Capítulo 5 ¡Porque eres así!

El día había llegado. La boda fue sencilla, sin lujos ni grandes celebraciones. Samantha D'Aro avanzó por el pasillo de la iglesia, del brazo de su padre, Leopoldo D'aro. Su vestido blanco, aunque hermoso, parecía una ironía en su destino: no representaba pureza ni amor, sino una transacción disfrazada de matrimonio.

Al final del altar, Mathias Brown la esperaba con una expresión inescrutable. Su postura era firme, su mirada fría, y en ningún momento desvió sus ojos de ella. No hubo una sonrisa, ni una caricia, ni un susurro de bienvenida.

Cuando llegó el momento de los votos, Samantha se aferró a una pequeña esperanza.

-¿Acepta usted a Samantha D'Aro como su esposa?

-Sí -dijo Mathias, con una voz carente de emoción.

El pecho de Samantha se comprimió. Sus labios temblaron apenas cuando llegó su turno.

-Sí, acepto.

Las palabras resonaron en la iglesia, sellando su destino. No hubo beso. Solo un seco intercambio de anillos antes de que el oficiante los declarara marido y mujer.

Después de la ceremonia, una comida modesta reunió a ambas familias. No había brindis ni felicitaciones efusivas, solo silencios incómodos y miradas furtivas. Leopoldo Armenta intentó disimular su incomodidad, mientras que Mathias se mantenía distante, cortante en sus respuestas.

Samantha sintió el peso de su realidad: no había luna de miel, ni una dulce noche de bodas, ni un viaje que simbolizara un nuevo comienzo. En cambio, al caer la tarde, Mathias la llevó a su nueva casa.

No a una mansión, ni a un departamento lujoso. No.

La había llevado a la casa donde él había crecido.

Un hogar modesto, con muebles antiguos, paredes con historia y habitaciones impregnadas de recuerdos que no eran suyos.

Apenas cruzó la puerta, Mathias se volvió hacia ella, su voz dura como el acero.

-A partir de ahora, tú te encargarás de la casa. De la limpieza, de la comida, de todo.

Samantha se quedó en silencio. Lo observó con atención, analizando el desprecio en sus palabras. Creía que ella era una niña mimada, alguien que jamás había tocado un trapo o cocinado un platillo. No sabía que su Nana le había enseñado a hacer todo eso.

No respondió. Solo asintió.

Mathias pareció sorprendido por su falta de queja, pero no dijo nada más. Se dirigió a su habitación y cerró la puerta sin siquiera mirarla.

Samantha se quedó en la sala, observando el lugar que sería su hogar. Un suspiro escapó de sus labios.

-Voy a derretir tu corazón de hielo, Mathias Brown -susurró, determinada.

Después de un rato, Mathias bajó al ver que Samantha no lo había seguido, la vio parada en la sala, le dijo que lo siguiera.

-Aquí dormirás -dijo con frialdad, señalando una habitación al final del pasillo.

Samantha tragó saliva y avanzó hasta la puerta. El cuarto era sencillo, con una cama, un armario y una pequeña ventana por la que entraba la luz de la luna. Se sentó en la cama y suspiró.

"Así que así será mi vida ahora..." pensó.

Esa primera noche no lloró. Decidió que no mostraría debilidad.

Pero no imaginaba lo difícil que sería ganarse a Mathias.

Desde el primer día, Samantha se levantó temprano para hacer el desayuno. Recordaba las enseñanzas de su Nana y trataba de preparar algo especial para él.

Cuando Mathias bajó y vio la mesa servida, la miró con indiferencia.

-¿Qué es esto?

-El desayuno -respondió ella con una sonrisa tímida -Preparé panqueques y café.

Mathias se sentó, tomó un bocado y de inmediato dejó los cubiertos sobre la mesa.

-No sabe igual.

-¿Igual a qué?

-A cómo los hace mi madre.

El desprecio en su voz la hirió más de lo que esperaba.

-Pero... pensé que te gustaría.

-No necesito que pienses -soltó él con dureza -No vuelvas a hacer esto.

