Capítulo 6 El Destino en Juego

En el entrelazado de destinos y el susurro de antiguos secretos, la verdad se revela solo a aquellos que desafían los límites del mundo conocido.

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Kael:

La noche se cernía majestuosa cuando un resplandor de media luna se dibujó en el cielo. La energía oscura fluía a través de mí, y el círculo de media luna comenzaba a completarse lentamente. Emergí de las sombras, desplegando mis alas negras que destellaban con una energía oscura y poderosa. Con un gesto fluido de mi mano, invoqué hilos de luz azulada que danzaron alrededor de la pequeña niña malcriada, impidiendo que cayera en el caldero infernal que se abría a sus pies. Los hilos se entrelazaron, atrayendo a la pequeña hacia mí, hasta que finalmente quedó segura en mi palma. Me erguí imponente, mi poder demoníaco resonando en cada rincón del firmamento. La niña, ahora bajo mi control, emitía un brillo intenso.

Los guardias que osaron desafiarme se desvanecieron en cenizas ante mi presencia. Con una mirada depredadora y feroz, observé a los demás, irradiando un aire de triunfo innegable. La noche se tensó, electrizante, mientras todos contenían la respiración, sobrecogidos por mi fuerza y majestuosidad. Destruí el caldero y de él emergieron sombras que se dispersaron en todas direcciones.

-¿Quién invade el pabellón Longhuan? -inquirió una joven de ropajes oscuros.

-¿Cómo se atreve una moribunda a inquirir por mi nombre? -respondí con desdén. Observé cómo ella hacía una señal con la mano, enviando a sus guardias hacia mí, pero con un mero pensamiento, los reduje a cenizas.

-¿Quién diablos eres tú? -exclamó la joven-. Malas noticias, es el espíritu maligno -murmuró, aunque su voz no escapó a mis oídos. Intentó atacarme, pero la repelí con facilidad, y desapareció en la oscuridad.

Descendí lentamente y, con un ademán, mi magia arrojó a la pequeña malcriada al suelo. Ella se quejó, mirando a su alrededor, confundida y temerosa.

Lunara:

La nieve caía suavemente, cubriendo el mundo con un manto de silencio. Sentada en su fría blancura, levanté la vista al cielo nocturno, preguntándome si el temblor que sentía bajo mí era el presagio de un terremoto. A mi alrededor, la gente huía despavorida, sus gritos ahogados por la distancia y el viento helado.

-¿Es esto un terremoto? -pregunté, mi voz apenas un susurro en la vastedad del paisaje invernal-. ¿Por qué la gente huye asustada?

No obtuve respuesta, solo el eco de mi propia confusión. Fue entonces cuando lo noté: el pecador, ese ser de oscuridad, se agachaba ante mí, llevando su mano lentamente hacia mi barbilla. Me sobresalté, incapaz de ocultar mi sorpresa.

-¿Qué... qué estás haciendo? -pregunté, mi voz temblorosa de sorpresa. Él no respondió, solo continuó examinando mi rostro con meticulosidad, sus dedos trazando las líneas invisibles de un dolor que aún no sentía.

-Estás herida aquí, justo como pensé -dijo el pecador, su voz un susurro que contrastaba con la firmeza de su agarre.

-Aprecio tu preocupación, pero deberíamos mantener distancia. ¿Es esto... es esto el final para mí? -mi pregunta era un hilo de voz, apenas audible sobre el latido frenético de mi corazón.

-Así es -responde con una frialdad que me hiela la sangre-. Tengo tantas ganas de acabarte, de arrancarte las manos que tanto daño han causado.

-Y los pies -continúa, su voz un gruñido bajo que resuena con amenaza-, y lanzarte al abismo de Yìwàng Zhī Dì para que los tiburones se deleiten con tu esencia. Pero eso no será necesario -concluye, y hay algo en su tono, un matiz que no logro descifrar.

-¿Por qué? -la pregunta escapa de mis labios antes de que pueda contenerla. Él suelta mi muñeca con un gesto brusco, y yo la froto, intentando recuperar el calor y la sensación.

-No solo no te mataré, sino que protegeré cada fibra de tu ser. Si alguien osa lastimarte, convertiré su piel en el lienzo de mi venganza -su promesa es un cuchillo de doble filo, protección y condena en una misma sentencia.

