Capítulo 4 La Propuesta de la Luna Roja

La tensión en el aire era palpable. Selene había regresado a sus aposentos esa noche, con la mente sobrecargada de pensamientos. La conversación con Aric había sido más compleja de lo que había esperado. Aunque sus palabras estaban llenas de una dureza contenida, había algo en su mirada que no podía descifrar. Como si, en el fondo, luchara con los mismos demonios que ella, los recuerdos de un pasado manchado de sangre. Sin embargo, la promesa que había hecho a su madre, la venganza que había jurado cumplir, seguía pesando sobre ella como una sombra invisible.

Se encontraba sola, sumida en la oscuridad de su habitación, las luces de las dos lunas iluminando tenuemente el techo. El sonido de los ecos de la noche llegaba hasta ella, mezclándose con sus pensamientos. La promesa de matrimonio que se avecinaba era más que una simple unión entre dos casas reales: era una tregua forzada, una condena disfrazada de esperanza. El peso de su destino la aplastaba. La guerra entre los dos imperios había durado más de lo que nadie podría haber imaginado, y el precio de la paz era su sacrificio.

Se levantó de la cama y caminó hacia la ventana, mirando las dos lunas que dominaban los cielos de Artheon. La Luna Plateada, fría y distante, y la Luna Roja, feroz y llena de misterio. Los dos astros reflejaban la eterna división entre los dos reinos, dos poderes que, aunque unidos por la guerra, nunca se habían comprendido realmente.

La luna roja parecía observarla, como si tuviera algo que decirle. Selene apretó los puños, recordando lo que había jurado. Pero mientras la oscuridad del paisaje se desplegaba ante sus ojos, algo dentro de ella comenzó a cambiar. Había algo en el aire, una inquietud que le hablaba de que las decisiones que estaba tomando no solo influirían en su vida, sino también en el futuro de todos los que la rodeaban.

En ese momento, una sombra se deslizó por la puerta entreabierta de su habitación, interrumpiendo su pensamiento. No hizo ruido, pero Selene reconoció la figura antes de que pudiera reaccionar. Era Kieran, el capitán de la guardia. Él siempre aparecía en momentos inesperados, con su porte serio y su expresión imperturbable.

-Princesa -dijo en voz baja, cerrando la puerta detrás de él-. La reina desea hablar contigo.

Selene se dio la vuelta y lo miró con algo de sorpresa. La reina, la madre de Aric, nunca la había mencionado directamente. Sabía que la familia real de la Luna Plateada era tan distante como poderosa, pero la invitación de la reina, aunque indirecta, despertaba en ella una nueva intriga.

-¿Ahora? -preguntó, casi sin pensarlo.

Kieran asintió con firmeza.

-Es importante -respondió de manera concisa.

Sin decir más, Selene se ajustó la capa de seda que le había dado la dama de compañía de la corte y siguió a Kieran por los pasillos del castillo. Los pasillos, con sus interminables corredores, parecían interminables, y Selene no podía evitar sentir que estaba siendo arrastrada por una corriente que no controlaba. Cada paso la llevaba más lejos de la vida que conocía, sumergiéndola en un destino que había sido sellado antes de su nacimiento.

Finalmente llegaron a una sala privada, adornada con el lujo típico de la familia real. Los tapices de colores intensos cubrían las paredes, mientras que una chimenea crepitaba suavemente en el fondo, iluminando el rostro de la mujer que la esperaba. Era la reina, tan majestuosa como el rumor de su poder. Su cabello oscuro caía en ondas suaves sobre sus hombros, y sus ojos, de un verde intenso, la observaban con una calma que apenas disimulaba su autoridad.

-Princesa Selene, qué bueno que hayas venido -dijo la reina con una sonrisa suave, pero fría. Se levantó de su asiento y la invitó a sentarse frente a ella, a la mesa de piedra-. He estado esperando hablar contigo.

Selene no pudo evitar sentirse una vez más pequeña ante la imponente presencia de la reina, como si todo lo que ella había construido fuera insignificante ante la majestuosidad de aquella mujer. Sin embargo, se sentó, sabiendo que no tenía otra opción que escuchar.

-¿De qué se trata? -preguntó, tratando de mantener una postura firme.

La reina asintió lentamente, con una mirada calculadora.

-El matrimonio entre tú y Aric no es solo un pacto entre dos imperios -comenzó, sus palabras pesando sobre Selene como una espada afilada-. Es un acuerdo entre nosotros, los de la Luna Plateada, y los de la Luna Roja. Hay algo mucho más grande en juego, algo que no comprendes por completo.

Selene frunció el ceño. Estaba acostumbrada a los secretos de la corte, pero lo que la reina decía parecía tener una gravedad diferente.

-¿Qué quieres decir con eso? -preguntó, su voz un poco más tensa de lo que hubiera querido.

La reina se inclinó hacia adelante, como si estuviera compartiendo algo prohibido.

-Hay una antigua profecía que habla de la unión entre las dos lunas. De hecho, esta guerra que llevamos años librando no es solo por poder o territorio. Es por un artefacto, un artefacto que tiene el poder de unir a las dos lunas en un solo reinado, uno que gobierne sobre todos los reinos de Artheon.

Selene se quedó en silencio, sorprendida. Las palabras de la reina la envolvieron en una niebla densa de desconcierto y miedo. ¿Un artefacto con ese poder? Nunca había escuchado de algo tan grande.

-¿Por qué me cuentas esto ahora? -preguntó finalmente, con voz baja.

La reina la miró fijamente.

-Porque tú eres clave para que esta profecía se cumpla. La unión entre tú y Aric no es solo política. Está predicha. Y no solo tú, princesa. El destino de todos nosotros depende de esa unión.

Selene respiró profundamente, tratando de comprender lo que la reina acababa de decir. Había tantas preguntas sin respuesta, tantas piezas faltantes en el rompecabezas. La guerra, la profecía, el artefacto... todo parecía conectarse en algo mucho más grande que la simple paz entre dos imperios.

-Pero ¿qué tiene que ver todo esto con Aric? -preguntó Selene, la pregunta saliendo de sus labios sin pensarlo.

La reina la observó un momento antes de responder.

-Aric es más que el príncipe de la Luna Plateada. Él también tiene un papel que desempeñar. Pero solo tú, Selene, puedes ayudar a que todo esto suceda. El matrimonio no es solo una cuestión de sangre, es una cuestión de poder, y tú y él están destinados a ser los guardianes de ese poder.

Selene se quedó callada, asimilando la magnitud de las palabras de la reina. En ese momento, todo lo que había creído sobre su destino, sobre la guerra y la paz, comenzó a desmoronarse. La verdad era más compleja, más peligrosa, y la paz que tanto deseaba podría no ser más que una ilusión.

La reina sonrió con una frialdad inexpresable.

-Ahora ya sabes lo que está en juego. La pregunta es, ¿estás dispuesta a jugar este juego?

            
            

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