Capítulo 7 Destino en Cuerdas Mágicas

El equilibrio entre la luz y la oscuridad pende de un hilo en el jardín de los suspiros.

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Sailius:

Al llegar de regreso a mi palacio, sentí una mezcla de alivio y anticipación. El aire estaba cargado con el aroma familiar de incienso y el susurro de los jardines aledaños, donde el viento hacía danzar las hojas de los árboles de cerezos en flor. Mis pasos resonaron en los pasillos de mármol, cada eco recordándome la nobleza de mi linaje, hasta llegar a mi cámara privada.

Allí, en el centro de la sala, reposaba el cofre antiguo que había heredado de mis ancestros. Con manos temblorosas, me acerqué y toqué con suavidad su superficie. El cofre era de un profundo color ébano, adornado con intrincados grabados en oro que representaban dragones enredados en una danza eterna. La madera parecía viva bajo mis dedos, como si guardara los secretos de siglos pasados, pulsando con una energía latente que solo los herederos de mi linaje podían percibir.

Respiré hondo y, con sumo cuidado, levanté la tapa del cofre. En su interior, perfectamente colocada sobre un lecho de seda carmesí, yacía la flor de luna, un regalo precioso de Luna, la tímida lobita. Sus pétalos brillaban con una luz suave y etérea, emitiendo un resplandor pálido que iluminaba la habitación con una calma sobrenatural. La flor era pequeña, pero su presencia era imponente, un recordatorio de la magia y el poder que contenía.

Al recordar el momento en que Luna me entregó la flor, su mirada tímida y la delicadeza con que la sostenía, sentí una profunda gratitud. Contemplando la flor de luna, me transporté a aquel claro en el bosque, donde la luna llena bañaba el paisaje con su luz plateada. Sentí una conexión profunda con mis antepasados y una renovada determinación para enfrentar los desafíos que se avecinaban. Era como si la flor me hablara en susurros antiguos, prometiéndome fuerza y sabiduría.

De repente, un ruido me sacó de mi ensueño. Cierro el cofre rápido al escuchar que viene mi sirviente Chuān Lǐng. Su presencia siempre era silenciosa, casi etérea, pero hoy su llegada parecía más urgente. Se inclinó profundamente antes de hablar, su voz respetuosa y cargada de curiosidad.

-Señor, ¿ha perdido algo importante? -me preguntó, sus ojos brillando con una mezcla de preocupación y curiosidad.

-Nada -le respondí rápidamente, mi mirada aún fija en el cofre, como si temiera que mis ojos pudieran revelar demasiado.

Chuān Lǐng, no satisfecho con mi respuesta, dio un paso adelante, su voz temblando ligeramente pero con una firmeza insospechada.

-Recientemente parece que tiene algo en mente, mi señor. Me gustaría que compartiera sus preocupaciones.

Mi corazón latía con fuerza. Había algo en su voz que me desarmaba, una lealtad pura que me hacía querer confiar en él. Pero no era el momento. No ahora.

-Nada, te puedes ir ahora -ordené, tratando de sonar firme, aunque sin ánimos de hablar con nadie o darle explicaciones a alguien.

-Sí -dijo Chuān Lǐng, inclinándose antes de retirarse. Me quedé sumido en mis pensamientos.

Flashback

Hace 500 años...

Me apoyé, herido, en un árbol sin vida. Mi cuerpo ya no podía luchar más. De repente, distinguí una figura cercana. Con las pocas fuerzas que me quedaban, saqué mi espada y la apunté hacia su cuello. Mis heridas me hicieron soltar un quejido, y ella solo me miró con calma. Caí al suelo, notando con más claridad que era una hermosa chica. Se agachó, mirándome preocupada.

-¿Estás bien? -preguntó, su voz llena de compasión. Era la primera vez que veía a Luna tan cerca de mí. Me ayudó a sanar.

Fin del flashback

-Mi señor -uno de los guardias entró, arrodillándose y haciendo una profunda reverencia-. Después del escape de los pecadores inmortales de la Torre Sylpharion anoche, hemos buscado por todo Kranad como usted ordenó. No encontramos nada fuera de lugar ni sufrimos pérdidas -informó mientras permanecía arrodillado. Yo escuché su informe en silencio antes de preguntar:

-¿También se ha comprobado el Salón de los Suspiros? -inquirí seriamente, mirándolo de reojo.

-No, todavía no -respondió, y yo giré la cabeza para mirarlo directamente.

-¿Por qué no? -pregunté, frunciendo el ceño.

