Samantha se quedó en el balcón. El viento frío de la noche acariciaba su rostro, pero no era suficiente para calmar el ardor de sus lágrimas. Sus ojos, enrojecidos y vidriosos, miraban hacia la oscuridad, como si esperara encontrar allí una respuesta, una señal que le dijera que todo podía solucionarse. Pero lo único que encontraba era el eco de su propia culpa.
Recordaba con claridad la última vez que vio a Mathias antes de aquella noche. La imagen de Viviana arrojando aquel papel aún se grababa en su mente como un cuchillo al rojo vivo. Aquel dibujo... su retrato, hecho con tanta delicadeza, con tanto amor. Mathias la había plasmado en el papel con la mirada con la que alguna vez la había visto en persona, con admiración, con ternura. Pero ella, en lugar de atesorarlo en ese instante, lo dejó caer.
No lo rompió, no lo pisoteó. Simplemente, dejó que el viento se lo llevara. Sin embargo, cuando nadie miraba, lo recogió. Y lo guardó como un secreto, uno que le pesaba como una losa en el alma.
Sabía que lo había hecho mal. Que reírse de Mathias junto con los demás había sido una traición. Que llamarlo "el gordo grasiento" había sido una de las peores cosas que pudo haber hecho. Pero en ese momento, ser parte del grupo, no ser ella la burlada, era más importante. Y ahora, lo único que tenía era arrepentimiento.
Respiró hondo, sintiendo el aire frío llenarle los pulmones, y cerró los ojos con fuerza. Su corazón latía con desesperación, como si intentara escapar de su pecho.
De repente, la puerta del balcón se abrió.
-¿Qué haces aquí? -La voz de Mathias la tomó por sorpresa.
Samantha se giró de inmediato, con los ojos muy abiertos. No esperaba verlo allí. Él había regresado, ¿por qué estaba de vuelta?
Mathias la miraba con una expresión inescrutable. Sus ojos oscuros y profundos, la analizaban con una mezcla de cansancio y desconfianza. Había aprendido a no esperar nada de ella.
-Yo... -Intentó hablar, pero su voz se quebró.
Mathias suspiró, como si estuviera harto.
-No tienes por qué inventar excusas. No me interesa escucharlas.
Samantha sintió una punzada en el pecho.
-No son excusas -dijo en voz baja-. Solo...
Se detuvo. ¿Qué podía decir? ¿Qué lo sentía? ¿Qué quería retroceder el tiempo? ¿Qué odiaba lo que había hecho?
Mathias chasqueó la lengua.
-¿Sabes qué es lo peor de todo? Que durante un tiempo creí en ti. Pensé que tal vez tú... -hizo una pausa, sacudiendo la cabeza-. Pero solo fui un estúpido.
-No lo fuiste -susurró Samantha, con los ojos ardiendo de nuevo.
Mathias rio sin humor.
-No me digas eso ahora. No después de todo.
Hubo un silencio tenso entre ambos.
Samantha bajó la mirada. Sentía que las palabras se le atoraban en la garganta, que no importaba cuánto intentara explicarse, nada arreglaría lo que había hecho.
-Lo guardé -soltó de repente, casi sin pensar.
Mathias frunció el ceño.
-¿Qué cosa?
Samantha metió la mano en el bolsillo de su abrigo y sacó un papel arrugado. Lo desplegó con cuidado y, aunque el tiempo había hecho lo suyo, aún se podía ver el dibujo.
Mathias parpadeó.
-¿Por qué...?
-Porque me importaste. Porque nunca quise hacerte daño, pero fui cobarde. Porque tenía miedo de que me vieran a tu lado y me juzgaran, y me odié por ello.
Mathias apretó los puños.
-¿Y crees que eso me hace sentir mejor? ¿Qué guardaste un maldito dibujo, todo se borra?
Samantha negó con la cabeza, las lágrimas cayendo sin control.
-No. No lo creo. Pero tenía que decírtelo.
Mathias se pasó una mano por el cabello, frustrado.
-No sé qué quieres de mí, Samantha. ¿Qué te perdoné? No puedo.
Ella tragó saliva con dificultad.
-No te pido que me perdones. Solo... quería que supieran la verdad.
Hubo otro silencio, más largo esta vez. El viento frío los envolvía, pero el calor de los sentimientos no expresados pesaba más.
Finalmente, Mathias dio un paso atrás.
-Espero que encuentres la manera de perdonarte a ti misma. Pero yo... no puedo hacerlo.
Y sin decir más, se dio la vuelta y se marchó.
Samantha se quedó allí, temblando, con el dibujo entre sus manos y el corazón hecho pedazos.
Sabía que había perdido la única oportunidad que tenía.
Y que no había vuelta atrás.
Samantha salió del salón apresurada, sin voltear atrás. Su respiración estaba agitada, su corazón golpeaba con fuerza contra su pecho, y las lágrimas amenazaban con volver a caer. No podía enfrentarlo más, no después de ver el desprecio en sus ojos.
Mathias ya no la miraba con la dulzura de antes. No había ternura en su mirada, solo un muro infranqueable de resentimiento.
Al llegar a su casa, subió las escaleras de dos en dos, cerró la puerta de su habitación y dejó caer su mochila al suelo sin importarle el ruido. Necesitaba desahogarse, encontrar un refugio en el único lugar donde sus sentimientos podían ser sinceros.
Se acercó a su escritorio y tomó su diario. Ese libro de tapas gastadas y hojas llenas de letras apretadas y garabateadas con desesperación. En él estaban las palabras que nunca se atrevió a decir, los sentimientos que ocultó por miedo, las emociones que reprimió hasta que se volvieron insoportables.
Con manos temblorosas, pasó las páginas hasta llegar a una en particular.
Día 47.
Hoy lo vi de nuevo. Mathias estaba sentado solo en el patio, dibujando. Me pregunté qué era esta vez. Me acerqué sin que me notara y lo vi. Me estaba dibujando. No sé si lo supo, pero me estremecí. Me miraba con el mismo detalle con el que plasmaba cada trazo. No entendí por qué, no hasta que sentí mi corazón latir más rápido. No hasta que me di cuenta de que me había enamorado de él.
Samantha cerró los ojos con fuerza, sintiendo cómo las lágrimas escapaban. ¿Cómo había sido tan estúpida?
Ella lo había amado. Lo amaba.
Pero en lugar de tomar su mano cuando más lo necesitaba, lo empujó hacia el abismo.
Se mordió el labio con frustración y pasó a otra página.
Día 63.
Hoy me reí con ellos. Con Viviana y los demás. Me uní a sus burlas. Lo llamé "gordo grasiento". Vi el dolor en sus ojos. Vi cómo bajó la mirada. Quise correr, abrazarlo, decirle que no era verdad, que era el chico más increíble que había conocido. Pero no lo hice. Me quedé allí, riendo con ellos, mientras mi corazón se rompía en pedazos.
Samantha cerró el diario con un golpe seco. No podía seguir. No ahora.
Se levantó de la silla y caminó hacia la ventana, observando la calle desierta. Mathias había regresado. Después de tanto tiempo, había vuelto.
Y ella buscaría su perdón. Cueste lo que cueste.