-Desde este momento, eres mía. Tu existencia, tu aliento, el palpitar de tu corazón, hasta la última gota de tu sangre, todo me pertenece. No te alejes de mi vista sin mi consentimiento -sus ojos anaranjados arden con una intensidad que me paraliza, y sé que no hay vuelta atrás.

«¿Nos pertenece? ¿A este maniático?» -la voz de mi loba interior, Yě Líng, es un eco de mi propia incredulidad.

«¿Acaso él cree que...?» -Yě Líng gruñe, y su desdén es un reflejo del mío.

Junto a mí, Yě Líng permanece pensativa, su mirada perdida en el horizonte lejano, como buscando respuestas que se niegan a aparecer.

-Y eso sucedió inesperadamente... -susurró ella, más para sí misma que para mí.

Una pregunta nos rondaba la mente, una duda que se enredaba en nuestros pensamientos como la hiedra en una antigua ruina.

Con un gesto involuntario, arrugué mis labios y tomé su meñique e índice con mi mano, moviéndolos despacio. Él me miró confundido, un breve momento de vulnerabilidad asomando en su eterna máscara de crueldad.

-Aprecio tu amabilidad, pero en realidad somos extraños. Hay muchos peces en el mar, tú... Deberías ir a buscar a alguien más -le dije con voz suave, intentando ocultar el temblor que me recorría.

Me levanté rápidamente y le di la espalda, corriendo hacia el salón de los suspiros. Pero la voz helada del Pecador me detuvo en seco.

-Rompe el hechizo -me ordenó él, su voz tan fría como el viento que azotaba mi rostro.

Me giré para enfrentarlo, y su mirada penetrante me envió escalofríos por la espalda.

-¿Qué hechizo? -pregunté, confundida.

Él me miró fijamente, y en su frente comenzó a brillar un símbolo mágico de una luna llena. Me quedé sorprendida, incapaz de apartar la vista del sello que se formaba ante mis ojos.

-¿Este es... el sello sagrado de Kǎnbīn? -pregunté, mi voz temblorosa.

-Tú lo sabes -respondió él, su enojo palpable en el aire helado.

-Solo lo he visto en los libros. Es el tótem del clan Kǎnbīn, pero estás equivocado. No soy más que una loba ordinaria. Si pudiera desbloquear un hechizo tan avanzado, ¿crees que me preocuparía por reprobar el examen inmortal? -mis palabras eran un murmullo, más para mí que para él.

Con un gesto ágil, lanzó un hechizo sobre mi frente, revelando mi verdadera forma, el espíritu de Yě Líng.

-Esa es tu verdadera forma. ¿Cómo puede decaer tanto un espíritu inmortal? -preguntó el pecador, su curiosidad eclipsando su ira por un momento.

Lo miré sorprendida, un destello de miedo cruzando mi mirada, y sacudí las manos, intentando alejar su presencia invasiva.

-¡Tú, insolente pecador inmortal! -exclamé, apartando su mano de mi frente-. ¿Qué te has creído? ¿Cómo te atreves a invadir mi privacidad? ¡Es una afrenta!

Mi voz era un torrente de indignación. Mis manos se aferraban con fuerza a los pliegues de mi vestido, y mi corazón latía con la furia de una tormenta. Mis ojos lanzaban chispas de ira hacia el pecador que osó provocarme.

Sin permitirle replicar, me giré bruscamente y emprendí la marcha. La nieve crujía bajo mis pasos, y el sonido resonaba en la quietud del paisaje helado. Cada huella que dejaba era un eco de mi cólera, y mi aliento agitado dibujaba nubes en el aire gélido.

No me detuve hasta llegar al borde del abismo donde el puente colgante aguardaba, sus cuerdas y tablones de madera balanceándose con la melodía del viento. Sin vacilar, me adentré en el puente, sintiendo cómo gemía sutilmente bajo mi peso. Una ojeada hacia el abismo me recordó la vertiginosa altura, donde la niebla y las nubes danzaban en un abrazo etéreo.