-El Salón de los Suspiros está en una ubicación remota y ha estado desocupado durante mucho tiempo. Fue mi negligencia -dijo, agachando la cabeza. Mi ceño se frunció aún más, pero en el fondo, mi preocupación por Luna crecía.

-¿Quién dijo que estaba desocupado? -dije, dejando que mi enojo se reflejara en mis palabras.

-Todo es mi culpa. Iré y lo comprobaré ahora mismo -respondió, levantándose para irse. Sin embargo, cuando hablé, se giró e hizo una reverencia.

-No hay necesidad, iré yo mismo -dije con firmeza antes de pasar al lado del guardia.

Salí de mi palacio al amanecer, el aire fresco de la mañana llenaba mis pulmones mientras descendía por los escalones de mármol. Giré a la izquierda, siguiendo el sendero de guijarros que bordeaba el jardín de cerezos en flor. Los pétalos rosados caían suavemente al suelo, como una lluvia delicada, cubriendo mi camino con un manto de fragancia y color.

Al llegar a la fuente de los dragones, tomé un giro a la derecha, adentrándome en el sendero de bambú que crujía bajo mis pies. La brisa susurraba entre los tallos altos y verdes, creando una melodía natural que me guiaba hacia mi destino. Tras un par de curvas más, llegué al puente de piedra blanca que cruzaba el río Espejo.

El puente, con sus delicados grabados de peces y nenúfares, se arqueaba elegantemente sobre el agua cristalina. Al caminar sobre él, me detuve un momento para observar mi reflejo en el río, notando cómo las corrientes suaves distorsionaban mi imagen y me recordaban la naturaleza efímera de la vida. La imagen de mi rostro, borrosa y cambiante, era un reflejo de los desafíos y las responsabilidades que llevaba sobre mis hombros.

Continué mi camino hasta el Salón de los Suspiros, un edificio majestuoso de techos curvados pintados con escenas de montañas y ríos. Frente a la puerta principal, una campana de bronce colgaba de un soporte de madera tallada. Levanté la mano y toqué suavemente la campana, cuyo sonido profundo resonó en el aire matutino, anunciando mi llegada.

El eco de la campana se desvaneció lentamente en el silencio del salón. No escuché ningún movimiento dentro, lo cual me hizo fruncir el ceño, preocupado. Toqué la campana una vez más, pero seguía sin escuchar vida adentro. Decidí entrar, avanzando por los pasillos y supervisando todo detalladamente.

Mientras caminaba, me detuve repentinamente al ver a una joven chica correr desde el lado derecho hacia mí. Su aparición me hizo dudar, preguntándome por qué no había salido antes.

-Señor... señor Eerlang -dijo la joven, jadeando ligeramente. Me pareció extraño que supiera mi nombre, ya que nunca la había visto antes. Fruncí el ceño mientras la observaba, tratando de discernir si era una aliada o una amenaza.

-Anoche, inmortales pecaminosos escaparon de la Torre Sylpharion. ¿Acaso atacaron el Salón de los Suspiros? -pregunté, preocupado por Luna. Sin embargo, noté miedo en los ojos de la joven, como si estuviera obligada o amenazada a ocultarme algo.

-El Salón de los Suspiros es... muy seguro. Ningún pecador inmortal vino a robar el Libro del Destino ni nadie vino a quemar el invernadero -dijo la joven, sus palabras sonaban como acertijos. La miré con seriedad y noté en su comportamiento ciertas características que me recordaban a un conejo, tímido y asustado.

-¿Quemar el invernadero? -pregunté, confuso por su actitud. Luego bajé la mirada por un momento, reflexionando sobre sus palabras.

-¿Dónde está la joven discípula que siempre está alrededor del salón? -la miré fijamente antes de proseguir-. ¿Por qué no la he visto hoy? -pregunté con seriedad. Aunque no lo demostrara, me preocupaba mucho por Luna. No quería que nada ni nadie la lastimara.

-Luna... -dijo, como si tratara de recordar-. Ella está recientemente en reclusión y entrenamiento, preparándose para el examen inmortal -me explicó, pero algo en su tono me hizo sospechar que ocultaba más de lo que decía. Sin embargo, decidí creerle, ya que no veía a Luna por ningún lado.

-Bueno -fue lo único que dije antes de mirar hacia el invernadero. La joven se posó frente a mí, fruncí el ceño y me giré para irme otra vez. Sin embargo, ella corrió detrás de mí.

