/0/16083/coverbig.jpg?v=59b595b231e01f1517a886fcd1a9e466)
Al día siguiente, Luz se levantó temprano, lista para salir a vender sus rosas, pero su madre la llamó con una voz débil.
"Hija, por favor, no vayas hoy a vender flores. Quédate conmigo."
Luz se acercó a la cama y tomó la mano temblorosa de su madre. Su piel estaba fría y su respiración era pesada.
"Mamá, si no voy hoy, ¿qué vamos a comer?" preguntó con preocupación. "Mira, estás muy débil. Voy a ver si te hago una sopita de huevo sancochado, ¿te parece bien?"
Su madre asintió lentamente con una leve sonrisa. Luz fue a la cocina y revisó lo poco que tenían. Solo un huevo. No había verduras, ni siquiera un poco de arroz. Suspiró, sintiendo el peso de la desesperación en su pecho.
Con determinación, decidió salir. Sabía que en algunos mercados y lugares de descarga de alimentos solían regalar verduras que estaban a punto de dañarse. No le avergonzaba buscar entre los restos si eso significaba poder alimentar a su madre. Con una canasta vacía y esperanza en el corazón, emprendió su camino, sin imaginar que aquel día marcaría un nuevo giro en su destino.
El sol ardía en lo alto cuando Luz llegó al mercado, con su canasta vacía y la esperanza de encontrar algo para preparar la sopa de su madre. Sabía que en los puestos de verduras a veces desechaban productos que aún podían aprovecharse. No le importaba que estuvieran un poco marchitos o golpeados, cualquier cosa serviría.
Se colocó en un rincón, observando a los vendedores y a los cargadores que iban y venían con cajas. La espera se hizo larga. Habían pasado dos horas y aún nada. Su estómago rugió de hambre, pero ella estaba acostumbrada a ignorar ese vacío. Lo que más le preocupaba era su madre, su piel cada vez más pálida, su voz más débil.
Mientras su cuerpo permanecía en el mercado, su mente viajaba lejos de allí. Sus pensamientos la llevaron a la única imagen capaz de hacerla sonreír en medio de su miseria: Emilio. Lo había visto muchas veces pasar en su auto lujoso, con su porte elegante, su cabello perfectamente arreglado y esa mirada que la hacía suspirar aunque él nunca la hubiera notado realmente. Para él, ella no existía, era invisible.
Pero en su mente, todo era distinto.
Cerró los ojos por un momento y se imaginó a sí misma con un vestido blanco, hermoso y radiante. La gente murmuraba a su alrededor: "Es ella, la novia de Emilio". Él la tomaba de la mano, sus labios rozaban los suyos en un beso dulce y eterno. En su imaginación, ya no era la vendedora de rosas, sino la princesa de un cuento de hadas.
El sueño se desmoronó en un segundo cuando una voz la sacudió bruscamente.
-¡Oye, despierta! -gritó una mujer con rudeza.
Luz abrió los ojos de golpe, su corazón acelerado.
-¿Qué sucede? -preguntó, aún aturdida.
-¡Las verduras! ¡Las están dando! ¡Apúrate o te quedarás sin nada!
La realidad cayó sobre ella como un balde de agua fría. Sin perder un segundo, echó a correr entre la multitud que se amontonaba alrededor del camión de descarte. Hombres y mujeres empujaban y metían las manos en cajas, buscando lo mejor antes de que otros lo tomaran.
Luz se lanzó al caos, esquivando codazos, ignorando los gritos. Metió la mano en una caja y sacó unas zanahorias blandas. Luego vio unas papas con manchas oscuras, pero aún servían. Se estiró para alcanzar un pequeño ramillete de cilantro marchito.
-¡Eso es mío! -gritó una mujer, intentando arrebatarle las papas.
Luz apretó los dientes y sujetó su botín con más fuerza.
-¡Lo siento, pero lo necesito! -dijo con determinación, alejándose rápidamente antes de que alguien más intentara quitárselo.
Con la canasta medio llena, se apartó del tumulto. Sus manos temblaban, su respiración era agitada, pero lo había logrado. Tenía lo necesario para la sopa de su madre. Se quedó unos segundos recuperando el aliento, observando a la gente seguir peleando por las sobras.
El sueño de hace unos minutos volvió a su mente. Suspiró, sintiendo la cruel ironía de su realidad. Soñaba con un príncipe azul, pero su vida era una lucha constante por conseguir siquiera un plato de comida.
Se secó el sudor de la frente y comenzó su camino de regreso a casa. No podía permitirse más fantasías. Su madre la esperaba y ella debía ser fuerte, porque en su mundo no había lugar para cuentos de hadas.