El rugido del viento era un coro salvaje en mis oídos, y el frío besaba mis mejillas sin lograr apaciguar mi enojo. Mis dedos se aferraban a la baranda del puente, extrayendo de ella una fuerza silenciosa. Al alcanzar la otra orilla, un suspiro de alivio se entrelazó con la ira que aún ardía en mi interior, pero no estaba lista para extinguirla.

Ante mí, las puertas doradas del Salón de los Suspiros se desplegaban con majestuosidad, extendiendo una invitación a su refugio cálido y acogedor. Las empujé con firmeza, cruzando el umbral hacia un mundo de calidez que abrazó mi ser, y los susurros de las almas presentes tejieron un velo que suavizaba el eco de mi furia.

Avancé sin detenerme a saludar, cada paso me alejaba más del frío y la oscuridad que había dejado atrás. Mi vestido se agitaba como una estela de indignación, buscando un rincón de paz y claridad.

En el corazón del salón, me detuve y cerré los ojos, inhalando profundamente, permitiendo que el calor del lugar comenzara a fundir las capas de hielo de mi furia.

-Ha sido un largo día -confesé, las lágrimas brotando de mis ojos mientras mis amigos se acercaban, envolviéndome en un abrazo colectivo de consuelo con sus gestos tiernos y palabras suaves.

-He perdido lo más preciado que tenía, mi medicina. Sin ella, ¿cómo podré curar mi cultivo inmortal y asistir al examen inmortal? -lloré con desesperación, mi voz resonando en el vasto salón, como un eco de mi alma quebrada.

Mis amigos formaron un círculo a mi alrededor, sus brazos entrelazados creando un escudo contra el mundo exterior. Con susurros y abrazos, me infundieron esperanza, recordándome que no estaba sola en esta lucha, que juntos superaríamos cualquier obstáculo.

Las lágrimas caían como perlas sobre la nieve, cada una capturando la desesperación que me consumía. Yě Líng, con su severidad característica, me reprendió sin piedad.

«Niña, las lágrimas no traerán de vuelta la medicina», -dijo con voz enojada, mientras yo seguía sollozando, incapaz de contener el torrente de emociones.

-No podré ir al palacio de la cascada, todo es culpa de ese maldito pecador inmortal -repliqué entre sollozos, la ira y la tristeza entrelazándose en mi voz como una melodía amarga.

Yuebai, siempre la más compasiva, me levantó del suelo con delicadeza y me miró con ojos llenos de una empatía que solo ella podía ofrecer.

-Vamos, te llevaré a tu habitación para que puedas pensar con claridad. En este momento, la confusión nubla tu juicio. Recuerda que, dependiendo de tus pensamientos, nosotros estaremos aquí para apoyarte, ¿de acuerdo? -me consoló con su voz dulce, guiándome hacia mi habitación, hacia un refugio de paz y reflexión.

Una vez en la cama, la manta me cubrió con su abrazo de lana y se alejó, dejándome sumida en mis pensamientos y un puchero que se aferraba a mis labios.

-Joven Eerlang -susurré con tristeza, recordando las promesas hechas en el bosque, de superar el examen inmortal y cruzar las puertas del palacio de la cascada.

-De ninguna manera, no puedo rendirme así. Aún debo dirigirme a la ciudad de Shenyin -afirmé, sintiendo la cercanía de una presencia poderosa.

Yǔxī:

En otro lugar, Yǔxī enfrentaba las secuelas de la batalla que había desatado a los espíritus malignos. El pequeño pueblo, ahora un campo de batalla, era escenario de un conflicto donde las almas corrompidas luchaban por liberarse de su influencia oscura.

-Los espíritus malignos del caldero se apoderaron de las almas de los aldeanos, volviéndolos más agresivos -relató Yǔxī, su voz impregnada de determinación mientras combatía la oscuridad.

Pero de repente, los espíritus cesaron su lucha y buscaron refugio. Yǔxī, pensativa, se giró y vio a su maestro, su rostro oculto tras una máscara. Él comenzó a absorber los espíritus malignos, liberando a los campesinos de su tormento. Yǔxī inclinó su cabeza en señal de respeto ante la poderosa magia de su maestro.

La sala de Shenyin estaba sumida en un silencio, un silencio más pesado que la oscuridad misma. Con la cabeza gacha, me arrodillé en el centro del salón, aguardando la llegada de mi maestro. La tensión en el aire era palpable; sabía que su furia precedía su sombra sobre las losas frías.