-Señor Eerlang, ¿le gustaría venir y buscarla en el Salón de los Suspiros? Si puede darle alguna orientación, ella hará grandes mejoras. Por favor, búsquela -me suplicó la joven. No entendía por qué estaba evitando que me fuera, lo cual me hizo fruncir el ceño aún más.

-Eso no es necesario. Iba a preguntarle cuándo regresaría al Salón de los Suspiros. Como ella está ocupada, no la molestaré -dije por último antes de irme de allí. Al salir, miré detrás de mí. La actitud de la chica me parecía extraña, por lo que decidí mantenerme alerta a cualquier cosa inusual que pudiera suceder. Por ahora, me dirigí a cumplir con mis deberes.

El camino de regreso a mi palacio estaba bañado por la luz dorada del sol naciente. Los jardines despertaban con el canto de los pájaros y el murmullo del agua en las fuentes. Mientras caminaba, mi mente seguía analizando cada detalle de mi encuentro con la joven. Algo no estaba bien, y mi intuición me decía que Luna podría estar en peligro.

Al llegar al palacio, encontré a Chuān Lǐng esperando con una expresión de preocupación.

-Mi señor, ¿todo está bien? -preguntó, notando mi ceño fruncido.

-No del todo, Chuān Lǐng. Algo extraño está sucediendo en el Salón de los Suspiros. Mantente alerta y asegúrate de que todos nuestros hombres estén preparados para cualquier eventualidad -ordené.

-Como usted diga, mi señor -respondió, inclinándose antes de irse a cumplir mis órdenes.

Me dirigí a mi cámara privada, donde el cofre de mis ancestros esperaba. Abrí la tapa y miré la flor de luna. Su resplandor etéreo me recordó la promesa que hice de proteger nuestro legado y a aquellos que amaba. La preocupación por Luna pesaba en mi corazón, pero sabía que debía mantener la calma y la fortaleza para enfrentar los desafíos que se avecinaban.

Lunara:

-Estoy haciendo esto por tu bien -le dije al pecador, intentando quitarle el Libro del Destino con mi magia, pero él se resistía a entregármelo.

El libro comenzó a brillar intensamente, tanto que acabó cayendo al suelo, quemado por la confrontación de nuestros poderes. La rabia me invadió; por culpa de este inmortal pecador, ahora el libro estaba malogrado. Noté que me miraba con una expresión asesina, sus ojos llenos de crueldad. Comencé a preocuparme por mi vida mientras él levantaba una mano, haciéndome levitar y poniéndome cabeza abajo. Me observaba con enojo.

-Te subestimé, pequeña loba espiritual. No solo conoces el hechizo misterioso, sino que también tienes el Libro del Destino en tus manos -dijo, su voz cargada de ira. Miraba al horizonte, perdido en sus pensamientos. Yo lo miré asustada antes de hablar.

-¿De qué estás hablando? No entiendo una palabra. ¡Bájame ahora! -ordené con miedo, temiendo lo que pudiera hacerme. Él bajó un dedo, haciéndome descender hasta quedar cerca de su rostro, mientras me miraba con desprecio.

-¿Sigues intentando hacerte la tonta? Incluso pensé que ella se había desvanecido en el polvo. No me di cuenta de que solo estaba en el mundo de los mortales para sufrir su destino. ¿Dónde aprendiste este truco? -preguntó, acusándome con la mirada. Ni yo ni mi loba, Yě Líng, entendíamos de qué hablaba.

-Estoy diciendo la verdad. Encontré el Libro del Destino ayer en la ciudad de Shenyin. Ni siquiera sé a quién pertenece -confesé, aún confundida por el comportamiento de este loco pecador inmortal. Él me miró, evaluándome, mientras giraba la cabeza hacia un lado.

-¿De verdad no lo guardaste tú misma? -preguntó, entrecerrando los ojos y mirándome fríamente, como si estuviera considerando matarme en cualquier momento.

El aire se volvió pesado, y la tensión entre nosotros era palpable. Traté de mantener la calma, aunque el miedo se arremolinaba en mi interior. Yě Líng, mi espíritu lobo, estaba inquieta, lista para defenderme si era necesario. El pecador inmortal seguía analizándome, su mirada penetrante buscando cualquier signo de mentira en mis palabras.

«¿Qué ese pecador no entiende con esa cabezota que tiene que solo sirve para cargar esa corona de adorno?» -dijo Yě Líng, aburrida del comportamiento salvaje del pecador.

