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Capítulo 2: Entre el Silencio y el Deseo
La noche se extendía sobre la mansión como un manto de sombras y silencio. Jennifer se miró en el espejo de su tocador mientras deslizaba el cepillo por su largo cabello oscuro. Vestía un camisón de encaje blanco, delicado y sutilmente transparente, una prenda que alguna vez había encendido la pasión en Damian, pero que ahora apenas lograba provocar una reacción en él.
El problema no era la falta de amor; Jennifer lo sabía. Damian la amaba con devoción, y ella sentía lo mismo por él. Pero en la cama... algo se había apagado. Sus encuentros eran mecánicos, casi coreografiados. La misma cadencia de caricias, las mismas posiciones, la misma intensidad medida.
Jennifer cerró los ojos y suspiró. No se atrevía a admitirlo, pero su deseo iba más allá de lo que Damian imaginaba. Anhelaba sentirlo sin reservas, sin miedos, sin la delicadeza con la que él siempre la trataba. Pero decirlo en voz alta... la avergonzaba.
-Ven a la cama -la voz de Damian la sacó de sus pensamientos.
Se giró y lo vio en el umbral del baño, con el cabello húmedo y apenas una toalla atada a su cadera. Su físico era una obra maestra: musculoso, fuerte, de presencia imponente. Sus ojos verdes la recorrieron con un destello de deseo contenido.
Jennifer dejó el cepillo y caminó hacia la cama. Damian la observó con atención cuando se deslizó bajo las sábanas.
Él se inclinó sobre ella, rozando su cuello con los labios antes de susurrarle:
-¿Estás cansada?
Jennifer negó con la cabeza.
Damian respondió con un beso lento, explorando su boca con paciencia, como si cada encuentro tuviera que ser una repetición exacta del anterior. Sus manos recorrieron su cuerpo con la misma ternura de siempre, y aunque Jennifer disfrutaba de su contacto, algo dentro de ella se removía con frustración.
Él era dominante por naturaleza. Lo veía en la forma en que se movía, en la manera en que manejaba los negocios, en la autoridad con la que hablaba. Pero con ella... se contenía.
Jennifer dejó escapar un gemido ahogado cuando él entró en ella, pero incluso el ritmo con el que se movía era contenido, cuidadoso. Sabía que Damian la amaba y que nunca querría hacerle daño, pero eso mismo era lo que los estaba frenando.
Cuando todo terminó, el silencio se instaló en la habitación. Damian rodó sobre su espalda y Jennifer giró el rostro hacia un lado, con la mente llena de pensamientos que no se atrevía a decir en voz alta.
Una Conversación Inesperada
A la mañana siguiente, Jennifer bajó a la cocina en busca de un té. Se sentía inquieta, insatisfecha de una manera que no sabía cómo describir.
Melisa estaba en la cocina, con el cabello recogido en una trenza suelta. Se movía con naturalidad entre los estantes, organizando los platos y limpiando la encimera.
Jennifer dudó por un momento, pero la necesidad de hablar con alguien la empujó a hacerlo.
-Melisa... ¿tienes un momento?
La joven pelirroja se giró con cierta sorpresa.
-Sí, claro señora. ¿Necesita algo?
-Solo Jennifer, por favor -dijo con una sonrisa suave-. Y... no, no necesito nada. Solo quería conversar.
Melisa dejó los platos a un lado y se apoyó en la encimera.
-¿Sobre qué?
Jennifer mordió su labio inferior, sintiéndose ridícula por lo que estaba a punto de confesar. Pero no tenía a nadie más con quien hablar.
-¿Crees que la pasión en una pareja puede apagarse con el tiempo?
Melisa la miró con curiosidad.
-Sí, supongo que sí... Si se deja que la rutina lo consuma.
Jennifer soltó un suspiro.
-Amo a Damian, pero en la cama... todo se ha vuelto predecible.
La mirada de Melisa se tornó más atenta.
-¿Y han intentado cambiarlo?
Jennifer bajó la vista, sintiendo un leve rubor en sus mejillas.
-No sé cómo decirle lo que quiero. Me da vergüenza.
Melisa sonrió con un destello de diversión en los ojos.
-¿Y qué es lo que quieres?
Jennifer tragó saliva. Nunca lo había dicho en voz alta, ni siquiera se lo había admitido a sí misma del todo.
-Quiero que él... me domine más. Que deje de tratarme con tanta delicadeza.
Melisa cruzó los brazos, analizándola con interés.
-Entonces, ¿quieres que te tome sin reservas?
Jennifer sintió su piel arder.
-Sí... pero él se contiene. No sé si por miedo o porque cree que no me gustaría.
Melisa se apoyó en la mesa y la miró con una sonrisa.
-Tal vez solo necesita una señal... Algo que le haga entender que no necesitas que te cuide, sino que te haga sentir viva.
Jennifer la miró en silencio, dejando que sus palabras se filtraran en su mente.
Tal vez Melisa tenía razón.
Tal vez solo tenía que mostrarle a Damian que no era tan frágil como él creía.
Pero lo que Jennifer no sabía era que la presencia de Melisa en la casa estaba a punto de encender un fuego que ninguno de los tres esperaba.
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La Sombra del Deseo
Esa noche, Jennifer decidió intentar algo diferente.
Cuando Damian entró en la habitación, la encontró esperándolo sentada en la cama, con un camisón más atrevido de lo normal, suelto sobre su piel sin nada debajo.
Él se detuvo en seco, sus ojos verdes oscureciéndose al instante.
-Ven aquí -susurró ella, sorprendiéndose a sí misma por la seguridad en su voz.
Damian arqueó una ceja, pero no dudó en acercarse. Jennifer tomó su muñeca y lo atrajo hacia la cama, inclinándose sobre él.
-Esta noche -susurró contra sus labios-, quiero que dejes de contenerte.
Los ojos de Damian se entrecerraron, su mandíbula tensándose.
-¿De qué hablas?
Jennifer deslizó las manos por su pecho desnudo, sintiendo los músculos contra sus dedos.
-Lo sabes.
Damian la sostuvo por la cintura, observándola en silencio.
-No quiero hacerte daño.
Jennifer esbozó una sonrisa y llevó su boca a su oído.
-Confía en mí.
Las palabras parecieron encender algo en él, porque de repente, Damian la giró con brusquedad sobre la cama, atrapándola bajo su cuerpo con una intensidad que nunca antes había mostrado.
Jennifer sintió su corazón acelerarse cuando él deslizó los labios por su cuello con una mezcla de posesión y deseo.
Pero justo cuando las cosas comenzaban a cambiar entre ellos, un ruido en el pasillo los hizo detenerse.
Damian levantó la cabeza y Jennifer se incorporó un poco.
La puerta de su habitación estaba entreabierta.
Y al otro lado, Melisa estaba ahí.
Jennifer sintió su pulso dispararse. Melisa no estaba espiando, pero había pasado justo en ese instante, y sus ojos se encontraron con los de Damian por una fracción de segundo antes de apartar la vista y seguir caminando por el pasillo.
Un escalofrío recorrió la piel de Jennifer.
No estaba segura de por qué, pero en ese momento, supo que algo estaba a punto de cambiar para siempre.