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Han pasado cuatro días desde que salí corriendo de la oficina de Alexander Wolfe, y aún no logro entender por qué su presencia me dejó tan descolocada. No fue solo el hecho de que descubriera mi mentira o la propuesta extraña que me hizo; fue algo más. La manera en que me miró, con esa mezcla de control y curiosidad, como si pudiera desentrañar cada uno de mis pensamientos con solo un vistazo. Su voz grave, sus palabras medidas, la forma en que mi nombre sonó en sus labios... Todo eso sigue dando vueltas en mi cabeza, negándose a dejarme en paz.
Intento volver a mi rutina: clases en la mañana, turnos en la cafetería por la tarde, y noches luchando con mi ensayo final. Todo debería ser normal otra vez. Elena ya está mejor, y aunque no le conté lo que pasó en Wolfe Enterprises -ni pienso hacerlo-, me agradeció mil veces por "salvarle" la entrevista. Si tan solo supiera la verdad. Pero cada vez que trato de concentrarme en algo, mi mente regresa a él. A ese momento en que me agarró del brazo para evitar que cayera, a la intensidad de sus ojos grises cuando dijo: "Sabía que algo no cuadraba desde el principio." Y luego, esa propuesta... "Quiero cumplir ciertas fantasías contigo." Un escalofrío me recorre la espalda cada vez que lo recuerdo.
Sacudo la cabeza, molesta conmigo misma. No. No puedo seguir pensando en esto. Es un hombre como cualquier otro, solo que con más poder, más dinero... y sí, más atractivo de lo que debería ser legal. Pero no es mi mundo. No es mi problema. Dejé esa oficina atrás, y con suerte, nunca volveré a cruzarme con él.
Estoy en la cafetería, limpiando mesas y sirviendo cafés, tratando de perderme en la monotonía del trabajo. El aroma a granos tostados y el murmullo de las conversaciones me envuelven, y por un momento, siento que puedo dejarlo todo atrás.
- Val, ¿puedes atender la barra un momento? - me llama Sara, mi compañera, desde el otro lado del local.
Asiento y me coloco tras la máquina de café, ajustándome el delantal con un suspiro.
- ¿Qué va a pedir? - pregunto sin levantar la vista, mis manos ya listas para preparar lo que sea.
- Capuchino, sin azúcar.
Esa voz.
Mi cuerpo se tensa como si alguien hubiera pulsado un interruptor. Levanto la mirada lentamente, y allí está él. Alexander Wolfe, de pie frente al mostrador, con una mano apoyada en la madera y esa elegancia intimidante que parece absorber todo a su alrededor. Su traje oscuro, impecable como siempre, contrasta con la calidez desordenada de la cafetería. No sonríe, pero hay un brillo en sus ojos, como si mi reacción le resultara... divertida.
- Señor Wolfe... - Mi voz sale más baja de lo que pretendo, y me odio por sonar tan débil.
- Valeria - dice él, y el sonido de mi nombre en su tono grave me hace estremecer otra vez.
Trago saliva y me obligo a recomponerme, girándome hacia la máquina de café para preparar su pedido. Mis manos tiemblan ligeramente mientras muelo los granos. ¿Qué está haciendo aquí? Esta cafetería no es el tipo de lugar que alguien como él frecuentaría. Es pequeña, modesta, con mesas gastadas y clientes habituales que piden lo mismo todos los días. No encaja con su mundo de torres de cristal y trajes caros.
Cuando termino, coloco el capuchino frente a él con más cuidado del necesario. Levanta la taza con calma, sin apartar sus ojos de mí ni un segundo.
- ¿Es coincidencia que esté aquí? - pregunto, incapaz de contenerme.
Él inclina la cabeza apenas, evaluándome como lo hizo en su oficina.
- No suelo creer en las coincidencias.
Mi corazón se acelera.
- ¿Entonces?
- Digamos que quería un buen café - responde, su voz tranquila pero cargada de intención.
No le creo. Hay algo detrás de esas palabras, algo que no dice. ¿Vino a verme? ¿Después de lo que pasó? Mi mente vuelve a esa carpeta que deslizó sobre el escritorio, a su propuesta de "fantasías" y "acuerdos". Siento un nudo en el estómago.
- No creo que un café de tres dólares sea el tipo de lujo al que está acostumbrado - digo, intentando sonar casual, aunque mi voz tiembla un poco.