-Mi señor -alcancé a decir, pero él me ignoró, desvaneciéndose de mi vista como una sombra fugaz. Lo seguí con la mirada, observándolo acercarse al caldero en ruinas. Con movimientos precisos y una energía que destilaba autoridad, comenzó a reconstruirlo, encerrando nuevamente a los espíritus malignos en su prisión etérea.

-Me confiaste el salón de Shenyin, pero he fallado a tu confianza. Alguien ha sustraído el libro del destino. Merezco la muerte -confesé, la vergüenza tiñendo mis palabras, sintiendo el peso aplastante de mi fracaso.

-Mereces morir, ciertamente, pero la muerte sería un escape demasiado misericordioso. El libro del destino es el eje de nuestros planes. No tienes el derecho ni a morir hasta que lo recuperes -respondió mi maestro, su voz retumbando como un trueno, un eco poderoso que vibraba en las paredes del salón.

-Lo recuperaré, es mi deber redimirme -prometí, mirándolo con una mezcla de preocupación y determinación.

-¿Tienes alguna pista sobre la identidad del hombre misterioso que merodeaba la ciudad de Shenyin? -preguntó, girándose para enfrentarme, su mirada era un filo de acero, cortante y frío.

-Podría ser cualquiera con gran poder en los tres reinos. Aunque desconozco su identidad, su poder es abismal, insondable -respondí, mi voz temblorosa, anticipando su ira.

-¿Crees que tengo tiempo para tus excusas vacías? -gruñó, avanzando hacia mí con pasos que resonaban como tambores de guerra, cada uno un presagio de la tormenta por venir.

-Pero mi señor, aún persiste un rastro del libro del destino -dije, con la cabeza aún inclinada, ofreciendo un atisbo de esperanza en la penumbra de nuestra situación.

Mi maestro se detuvo, y por un instante, el salón de Shenyin pareció suspender su aliento. Un rastro, una mera insinuación, significaba una oportunidad, y en nuestro mundo, una oportunidad podía ser la llave para alterar el destino.

-Continúa -me instó con su voz profunda, que resonaba como un eco en el vasto salón.

-El ladrón proviene de Kranad -revelé, manteniendo mi postura sumisa, temiendo su reacción.

El silencio que se cernió fue tan tangible que parecía poder cortarse con un cuchillo. Finalmente, mi maestro se puso de pie, su capa flotando tras él como un estandarte de guerra.

-Entonces, debemos actuar con celeridad. Kranad no debe apoderarse del poder que reside en el libro del destino -declaró, su voz era un presagio de tormenta, un trueno que prometía una tempestad inminente.

Kael:

Mientras tanto, Kael, ajeno a los siniestros planes que se urdían en Shenyin, se alejaba del paraje nevado, sus pasos dejando huellas crujientes sobre la inmaculada capa de nieve. La brisa gélida acariciaba su rostro, infundiéndole una sensación de vitalidad, un marcado contraste con la ira que había sentido momentos antes.

Cuando la pequeña rebelde se marchó enfurecida, Kael notó algo en la nieve. Con el ceño fruncido, extendió su mano y, mediante su magia, atrajo hacia sí un frasco. Al examinarlo, descubrió que contenía un medicamento. Sin vacilar, lo ocultó en las mangas de su vestimenta, preguntándose si aquel hallazgo sería la clave para redimirse ante la joven desafiante.

El terreno se volvía más desafiante con cada paso que daba. El sendero serpenteaba, llevándolo cada vez más alto, hacia la cima de la montaña que se alzaba majestuosa ante él. La nieve, ahora profunda, amenazaba con tragarse sus botas, pero Kael no se detenía. Su determinación era tan firme como el suelo que pisaba.

Finalmente, tras una ardua caminata, el camino se estrechó hasta convertirse en un sendero apenas visible. Las rocas afiladas y el hielo traicionero exigían toda su atención. Pero Kael no temía; su corazón latía al ritmo de un tambor de guerra, y sus ojos estaban fijos en la cima.

Finalmente, llegué a un tramo angosto cerca de un precipicio. El viento soplaba con fuerza, haciendo silbar el aire a mi alrededor. Miré hacia abajo y vi la impresionante caída, sintiendo un escalofrío que no tenía nada que ver con el frío del entorno.

