Capítulo 3 El precio del pasado

No es la primera vez que Charlotte los ha visto. Aquellos dos hombres han ido varias veces a su casa para cobrar algunos billetes que su difunto esposo les pidió prestado, dinero que ella nunca vio y que es una de las razones por las cuales tuvo que conseguir trabajo. El miedo de no tener el dinero que pedían y que sucediera una desgracia no la dejaba tranquila, y esa desgracia que tanto temía logró alcanzarla.

Apretó la mandíbula y enderezó los hombros, no está dispuesta a que el miedo la invada una vez más. Ahora es viuda con 2 hijos y con uno en camino, está sola y no dejará que un hombre la vuelva a intimidar,

-¿Cuánto? -preguntó, su voz afilada como una navaja.

El acreedor, un hombre delgado, con un aire de suficiencia, arqueó una ceja, sorprendido por su tono. Con una sonrisa condescendiente, extrajo un sobre y lo abrió lentamente, como si estuviera disfrutando de la situación.

-Su difunto esposo tenía bastantes cuentas pendientes, señora Ashford. Aquí tiene la cifra total. -Desplegó el documento y se lo tendió.

Charlotte tomó el papel con dedos firmes, sin apartar la vista de los hombres. Sus ojos recorrieron la cantidad y, por un instante, sintió una punzada de furia. Pero no dejó que lo notaran. Inspiró hondo y soltó un resoplido de burla.

-Vaya, qué sorpresa -dijo con sarcasmo-. Henry dejó deudas. ¿Quién lo habría imaginado? Seguro esto les ha arruinado el día, ¿verdad? Pensaban que iban a encontrar aquí un cofre lleno de oro y en su lugar tienen a una viuda con dos hijos y una cuna vacía.

El prestamista fingió un gesto de lástima.

-No queremos problemas, señora. Pero las deudas deben pagarse. Podemos tomar posesión de ciertos bienes...

Charlotte dejó escapar una carcajada seca y áspera.

-¿Bienes? Decidme, caballeros, ¿qué es lo que pretendéis llevaros? ¿Los platos desportillados en los que sirvo la cena a mis hijos? ¿Las mantas raídas que apenas nos protegen del frío? Ah, por supuesto, quizá la cuna del pequeño que jamás conocerá a su padre. Decidme, ¿qué parte de esta ruina os resultaría de provecho? Me complacería veros intentarlo.

William, de pie a su lado, la miraba con una mezcla de sorpresa y admiración. Nunca la había visto así. Nunca la había escuchado hablar con tanto veneno contenido de manera tan fina.

El segundo hombre, algo más cauteloso, carraspeó.

-Quizás podríamos llegar a un acuerdo. Un plazo razonable...

Charlotte dio un paso adelante, su voz baja pero cargada de furia.

-Escuchen bien, porque no lo repetiré. No tengo dinero, ni joyas, ni un maldito penique de sobra. Vuelvan en un mes. Si para entonces tengo el dinero, tendrán suerte porque esta cantidad no es razonable para una viuda. Incluso si logro conseguirlo solo será porque abre perdido todo mi orgullo y determinación, y es algo que no estoy dispuesta a dar.

El prestamista delgado frunció el ceño. No estaba acostumbrado a que le hablaran así, y menos una mujer. Miró a su compañero, quien asintió con resignación.

-Un mes -dijo finalmente-. Ni un día más.

Charlotte sostuvo su mirada sin pestañear.

-Un mes -repitió, como un desafío.

Los hombres se dieron la vuelta y salieron. El silencio era denso, como si el aire se hubiera vuelto sólido. Charlotte cruzó los brazos, con la mandíbula tensa y los ojos encendidos por la ira.

William la miró en silencio durante varios segundos, hasta que finalmente habló.

-Estuviste increíble. Yo lo habría golpeado.

Charlotte dejó escapar un resoplido de indignación y se pasó una mano por la cara, como si intentara borrar el desprecio que sentía.

-Lamento que hayas tenido que ver eso, entremos.

-¿Vienen seguido?

-Como una vez por semana, había veces que yo llegaba del trabajo y estaban tranquilos comiéndose lo poco que tenía para darle a los niños.

-Entonces encontraremos la manera de conseguir ese dinero -dijo él finalmente.

Charlotte lo miró, con una sombra de cansancio en los ojos.

-William... -Charlotte le estira aquel papel donde salía la cifra. -Ni juntando todo lo que gano al año podría darles esta cantidad. 100 libras.

William sostuvo el papel con firmeza, sintiendo que cada número en la página pesaba como una losa sobre su pecho. Cien libras. En sus mejores cosechas puede tener un poco que 100 libras, pero sigue siendo demasiado dinero para juntar en un mes. Miró a Charlotte, su rostro pálido, sus labios apretados en una fina línea de determinación y agotamiento. Sabía que no pediría ayuda, pero también sabía que no podía enfrentar esto sola.

-Nos ocuparemos de esto -dijo finalmente, con una voz firme pero baja.

Charlotte dejó escapar una risa amarga.