-Todos los libros del destino deberían haber sido colocados en el Salón de los Suspiros. Lo vi en la ciudad de Shenyin -dije, cerrando los ojos con miedo-. Así que lo traje de vuelta -le expliqué, asustada, antes de que él me elevara nuevamente. Grité cuando lo hizo.

-Déjame preguntarte, ¿dónde está ahora tu maestra? -preguntó el pecador con cierto interés.

-¿Por qué estás preguntando por mi maestra otra vez? -grité asustada por estar en el aire-. ¿No te lo dije? Ella ha estado vagando por todo el lago Kranad durante más de mil años -le grité con esfuerzo, sintiendo cómo las venas de mi cuello se hinchaban por el esfuerzo de gritarle. Sin embargo, él me bajó nuevamente para mirarme con desprecio.

-¿Eres su discípula? -preguntó con interés, pero su expresión se suavizó un poco.

-Soy su única discípula -le expliqué con una voz suave pero temerosa.

-Entonces también debes poder arreglar el Libro del Destino -dijo el pecador, mirándome fijamente. Obviamente, no podía arreglarlo. Mi maestra nunca me enseñó a hacer algo tan difícil.

«¿Cómo se suponía que lo iba a arreglar?» -Pero si le decía esto, quizás me mataría aquí mismo.

-Por supuesto -le dije, y él se levantó, usando su magia para dejarme a la altura de su fría y cruel mirada.

-Pequeña espíritu de lobo, quiero que hagas algo por mí. De lo contrario, prenderé fuego a tu invernadero -dijo, pero fue interrumpido.

Al escuchar el resonar de la campana, mi corazón se aceleró. Sabía que alguien había llegado al Salón de los Suspiros, y por un momento, sentí una chispa de esperanza. Pero esa esperanza se desvaneció rápidamente cuando el pecador se giró hacia mí con una mirada sombría.

-Parece que tenemos compañía. ¿Esperabas a alguien? -preguntó, su voz llena de sospecha.

-No, no esperaba a nadie -respondí rápidamente, aunque sabía que mis palabras no harían mucho para calmar su desconfianza.

El pecador me miró fijamente, sus ojos brillando con una mezcla de ira y curiosidad. Lentamente, me bajó al suelo y dio unos pasos hacia la puerta, sus movimientos eran lentos y calculados. Aproveché el momento para tomar aire y tratar de calmar mis nervios.

-Parece que tu suerte ha cambiado, pequeña loba -dijo, sin apartar la vista de la entrada. Antes de que pudiera reaccionar, me agarró firmemente del brazo.

-¡No te atrevas a hacer ruido! -susurró con voz áspera mientras me tapaba la boca con su mano. Mis ojos se llenaron de pánico y desesperación. Intenté luchar, pero su agarre era demasiado fuerte.

Me arrastró hacia el invernadero oculto detrás del salón. Mientras me llevaba, pude ver a Yuebai, mi mejor amiga, con el rostro pálido y los ojos llenos de miedo. El pecador le lanzó una amenaza clara:

-Atiende a quien haya entrado y asegúrate de que no sospeche nada, o quemaré este invernadero y todo lo que contiene.

Yuebai asintió temblorosamente, claramente aterrorizada. Sabía que el pecador cumpliría su amenaza sin dudarlo. Mientras tanto, el pecador murmuró unas palabras arcanas y, de repente, nos volvimos invisibles. Me movió hacia un rincón del invernadero, asegurándose de que no hiciéramos el menor ruido.

Desde nuestra posición oculta, observé cómo Yuebai salía a recibir al visitante. Forzó una sonrisa y se inclinó respetuosamente. Su voz temblaba ligeramente.

Noté que era mi ángel Eerlang, quien, sin sospechar nada, le devolvió la sonrisa y comenzó a explicar el motivo de su visita. Desde mi escondite, escuchaba atentamente, con el corazón latiendo con fuerza. Sentía la mano del pecador apretando mi brazo, y su presencia opresiva me dificultaba respirar. Aunque estaba aterrada, sabía que debía mantener la calma y esperar una oportunidad para escapar.

Mientras observaba a Eerlang alejarse, sentí una mezcla de alivio y desesperación. Él estaba tan cerca y al mismo tiempo tan lejos de ayudarme. Sabía que tenía que actuar rápido antes de que el pecador hiciera algo drástico.

Yuebai regresó al invernadero, donde el pecador y yo permanecíamos ocultos. Bajó la cabeza, evitando mi mirada, y se dirigió al pecador.

