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Alina atraviesa el portal que la lleva hacia su planeta, pero al escanear la sala ve a Nalia, y su felicidad se desvanece como un globo al pincharse. Su cuñada tiene esa sonrisa burlona que tanto la irrita.
-¿Enserio creías que no nos avisarían de tu llegada? -carcajea, cruzando sus brazos y observándola con diversión.
Alina voltea los ojos -Se supone que era una sorpresa.
-¡Para tu mamá!, no para los demás. ¡Vamos! Te quedarás en mi casa hasta que llegue el cumpleaños de tu madre.
-¿En tu casa? -Alina repite con desdén, sintiendo un nudo en el estómago.
Nalia asiente con su sonrisa ensanchándose -Así es. Tu hermano me pidió que te recogiera y te llevara. Además, solo serán dos días.
Alina la sigue a regañadientes, sintiendo cómo la tensión crece en su interior. Mientras se suben al auto, Nalia nota el nerviosismo de su cuñada.
-¿Qué sucede? -pregunta.
Alina se encoge de hombros, evitando su mirada -Nada importante.
La mirada de Nalia recorre a Alina de arriba abajo. Su sonrisa desaparece -Alina, sé que algo te pasa. No me mientas.
-Solo me preguntaba el por qué estás conduciendo, pero recordé lo que le hice a los últimos conductores, así que de seguro mi hermano te envió para asegurarse que no hiciera desastres.
Aunque eso es cierto, a Nalia no le convence la respuesta -Dime, sabes que puedes contarme todo, ¿no? Sé que algo te preocupa -dice con una expresión que mezcla curiosidad y una pizca de malicia.
Alina suspira, evadiendo su mirada. -Después te cuento. Mejor dime, ¿cuánto te falta? ¡Parece que vas a reventar! ¿Seguro que es uno solo?
-¡No exageres! Es un tamaño normal, solo que nunca te han interesado estos temas, y me faltan solo dos días.
-Verdad que mi hermano me dijo que nacería el día de cumpleaños de mi madre.
-¡Ah! ¡Y es niña! -dice emocionada.
-¿Niña? -señala el vientre con una mueca de disgusto y se encoge de hombros nuevamente, fingiendo indiferencia, pero sus ojos delatan un miedo atávico.
-¿No te gustan las niñas? -pregunta la cuñada, estudiando su expresión.
-No. Suficiente tengo conmigo -bromea Alina, pero su voz suena hueca. La risa se desvanece, dejando paso a una sombra de zozobra.
-Algo te pasa, ¡A mí no me engañas! -la cuñada la toma del brazo con firmeza-. No me digas que... ¿Estás...?
Alina se pone pálida como la cera y aparta la mirada -¡Cállate! -susurra, la voz temblorosa- Ni siquiera lo pienses.
La cuñada la observa con preocupación. -Me asustaste. Te juro que lo primero que pensé es que eso sería lo único que te falta para... -se detiene, notando el nudo que se forma en la garganta de Alina. -Alina, te conozco tan bien que sé que ahora estás preocupada por eso. ¿O acaso estoy equivocada?
Tras varios minutos de silencio, Alina responde con voz temblorosa: -La verdad, no sé. Solo tengo sospechas.
-Entonces salgamos de dudas. ¡Vamos al hospital! -propone Nalia con determinación.
-¿Qué? Bueno sí, pero nadie lo puede saber. Si es necesario, hay que pagar por silencio.
-Tú siempre exageras. Es un posible embarazo, no es un delito. Lo importante es aclarar si lo estás y si es así, pues lo asumes y ya.
-¿Asumir? -grita Alina, con la ira reemplazando al miedo- ¿En serio crees que yo lo voy a tener? ¡Jamás! ¿Cómo podría cargar con esa responsabilidad? ¿Cómo podría seguir con mi vida?
-¡Basta! Eso debiste pensarlo antes ¿no? Habiendo formas para evitarlo, pero ¡no!, tú siempre has hecho y deshecho. ¿No crees que ya va siendo hora de cambiar de mentalidad?
