Capítulo 2 Cambridge

El viaje a Cambridge tomaría varias horas, y por primera vez en mucho tiempo, no tenía trabajo con el cual distraerse. Solo su propia mente, el peso de la noticia y la incertidumbre de lo que encontraría al llegar. ¿Cómo estaría Charlotte? ¿Cómo estarían los niños? ¿Qué quedaba de la vida de Henry?

Recordó la última carta que había recibido de su hermano. Unas pocas líneas apresuradas, hablando del estudio, de lo difícil que era todo, pero sin pedir ayuda. Henry nunca pedía ayuda. Tal vez si lo hubiera hecho... No. William sacudió la cabeza. No tenía sentido pensar en lo que podría haber sido. Lo único que podía hacer ahora era seguir adelante.

El tren se detuvo en varias estaciones, recogiendo y dejando pasajeros. En algún momento, un hombre mayor con bigote bien cuidado y un abrigo grueso se sentó frente a él. Le dirigió una breve mirada a William y luego sacó un periódico, ignorándolo por completo. William agradeció la falta de conversación. No tenía ánimos para hablar.

Después de lo que pareció una eternidad, el tren finalmente llegó a Cambridge. El bullicio de la estación lo recibió con murmullos de gente, silbatos y el sonido de maletas siendo arrastradas. William bajó del vagón con paso firme, sin detenerse a mirar a su alrededor. Sabía hacia dónde debía ir.

Tomó un carruaje hacia la casa de Henry. A medida que avanzaban por las calles empedradas, la opulencia de la ciudad se hacía evidente. Edificios de piedra, estudiantes caminando apresurados con libros bajo el brazo, comerciantes ofreciendo sus productos en cada esquina. Henry había cambiado la vida del campo por esto... y ahora no quedaba nada.

El carruaje se detuvo, es la primera vez que visita el hogar en donde vivía su hermano y le entristece que haya tenido que ser de esta manera. Se queda viendo un edificio gigante en donde varias familias viven y se pregunta cuál apartamento será, al entrar al lugar sintió un nudo en el estómago de los nervios y la ansiedad.

-Disculpe caballero, ¿me podría ayudar a subir estas bolsas? Es hasta el tercer piso, se lo agradecería -William ve a una mujer ya bastante mayor y asiente, agarra las bolsas y sigue aquella mujer. -Nunca te había visto por aquí, ¿eres nuevo o vienes de visita?

-Vengo de visita, a mi hermano y a su familia.

-¿sí? ¿Quiénes son?

-Henry Ashford... -La señora se detuvo de golpe, mira a William sorprendida y con un atisbo de lástima en los ojos.

-Oh, muchacho... -murmuró, sacudiendo la cabeza con pesar-. Así que eres su hermano.

William sintió que su pecho se oprimía. No le gustaba la forma en que la mujer lo miraba, como si él también fuera una tragedia a punto de suceder.

-Sí -respondió con firmeza-. ¿Lo conoció?

La anciana suspiró y reanudo la marcha con pasos más lentos.

-Claro que sí. Charlotte me pedía cuidar a su pequeño Tom y su Lucy cuando no iban a escuela, la pobre ha tenido que trabajar demasiado. Pobre muchacha, todo lo que ha tenido que pasar. Hacía lo que podía. Henry era un buen hombre... pero tenía problemas con el alcohol y bueno, ya sabrás que con las apuestas también. -A William le habría gustado decirle que no sabía nada de eso, pero no pudo, solo sintió como el peso de las acciones de su hermano recaen sobre él. -Cuando él no estaba en ese estado era un joven muy alegre. -Mintió la mujer al ver como William bajaba la cabeza avergonzado. -Siempre intentaba ayudar o buscar algo que hacer. -La verdad era diferente, Henry estando sobrio, nunca pensaba en los demás, siempre intentaba evitar a todo el mundo.

Llegaron al tercer piso y la mujer señaló una puerta al fondo del pasillo.

-Ahí es -dijo con suavidad-. No la presiones demasiado, hijo. Ha pasado por mucho.

William dejó las bolsas junto a la puerta de la mujer y ascendió.

-Gracias.

Ella le dedicó una última mirada comprensiva antes de desaparecer en su apartamento.

William inhaló profundamente y caminó hacia la puerta de Henry. Se quedó quieto unos segundos, ajustándose la chaqueta, tratando de encontrar las palabras adecuadas. Pero, ¿qué se dice en un momento así?

Finalmente, tocó la puerta con firmeza.