-No dije nada malo -dijo Yuebai asustada-. Por favor, deja ir a Lunara -suplicó antes de que el pecador moviera su brazo para quitar el hechizo de invisibilidad. Mientras me tapaba la boca con su mano izquierda, me miró furioso y yo me quejé porque mi ángel Eerlang se había ido. Mi amiga se fue rápidamente, mientras yo empezaba a llorar.

-No llores -me ordenó el pecador mirándome con ira.

-Todo es tu culpa -le dije entre lágrimas-. Todo es tu culpa -repetí-. Es raro que el joven Eerlang -continué mientras apartaba su mano bruscamente y me alejaba de él, sollozando- venga a preguntar por mí. Desde que te conocí, he tenido mala suerte. Perdí la medicina del Yǔzhòu que me tomé la molestia de comprar. También he perdido el elixir. Ahora ni siquiera puedo curar mi cultivo inmortal. ¿Sabes lo triste que estoy? -pregunté llorando.

El pecador me miró más serio que nunca, como si quisiera matarme por llorar delante de él, como si fuera lo más extraño que hubiera visto en su vida. Luego, simplemente se giró, dándome la espalda, mientras yo seguía llorando.

-Ojalá no lo supiera -murmuró, pero sin embargo, pude escucharlo gracias a mi buena audición.

«¿Cómo que "ojalá no lo supiera"? ¿A qué se refiere ahora?» -preguntó Yě Líng, tan confundida como yo. Sin embargo, continué llorando.

-Sí -dijo con firmeza, mientras yo cerraba los ojos sollozando.

-¿Cómo podrías saberlo? -pregunté, mientras él alzaba un frasquito.

-Lo que quieres es esto, ¿verdad? -preguntó con voz fría, y vi que era lo que había estado buscando. Rápidamente, mi semblante cambió a uno feliz.

-¿La medicina del Yǔzhòu? -pregunté feliz, antes de ponerme frente a él, intentando agarrarla, pero él rápidamente alzó el brazo hacia arriba para que yo no pudiera alcanzarla. Claro, como él es alto, tenía ventajas.

«Genial», -dijo Yě Líng con amargura-, «él es una jirafa y tú una pobre duenda en apuros». -El tono sarcástico de Yě Líng me ofende.

-Dámela -digo, saltando para intentar tomar la medicina, pero el pecador me mira fijamente, sin intención alguna de entregármela.

-Arregla el Libro del Destino, y luego te la daré -me dice firmemente. Bufo molesta y me dirijo a la sala, sentándome de rodillas cerca de la mesa. Empiezo a conjurar magia para intentar arreglar el Libro del Destino, aunque no sé cómo hacerlo. Las horas pasan volando y, cuando me doy cuenta, ya es de noche. Intento una vez más, pero mi falta de experiencia me deja humillada.

«Zhìhào solo me enseñó a organizar los libros del destino», -pienso con frustración.

«Ella nunca me enseñó a arreglar un libro del destino roto como este».

El pecador me agarra bruscamente del brazo, atrayéndome hacia él. Me quejo por su fuerte agarre.

-¿Eres realmente una discípula del Salón de los Suspiros? -me pregunta con el ceño fruncido, apretando mi brazo.

-Por supuesto. Soy la única discípula de mi maestra -le digo suavemente, mirándolo fijamente.

-Ya que eres una discípula del Salón de los Suspiros, ¿por qué lo haces tan mal? -dice, apretando aún más mi brazo.

-Tú... tú... -digo, soltando mi brazo de su fuerte agarre. Le doy la espalda un momento antes de mirarlo fijamente-. Piensa en lo duro que he estado trabajando hoy. Casi pierdo la vida en la ciudad de Shenyin, estaba tan asustada -me quejo, ya cansada de sus constantes órdenes. Luego alzo mis brazos, enseñándole los moretones por culpa de sus fuertes agarres.

El pecador me observa con una mezcla de desprecio y curiosidad. Sus ojos se entrecierran, evaluando mi situación y mi determinación. Siento que estoy al borde de un colapso, pero no puedo permitirme rendirme ahora.

-Y mira, ahora tengo moretones por todo mi cuerpo. Duelen mucho. Yo también estoy siendo amenazada, asustada y pellizcada por ti. Estoy realmente cansada -digo, al borde de las lágrimas de frustración. Miro al pecador y veo que me observa con una expresión implacable, como si no le importara en absoluto lo que estoy pasando.

-Pero no te preocupes. Después de descansar un poco esta noche, lo arreglaré mañana -digo, haciendo un pequeño puchero.