-Pues no. O bueno sí. Pero... -Alina busca una salida, cualquier excusa para aplazar lo inevitable.
-Pero nada. ¡Es una vida, Alina! No es un simple feto o es que ¿Acaso olvidas de que estoy embarazada?
¿Sabes qué? Ya no quiero hablar más. Que se encargue Lucio.
-¿Qué? ¡No! Mi hermano no puede saberlo. Me van a desheredar y a confinar. ¡Me lo advirtieron!
Nalia no le responde. Alina cegada por el pánico, lucha por tomar el control del auto. El volante cruje bajo sus manos temblorosas mientras forcejean.
-Deja de ser tan inmadura.
-Mi hermano no se puede enterar. ¡No puede!
De pronto, el volante se rompe, las piezas vuelan por el aire. Un grito ahogado escapa de los labios de ambas al ver el árbol que se aproxima a toda velocidad. El impacto es inevitable.
Alina parpadea lentamente, la luz cegadora de la cápsula la obliga a entrecerrar los ojos. Un dolor sordo pulsa en su sien. Intenta recordar lo sucedido, pero solo imágenes borrosas de metal retorcido y un impacto violento flotan en su mente. Con gran esfuerzo se lleva las manos al rostro, recorriendo cada centímetro en busca de alguna deformidad. Al no encontrar nada, un suspiro de alivio escapa de sus labios.
Grita al ver a una auxiliar, pero ésta última, en lugar de acercarse, se aleja con indiferencia. La desesperación se apodera de Alina quien golpea con fuerza las paredes de la cápsula, pero el cristal es demasiado resistente.
De pronto, la puerta se abre y sus padres, junto a su hermano Lucio, entran a la habitación. La decepción y el desprecio se leen en sus rostros, pero es la mirada de Lucio la que la parte en dos.
-¿Nalia? ¿Cómo está Nalia? -pregunta con voz temblorosa.
Lucio aparta la mirada, su mandíbula apretada.
Su madre, con frialdad dice: -Nosotros nos encargaremos, hijo. No te preocupes.
Lucio se da la vuelta y sale de la habitación. Alina siente como si le arrancaran un pedazo del alma. Nalia y él eran los únicos que se preocupaban sinceramente por ella.
Su padre, con una voz fría y calculadora, activa el intercomunicador -Deja tu actuación para cuando estés en la torre roja. Ahora vivirás allí hasta el fin de tus días y el de tu... -señala el vientre con su mirada fija- A partir de ahora ya no llevarás nuestro apellido, eres solo Alina, o como desees llamarte.
Alina siente como si el mundo se le viniera encima. La torre roja, un lugar de castigo para los traidores de la familia, ¡pero que irónico! ya no la consideran de la familia, pero aún así no se puede salvar de ese espantoso lugar al que no le entra ni un rayo de luz, ahora ese será su nuevo hogar. Y lo peor de todo, sí está embarazada.
-Si pudiera recordar algo del libro, me podría liberar de esto- dice con nostalgia sin entender cómo pudo ser posible que no solo se desapareciera el libro, sino que también olvidara todo lo aprendido sobre él.
Lágrimas salen de sus ojos recordando los momentos tan felices que tuvo con su hermano Lucio, y lo sabe muy bien: él jamás la perdonará.
Llegan dos guardias de la torre roja junto con su jefe Lilith, la cual somete a su voluntad al agua de la fuente que está afuera del hospital: hace que se eleve, se infiltre por la ventana y al tiempo le disminuye la temperatura hasta helarla y la introduce por los pequeños agujeros de respiración de la cápsula. Alina se empieza a desesperar sintiendo cómo el frío la envuelve, paralizándola poco a poco. Sus pensamientos se nublan, y es arrastrada a un profundo sueño helado.