Pasaron unos instantes antes de que se escucharan pasos al otro lado. La puerta se abrió lentamente y Charlotte apareció en el umbral.

Pasaron unos segundos antes de que la puerta se abriera. Charlotte apareció ante él. Su rostro estaba pálido, sus ojos hinchados de tanto llorar. Su cabello, que siempre había sido arreglado con esmero, ahora estaba recogido de manera descuidada. Se quedó mirándolo, como si no creyera que él estuviera ahí.

-William... -su voz fue apenas un susurro, y en sus ojos brilló una mezcla de alivio y desesperación.

William asintió, sin saber qué decir. No era un hombre de palabras, y menos en momentos como ese. Charlotte parpadeó varias veces, como si estuviera tratando de convencerse de que William realmente estaba allí. Finalmente, soltó un suspiro tembloroso y dio un paso atrás, abriendo la puerta para dejarlo entrar. William no dudó y cruzó el umbral con una sensación de incomodidad clavada en el pecho.

La casa era modesta, pero acogedora, aunque ahora lucía descuidada. Había juguetes desparramados en un rincón, y una manta doblada sobre un sillón sugería que Charlotte no había dormido en su cama. Todo en la habitación hablaba de una vida que había sido abruptamente interrumpida.

-Gracias por venir -dijo Charlotte con voz apagada.

William asintió. No podía decir que era un placer verla, no en estas circunstancias. Miró a su alrededor con cautela y finalmente regresó su atención a Charlotte.

-¿Cómo están los niños? -preguntó.

Charlotte se pasó las manos por los brazos, abrazándose a sí misma como si intentara contenerse.

-Lucy aún no lo sabe y Tom... -Se quedó en silencio unos segundos, William notó que el pecho de Charlotte subía y bajaba con rapidez. Se acercó a ella con cuidado y la sentó en un viejo banco. -Tom vio a Henry, su padre, muerto. -La mujer rompió en llanto. -Estaba por ir a dejarlo a la escuela, pero empezaron a gritar fuera de la casa, me llamaban, no paso ni un segundo cuando Tom fue a ver que sucedió y ahí estaba Henry muerto.

William sintió que le faltaba el aire. No podía imaginar el horror que había presenciado el niño. Se pasó una mano por la cara, tratando de encontrar palabras, pero no las halló. Se limitó a asentir y a darle a Charlotte el tiempo que necesitara para recomponerse.

-¿Dónde está Tom ahora? -preguntó después de un rato.

-En su habitación. No habla mucho. Se aferra a mí todo el tiempo, como si tuviera miedo de que también desaparezca.

William tragó saliva y asintió. Sabía que tendría que hacer algo por el niño, pero en ese momento, no tenía idea de qué. Sintió un nudo en la garganta, no era bueno con las palabras, y menos con el consuelo.

-Haré lo que pueda -dijo al fin.

Charlotte lo miró con una gratitud que hizo que William desviara la mirada.

-Voy a ver a Henry -dijo abruptamente, como si necesitara hacer algo tangible para lidiar con la situación. -¿Dónde se encuentra?

Charlotte tragó saliva y asintió.

-Sigue en la morgue, me dieron algo de tiempo para juntar dinero y hacerle y velatorio.

William cerró los puños.

-Eso no importa. Henry tendrá una sepultura digna. Me encargaré de eso.

Charlotte lo miró con sorpresa, pero no dijo nada.

En ese momento, un ruido en la escalera los interrumpió. William giró la cabeza y vio a un niño de cabello castaño y ojos verdes, Tom, el hijo mayor de Henry, de pie en el umbral de la sala. Sus ojos grandes lo observaban con una mezcla de miedo y curiosidad.

-Hola, tú debes Tom, soy tu tío William. - William se acercó al muchacho y estiró su mano, dejando ver su inexperta experiencia en el trato con niños.

Tom no respondió. Sus manos se crispaban sobre la madera y su cuerpo parecía tenso, listo para salir corriendo si hacía falta. Charlotte se levantó y dio un paso hacia él, pero el niño retrocedió un poco, apretando los labios.

-Él es tu tío William -le explicó Charlotte con ternura.

Tom bajó la mirada al suelo y murmuró algo ininteligible.

-No tiene que hablar si no quiere -intervino William. Sabía que no podía forzar la interacción.

Tom lo miró otra vez, con sus ojos llenos de incertidumbre. Después, sin decir una palabra, dio media vuelta y se fue escaleras arriba.