En ese momento, giré la cabeza y, para mi sorpresa, vi a Lóng Xiǎoyún acercándose por el sendero. Estaba a unos metros detrás de mí, avanzando con cuidado.

-El sello sagrado de Kǎnbīn es tan poderoso que incluso yo no puedo romperlo -le dije a Lóng Xiǎoyún con voz profunda.

-El sello sagrado de Kǎnbīn ha aparecido nuevamente después de 30.000 años de desaparición. ¡Qué cosa tan extraña! -dijo pensativo Lóng Xiǎoyún.

-¿Ha desaparecido durante 30.000 años? -pregunté con el ceño fruncido.

-Mi señor, lo que quizás desconoces es que, tras el final de la gran guerra, el clan Kǎnbīn, incluida la diosa, fue aniquilado. Si el espíritu de la lobita es realmente un miembro sobreviviente del clan Kǎnbīn, me temo que ya no puedes hacerle nada, mi señor -explicó Lóng Xiǎoyún con paciencia, mientras yo solo fruncía el ceño, sintiendo a mi lobo Tiān Láng gruñir a mi lado.

-¿Por qué? -pregunté, ansioso por obtener más información.

Lóng Xiǎoyún se detuvo y me miró directamente a los ojos, su expresión era grave y sus palabras estaban cargadas de un peso ancestral.

-Desde la generación del agua por Lin y el inicio del universo, la tribu Kǎnbīn ha habitado en un rincón de Kranad para proteger los tres reinos de los dioses malignos. Siempre han mantenido una postura neutral y nunca se han involucrado en conflictos. Sería poco ético atacar a Kǎnbīn -continuó Lóng Xiǎoyún, su voz resonando con la sabiduría de los tiempos antiguos.

-¿Qué dioses malignos? Son solo leyendas antiguas. He dominado los Cuatro Reinos y nunca he mostrado debilidad. ¿Cómo puedo vincular mi vida a un simple espíritu de lobo? -repliqué, mi tono serio y desafiante.

Lóng Xiǎoyún se arrodilló y bajó la cabeza, un gesto de sumisión ante mi presencia.

-Sí, mi señor... -empezó, pero luego levantó la vista, mirándome confundido-. Usted...

Aprieto la mandíbula con toda la fuerza que mis dientes permiten. Mi furia es palpable mientras una lágrima se desliza por mi mejilla, avivando aún más mi ira. Con una garra, retiro la lágrima y la observo con furia contenida.

«No me digas que esa niña nos está haciendo esto. Qué problema», -gruñó mi lobo Tiān Láng, compartiendo mi enojo.

-Esta lágrima... -murmuré, apretando el puño con una fuerza que reflejaba mi tormento interior, mientras Lóng Xiǎoyún se erguía con dignidad.

-Es ella otra vez -declaré con furia contenida. Lóng Xiǎoyún exhaló un suspiro pesado y, al notar mi intención de partir, se desvaneció ante mis ojos.

Inicié el descenso por el lado opuesto de la montaña. El aire frío seguía azotando mi rostro, y aunque el descenso era menos empinado que el ascenso, resultaba más traicionero, con rocas sueltas y resbaladizas que exigían mi atención constante.

El sendero se ensanchaba gradualmente, guiándome a través de un bosque denso. Los árboles altos y frondosos se alzaban a ambos lados del camino, sus ramas entrelazadas formando un dosel natural que filtraba la luz del sol en haces dorados. El suelo del bosque, cubierto de una capa gruesa de hojas caídas y nieve, amortiguaba el sonido de mis pasos.

Con el tiempo, el bosque comenzó a clarear, y el sendero me condujo a un valle estrecho envuelto en nubes y niebla. A lo lejos, pude ver un puente, un paso obligado para continuar mi camino. Al acercarme, distinguí la silueta de varios guardias custodiando el puente. Sabía que el espíritu de Kranad, protector del lugar, no permitiría el paso fácilmente.

Deteniéndome a una distancia segura, tomé un respiro profundo y me concentré. Una ola de energía recorrió mi cuerpo mientras pronunciaba las palabras de un antiguo hechizo que me volvía invisible. En un instante, mi figura se desvaneció, asegurándome de que mi presencia pasara inadvertida.

