Era mesera, pero una tarde en la que cantaba suavemente mientras ordenaba las mesas antes de abrir, el dueño del lugar me escuchó y me propuso trabajar de mesera medio tiempo y el resto de la noche podría cantar, pero eso solo lo hacía los miércoles, viernes y fines de semana.
Me encantaba hacerlo y más si eso significaba ingresos extras, ya que cuando la gente comenzó a escucharme elegía las horas en la que cantaba para venir y el lugar se llenaba. Eso me hacía sentir orgullosa, ya que ellos se encontraban aquí por mí.
En cuanto terminé la canción algunos aplausos se escucharon, mientras que otros silbaron con algo de alegría, aun cuando la canción que acababa de interpretar transmitía todo lo contrario. Con una sonrisa bajé del escenario para dirigirme a la parte trasera del improvisado escenario. Con la misma sonrisa hice el recorrido hasta la pequeña sala en donde dejábamos nuestras cosas, ahí me encontré a Lina con mi teléfono móvil en sus manos.
-¿Ya te vas? -le pregunté mientras me acercaba a ella y tomaba mi teléfono móvil de sus manos cuidadosamente, pero ella parecía choqueada -¿Sucede algo, Lina? -ella asintió varias veces y la preocupación pasó levemente por su rostro.
-Tomé tu teléfono porque no paraba de sonar y creí que era tu madre por algo importante -ella miró mis ojos dejándome ver como los suyos estaban húmedos -lo siento tanto.
Luego de eso me abrazó fuertemente, abrazo que no correspondí porque no entendía nada.
-Tu madre murió hace unos pocos minutos -susurró en mi oído, en cuanto escuché esas palabras la separé bruscamente de mi cuerpo para mirar como las lágrimas rodaban por sus mejillas, luego negué una y otra vez.
-Deja de decir mentiras -le advertí, pero ella solo pudo romperse un poco más -mi madre muerta -susurré y ella se abalanzó a mi cuerpo para darme un abrazo que esta vez sí correspondí.
No entendía nada, definitivamente no lo hacía, mi madre era una mujer de apenas cuarenta años sin ninguna complicación, no salía de casa a menos que fuese conmigo o para ir a la casa de al lado con la vecina, definitivamente no entendía nada.
-¿Qué le pasó? -pregunté separándome de ella y tomando mis pertenencias.
-No lo sé, dijeron que te contactaras con el número registrado en tu teléfono móvil, que ellos te explicarían la situación.
Miré la pantalla negra de mi móvil y sin pensarlo dos veces lo encendí para remarcar el último número que había llamado. Mientras sonaba el primer tono comencé a salir del restaurante por la puerta trasera sin percatarme de nada, mientras sonaba el segundo tono empujaba la puerta de metal del callejón para poder salir a la calle, antes de que sonara el tercero un hombre respondió a mi llamada.
-Buenas noches -saludó -señorita, Alisha Heish, le habla el doctor Bermond, lamento que nuestra primera vez hablando sea para una pésima situación, pero necesito que se reúna conmigo en la morgue del hospital para poder entregarle el cuerpo de su madre y su récord médico.
Después de esas palabras todo pasó tan rápido, recuerdo muy pocas cosas de esa noche, pero más pocas aun del siguiente día. Lo único que se había grabado a fuego en mi mente fue aquel análisis médico en donde certificaba que mi madre tenía cáncer desde hacía dos años y se había negado rotundamente al tratamiento, mi madre estaba muriendo frente a mis narices y no me di cuenta.
Pero lo que más me dolía era que ella no había confiado en mí, había sufrido sola estos años aun cuando yo podía de alguna forma aliviar su dolor, hacerla olvidar, ella se había entregado a la muerte dejándome sola en un mundo en donde ya no me quedaba nada.
Después de enterrarla los días pasaron sin que siquiera me diera cuenta. Había dejado mi empleo y había subsistido solo con alcohol y comida enlatada. Me la pasaba llorando y cuando Lina golpeó la puerta de mi casa no abrí. Ni siquiera recordaba el último día en el que me había duchado y aunque los vecinos tocaran mi puerta intentando darme el pésame no les abría.
Yo vivía por y para mi madre, aunque ella trabajaba, su trabajo no generaba los ingresos suficientes por lo que desde que terminé la escuela busqué un trabajo para aliviar su carga, me pasaba mis días libres con ella, vacacionaba con ella, salía con ella, hasta que pude tener un trabajo estable que generara suficiente para ambas y así ella dejara de trabajar.