- No subestimes lo simple, Valeria - replica él, y sus ojos se clavan en los míos con una intensidad que me desarma. - A veces, lo más básico puede ser... fascinante.
¿Se refiere al café o a mí? No tengo idea, pero su mirada me quema. Intento mantener la compostura, pero siento que estoy perdiendo el control de la situación.
- ¿Te queda mucho turno? - pregunta de repente, como si fuera lo más natural del mundo.
Normalmente salgo a las seis, pero sin pensarlo, respondo:
- Quince minutos.
- Bien - dice, como si lo hubiera calculado todo desde el principio. - Te espero afuera.
¿Qué?
Antes de que pueda reaccionar, se da la vuelta y camina hacia la salida con esa seguridad que parece innata en él. Me quedo paralizada, viendo cómo su silueta desaparece por la puerta de vidrio.
- Dime que ese era Alexander Wolfe... - susurra Sara a mi lado, con los ojos abiertos como platos.
No respondo. Mi cerebro aún está procesando lo que acaba de pasar. ¿Por qué está aquí? ¿Por qué me busca después de que salí corriendo de su oficina? Y lo más importante: ¿por qué mi corazón late tan rápido?
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Quince minutos después, salgo de la cafetería con el abrigo en la mano y el estómago hecho un nudo. Él está allí, esperándome, apoyado contra un auto negro con vidrios polarizados. Las manos en los bolsillos de su abrigo, su postura relajada pero dominante. El frío del atardecer me golpea, pero no estoy segura si es eso o su presencia lo que hace que mi piel se erice.
- ¿Siempre eres así de directo? - pregunto al acercarme, intentando sonar más valiente de lo que me siento.
- Solo cuando quiero algo - responde, y su voz grave me deja sin aliento.
- ¿Y qué es lo que quieres? - digo, cruzando los brazos para protegerme, aunque sea solo un gesto inútil.
Él se inclina ligeramente hacia mí, lo justo para que su cercanía me haga olvidar el espacio entre nosotros.
- Ya te lo dije en mi oficina, Valeria. Me atraes. Y quiero explorar eso contigo.
Mi respiración se detiene. Sus palabras me llevan de vuelta a ese momento, a la carpeta, a su propuesta.
- ¿Explorar qué, exactamente? - pregunto, mi voz temblando de nervios y curiosidad.
- Mis gustos son... particulares - dice, enderezándose un poco, pero sin romper el contacto visual. - Quiero cumplir ciertas fantasías contigo. Todo bajo tu consentimiento, por supuesto. Nada ilegal, nada que no acuerdes antes. Pero para saber más, tendrías que firmar.
- ¿Firmar? - repito, incrédula. - ¿Otra vez con eso?
- Un acuerdo de confidencialidad - explica con calma. - Es necesario. Mis deseos no son convencionales, y necesito asegurarme de que estés comprometida antes de revelarlos.
Sacudo la cabeza, sintiendo cómo el pánico y la fascinación luchan dentro de mí.
- ¿Qué tipo de cosas? - insisto, desesperada por una respuesta concreta.
- Firma primero - dice él, su tono firme pero no agresivo. - Entonces lo sabrás.
Miro sus ojos grises, buscando alguna pista, pero solo encuentro esa certeza fría y magnética que me desarma. Esto es demasiado. Demasiado extraño, demasiado intenso. No puedo lidiar con esto.
- Lo siento, señor Wolfe - digo, dando un paso atrás. - No puedo... No sé qué quiere de mí, pero esto no es para mí.
- Piénsalo - dice él, imperturbable. - La oferta sigue en pie. Por ahora.
-No - respondo, más para convencerme a mí misma que a él. - Gracias, pero no.
Doy media vuelta y me alejo rápidamente, casi corriendo hacia la esquina de la calle. No miro atrás, pero siento su mirada en mi espalda, pesada y persistente. Mi corazón late con fuerza, y mi mente es un caos. ¿Qué acaba de pasar? ¿Por qué me busca? ¿Y por qué, a pesar de todo, una pequeña parte de mí quiere girarse y aceptar?
Cuando llego a casa, me dejo caer en el sofá, temblando. Alexander Wolfe no es solo un hombre poderoso. Es un enigma, un peligro, y yo... yo estoy atrapada en su órbita, aunque intente escapar.