Avancé hacia el puente, donde los guardias patrullaban con miradas atentas, buscando cualquier signo de intruso. Mis pasos eran silenciosos, y pasé junto a ellos, conteniendo la respiración, asegurándome de no hacer ningún ruido que pudiera delatarme.

-Algo está mal -dice un guardia, el viento azotándolo.

-Nada está mal, es solo el viento, no seas paranoico -responde otro con tranquilidad.

El puente crujió ligeramente bajo mis pies, pero los guardias no mostraron señales de notar algo inusual. Al llegar al otro lado, me elevé hasta el salón de los suspiros, cruzando mis brazos y deshaciendo mi hechizo para que la niña malcriada pudiera verme. Al sentir mi presencia, me dirigí rápidamente a la entrada; ella se acercó a mí con preocupación en su rostro.

«Esta niña es tan dulce pero tan irritante a la vez», -comentó Tiān Láng.

«Una niña malcriada que tiene infinitas facetas, incluyendo estar malcriada conmigo», -le respondí, cruzándome de brazos.

-¿Cómo es que eres tú otra vez? ¿Cómo encontraste este lugar? -preguntó ella, acercándose.

«Esta pequeña es muy curiosa», -bufó Tiān Láng.

-No importa dónde estés en el mundo, te encontraré y me aseguraré de que estés a salvo -le aseguré, llevando mis dos manos detrás de mi espalda.

«Eres un mentiroso, sabes que si a ella le pasa algo, ambos morimos», -interrumpió Tiān Láng con un gruñido.

«Sí, pero ella no necesita saberlo, ¿verdad?», -repliqué, y su gruñido subsiguiente confirmó mi punto.

-No, aunque aprecio tu amabilidad. Eres un inmortal pecador, y si la gente descubre que estoy contigo, estaré en graves problemas. Si realmente deseas asegurar mi seguridad, lo mejor sería que te alejaras y no me buscaras más -dijo ella con una firmeza que me tomó por sorpresa, y solo pude levantar una ceja en respuesta.

«Ella simplemente no lo entiende», -se quejó Tiān Láng, su frustración resonando en mi mente.

-Si rompes el hechizo, me marcharé solo -le dije con una mirada fría. Ella bajó la cabeza, un gesto de sumisión que no había buscado pero que, de alguna manera, encontré satisfactorio.

-Yo... -empezó a decir, pero la interrumpí, caminando hacia su guarida. Sin embargo, se atrevió a poner sus manos en mis caderas para detenerme.

-¿No te lo dije? No soy miembro del clan Kǎnbīn, solo soy una loba que fue recogida por el lago Yúnmò, una loba ordinaria criada en el salón de los suspiros -explicó, tropezando con una grada y mirándome fijamente.

-Si sigues fingiendo ignorancia, te lastimaré en serio -advertí antes de apartarme. Ella cayó al suelo mientras yo entraba en su guarida. Avancé directamente hacia la sala, agudizando mi audición.

-¿Cómo puede este hombre cambiar su rostro en un abrir y cerrar de ojos? -se preguntaba ella, para levantarse rápido y venir detrás de mí.

-Tú, tú... -dijo rápidamente, alcanzándome y poniéndose enfrente de mí, alzando sus brazos-. Detente ahí -me dijo mientras jadeaba cansada.

-Yo... no te tengo miedo. Te estoy advirtiendo, este es el reino celestial Kranad. Si te atreves a lastimarme aunque sea un poco, esos soldados celestiales definitivamente no te dejarán ir -me advirtió la pequeña. Podía oler su miedo, aunque ahora estuviera mostrando valentía.

Miré a la pequeña malcriada, su determinación era admirable, pero su ingenuidad era aún más evidente. Tiān Láng gruñía en mi mente, compartiendo mi irritación y, a la vez, un extraño respeto por su coraje.

-No necesito lastimarte para obtener lo que quiero -respondí con calma, mi voz era baja pero firme-. Y no subestimes a los inmortales, pequeña. Tenemos formas de movernos entre sombras y luces que tu joven mente aún no puede comprender.