Definitivamente fue algo enfermizo aferrarme tanto a ella, porque mi vida dependía totalmente de ella, por lo que ahora nada tenía el más mínimo sentido.
Las lágrimas recorrieron por mis mejillas mientras llevaba la botella a mis labios y le subía a la música que sonaba a través de los auriculares, ya ni recordaba cómo se llamaba ni le prestaba atención a la letra, solo me dejaba envolver por la melodía mientras bebía un poco más.
Cuando intenté levantarme del sofá en el que me encontraba resbalé con alguna sustancia extraña del piso, caí hacia adelante debido a los reflejos de los que carecía por tanto alcohol. Mi cabeza terminó golpeándose con la esquina de la mesita cayendo en la inconciencia.
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Un mes había pasado, un largo y angustioso mes en el que había solamente sobrevivido, un mes en el que solo subsistí gracias a las reservas de comida en mi casa, me había comido hasta las cosas que no me gustaban solo para no tener que abandonar la protección que me daba mi hogar, las cuatro paredes que habían visto morir a mi madre, pero todo se había acabado y me veía obligada a abandonar mi triste agujero para poder reponer la alacena y las botellas de alcohol que habían estado adormeciendo mis emociones.
Sin ducharme me coloqué un jean negro y un abrigo gris, amarré mi enmarañado cabello color chocolate en un moño y me lavé la cara lo mejor que pude para que pasara desapercibida mi resaca. Mis pies ocultos tras unas Adidas negras se dirigieron hasta la puerta con la tarjeta de crédito en mano y las llaves. Era de noche, por lo que no me preocupaba de ser vista por los vecinos. Recorrí las pocas calles que me separaban del supermercado 24 horas y en cuanto lo divisé aceleré el paso sintiendo el frío de la noche calarme.
Sin detenerme en la entrada ingresé en el pequeño supermercado y tomé un canasto para poner todo lo que compraría, busqué todo lo que necesitaba para alimentarme incluyendo dos cajas de auriculares y tres botellas de vodka, además de los tampones para el periodo que haría su llegada posiblemente en unas semanas.
Dirigiéndome a la caja para pagar, me detuve para tomar seis cervezas. En cuanto estuve en la caja pasé todos los cosméticos y por último el alcohol.
-Identificación -pidió. Yo solté un suspiro agotador.
Le mostré la identificación esperando que solo se fijara en el año.
-Aun no tienes veintiuno -declaró masticando severamente el chicle en su boca.
-Los cumplo en un par de semanas -él enarcó una ceja y sin siquiera responder terminó de facturarme sin pasar el alcohol.
-Con tarjeta o efectivo -bufé en respuesta casi molesta con el estúpido cajero.
Tiré la tarjeta sobre el mostrador y él la tomó sin inmutarse, pasó la tarjeta y después me tendió el papel para que firmara. De mala gana tomé el lapicero y firmé sobre el papel para luego tirarlo sobre el mostrador y arrebatarle mi tarjeta, luego tomé las bolsas y me encaminé hasta la salida con el ceño fruncido hasta más no poder, estaba tan enojada.
A penas eran las 9 de la noche y no tendría con qué anestesiar mis oscuros pensamientos, definitivamente las cosas iban de mal en peor.
En cuanto llegué a casa lancé las bolsas en la entrada y me dejé arrastrar por la puerta hasta caer al piso, llevé mis manos a mi rostro y sin poder evitarlo comencé a sollozar, estaba destruida, irremediablemente rota, ya no había nada que me atara a este mundo, no tenía trabajo, no tenía amigos, novio o algún otro familiar, mis abuelos habían muerto cuando era niña y mi padre abandonó a mi madre cuando quedó embarazada de mi a los 19 años, ambos estaban en la universidad, pero el decidió dejarla a su suerte para continuar con su sueño mientras que todo su mundo se desboronaba, pero en ese entonces mi madre me tenía a mí y se aferró a mi así como yo me aferré a ella y ahora no me quedaba nada, nada más que tristeza y remordimiento.
Había tenido tantos sentimientos encontrados durante el mes que solo pude tomar la primera botella de vodka que encontré en la casa, a esa le siguieron todas las que se encontraban en la casa, mi madre no tomaba alcohol, pero la vecina solía enviarle canastas durante todo el año, aunque no fuese diciembre ella enviaba una canasta llena de alcohol y dulces ¿Por qué? Solo ella sabría, pero durante ese mes le agradecí eternamente esa costumbre de cada mes, pues ese alcohol almacenado me había servido para callar los gritos de mi mortificada mente.