-¿Nos ocuparemos? ¿Y cómo, William? Apenas tengo para alimentar a mis hijos, ¿debo vender mi alma también? -Se pasó una mano por la cara, frustrada-. Estos hombres no esperarán pacientemente. Si no pago en un mes, volverán... y la próxima vez no se marcharán con palabras.

William miró alrededor de la casa. Era humilde, pequeña, con el desgaste evidente de los años y la escasez. Su mirada se posó en la cuna vacía. Apretó la mandíbula. La realidad de Charlotte era más dura de lo que había imaginado.

-Déjame manejarlo -dijo, mirándola directamente a los ojos.

Charlotte negó, con la cabeza, su expresión endurecida.

-No, William. No permitiré que tomes una carga que no es tuya. Esta es la consecuencia de las decisiones de Henry, y yo... yo encontraré una forma de salir adelante.

William inspiró hondo, entendiendo su terquedad, pero sin estar dispuesto a dejarla sola en esto. No era solo la deuda de Henry; era su familia. Su sangre.

-Tal vez haya una forma -murmuró, pensativo.

Charlotte alzó una ceja, cruzándose de brazos.

-¿Cuál? ¿Apostar? ¿Pedir más préstamos? ¿Robar?

William ignoró su tono cortante. Había algo en su mente, una posibilidad que lo inquietaba, pero que era mejor que quedarse de brazos cruzados. Volvió a doblar el papel y lo guardó en su chaqueta.

-Déjame hacer algunas averiguaciones. Tengo la granja, tengo animales, cosecha, y también mi oficio de herrero y carpintero. Quizá pueda vender algunos cerdos o un caballo... o encontrar otro camino.

Charlotte lo observó en silencio. Sabía que William no hablaba por hablar. Si decía que haría algo, lo haría. Pero el peso de la culpa la carcomía por dentro.

-No, William, no hagas eso.

William le dedicó una mirada severa.

-¿Acaso quiere que te deje sola con todo?

-Henry era mi esposo, debo hacerme cargo de sus errores.

-Y era mi hermano menor, yo debo resolver esto. No dejaré que esos hombres te arrastren al abismo en el que Henry cayó, ni a ti ni a los niños. Son mi familia. Mañana vendrán conmigo de vuelta al pueblo, yo lo resolveré.

Charlotte apretó los labios, sintiendo cómo sus ojos ardían con lágrimas contenidas. No estaba acostumbrada a que alguien la defendiera. Durante tanto tiempo había tenido que ser fuerte por sí misma, por sus hijos. Pero ahora, por primera vez en mucho tiempo, sintió que no estaba completamente sola.

-Está bien -susurró al final-. Pero si encuentras una solución, quiero ser parte de ella.

William asintió.

-Lo sé.

El silencio se instaló entre ellos. Afuera, la noche empezaba a caer, envolviendo la casa en una penumbra fría. William se giró hacia la puerta.

-Descansa. Mañana nos iremos a primera hora, deja todo aquí para que no crean que has escapado. Si vendo todos los cerdos y un caballo, eso podría darnos casi todo el dinero. También haré encargos de carpintería y herrería para ganar un poco más. No será fácil, pero hay maneras.

Charlotte asintió, sin mucha esperanza, pero con la certeza de que, si alguien podía encontrar una salida, era William. Lo vio salir de la casa con paso firme, y al cerrar la puerta detrás de él, dejó escapar un suspiro tembloroso.

Un mes. Un mes para evitar que la desgracia volviera a tocar su puerta.

Esa noche ninguno de los dos pudo comer algo por el estrés de sus cuerpos, los niños dormían por suerte desde que llegaron. William pasó la noche en vela, repasando una y otra vez sus opciones. Su mente trabajaba con la precisión de un herrero forjando una espada, golpeando cada posibilidad hasta darle la forma correcta. No había margen para el error.

Al amanecer, Charlotte se encontraba en la cocina preparando un desayuno frugal, no ha sentido hambre, pero sus hijos y su cuñado deben comer. Sus movimientos eran mecánicos, como si su cuerpo aún no se hubiese recuperado de la tensión de la noche anterior. William entró, con el rostro marcado por la falta de sueño.

-Nos iremos en una hora -dijo sin rodeos.

Charlotte lo miró, con una mezcla de resignación y agradecimiento.

Media hora después, la familia estaba lista. Lucy y Tom observaban a su madre con incertidumbre. No comprendían completamente la gravedad de la situación, pero intuían que algo importante estaba ocurriendo. Charlotte se inclinó hacia ellos, acariciándoles el cabello.

-Nos iremos por unos días con su tío, pero estaremos juntos. Será un viaje largo, pero todo estará bien.

Tom asintió con solemnidad, mientras Lucy se aferraba a la falda de su madre. Ambos infantes tienen miedo.

La familia se puso en marcha para abordar el tren

, no llevan ninguna pertenencia, no se despidieron de nadie, ni siquiera de las personas que ayudaron a Charlotte. En ese momento solo una canasta con comida era el mayor tercero,

solo una canasta con algo de comida para el viaje de vuelta al pueblo en donde esperaran el cuerpo de Henry.

                         

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