-Pero como dije, no te haré daño, -le dije, bajando a un tono de voz más suave, suavizando mi cara un momento. Podía sentir la confusión en su pequeña cabeza, sus pensamientos girando en un torbellino de emociones.

«¿Está realmente asustado?», -se preguntaba ella, mientras mi lobo y yo nos reíamos internamente de su absurdo pensamiento.

-Está bien, tengo cosas importantes que hacer. También deberías volver y entregarte en la torre Sylpharion -me dijo, intentando disimular su preocupación con una fachada de indiferencia.

-No me sigas más -me dijo antes de voltearse para irse. Sin embargo, con un movimiento rápido, le tomé la muñeca con firmeza. Al contacto, mi lobo y yo sentimos una fuerte corriente eléctrica; no obstante, no me detuve. La atraje hacia mí, tan cerca que mi aliento caliente rozó su rostro. Ella me miró, sorprendida, y colocó sus manos en mi pecho, empujando para alejarse. Con agilidad, coloqué mi mano derecha detrás de su cabeza, manteniéndola cerca, forzándola a encontrarse con mi mirada.

-Pequeña Espíritu de lobo, ¿acaso crees que no puedo hacer nada por ti? -le dije, acercándome aún más, nuestros labios a escasos centímetros, mientras sentía cómo su corazón se aceleraba.

«Está fanfarroneando y divagando», -pensaba ella, mientras yo la observaba con intensidad.

«No estará buscando una excusa para verme, ¿verdad?», -se cuestionaba mentalmente, y mi lobo solo gruñía ante sus ingenuas palabras. Ella entrecerró los ojos al mirarme, una mezcla de desafío y curiosidad brillando en su mirada.

-Suéltame -exigió ella, y yo, con suavidad, aflojé el agarre, permitiéndole recuperar su libertad. Desvié mi atención hacia la mesa cercana, donde reposaba un libro antiguo. Con un simple gesto, mi magia lo atrajo hacia mí, y ella me observó con renovada preocupación.

-Espera, no puedes leer el libro del destino como un inmortal pecador. ¡Devuélvemelo! -exclamó, intentando recuperarlo. Pero mi rapidez prevaleció, elevando el libro fuera de su alcance mientras ella luchaba por arrebatármelo. Giré mi cabeza para examinar el libro, pero la atrevida joven se atrevió a cubrirme los ojos.

-¡No lo leas! ¡Devuélvemelo! -exigió ella. Harto de sus protestas, chasqueé los dedos y, con un destello de luz, la envié fuera del salón. Ella tendría que correr para regresar, y eso me daba tiempo suficiente para leer.

Invocando un hechizo especial, el libro comenzó a revelarme sus secretos. Ante mí se desplegó la imagen de una mujer exhausta en la cama, con una bebé llorando a su lado.

«¿Será ella la diosa Liuyue?», -inquirió Tiān Láng en mi mente. Asentí, absorto en la visión del destino.

-Es la diosa Liuyue -confirmé en voz alta-. Aún conserva un vestigio de su espíritu primordial en el mundo de los mortales.

La curiosidad nos embargó a Tiān Láng y a mí.

«¿Qué sucedió realmente hace 30.000 años?»

El libro del destino solo mostraba a la mujer recostada, con su recién nacida.

-¿Qué importancia tiene cómo mantuvo su espíritu primordial? -murmuré, cerrando el libro y cortando la conexión con el destino. Me senté en el suelo, junto a la mesita, sumido en mis pensamientos sobre las revelaciones que acababa de presenciar.

-Con su ayuda, podré liberar a los 200.000 soldados -declaré con resolución.

La puerta del salón se abrió con estrépito y la niña malcriada irrumpió, jadeante por la carrera. Nuestras miradas se cruzaron, y en sus ojos vi un torbellino de miedo y determinación.

La tensión llenó el ambiente mientras la joven rebelde se acercaba con rapidez, sus manos ansiosas por recuperar el libro que flotaba cerca de mí. Con un gesto de mi mano, conjuré un escudo mágico para mantener el libro fuera de su alcance.

-¿Cómo te atreves a seguir leyéndolo? Si alteras los libros del destino y cambias el karma, serás aniquilado, ¿entiendes? -me espetó la pequeña, con una mezcla de ira y rebeldía.

            
            

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