-Bueno. En ese caso, ¿dónde dormiré esta noche? -pregunta cruzándose de brazos con un semblante serio.

-¿Cómo voy a saber dónde dormirás? -pregunto confundida, mirando alrededor del salón.

«Niña, él quiere dormir aquí. A veces eres demasiado lenta para pensar», -se queja Yě Líng antes de que me dé cuenta.

-No te vas a quedar aquí, ¿verdad? -le pregunto, no muy convencida, pero su mirada me lo confirma.

-¡No, no! -le digo con firmeza-. No puedes quedarte aquí. ¡Vete, vete! -le exijo, nerviosa por su atrevimiento.

-Está bien. ¿Dónde quieres pasar la noche conmigo? -pregunta con los brazos cruzados y frunciendo el ceño.

-¿Contigo? -digo sorprendida-. No, me quedaré aquí esta noche -le digo decidida.

-De ninguna manera. Te dije que me perteneces. Puedo irme solo si vas a venir conmigo -dice, acercando su rostro al mío y mirándome fijamente.

-Quiero decir, solo soy una loba ordinaria en Kranad. Aunque mi poder y apariencia no valen la pena mencionar, todavía tengo una reputación que mantener. Deberías considerar eso, ¿bien? Además, si estoy corriendo así, ¿cómo puedo recuperar mi fuerza? ¿Cómo puedo arreglar el Libro del Destino? De todos modos, me quedaré aquí esta noche. No voy a ninguna parte -digo antes de sentarme en el suelo, mirando la mesa.

-Ese es un buen punto. Entonces quedémonos en el Salón de los Suspiros esta noche. Así que, ¿dónde dormiré esta noche? -insistió el pecador.

Me levanté del suelo con esfuerzo, mis músculos adoloridos protestando con cada movimiento. La insistencia del pecador resonaba aún en mis oídos, su voz fría y autoritaria imponiendo su voluntad de quedarse esta noche. No había opción. Debía acompañarlo hasta el Salón de los Suspiros.

El cielo estaba despejado, una rareza en este lugar elevado entre las nubes. La luna, brillante y llena, derramaba su luz plateada sobre el sendero, creando sombras danzantes que parecían cobrar vida propia. El pecador caminaba unos pasos detrás de mí, sus movimientos precisos y calculados, mientras la brisa nocturna jugaba con los extremos de su capa. Cada paso que daba parecía un susurro en la noche, un eco de antiguos secretos guardados en las paredes de jade y mármol del salón. Los cerezos en flor, eternamente en flor, adornaban nuestro camino, sus pétalos rosados cayendo suavemente, casi en cámara lenta, a nuestro alrededor.

Finalmente, llegamos a una habitación un poco más pequeña, aunque para mí resultaba espaciosa y acogedora. Los paneles de madera tallada con intrincados diseños de dragones y fénix brillaban bajo la luz de la luna. El tatami en el suelo parecía invitador, prometiendo un breve respiro del cansancio. Una mesa baja de madera oscura, adornada con una delicada tetera de porcelana y dos tazas, ocupaba el centro de la habitación.

Miré alrededor, sintiendo una cierta paz, pero al observar al pecador, noté que fruncía el ceño. Sus ojos recorrieron la estancia con una mezcla de desaprobación y desdén, como si este refugio acogedor fuera insuficiente para alguien de su estatura. No pude evitar preguntarme qué lugar podría satisfacer sus exigencias, mientras su presencia pesada parecía oscurecer el brillo natural de la habitación. El silencio se hizo palpable, y solo el susurro del viento entre los cerezos acompañaba nuestros pensamientos.

-Esta es la habitación de mi ama. Aunque es algo pequeña, puedo arreglármelas con eso -dijo finalmente, cruzando los brazos con una expresión de pocos amigos.

Levanté las cejas, mirando la habitación con incredulidad por lo que había dicho. No podía entender cómo alguien podía considerar esta habitación, que yo encontraba tan acogedora, como insuficiente.

-¿Pequeña? -dije incrédula, señalando la habitación- ¿esto es pequeño? -pregunté sin salir de mi trance ante su reacción.

-¿Vivías en un palacio? -preguntó, aún sin creerlo. Mantuve mi mirada en la habitación.

-Mi ama está de viaje. No volverá por un tiempo. Nadie vive aquí. Si te quedas, nunca deambules. Si alguien se entera de que estoy escondiendo a un inmortal pecador, ambos estaremos en problemas -le dije nerviosa, mirándolo.

-Conmigo aquí, nadie se atreverá a hacerte daño -me dijo, cruzándose de brazos. Su expresión era inusualmente suave.

