Valle de los Lobos
img img Valle de los Lobos img Capítulo 9 9
9
Capítulo 11 11 img
Capítulo 12 12 img
Capítulo 13 13 img
Capítulo 14 14 img
Capítulo 15 15 img
Capítulo 16 16 img
Capítulo 17 17 img
Capítulo 18 18 img
Capítulo 19 19 img
Capítulo 20 20 img
Capítulo 21 21 img
Capítulo 22 22 img
Capítulo 23 23 img
Capítulo 24 24 img
Capítulo 25 25 img
Capítulo 26 26 img
Capítulo 27 27 img
Capítulo 28 28 img
Capítulo 29 29 img
Capítulo 30 30 img
Capítulo 31 31 img
Capítulo 32 32 img
Capítulo 33 33 img
Capítulo 34 34 img
Capítulo 35 35 img
Capítulo 36 36 img
Capítulo 37 37 img
Capítulo 38 38 img
Capítulo 39 39 img
Capítulo 40 40 img
Capítulo 41 41 img
Capítulo 42 42 img
Capítulo 43 43 img
Capítulo 44 44 img
Capítulo 45 45 img
Capítulo 46 46 img
Capítulo 47 47 img
Capítulo 48 48 img
Capítulo 49 49 img
Capítulo 50 50 img
Capítulo 51 51 img
Capítulo 52 52 img
Capítulo 53 53 img
Capítulo 54 54 img
Capítulo 55 55 img
Capítulo 56 56 img
Capítulo 57 57 img
Capítulo 58 58 img
Capítulo 59 59 img
Capítulo 60 60 img
Capítulo 61 61 img
Capítulo 62 62 img
Capítulo 63 63 img
Capítulo 64 64 img
Capítulo 65 65 img
Capítulo 66 66 img
Capítulo 67 67 img
Capítulo 68 68 img
Capítulo 69 69 img
Capítulo 70 70 img
Capítulo 71 71 img
Capítulo 72 72 img
Capítulo 73 73 img
Capítulo 74 74 img
Capítulo 75 75 img
Capítulo 76 76 img
Capítulo 77 77 img
Capítulo 78 78 img
Capítulo 79 79 img
Capítulo 80 80 img
Capítulo 81 81 img
Capítulo 82 82 img
Capítulo 83 83 img
img
  /  1
img

Capítulo 9 9

Cuando reaccioné, seguía arrodillada sobre el suelo de la cueva. Un par de brazos fuertes me rodeaban y mi mejilla se apoyaba en una tela suave, bajo la cual un corazón latía a un ritmo lento y regular. Me enderecé bruscamente, buscando a tientas los pliegues del corpiño para cerrarlos avergonzada. El lobo guió mi mano a tomar un cuenco de agua.

-Gracias, mi señor -resollé luego de vaciarlo.

-Necesitas recostarte -susurró con una suavidad inesperada-. Porque aún hueles a plata.

Me ayudó a incorporarme y dar los pocos pasos que me separaban del jergón.

-Veamos qué otra sorpresa nos preparó tu hermana -murmuró haciendo que me recostara-. No te muevas.

Acomodó mis piernas extendidas, me quitó las botas y cubrió mis pies con la manta, como para evitar que tomara frío. Contuve el aliento cuando se inclinó sobre mí. Olió mi cara y mi cuello con lentitud, luego su aliento corrió como un hálito tibio sobre mi piel, de hombro a hombro.

Me estremecí cuando apartó mis manos de los pliegues desatados del corpiño, permitiendo que se abrieran. Sentí que moría de vergüenza cuando siguió revisándome, porque mi pecho se alzó como por reflejo al sentir su aliento.

Se inclinó un poco más, hasta que su nariz rozó mi pecho, que volvió a saltar. Mi corazón latió con fuerza cuando movió la nariz en círculos, tocando apenas mi piel. No sé cómo logré mantenerme quieta al sentir el roce fugaz de sus labios.

-Aquí no -susurró.

Sus manos se apoyaron junto a mi cintura y olió el vestido hasta detenerse justo por debajo de mis caderas.

-¿Llevas algo bajo el vestido? -preguntó con toda seriedad.

Me cubrí la cara con ambas manos al asentir.

Sentí que sujetaba mi falda. El lino se deslizó por mis piernas hasta mis muslos, y me aplasté contra el jergón cuando alzó la falda más allá de mis caderas.

-No te muevas. La plata está aquí.

Hubiera querido que la tierra me tragara cuando su aliento tocó mi piel. No sólo moría de la vergüenza: sentía toda clase de sensaciones extrañas en mi vientre, como cuando rozara mi pecho. Apoyó las manos en mis muslos, como para evitar que me moviera, y la punta de su nariz se paseó sobre las diminutas bragas que me enviara Lirio, de una cadera a la otra.