Al despertar, siente un frío intenso. Ahora se encuentra en un cuarto: sus paredes, techo y suelo la miran con un rojo intenso u opresivo. Un colchón blanco e inmaculado destaca en medio de la monotonía cromática. Un hueco en el suelo, un balde y una palanca completan el austero mobiliario. Una bombilla, encerrada en una rejilla, emite una luz tenue que apenas logra disipar las sombras.
No hay ventanas ni puerta. Todo el que está autorizado a entrar y salir crea una puerta donde lo desee, mientras que ella solo tiene permitido pasar sus días allí, muriendo lentamente, ya que en la torre roja todos los presos pierden sus poderes; aunque eso no le afecta a Alina porque cuando era pequeña, su abuela le arrebató el único poder que había heredado: el fuego.
Mientras Alina tiembla por el espantoso frío que siente, empieza a sentir un dolor fuerte en su espalda y en su abdomen. Grita del dolor y ninguno de los guardias se interesa en averiguar lo que sucede.
Anochece y todos los leones se disponen a dormir, a excepción de Nalia que se niega a pasar la noche en el hospital. Su esposo, consciente de su sufrimiento, la libera de la cápsula que la ha curado y la lleva a su hogar. Nalia, incapaz de encontrar consuelo en el sueño, se desliza fuera de la cama, como una sombra arrastrada por la melancolía. Al llegar a la habitación que iba a ser de su hija: el corazón se le estruja. La cuna, pequeña y solitaria es un reflejo de la ausencia que la consume. Las lágrimas brotan de sus ojos, silenciosas como la noche, y se pierden en la oscuridad.
Lucio, despierta por el sonido de su desconsuelo, la lleva de vuelta a su cama susurrándole palabras de amor y aliento hasta que el sueño finalmente los envuelve.
Un par de horas después, un estruendo ensordecedor sacude Ledroniamun, despertando a todos sus habitantes.
Lucio sale a investigar el origen de aquel ruido misterioso a petición de su esposa porque después de todo: el que el Rey haya perdido un hijo no quiere decir que abandone al planeta a su suerte.
Mientras tanto, Nalia siente un presentimiento agudo, una sensación de que algo está a punto de suceder. Al llegar a la sala principal, encuentra una ventana abierta, la cortina ondeando al compás de una brisa invisible. Intrigada, murmura: -¡Qué extraño!
No pudo abrirla ninguno de los sirvientes, porque se les concedió unos días de descanso; necesitaba tiempo para llorar a su hija, lejos de las miradas curiosas y para prepararse para dar a conocer la trágica noticia de la muerte de su hija. Afortunadamente, sus hijos están a salvo en el internado, una pequeña consolación en medio de su desolación.
Un escalofrío recorre la espalda de Nalia. Al girar, una sombra se desvanece en la penumbra de la escalera. Su corazón palpita con fuerza. ¿Acaso es...?
Sube corriendo los escalones, la sangre rugiéndole en los oídos. La luz de la habitación de su hija ahora está encendida. Allí está, Alina su cuñada, la asesina de su hija.
-¿Cómo saliste de la Torre Roja? -espeta Nalia, la voz entrecortada por la ira.
Alina la mira fijamente.
-¿No me escuchaste? -repite Nalia, cada vez más enfurecida.
-No. No sabes cuánto me alegra verte bien, Nalia -responde Alina, su voz suave y engañosa.
-¿Bien? ¡Mataste a mi hija! -grita Nalia.
Alina da un paso atrás, sus ojos brillando con una luz extraña -A eso vine. A averiguar cómo están, porque nadie me lo quiso decir.
-¿Para qué querías saber? ¿Acaso puedes devolver el tiempo? -Nalia concentra su energía, usa el aire a su alrededor para cargarse de electricidad.
-No. No que yo sepa, pero puedo darte esto -dice Alina, señalando la cuna.
Nalia observa la cuna con incredulidad -¿Un huevo? -su voz era un susurro lleno de decepción- ¿Me vas a dar un huevo?