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Ricardo se acercó a Luz con una expresión más relajada después de la conversación con Fernando. Notó lo frágil que se veía la joven, con los ojos hinchados por el llanto y la ropa humilde que evidenciaba su difícil vida.
-¿Cómo te llamas? -preguntó con voz amable.
Luz levantó la mirada, un poco sorprendida de que alguien le hablara con tanta cortesía.
-Me llamo Luz...
Ricardo asintió con una pequeña sonrisa.
-Bueno, Luz, mi nombre es Ricardo. Soy el doctor a cargo de tu madre. No te preocupes, haré todo lo posible por ayudarla.
Luz tragó saliva y asintió con timidez.
-Gracias, doctor...
Él le hizo un gesto con la cabeza, indicándole que lo siguiera.
-Vamos, te llevaré con tu madre. Ya la están trasladando a una habitación.
Luz sintió un nudo en la garganta. Todo esto parecía irreal. Hacía apenas unas horas estaba desesperada en la calle, sin esperanza, sin saber qué hacer... y ahora, por la bondad de un desconocido, su madre estaba en un hospital recibiendo la atención que nunca pensó poder pagar.
Caminó junto a Ricardo por el pasillo iluminado del hospital, con el corazón latiéndole con fuerza.
No sabía qué le deparaba el futuro, pero en ese momento, solo una cosa importaba: ver a su madre y asegurarse de que estaba bien.
Y tal vez, en el fondo de su corazón, comenzó a preguntarse por qué Fernando, un hombre rico y poderoso, había decidido ayudarla sin pedir nada a cambio.
Luz entró a la habitación y sintió un escalofrío recorrer su cuerpo al ver a su madre acostada en la cama, con el rostro pálido y una máscara de oxígeno cubriéndole la nariz. A su lado, una máquina emitía un pitido constante, y un pequeño frasco con agua burbujeaba de manera extraña.
Su corazón se aceleró.
-¡Doctor! -exclamó con angustia-. ¿Qué es ese tubo que tiene mi madre en la nariz? ¿Y ese sonido? ¿Eso que burbujea? ¡Dígame, por favor, me estoy asustando!
Ricardo la miró con paciencia y sonrió al verla tan alterada, lanzando preguntas sin darle tiempo a responder.
-Tranquila, Luz -dijo con voz calmada-. Solo dime algo... ¿nunca fuiste a la escuela?
Luz bajó la mirada con vergüenza.
-No... nunca pude ir a una.
El médico asintió con comprensión.
-Lo entiendo -dijo con suavidad-. Mira, lo que ves aquí es oxígeno. Ayuda a tu madre a respirar mejor. Y ese frasco con agua que hace burbujas...
Luz lo observó con atención, esperando su respuesta.
-¿Sí? ¿Qué es?
Ricardo soltó una carcajada y negó con la cabeza.
-Jajaja... Eres increíble. Me voy a divertir mucho contigo.
Luz frunció el ceño, un poco molesta.
-¿Por qué se ríe?
-Porque es tierno verte tan curiosa -respondió, sin borrar su sonrisa-. Es un humidificador, ayuda a que el oxígeno no sea tan seco para los pulmones de tu madre.
Luz suspiró, sintiéndose un poco más tranquila.
-Ah... ya entiendo.
Ricardo le revolvió el cabello con suavidad y se puso de pie.
-Bueno, te dejo con tu madre. Pero escúchame bien... no toques nada.
-Está bien, doctor.
-Si ocurre algo, presiona este botón y una enfermera vendrá de inmediato.
-Sí, doctor. Gracias...
Ricardo sonrió antes de salir de la habitación, dejando a Luz al lado de su madre, aún con el corazón latiéndole fuerte.
Por primera vez en mucho tiempo, sentía que no estaba sola.
Fernando llegó a Imperium Moda con paso firme. Su empresa, imponente y moderna, reflejaba años de esfuerzo y visión. Apenas cruzó el lujoso vestíbulo, sus ojos se posaron en una imagen que le hizo fruncir el ceño: su hijo Emilio estaba abrazado a Renata Altamirano, su prometida, mientras esperaban el ascensor.