Con un suspiro cargado de cansancio me levanté del suelo secando mis lágrimas, tomé las bolsas del suelo y me encaminé hasta la cocina para dejarlas sobre la isla. Ahora que me encontraba sobria podía percibir el desagradable olor que desprendía el cesto de basura, sin mencionar la gran cantidad de platos sucios, en los que posiblemente comí varias veces.
-Madre te mataría si viera su casa así -me dije a mi misma mientras abría la nevera para asegurarme de que estuviese totalmente vacía y así era.
Lentamente vacié las bolsas colocando todo donde iba y mientras hacía eso los pensamientos viajaban a través de los años intentando agobiarme, pero como no tenía alcohol, debía buscar algo en lo que ocupar mi mente.
Sin pensarlo mucho tomé las bolsas vacías y comencé a echar en ellas todas las latas vacías, en cuanto recogí toda la basura de la cocina fui hasta la sala para recoger las botellas de alcohol y cualquier otra basura tirada en el piso. Tomé la bolsa de basura de la cocina y la amarré junto con las otras para salir hasta el frente y colocarla en la acera, pues el recolector de basura pasaba a las diez de la noche. Volví dentro para continuar con la limpieza ahora que me encontraba parcialmente sobria, gracias al golpe que me di en la cabeza pude dormir por lo que creo fueron dos días, no sabía con exactitud, pues mi fecha estaba algo distorsionada, pero lo que si sabía era que mi vida había estado en pausa por todas esas horas, cosa que no parecía tan descabellada, ya que solo quería poder presionar un botón y simplemente dejar de sentir.
Pasaron horas en las que me enfoqué solo en limpiar, lavé la ropa sucia, arreglé las habitaciones incluyendo la de mi madre y lavé los trastes de la cocina, la casa estaba limpia y yo seguía más sucia que antes, sin mencionar el horrible olor a alcohol que desprendía mi cuerpo y del que me pude percatar solo ahora.
Con pasos lentos crucé el pasillo ignorando los recuerdos que colgaban de cada esquina de la casa, mi madre y yo habíamos vivido en esta casa desde que tuve ocho años, era el lugar donde ella me había visto crecer y yo la había visto envejecer. Entré en mi habitación y seguí hasta el baño para abrir la llave de la tina. Quité mi ropa mientras el sonido del agua cayendo inundaba el baño, cerré la puerta y me adentré en la tina después de agregar jabón líquido con olor a vainilla.
Amaba el olor a vainilla, por su suave aroma y la forma en la que se impregnaba en tu cuerpo. Sin que pudiera evitarlo los recuerdos comenzaron a invadir mis pensamientos. Recuerdos de cuando mi madre me duchaba en esta misma tina, de cuando me celebró mi cumpleaños número diez con niños que ni conocía solo para que no me sintiera sola, las tardes de té con galletas con la vecina de al lado, me hundí completamente en la tina y grité lo más fuerte que pude sin importarme que el agua entrara a mis pulmones, cuando el aire se extinguió y las fuerzas se acabaron volví a la superficie con las lágrimas confundiéndose con el agua espumada de la tina.
-Te extraño tanto -sollocé sin poder evitarlo -no aguanto más tiempo sin ti, te necesito -dije esperando una respuesta, sin embargo, no la obtuve -la vida no tiene sentido sino estas.
Eso fue lo último que dije antes de salir de la bañera abriendo el desagüe para que el agua escapara. Tomé mi toalla y comencé a secar mi cuerpo y luego mi cabello, por último, la amarré en mi cabeza para que toda el agua escapara de mi oscuro cabello.
Me paré frente al espejo para observar mi figura; había perdido las libras extras que envolvían mis curvas hacía un par de semanas, mis ojos castaños se encontraban apagados y mi piel amarilla pareciendo levemente bronceada se encontraba sin brillo.
Me dirigí a mi pequeño closet y saqué de él un jean negro y una remera del mismo color y un buzo verde oscuro que me quedaba considerablemente grande. Me puse toda la ropa para después secar mi cabello y colocar desodorante. No tenía idea de por qué me arreglaba tanto si de igual forma nadie apreciaría lo limpia que estaba después de lo que estaba a punto de hacer.
Entré en la habitación de mi madre dejándome invadir por los recuerdos voluntariamente, busqué en el cajón de la mesita de noche las llaves de su viejo auto y luego de cerrar todas las ventanas simplemente salí de la casa hasta el auto que se encontraba frente a esta. Una lágrima resbaló por mi mejilla antes de entrar al auto y ponerlo en marcha.