto bien grande. Alexa, gimió sin poder evitarlo.

-¡Nadie me toca! –gritó frente a su rostro, y ella se acercó avergonzada por haberle golpeado.

-Oye...

-¡Largo! –comentó sin mirarla, estirando la mano para que se marchara. -¡Ahora! –gritó y ella dio un respingo, antes de echar carrera hacia la salida.

Salió corriendo, con un velo de lágrimas cubriéndole el rostro. Se sentía débil y triste. ¿Por qué lo había golpeado? Está bien. Él le había dado un beso, demasiado intenso para su gusto, pero supuestamente era parte de su encanto.

El rubio, se sentía furioso en la habitación ¿Quién se creía esa mujer para golpearlo? Aun sentia el calor de la cachetada en su mejilla, y sin poder evitarlo le dio una patada a la mesa ratona. Porque lo peor de todo, es que su miembro estaba a punto de estallar.

Bajó la cremallera, y su mano comenzó a masajear el prepucio. Cerró los ojos, recordando esos preciosos pechos, e imaginó que esa boca cálida y pequeña estaba alrededor de su pene. –Oh... -gimió mientras sus pliegues se contraían de arriba abajo. Su palma, comenzó a humedecerse por sus propios fluidos. Se masturbaba y presionaba la mandíbula, eran pocas las ocasiones que lo hacía porque siempre había una dama dispuesta. Pero no lo soportó, extrañamente se sintió insoportablemente caliente.

-¡Maldita mujer! –exclamó antes de venirse, y dejar una mancha sobre la alfombra, para darse la vuelta e irse.

            
            

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