Capítulo 4 Vas a pagar cada lágrima

Samantha salió de la oficina con el corazón encogido. Sentía un cúmulo de emociones encontradas: tristeza, alivio y una extraña esperanza. Mathias no la había perdonado, pero al menos se casaría con él. No importaba si lo hacía por venganza o despecho, ella aprovecharía cada instante para redimir su pasado y ganarse su corazón.

Al llegar a su casa, subió de inmediato a su habitación. Cerró la puerta con llave y se dejó caer sobre la cama. Sus ojos recorrieron el lugar como si estuviera buscando respuestas entre sus propias pertenencias. Finalmente, su mirada se posó sobre la pequeña caja de madera que guardaba en su mesita de noche. Dentro estaba su diario, aquel en el que había derramado cada pensamiento, cada sentimiento, cada lágrima contenida por los años.

Lo tomó entre sus manos y, con dedos temblorosos, lo abrió en la página que conocía de memoria. Era el testimonio de su amor secreto, el amor que nunca se permitió demostrar. Sus ojos recorrieron las líneas escritas con su caligrafía juvenil, impregnadas de una mezcla de deseo y culpa.

"Hoy lo volví a ver. Mathias, el chico gordito de la escuela. Es tan dulce, tan noble... Pero no puedo decirlo en voz alta. Si lo hago, mis amigos se burlarán de mí. No puedo permitirme ser débil. No puedo perder mi lugar en el grupo."

Samantha cerró los ojos con fuerza, sintiendo una punzada en el pecho.

"Perdóname, Mathias." Yo te amé en silencio, pero fui cobarde. Si me negaba a seguir con las burlas, ellos habrían revelado mi secreto. No podía permitirlo... No entonces.

Las lágrimas rodaron por su rostro. ¿Y si las cosas hubieran sido diferentes? ¿Y si hubiese tenido el valor de enfrentarse a sus amigos y defender a Mathias? Tal vez ahora él no la odiaría. Tal vez... podrían haber sido felices.

Dejó el diario sobre la cama y suspiró. No importaba lo que hubiera pasado en el pasado. Ahora tenía una oportunidad de demostrarle cuánto lamentaba lo que hizo. Y lo haría, aunque él no se lo pusiera fácil.

Mientras tanto, en su oficina, Mathias se recargó en su silla con una sonrisa torcida. Finalmente, el destino le había dado la oportunidad de tener a Samantha en sus manos. La misma chica que lo había humillado, que lo había hecho sentir como el ser más insignificante del mundo, ahora sería su esposa.

-Vas a pagar por cada lágrima que derramé, Samantha -murmuró, con una mirada oscura.

No sería una venganza rápida ni violenta. No, él la haría sufrir poco a poco. La haría enamorarse de él, le haría creer que había esperanza... y luego, se la arrebataría.

Se levantó de su asiento y miró por la ventana. El niño gordo e indefenso que ella había conocido ya no existía. Ahora él tenía el poder, y no tenía intención de desperdiciarlo.

Mathias se encontraba en su oficina, mirando el anillo de compromiso que había elegido para Samantha. No era un anillo común, era elegante, pero frío, sin simbolismo romántico, sin historia... al igual que su matrimonio. Tomó el teléfono y marcó un número que conocía bien.

Después de un par de tonos, la voz firme del señor D'Aro se escuchó al otro lado.

-Mathias, qué sorpresa recibir tu llamada.

-Señor D'Aro, llamo para informarle que la boda será en una semana. Espero que su hija esté lista.

Hubo un breve silencio al otro lado de la línea. Mathias podía imaginarse la expresión resignada del hombre.

-Entiendo -respondió finalmente el señor D'Aro con voz grave-. Se lo diré a Samantha.

-Asegúrese de que no haya ningún inconveniente. No quiero retrasos ni complicaciones.

-No los habrá -dijo el señor D'Aro, aunque su tono dejaba en claro que no estaba feliz con la situación.

Mathias colgó sin más. No necesitaba aprobación, no buscaba comprensión. Solo quería asegurarse de que todo siguiera su curso.

Respiró hondo y decidió que era momento de ir a casa. Necesitaba hablar con su madre y sus hermanas antes de que todo se hiciera oficial.

Cuando Mathias llegó a la casa de su familia, encontró a su madre, Sandra, en la sala, acompañada de sus dos hermanas menores, Karolina y Sofía.

Sandra, una mujer de porte elegante y ojos llenos de sabiduría, lo miró con ternura al verlo entrar. Karolina y Sofía, por otro lado, se cruzaron de brazos, como si ya intuyeran lo que su hermano mayor iba a decir.

-Mamá, hermanas... en una semana me caso con Samantha Armenta.

Un silencio incómodo se instaló en la habitación. Sandra dejó escapar un suspiro, mientras que Sofía abrió los ojos con sorpresa y Karolina frunció el ceño.

-¿De verdad vas a hacerlo? -preguntó Sofía, con una mezcla de incredulidad y decepción.

-Así es -respondió Mathias con firmeza.

Sandra negó con la cabeza y se levantó del sillón con calma. Se acercó a su hijo y le tomó las manos entre las suyas.

-Mathias, hijo, sé que has esperado este momento durante años, pero quiero que me digas la verdad... ¿Lo haces porque la amas o porque quieres vengarte?

Mathias endureció su expresión.

-Eso no importa, mamá.

-Sí, importa -insistió Sandra, con dulzura pero con firmeza-. Porque si la amas, entonces no tienes por qué hacerle pasar por lo mismo que tú sufriste. Pero si solo es venganza... entonces te estás convirtiendo en lo que juraste que jamás serías.

Mathias apartó la mirada.

-No es lo mismo. Ella me hizo daño. Me humilló. Me destruyó en su momento.

-Y dime, hijo -dijo Sandra con suavidad-, si alguien te hubiera dado una oportunidad en ese entonces, si alguien te hubiera perdonado y tratado con amor en vez de con odio, ¿no habrías querido eso en lugar de más dolor?

Mathias sintió un nudo en el estómago, pero no respondió.

Karolina, la mayor de sus dos hermanas, decidió intervenir.

-No estamos de acuerdo con lo que estás haciendo, Mathias -dijo con franqueza-. No puedes jugar con los sentimientos de una persona solo porque te hirió en el pasado.

-¿Y qué hay de lo que yo sufrí? -replicó él, con un dejo de amargura.

Sofía se acercó y le tocó el brazo.

-Hermano, tú eres fuerte, lograste superar todo eso y te convertiste en un hombre increíble. ¿Por qué desperdiciar todo en una venganza? Si en verdad quieres lastimarla, ¿no crees que la mejor manera sería demostrarle que, a pesar de todo,,, tú eres mejor?

Mathias cerró los ojos por un momento.

-No lo entenderían...

-Sí, lo entendemos -dijo Sandra, con tristeza-. Entendemos tu dolor, tu resentimiento. Pero también entendemos que el rencor solo destruye a quien lo lleva dentro.

Mathias sintió un peso en el pecho. Sabía que sus hermanas y su madre tenían razón, pero aceptar aquello significaba renunciar a su única forma de desquitarse del pasado.

Sandra le dio un último consejo antes de dejarlo solo con sus pensamientos.

-Si aún la amas, entonces déjala entrar en tu corazón de nuevo. Y si no, al menos no la lastimes solo por el placer de verla sufrir.

Las palabras de su madre quedaron resonando en su mente mucho después de que se despidiera de ellas.

Esa noche, por primera vez en mucho tiempo, Mathias no pudo dormir tranquilo.

            
            

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