Capítulo 4 Dejó todo en tus manos

Fernando no dudó un segundo más. Tomó su teléfono con firmeza y marcó de inmediato.

-Necesito una ambulancia de urgencia -ordenó con autoridad-. En la calle San Martín, cerca del semáforo. Sí, una mujer está grave.

Colgó y miró a Luz con decisión.

-Bien, llévame a donde está tu madre. La ambulancia ya viene en camino.

Luz sintió que el corazón se le aceleraba. No sabía si era de miedo o alivio, pero asintió y empezó a correr, sin importar que sus pies descalzos golpearan el suelo áspero. Fernando la siguió, tratando de no perder el paso.

Entraron a un barrio humilde, con casas hechas de madera y techos de lámina. El contraste con su mundo de lujos y comodidades le golpeó de lleno, pero no hizo ningún comentario. Solo tenía una meta: ayudar a esa muchacha y a su madre.

Al llegar a la pequeña casa, Luz empujó la puerta con desesperación.

-¡Mamá!

Fernando entró tras ella y su mirada recorrió el lugar. La vivienda era diminuta, con muebles viejos y apenas una cama en la que yacía una mujer pálida, con la respiración lenta y entrecortada.

Se acercó y le tomó la muñeca con cuidado.

-Está viva aún... No te preocupes -le dijo a Luz, con un tono tranquilizador.

Luz cayó de rodillas junto a la cama y tomó la mano de su madre.

-Mami, resiste... te van a ayudar...

En ese momento, el sonido de la ambulancia irrumpió en la calle. Luz sintió que su pecho se llenaba de un poco de esperanza.

Los paramédicos entraron rápidamente y evaluaron a Clara, la madre de Luz.

-Hay que trasladarla de inmediato -informó uno de ellos-. Su estado es delicado.

Luz se cubrió la boca con las manos, conteniendo las lágrimas.

-Voy con ustedes... -susurró con voz temblorosa.

Fernando puso una mano en su hombro.

-No te preocupes, yo me encargaré de todo.

Subieron a la ambulancia. Durante el trayecto, Luz iba aferrada a la mano de su madre, mientras Fernando hablaba por teléfono, asegurándose de que todo estuviera listo en la clínica.

-Quiero que la atiendan en cuanto llegue -dijo con firmeza-. No me importa el costo, solo háganlo.

Cuando arribaron, los médicos ya estaban esperando. Clara fue ingresada de inmediato y comenzaron a tratarla sin demora.

Luz se quedó en la sala de espera, abrazándose a sí misma. Nunca había pisado un lugar como ese, con paredes blancas y el olor a desinfectante impregnando el aire. Su mundo siempre había sido la calle, los semáforos, el hambre... y ahora estaba allí, gracias a un hombre que ni siquiera conocía.

Giró el rostro y miró a Fernando, quien permanecía de pie junto a ella, con los brazos cruzados y la mirada seria.

-Gracias... -susurró Luz con la voz entrecortada.

Fernando la miró y, por primera vez, sonrió levemente.

-No tienes que agradecerme.

Pero en su interior, sabía que aquella decisión cambiaría el destino de ambos para siempre.

El tiempo parecía haberse detenido en aquella sala de espera. Luz no dejaba de morderse las uñas y tenía el corazón en un puño, temiendo lo peor. Fernando, de pie junto a ella, observaba el pasillo con el ceño fruncido, esperando noticias.

Entonces, la puerta de la sala de emergencias se abrió y el doctor salió con expresión seria.

Luz se puso de pie de un salto.

-¡Doctor! ¿Cómo está mi madre?

Fernando también se acercó con paso firme.

El médico, un hombre de mediana edad con gafas y semblante tranquilo, les dirigió una mirada antes de fijar sus ojos en Fernando.

-Todo está bien, Fernando.

Luz sintió que sus piernas temblaban y casi se desplomó de alivio.

-¿Ricardo? -preguntó Fernando, reconociéndolo como un viejo amigo.

El doctor suspiró y asintió.

-Llegaron a tiempo. Pudimos salvarla.

Luz dejó escapar un sollozo de alivio y se llevó las manos al rostro.

-Gracias... gracias...

Fernando mantuvo la mirada en el médico, aún con el gesto tenso.

-¿Qué tiene exactamente?

Ricardo bajó un poco la voz, con tono profesional.

-Neumonía crónica. Su estado era grave, pero logramos estabilizarla. Por el momento, necesitará quedarse hospitalizada unos días hasta que su sistema respiratorio se fortalezca.

Luz lo escuchaba con lágrimas en los ojos.

-¿Pero... se va a recuperar, verdad?

El doctor le dedicó una mirada comprensiva.

-Si sigue el tratamiento adecuado, sí. Pero es fundamental que descanse y reciba cuidados constantes.

Fernando, con los brazos cruzados, asintió con decisión.

-Que se quede el tiempo que sea necesario. No quiero que le falte nada.

Ricardo lo miró con seriedad.

-Fernando, es un tratamiento costoso y...

-No me importa el costo -lo interrumpió Fernando con firmeza-. Solo haz tu trabajo y asegúrate de que salga bien de aquí. ¿Me escuchaste?

El doctor sostuvo su mirada por un momento y luego asintió.

-Está bien. Haré lo mejor posible.

Luz miró a Fernando con asombro. No entendía por qué hacía todo esto por ella. Nadie jamás se había preocupado tanto por su bienestar.

-¿Por qué...? -empezó a decir, pero su voz se quebró.

Fernando la miró con intensidad.

-Porque a veces, las personas correctas llegan en el momento adecuado.

Luz no supo qué responder. Solo sintió que su corazón latía de una manera que nunca antes había experimentado.

Y en ese instante, sin que ninguno de los dos lo supiera, sus destinos habían quedado entrelazados para siempre.

Luz se acercó al doctor con el corazón latiéndole con fuerza.

-Doctor... ¿puedo ver a mi mamá?

El médico la miró con amabilidad y asintió.

-Sí, claro. Estamos a punto de trasladarla a una habitación.

Luz sintió que el aire volvía a entrar en sus pulmones. Quería verla, asegurarse de que seguía viva, que todo esto no era solo un sueño.

Fernando, que había permanecido en silencio, intervino con su tono autoritario.

-Perfecto. Asegúrate de que la habitación tenga todo lo necesario. Quiero sábanas limpias y comida decente para las dos. No quiero que les falte nada.

Ricardo, el doctor, levantó una ceja y sonrió con algo de diversión.

-¿Dando órdenes como siempre, Fernando?

-Tú encárgate -dijo Fernando con firmeza-. Lo que le suceda a ellas será tu responsabilidad.

Ricardo suspiró y levantó las manos en señal de rendición.

-Está bien, hermano, no te preocupes. Mientras esté de guardia, me aseguraré de que estén bien atendidas.

Fernando lo miró fijamente y, tras unos segundos, asintió con satisfacción. Luego, dirigió su atención a Luz, quien lo observaba con incertidumbre.

-Tengo que irme -le dijo con un tono más suave-, pero volveré para ver cómo sigue tu madre.

Luz no supo qué decir. Aquel hombre, que apenas conocía, estaba haciendo tanto por ella que le costaba procesarlo. Solo pudo asentir lentamente.

Fernando se dio media vuelta y comenzó a alejarse con paso firme. Luz lo siguió con la mirada hasta que desapareció por el pasillo.

            
            

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