Samantha sintió un nudo en la garganta. Se esforzó por no llorar, pero cuando Mathias se levantó y dejó el desayuno intacto, una lágrima silenciosa rodó por su mejilla.

"Nunca nada será suficiente para él" pensó, limpiándose el rostro.

Pero no estaba dispuesta a rendirse.

Una tarde, Samantha decidió hacer algo diferente. Si no podía ganarse a Mathias con su esfuerzo, entonces lo haría con conocimiento.

Tomó el teléfono y marcó un número que había encontrado en un viejo recibo dentro de la casa.

-¿Hola? -respondió una voz femenina.

-¿Sara Brown?

Hubo un silencio al otro lado de la línea.

-Sí... ¿Quién habla?

-Soy Samantha.

-¿Samantha?

Sara sonaba confundida.

-Soy la esposa de Mathias -dijo, con un hilo de voz.

El silencio se alargó.

-¿Hija, estás bien?

-Sí, solo que... le llamaba, porque necesito su ayuda -confesó -Quiero aprender a cocinar para Mathias como usted lo hace.

Sara tardó en responder, pero cuando lo hizo, su voz sonó más cálida.

-No te preocupes, mi niña. Puedes venir a mi casa mañana.

Durante las siguientes semanas, Samantha se escapaba a casa de Sara por las mañanas antes de irse al instituto. Aprendió cada receta con paciencia y dedicación.

-Mathias siempre fue quisquilloso con la comida -dijo Sara mientras le enseñaba a amasar pan -Pero cuando algo le gusta, lo demuestra... a su manera.

Samantha sonrió.

-Espero que algún día me perdone, lo por lo menos, le agrade lo que hago por él -menciona Samantha.

Sara la observó con ternura y le tomó la mano.

-¿Por qué haces esto, querida?

-Porque quiero demostrarle que no soy la mujer que él cree.

Sara suspiró.

-Te costará trabajo, pero si realmente lo amas, valdrá la pena. Solo tenle paciencia, verás que todo puede cambiar, no te desanimes, hija, y cuando quieras, yo te ayudo, puedes contar conmigo.

Samantha no respondió. ¿Lo ama? Con todo su corazón. Pero lo que sí sabía era que deseaba ganarse su respeto.

Un día, Mathias llegó temprano a casa y encontró a Samantha en la cocina, preparando su comida con un esmero inusual.

-¿Qué haces?

-Cocinando para ti.

Mathias frunció el ceño al notar que el aroma le resultaba familiar.

-¿Cómo aprendiste a hacer eso?

Samantha sintió el corazón acelerarse.

-Solo... experimenté un poco.

-Mientes.

Se acercó y la miró fijamente.

-¿Quién te enseñó?

Samantha apretó los labios.

-Tu madre.

El rostro de Mathias se endureció al instante.

-No vuelvas a verla.

-¿Qué?

-Te lo prohíbo.

Samantha sintió que la sangre le hervía.

-¡Solo quiero que comas algo que disfrutes!

-No necesito que me complazcas.

-¡Eres un terco!

-Y tú no entiendes que esto no cambiará nada.

Mathias tomó su chaqueta y salió de la casa sin más.

Samantha sintió ganas de llorar, pero se obligó a mantenerse firme.

No iba a rendirse.

Cada mañana, antes de irse al instituto, Samantha dejaba la comida lista para Mathias. Se aseguraba de que todo estuviera en su punto, con el mismo amor y dedicación con los que Sara le había enseñado.

Pero cuando regresaba a casa, encontraba los platos intactos.

-¿No comiste? -preguntaba con esperanza.

-Si comí en la fonda de esquina, tiene mejor sabor la comida, de ahí que la que tú haces -respondía él sin mirarla.

Para Samantha, esas palabras eran una puñalada a su frágil corazón.

-¿Por qué eres así?

Mathias la miró con frialdad.

-Porque esto no es un matrimonio y porque es la verdad.

Samantha apretó los puños.

-Tal vez no, pero podríamos hacer que al menos sea una convivencia menos miserable.

Mathias no respondió. Se limitó a levantarse y encerrarse en su habitación.

Samantha sintió su corazón romperse un poco más.

                         

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