Orientó su búsqueda un poco más abajo y se detuvo bruscamente a escasos centímetros de mi entrepierna.

-¿Qué diablos? -masculló para sus adentros. Lo sentí erguirse bruscamente, apartando sus manos de mis muslos-. Quítatelas.

-¿Mi señor?

-Olvídalo. Yo lo haré.

Antes que pudiera darme cuenta, sus dedos engancharon la cintura de las bragas y jalaron con suavidad hacia abajo. Apenas alcancé a empujar la falda para cubrirme, al mismo tiempo que él me sujetaba una pierna y luego la otra para retirar la prenda íntima. Atendí al sonido inconfundible de su olfateo para ignorar mi agitación.

Salté en el jergón cuando me sujetó la mano, rozando accidentalmente mi vientre. Ignoró mi sobresalto para guiar mis dedos a las bragas y me hizo palpar otra pequeña pepita, chata y alargada, oculta en la costura interna de la prenda.

-¿Te das cuenta dónde está?

Curiosa, me senté y tomé las bragas con las dos manos, palpando hasta reconocer el escondite del fragmento de plata: quedaba exactamente en la entrepierna. Volví a sobresaltarme cuando me acarició la cabeza.

-Si hubieras llegado con esto al castillo, no hubiera terminado bien para ti. Nada bien.

Me quitó la prenda de las manos con suavidad y oí un chisporroteo distinto entre las llamas. El olor de tela quemada flotó un momento en el aire. El fugaz roce de sus labios en mi cabello me dejó sin aliento. Sentí que olía mi frente, y sujetó mi barbilla para que alzara la cara. Su nariz se deslizó como un soplo por mi mejilla.

-¿Cómo es posible que huelas así? -murmuró, y comprendí que la breve cosquilla contra mi piel eran sus bigotes.

-¿Así cómo, mi señor? -inquirí en un hilo de voz, completamente inmóvil, el corazón latiendo con fuerza en mi pecho.

-A enebro, como los humanos... -Olió mi mejilla muy cerca de mi boca-. Un poco a paria... Y algo más que no reconozco...

Su nariz subió hacia la mía y sentí su aliento sobre mis labios, que se entreabrieron sin consultarme. Se demoró así por un instante que bastó para que mi corazón se desbocara.

-Deshazte de este maldito vestido -dijo en un soplo, y aspiré como si pudiera respirar sus palabras. Su piel humana también olía vagamente a rocío y bosque. Y por algún motivo que se me escapaba, hacía que la cabeza me diera vueltas.

-No tengo otras ropas -murmuré junto a su boca.

-Yo te enviaré nuevas mañana.

Creo que asentí.

Se apartó de mí y sentí un eco de algo que sólo puedo describir como desilusión. Hubiera querido seguir sintiendo su aliento en mi piel, y sus manos que me tocaban con gentileza. Y sobre todo, hubiera querido que volviera a sostenerme en sus brazos, como cuando me desvaneciera un rato antes.

Me sobresalté al sentir sus manos en mis hombros.

-Te ayudaré a quitártelo -susurró en mi oído, y me di cuenta que había rodeado el jergón para agacharse a mis espaldas.

Esperó a que me tapara las piernas con la manta y me hizo levantar los brazos, alzando el vestido más allá de mi pecho y mi cabeza en completo silencio. Me apresuré a cubrirme hasta la barbilla, volviendo a acostarme en el jergón. La piel de oso agregó su peso y su calor a la manta. Lo dejé arroparme como sólo Tea hacía, y sólo cuando estaba muy enferma. Apoyó su mano en mi cabeza una vez más, siempre en silencio. Tras la venda, de pronto mis párpados se sentían pesados.

Lo oí alejarse hacia el arcón y me tendí de cara al fuego, dándole la espalda, para permitirle la poca privacidad que podía ofrecerle. El último sonido que reconocí fue el crujido del taburete cuando se sentó al fondo de la cueva.

Desperté en medio de la noche. Sin sobresaltos, simplemente me hallé despierta. Seguía tendida de cara al fuego, bien abrigada bajo la manta y la piel de oso, sobre la que el lobo se tendiera a dormir contra mi espalda. Entonces sentí su trufa fría y húmeda tocando mi hombro. Su aliento era como una caricia cálida sobre mi piel. Hubiera querido atreverme a darme vuelta, para sentir su respiración pausada y profunda en mi pecho. Cerré los ojos con un suspiro, contentándome con el rastro de su olor a bosque y rocío. Y madreselva.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022