Renata, como siempre, lucía impecable. Su largo cabello caía en ondas perfectas sobre sus hombros, y su ajustado vestido resaltaba su figura. Sonreía con aire triunfante, como si supiera que dominaba el lugar.
Emilio fue el primero en notar a su padre.
-Papá... -dijo con sorpresa-. Pensé que estabas en tu oficina. ¿Dónde estabas?
Fernando mantuvo su expresión seria.
-Estaba ocupado, hijo.
Renata, al notar la tensión en el aire, se giró con su mejor sonrisa y saludó con cortesía.
-Señor Fernando, qué gusto verlo.
Fernando le dedicó una leve inclinación de cabeza, sin mucho entusiasmo. No era un secreto que Renata no era de su agrado, pero por el bien de la relación con su hijo, mantenía las apariencias.
El "ding" del ascensor interrumpió el momento. Las puertas se abrieron, y los tres entraron.
El aire dentro del ascensor se volvió denso. Fernando, con la mirada fija en el panel de botones, evitó cualquier contacto visual. Emilio, notando la incomodidad, carraspeó.
-¿Tuviste una reunión importante, papá? -preguntó, intentando romper el silencio.
Fernando tardó un segundo en responder.
-Digamos que tuve asuntos más importantes que atender.
Renata arqueó una ceja con curiosidad.
-¿Más importantes que Imperium Moda? Qué interesante...
Fernando la miró de reojo.
-Algunas cosas no pueden medirse en dinero, Renata.
El ascensor llegó a su destino. Las puertas se abrieron, y Fernando salió sin añadir una palabra más.
Renata se quedó mirando a Emilio con una expresión de ligera molestia.
-Tu padre está actuando extraño... ¿No crees?
Emilio suspiró, frotándose la sien con frustración.
-Sí... y no me gusta nada.
Renata entrecerró los ojos.
-Tal vez deberíamos averiguar qué lo tiene tan distraído...
Emilio la miró con seriedad, pero no respondió.
Algo le decía que su padre escondía algo... y no iba a descansar hasta descubrir qué era.
Emilio entró en su oficina con Renata caminando detrás de él. Apenas cruzaron la puerta, ella se dejó caer con elegancia en la silla frente a su escritorio, cruzando las piernas con aire impaciente.
-¿Cuándo piensas decirle a tu padre que nos casaremos, Emilio? -preguntó con un tono que mezclaba dulzura y exigencia-. Ya es hora de que pongamos fecha a nuestra boda.
Emilio, que ya había previsto esa conversación, suspiró con frustración y se frotó la frente antes de responder.
-Renata, hablaré con mi padre cuando sea el momento adecuado.
Ella frunció los labios, claramente insatisfecha con la respuesta.
-¿Y cuándo será ese momento? No quiero que sigamos en una relación sin compromiso formal. Es importante que Fernando lo sepa, Emilio.
Él se apoyó en el escritorio, mirándola fijamente.
-Por ahora, no puedo decirle nada -sentenció con seriedad-. Hay asuntos que debo resolver antes.
Renata entrecerró los ojos, sintiendo que Emilio le estaba ocultando algo.
-¿Y qué asuntos son esos?
-Nada de lo que debas preocuparte -respondió tajante-. Mejor vete a trabajar, Gaby debe estar esperándote para la sesión de fotos de la portada.
Renata exhaló lentamente, controlando su molestia.
-Está bien, amor... -dijo con una sonrisa forzada. Se puso de pie con la misma elegancia con la que había llegado y se inclinó para darle un beso en los labios-. Pero no creas que me olvidaré de esto.
Emilio apenas respondió el beso.
-Nos vemos luego.
Renata salió de la oficina con paso firme, pero su mente ya estaba maquinando. Algo no estaba bien con Emilio... y ella no iba a quedarse de brazos cruzados.