Charlotte suspiró con tristeza y se llevó una mano a la frente.

-Lo siento...

-No hay nada que disculpar -dijo William. Observó la escalera por donde el niño había desaparecido. Tom necesitaba tiempo, y él estaba dispuesto a dárselo. -Iré por Henry.

-Iré contigo, dejaré a los niños con la vecina. - asintió con un leve temblor en las manos y tomó su abrigo.

-No tienes que venir si no quieres

-Debo hacerlo. Soy su esposa.

El camino hasta la morgue fue silencioso, solo roto por el sonido de sus pasos contra las calles empedradas. William mantenía la vista al frente, pero de vez en cuando desviaba la mirada hacia Charlotte. Sus labios estaban apretados en una línea fina, y sus ojos, que alguna vez reflejaban dulzura, parecían vacíos.

Él no insistió. Sabía que cualquier palabra de consuelo le sonaría vacía.

Al llegar a la morgue, el aire se volvió más pesado. Charlotte se aferró a los bordes de su abrigo, como si quisiera protegerse del frío y de la realidad que la esperaba dentro. William empujó la puerta y dejó que ella pasara primero.

El encargado los guio hasta donde se encontraba el cuerpo de Henry. Charlotte sintió un nudo en la garganta, pero no apartó la vista. William observó a su hermano por última vez, sintiendo una punzada de culpa. No era así como quería recordarlo.

-¿Haremos el velatorio en casa? -Pregunto Charlotte mirando a William, lo conoce muy poco, pero lo suficiente para saber que tiene otros planes para el cuerpo de Henry.

-Quiero llevar su cuerpo al pueblo para que descanse en paz con nuestros padres y abuelos. -William miro a la mujer de su hermano, indefensa ante el mundo, cansada y entristecida. -Solo si estás de acuerdo.

Ella exhaló temblorosamente.

-La verdad... -La pobre Charlotte no sabe qué hacer.

En los últimos años, ha tenido que ser la cabeza de la familia, el pilar, la mujer y a la vez el hombre. Tuvo que tomar un rol que no le correspondía, el de mantener a la familia de manera económica estando casada, con hijos y hasta estando embarazada, nadie quiere contratar a una esposa, tampoco a una madre, mejor dicho, nadie quiere trabajar con una mujer a menos que sea de criada, niñera o lavando harapos. Fueron decisiones difíciles que tuvo que tomar gracias a que ya no tenían que comer, pero el de la última palabra siempre fue Henry.

Charlotte bajó la mirada y se abrazó a sí misma, como si tratara de protegerse del peso de su propia incertidumbre.

-No sé qué es lo mejor, William... -su voz era apenas un susurro-. No tengo dinero para un velatorio aquí, apenas tengo para alimentar a los niños. Pero si lo llevamos al pueblo... ¿Cómo lo haríamos?

-Tengo ahorros. Me haré cargo -afirmó sin dudar-. No quiero que lleves esta carga sola.

Charlotte lo miró con los ojos brillantes por las lágrimas.

-No quiero que cargues con esto solo, William. Ya has hecho demasiado en venir aquí y dejar sola la granja.

-Era mi hermano -respondió simplemente. Y, aunque las palabras eran pocas, Charlotte entendió todo lo que implicaban y el sentimiento de tener que hacer todo él por ser el hermano mayor, pero no quiere que cargue con aquello.

-William, yo... -Quiso decirle que no era su responsabilidad. Que no tenía por qué hacerlo. Pero, al mismo tiempo, sintió un profundo alivio al saber que no tendría que tomar esa decisión sola. -Gracias -susurró, con los ojos húmedos.

Después de arreglar los detalles con el encargado, salieron de la morgue. El camino de regreso fue más pesado. Charlotte caminaba con los hombros encorvados, como si todo el peso de la tragedia la aplastara poco a poco.

Cuando llegaron a la casa, encontraron a un par de hombres esperándolos en la puerta. Vestían con sobriedad, pero había algo en su postura que ponía a William en guardia. Charlotte se detuvo en seco y su rostro palideció.

-¿Quiénes son? -preguntó William, aunque ya intuía la respuesta.

Uno de los hombres dio un paso al frente y sacó un sobre arrugado de su abrigo.

-Señora Charlotte Ashford, venimos a discutir las deudas de su difunto esposo, Henry Ashford-dijo con voz seca.

El corazón de Charlotte se hundió. William sintió una oleada de rabia, pero la contuvo. Sabía que esto era solo el comienzo de un problema aún mayor.

            
            

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