-Es fácil decir una mentira una vez. ¿Por qué te lo tomas cada vez más en serio? -pregunté más para mí que para él, antes de girarme para irme. Sin embargo, su voz autoritaria me detuvo en seco.

-¿A dónde vas? -me preguntó fijamente. Lo miré con cansancio.

-Iré a dormir. Ha sido un día tan largo. Estoy agotada. ¿No estás cansado? Las mantas y la almohada están allí -señalé con mi dedo hacia una esquina de la habitación, bastante cansada.

-Consíguelo tú mismo -le dije, bostezando mientras me giraba para irme. Pero de nuevo, la voz del pecador me interrumpió, haciéndome girar para mirarlo, cansada.

-Detente ahí. Lo diré de nuevo. De aquí en adelante, no te apartes de mi vista. No vayas a ningún otro lado. Duerme aquí mismo -me dijo, acercando su rostro al mío para que quedara claro su orden. Fruncí el ceño.

-Tú, pecaminoso inmortal. ¿Has estado encerrado tanto tiempo que has perdido la cabeza? -pregunté, nerviosa pero también enojada por sus palabras.

El pecador me observó en silencio por un momento, sus ojos anaranjados evaluándome con una intensidad que me hizo sentir incómoda.

-No conoces ni siquiera los rituales de Kranad. Cuerpo masculino -lo señalé-, cuerpo femenino -señalándome a mí misma-. Tenemos que dormir separados. Va en contra de las reglas quedarnos solos en el Salón de los Suspiros, incluso si compartimos la misma cama. Bueno, tú... -me detuve, simplemente mirándolo.

-¿Qué ibas a decir? -preguntó el pecador, frunciendo el ceño.

-Después... olvídalo. No voy a perder mi tiempo contigo. Me voy a la cama -dije, saliendo rápidamente de la habitación y cerrando la puerta. Antes de alejarme, me asomé para mirarlo-. Bien, tengo algo más que decirte -añadí, pero el pecador me interrumpió.

-Sigue -exigió.

-Ya tengo a alguien que me gusta -confesé.

-A quien te guste no es asunto mío, pero me perteneces. Si... -no lo dejé terminar y cerré la puerta, cansada de escuchar siempre lo mismo y de que no entendiera que no podía estar con él o me metería en problemas.

Me despedí con una leve inclinación, dejando al pecador en la espaciosa pero insuficiente habitación. Mis pasos resonaron suavemente en los corredores mientras me dirigía hacia mi propio refugio. El camino era familiar, pero en la penumbra de la noche, los giros y recovecos del Salón Celestial tomaban un aire misterioso y casi encantado.

Pasé por un corredor adornado con linternas de papel rojo, cuyas suaves luces oscilaban con la brisa, proyectando sombras que parecían danzar a nuestro alrededor. Giré a la izquierda en una intersección donde dos estatuas de guardianes de piedra montaban guardia, sus expresiones severas pero tranquilizadoras. Continué recto hasta llegar a una puerta de madera lacada en negro, con detalles dorados que brillaban bajo la luz de la luna.

Con un suave empujón, la puerta se abrió con un ligero chirrido, revelando mi santuario personal. Mi habitación era un oasis de calma y serenidad. Las paredes estaban decoradas con paneles de seda pintados a mano, ilustrando paisajes montañosos y cascadas que parecían cobrar vida bajo la luz plateada que entraba por la ventana.

En el centro de la habitación, una cama baja con un dosel de fina gasa blanca me invitaba al descanso. Las cortinas, adornadas con delicados bordados de flores de loto, caían suavemente, creando un espacio íntimo y protegido. Cojines de seda en tonos azul y verde estaban dispuestos con meticulosidad, ofreciendo un toque de color y confort.

El suelo de madera pulida reflejaba la luz de las linternas de papel estratégicamente colocadas, proporcionando una iluminación suave y cálida. Una pequeña mesa de té, junto a una estantería llena de pergaminos y libros antiguos, completaba la estancia, ofreciendo un rincón para la reflexión y la lectura.

Suspiré, sintiendo cómo la tensión del día comenzaba a desvanecerse al adentrarme en mi santuario personal. Sin embargo, al abrir los ojos, me encontré sorprendida al ver al pecador acostado en mi cama, con los ojos cerrados y una expresión de tranquilidad.

-Tú... -comencé, acercándome con sorpresa y cautela.

-¿Por qué... por qué estás aquí? -le pregunté, levantando un dedo en señal de interrogación. El pecador abrió los ojos con una inocencia que me pareció desconcertante.

-Te dije que no te apartarías de mi vista -respondió con voz firme y un cambio repentino a una expresión más severa.

-También te dije que dormiríamos en nuestras propias habitaciones. ¡Vuelve ahora! -exigí, sintiendo el enfado e irritación por tener que repetirle lo mismo a este testarudo pecador. Él levantó una ceja desafiante, su mirada intensa clavada en la mía.

-¿Me estás amenazando? -gruñó, manteniendo la mirada fija en mí.

-No es como si nunca hubiera hecho esto antes -murmuré, bajando la mirada por un momento antes de volver a levantarla, notando que el pecador había cerrado los ojos nuevamente. Me acerqué más, sintiéndome enojada por primera vez en mucho tiempo-. Bueno -dije con amargura, aceptando resignadamente la situación.

-Bien. Te gusta aquí. De acuerdo, tú duerme aquí y yo me voy -murmuré entre dientes antes de darme la vuelta para salir. Sin embargo, me detuve en seco al ver al pecador frente a mí en un rápido movimiento, con los brazos cruzados.

-No tienes permitido ir a ningún lado -me espetó con tono de autoridad y cierto odio en su mirada.

-¿Ya terminaste? Tienes unos miles de años. Déjame decirte, aunque solo te conozco desde hace un día, nunca he estado más molesta en los últimos mil años de mi vida -respondí con molestia mientras él me escuchaba en silencio, frunciendo el ceño en un gesto de disgusto.

-Solo yo puedo mantenerte a salvo -gruñó, acercando su rostro al mío con determinación.

-Para mí, tú eres el único peligro en todo el Yùlíng -repuse, sosteniendo su mirada con la mía en un desafío mutuo que él finalmente ganó. Me senté en el suelo cerca de mi mesa, mientras él se acomodaba en la cama, un cuadro separándonos.

Bostecé y luché por mantenerme despierta, pero mis ojos pesaban tanto que mi frente golpeó la mesa con fuerza, haciendo que me quejara mientras me sobaba la cabeza adolorida.

-Ay -musité, pero entonces escuché al pecador quejarse también. Asomé la cabeza por un lado del cuadro y lo vi frotándose la frente, pero cuando notó mi mirada, disimuló.

-Me golpeé la cabeza. ¿Por qué estás gimiendo? -pregunté con curiosidad, apoyando una mano en el cuadro.

-Te estoy ordenando que no te lastimes más -respondió gruñendo, frunciendo aún más el ceño.

«Parece que este pecador inmortal tiene un lado cariñoso», -pensé, dejando escapar una sonrisa juguetona mientras retiraba mi cabeza detrás del cuadro y colocaba mis manos sobre él, asomándome lentamente con una mirada tierna.

-Ninguno de nosotros puede dormir bien así. Piénsalo. ¿Qué tal si vuelves a tu habitación? -sugerí dulcemente, mirándolo con expresión suave mientras él permanecía con el ceño fruncido.

-Entonces volveré mañana por la mañana -me dijo bruscamente antes de levantarse y alejarse por los pasillos. Cerré la puerta rápidamente, aliviada de haber convencido al pecador de marcharse. Me quité apresuradamente las botas blancas y me envolví felizmente en las sábanas antes de quedarme dormida plácidamente.

De repente, la puerta se abrió de golpe y uno de los guardias celestiales se acercó a mí. Abrí los ojos sobresaltada y asustada.

-¿Qué estás haciendo? -pregunté con temor.

-Ven conmigo -me ordenó el guardia, arrastrándome de la cama y llevándome por los pasillos hasta el patio del Salón de los Suspiros. Me ataron con cuerdas mágicas mientras observaba a una figura arrodillada, también atada. Los guardias me empujaron hasta hacerme caer de rodillas, completamente aterrorizada. Sentía a mi loba interior a punto de descontrolarse, asfixiándome en esa agonía. Giré la cabeza para ver quién era la figura arrodillada y, para mi sorpresa, era el pecador, con una expresión de miedo en su rostro.

-¿Pequeño pecador inmortal? -pregunté sorprendida, notando su temor. Giré la cabeza hacia adelante y vi una figura frente a mí. Cuando esa figura se volvió, me di cuenta de que era mi ángel, lo cual incrementó mi miedo aún más.

Nota De La Autora:

Oh no, Kael y Luna han caído en las garras del ángel Sailius.

¿Qué va a pasar ahora?

                         

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